Magdalena Sofía Barat nació el 12 de diciembre de 1779, en Joigny de Borgoña, donde su padre era herrero y poseía una pequeña viña. Su padrino de bautismo fue su propio hermano Luis, doce años mayor que ella. Cuando éste, que se preparaba para el sacerdocio, volvió de Sens -ya ordenado diácono- para trabajar como maestro en su ciudad natal, su ahijada era una chiquilla vivaracha de diez años. Muy pronto se convenció Luis de que Dios tenía destinada a Magdalena a una misión muy alta, por lo cual era su deber ayudarla a prepararse. Con ese objeto, la condujo según los principios que empleaba para la educación de sus discípulos, pero con la preocupación principal de enseñarle a dominar sus emociones y su voluntad. Magdalena pasaba prácticamente el día entero sola y sin ningún recreo, entregada al estudio del latín, el griego, la historia, la física y las matemáticas, bajo la dirección de su joven maestro, que era pródigo en la reprensión o el castigo y avaro en las alabanzas. Felizmente, la niña tenía la pasión de aprender, ya que su único premio era la satisfacción de progresar en la ciencia. Cualquier manifestación afectiva era castigada severamente, hasta el grado de que, en cierta ocasión en que Magdalena hizo un pequeño regalo a su hermano, éste lo arrojó inmediatamente al fuego. Por duro que fuese este sistema, produjo buenos efectos
en aquel caso particular. Se puede decir que Magdalena hacía progresos muy rápidos, cuando se vio, súbitamente, privada de su maestro.
En el año de 1793, cuando Luis XVI fue guillotinado y comenzó el reinado del terror, Luis Barat, que se había negado a firmar la constitución civil del clero, tuvo que huir de Joigny para ocultarse en París. En la ciudad fue arrestado y, durante dos años, vivió en constante espera de la muerte. Cuando Luis volvió a Joigny, ya sacerdote, Magdalena era una muchacha encantadora y vivaz, a la que sus padres adoraban y sus amigos admiraban sin límites. Temeroso de que aquellas dotes pusiesen en peligro la vocación religiosa que su hermana había manifestado desde pequeña, Luis se la llevó consigo a París, a fin de continuar ahí su educación. A la estricta disciplina de los años anteriores, el maestro añadió la obligación de la penitencia corporal y la práctica constante del examen de conciencia; por otra parte, sustituyó el estudio de los clásicos por el de la Biblia, los Santos Padres y la teología. Magdalena se sometió resignadamente, sin sospechar los grandes planes que Dios había trazado para ella.
En cuanto se calmó un poco la primera llamarada de la Revolución, hubo que pensar en el problema de educar a la nueva generación, pues todas las escuelas católicas habían sido suprimidas. Entre los que más se interesaron por el problema, se contaban dos sacerdotes jóvenes, que formaron una asociación para pedir el restablecimiento de la Compañía de Jesús, a la que Clemente XIV había suprimido treinta años antes. El superior de la nueva asociación, el P. Varin, proyectaba desde hacía algún tiempo la fundación de un instituto religioso femenino que se encargase de la educación de las niñas. Cuando el P. Barat le habló de la formación y cualidades de Magdalena, el P. Varin manifestó deseos de conocerla. Pronto quedó convencido de que la joven poseía todas las cualidades necesarias para realizar su proyecto. Magdalena le objetó, tímidamente, que pensaba entrar como hermana lega en la Orden del Carmelo. Pero el P. Varin replicó en forma contundente: «No, Dios no la quiere ahí. Las cualidades que le ha dado y la educación que ha recibido, la llaman a otras cosas». Acto seguido, le expuso su proyecto de fundar una congregación de educadoras, inspirada por la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Magdalena aceptó humildemente la tarea, llena de desconfianza en sus fuerzas. Al referirse a aquellos momentos, decía más tarde: «Lo acepté todo, sin comprender ni prever nada».
El 21 de noviembre de 1800, Magdalena y otras tres aspirantes empezaron a vivir en comunidad. El año siguiente, Magdalena partió a Amiens para enseñar en una escuela, que fue el primer convento de la congregación. Pronto inauguró otra escuela gratuita para niñas pobres. La comunidad empezó a crecer; pero la religiosa que actuaba como superiora abandonó el convento a los dos años, ya que carecía de verdadera vocación y de las cualidades necesarias para gobernar. El P. Varin nombró a Magdalena para sustituirla, aunque ésta no tenía más que veintitrés años y era la más joven de la comunidad. A pesar de su repugnancia inicial, la santa iba a gobernar la congregación durante sesenta y tres años. El éxito de las escuelas de Amiens motivó que otras ciudades llamasen a las religiosas. En 1804, la madre Barat fue a Grénoble a tomar posesión del convento abandonado de Sainte Marie-d'en-Haut y a recibir en la congregación a las religiosas de la Visitación que lo habían ocupado antiguamente. Entre ellas se contaba
santa Filipina Duchesne, a quien más tarde correspondería introducir la Congregación del Sagrado Corazón en los Estados Unidos. Poco después, la madre Barat transformó la antigua abadía cisterciense de Feuillants, en Poitiers, en la casa para el noviciado de la congregación. Ahí pasó la santa dos años, que fueron tal vez los más felices de su vida. Ella misma se encargaba de la formación de las novicias y sólo interrumpió su trabajo para ir a fundar las casas de Belley, Niort, Gante y Cugniéres. Todo iba viento en popa, cuando, súbitamente la madre Barat tuvo que hacer frente a una de esas pruebas extraordinarias que parecen ser el sino de todos los fundadores: la superiora de Amiens, Mme. Baudemont, apoyada por el P. de Saint-Esteve, quien había sustituido como capellán al P. Varin, llevó a cabo una serie de reformas, sin consultar a la superiora general. Durante ocho años, esos dos personajes hicieron la guerra a la madre Barat, con el objeto de expulsarla de su cargo y moldear a su gusto la congregación. La santa empleó como armas principales la paciencia y la oración, cosa que sus enemigos interpretaron como un signo de debilidad. El P. de Saint-Esteve llegó incluso a redactar para la congregación unas constituciones que la cambiaban totalmente y modificaban hasta el nombre. Pero, precisamente en el momento en que estaba a punto de triunfar, el P. de Saint-Esteve cometió el error de exagerar su celo, con el resultado de que el congreso general de 1815 aprobó las constituciones que había redactado la madre Barat con la ayuda del P. Varin, que había ingresado en la Compañía de Jesús.
