LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Noviembre 1
Hubo un gran hombre, de apellido Carducci, de fuertes pasiones y de indomable carácter. Espíritu ardiente, no conoció las medias tintas.
No tuvo formación religiosa; por eso fue ateo y dedicó no pocos esfuerzos a combatir la idea de Dios. Para él, Dios era un mito; pero un mito pernicioso, que por eso había que combatir, a fin de desterrarlo del corazón del hombre.
Pero un día Carducci salió a pasear a la playa y en un rapto de muda contemplación frente a la inmensidad del mar rompió su gran silencio con este grito: "¡Creo en Dios!"
La serena majestad de aquella inmensidad de agua arrancó de Carducci lo que tenía escondido y acallado en su conciencia.
Es que en los grandes silencios del hombre siempre aparece Dios.
“Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso” (GS 19). La inquietud de Dios, el hambre de Dios, esto es algo que, pese al ateísmo moderno, siente el hombre en todos sus niveles. Es que Dios es el oxígeno para los pulmones de la vida.
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