LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Noviembre 23
Cuando el terreno ya se halla preparado, se esparce la semilla, se entierra y se la deja pudrir en el seno de la madre tierra.
Alguno podría preguntar: ¿por qué no aprovechar ese grano en vez de hacerlo pudrir en la tierra?
Pero es que solamente así, pudriéndose, podrá germinar, fecundarse, multiplicarse, convertirse en nueva y mejor vida: la vida de la espiga, la plenitud de nuevos granos.
El dolor, lejos de destrozar al hombre, de destruirlo, puede purificarlo y disponerlo para una transformación. Lo que el hombre es y vale no se deprecia con el dolor, más bien se aquilata.
Precisamente los santos, esos crucifijos de carne, vieron a Dios y vivieron a Dios cuando sus ojos quedaron purificados por las lágrimas. Es que el dolor nos hace desprender de las escorias y purifica el oro de nuestro corazón.
La cruz no deforma, transforma; no oscurece, ilumina; no hace estoicos, talla santos. A condición de que se le dé su sentido redentor.
“La Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles” (SC 11). Los santos se han hecho santos y no nacieron tales; tú no has nacido santo: puedes llegar a serlo.
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