domingo, 15 de septiembre de 2013

Lorenzo de Ripafratta, Beato


Presbítero, 27 de septiembre
 
Lorenzo de Ripafratta, Beato
Lorenzo de Ripafratta, Beato

Presbítero Dominico

Martirologio Romano: En la ciudad de Pistoia, de la región de la Toscana, en Italia, beato Lorenzo de Ripafratta, presbítero de la Orden de Predicadores, que vivió fielmente durante sesenta años la vida regular con dedicación asidua a la pastoral sacramental de la Penitencia (1456).

Fecha de beatificación: El Papa Pío IX confirmó su culto el 4 de abril de 1851.
Los biógrafos del Beato Lorenzo no consignan el lugar preciso de su nacimiento, pero por su nombre se puede suponer que fue en Ripafratta, en la región toscana de Italia, cerca de Pisa (Italia). Se desconocen datos fidedignos de su vida, anteriores a su incorporación a la orden de predicadores en Pisa siendo diácono.

En 1396, se le designó prior, cargo en el cual destacó por el impulso que dio a la reforma de la orden. Fue maestro de novicios y de teología en el convento de Cortona; sobresalió como director espiritual y brillante predicador. Sin temor a ser contagiado, auxilió a enfermos durante la plaga que azotó a las ciudades de Pistoia y Fabriano.

Por su sapiencia, el pueblo lo llamaba el Arca de la Ciencia. Dio ejemplo a sus hermanos de congregación y feligreses con su vida de oración, ayuno, penitencia y devoción. Sufrió una herida en la pierna, la cual dolorosamente le acompañó el resto de su vida. Por el ejemplo de su silencioso y paciente sufrimiento —el cual ofreció a Dios—, se incrementaron la admiración y el cariño de los religiosos y del pueblo. Amado por su comunidad, falleció en Pistoia, donde aún se venera su cuerpo.
Beato Lorenzo de Ripafratta, religioso presbítero
fecha: 27 de septiembre
fecha en el calendario anterior: 28 de septiembre
n.: c. 1373 - †: 1456 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: Pío IX 4 abr 1851
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Pistoia, en la Toscana, beato Lorenzo de Ripafratta, presbítero de la Orden de Predicadores, que vivió fielmente durante sesenta años la vida regular, y fue asiduo en la escucha de los pecadores.

El llamado «Gran Cisma de Occidente», durante el cual los papas sufrieron un «cautiverio babilónico» en la ciudad de Aviñón, fue indudablemente una época de grandes pruebas para todas las instituciones católicas, y por supuesto que la Orden de Predicadores no se salvó de las dificultades: en aquel período padeció de relajamientos y de un enfriamiento en su antiguo fervor; en Italia y otros países vecinos, los trastornos que sufría la Orden, se agravaron por los brotes de epidemias que despoblaron los conventos. Pero Dios no abandonó a los hijos de santo Domingo y les envió a un hombre como el beato Raimundo de Capua para iniciar un movimiento de reforma. Entre los que con mayor entusiasmo ayudaron al de Capua, se hallaba el beato Juan Dominici, arzobispo de Ragusa, quien fue el descubridor de las muy valiosas habilidades y virtudes de Fray Lorenzo de Ripafratta.

Lorenzo había ingresado a la orden en Pisa, cuando ya era diácono y, al término de sus estudios y al cabo de algunos años de predicación, fue nombrado maestro de novicios en el priorato de Cortona. Aquel era un puesto para el cual Lorenzo estaba bien calificado. Era el más decidido defensor de la observancia rigurosa, pero sabía perfectamente cómo adaptar en las distintas circunstancias las constituciones de su orden y, como estaba dotado de grandes conocimientos psicológicos, advertía el momento en que el corazón de alguno de sus novicios estaba verdaderamente inflamado por el amor de Dios y a ése le encaminaba por la ruta de la obediencia y la docilidad. Entre los que hicieron el noviciado bajo su dirección, se encontraban san Antonino, el beato Angélico y su supuesto hermano Benedicto de Mugello. Fue Lorenzo quien alentó a los dos mencionados en último término a dedicarse a la pintura, puesto que la predicación puede resultar tan eficaz por medio de las imágenes como por la palabra y, en cierto aspecto, más ventajosa: «La lengua más elocuente enmudece con la muerte -les decía-, en cambio, vuestras maravillosas pinturas celestiales hablarán de los valores de la religión y de las virtudes a través de los siglos».

En lo que respecta a sus conocimientos bíblicos, a Lorenzo, como a san Antonio de Padua, se le llamaba «Arca de los Testamentos» y, por cierto que empleaba su ciencia para predicar por toda la región de Etruria con mucho éxito. Cuando se le nombró vicario general de los prioratos que habían aceptado las reformas, estableció su residencia en Pistoia donde, poco después, abandonó Lorenzo sus deberes administrativos para dedicarse por entero a ayudar a los que sufrían y, como sucede tantas veces, la mayoría de los que se mostraban sordos a la prédica, se sintieron impulsados a la penitencia ante el ejemplo de abnegación y caridad de los sacerdotes que atendían sin temor a los apestados, para aliviar sus sufrimientos corporales y cuidar de sus almas. Al morir el beato Lorenzo, a una edad muy avanzada, san Antonino escribió a los dominicos de Pistoia para condolerse con ellos por la irreparable pérdida y para elogiar la memoria del desaparecido: «¡Cuántas almas fueron arrebatadas al infierno por sus palabras y su ejemplo, que las llevaron de la depravación a la más alta perfección! ¡Cuántos enemigos se reconciliaron y cuántos desacuerdos se ajustaron! ¡A cuántos escándalos puso fin! También lloro lo que he perdido yo mismo, hermanos, puesto que ya nunca volveré a recibir aquellas tiernas cartas suyas que atizaban mi fervor en el cumplimiento de mis deberes pastorales». La tumba del beato Lorenzo fue el escenario de muchos milagros, y en 1851 el papa Pío IX confirmó su culto.

Véase a V. Marchese en Cenni Storici del b. Lorenzo di Ripalratta (1851), una breve biografía escrita por M. de Waresquiel (1907) y el Dominican Saints, de Procter, pp. 38-41.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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