Al fracaso de la oposición, siguió un período de intensa expansión. En 1818, la madre Duchesne partió a los Estados Unidos con otras cuatro religiosas. Dos años más tarde, la madre Barat reunió a todas las superioras locales de París, en donde se hallaba la casa madre de la congregación, con el objeto de elaborar un plan general de estudios para las escuelas. La tarea consistió, sobre todo, en la determinación de ciertos principios generales, pues, con su previsión acostumbrada, la madre Barat insistió en que se dejase cierto margen para las mejoras y adaptaciones. En la misma asamblea se resolvió que las superioras debían reunirse cada seis años, entre otras cosas para que la congregación pudiese mantener al día su plan de estudios. Bajo el gobierno de santa Magdalena, los internados de París alcanzaron tal fama, que muchas otras ciudades pidieron la fundación de instituciones semejantes.
En nuestros días, cuando las comunicaciones son tan fáciles, resulta difícil comprender lo que debió costar a la santa la fundación de las ciento cinco casas. Para ello tuvo que atravesar Francia muchas veces y hacer tres viajes a Roma. En 1830, se vio obligada a ir a Suiza para trasladar allá el noviciado, que había sido expulsado de Francia. En 1844, fue a Inglaterra y, once años más tarde, a Austria. La misma madre Barat dijo una vez: «Siempre estoy en camino». Y los viajes no debían resultar precisamente agradables a una persona que nunca había sido robusta.
Llena de amor por la juventud, la santa trataba de fundar en cada sitio, en cuanto era posible, una escuela para niñas pobres y un pensionado de paga. Como no podía visitar todas las fundaciones, se mantenía en contacto epistolar con ellas, lo cual la obligaba a escribir innumerables cartas. En los períodos que pasaba en la casa madre, se ocupaba del trabajo administrativo, además de recibir a las numerosas personas que la buscaban para pedirle consejo. En realidad, se pueden aplicar a santa Magdalena las palabras que escribió a una de sus hijas: «El trabajo excesivo es un peligro para las almas imperfectas; pero las almas perfectas obtienen, por ese medio, una rica cosecha».
En diciembre de 1826, en respuesta a un memorándum de la madre Barat, el Papa León XII aprobó oficialmente la Sociedad del Sagrado Corazón. Parecía que esto confería a la congregación una estabilidad definitiva. Sin embargo, trece años después, estalló una crisis que la puso en peligro de muerte, ya que, en el Congreso general de 1839 se propusieron y se llevaron a efecto ciertas reformas contra el parecer de la madre Barat. La mejor prueba del tacto y lealtad de la santa fue que, en vez de oponer el veto a esas reformas, permitió que se pusiesen a prueba durante tres años. El tiempo dio la razón a la santa: las reformas no tuvieron éxito, el Papa Gregorio XVI se negó a sancionarlas y el siguiente congreso general las suprimió. Una vez más se habían impuesto la oración y la paciencia, las mismas religiosas que habían promovido las reformas, fueron las primeras en reconocer su error.
No podemos seguir, paso a paso, la actividad de santa Magdalena en sus últimos años, pues se confunde prácticamente con la historia de su congregación. Cuando la santa murió, la congregación se hallaba ya firmemente establecida en doce países y dos continentes. En 1864, a los ochenta y cinco años de edad, santa Magdalena rogó al congreso general que le permitiese renunciar a su cargo; pero la asamblea no le permitió más que nombrar a una vicaria para que le ayudase en el trabajo. El 21 de mayo de 1865, la santa sufrió un ataque que la dejó paralítica y entregó el alma a Dios cuatro días más tarde, en la fiesta de la Ascensión. Fue canonizada en 1925.
Santa Magdalena Sofía ha tenido muy buenos biógrafos. por ejemplo, la admirable Histoire de la Vén. Mere Madeleine-Sophie Barat, de Mons. Baunard; una de las religiosas de la congregación, la madre Cahier, publicó otra excelente biografía en dos volúmenes (1884). En la colección Les Saints hay una vida escrita por Geoffroy de Grandmaison (1909).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
No hay comentarios:
Publicar un comentario