viernes, 27 de septiembre de 2013

Justicia

      

 


Justicia y Paz
 
 
La palabra «justicia» hace pensar en el aparato judicial, en los códigos de leyes y en el castigo. En la Biblia, aunque la justicia incluye este sentido, va más allá, y por caminos inesperados.

Leyes contra las injusticias

La justicia (en hebreo sedaqá) expresa lo que está en orden, en su lugar, en buena relación (sédeq). Los códigos de leyes* bíblicas están ahí para asegurar las reglas del derecho civil y penal: el Código de la Alianza (Ex 20,22-23,19), la Ley de santidad (Lv 17-26) y el Código deuteronómico (Dt 12-26). Todas estas leyes están resumidas en las Diez Palabras, el Decálogo: el Dios liberador de Israel exige de cada uno el respeto, para vivir libre, en una relación justa con él y con el prójimo (Ex 20,1-17). Pero, a pesar de estas leyes, muchas injusticias desgarran al pueblo y golpean a los más débiles. Los profetas* denuncian las injusticias (Am 8,4-6).

¿Y el justo que sufre?

El libro de Job plantea el problema del justo que sufre: la justicia distributiva (los buenos son recompensados; los malvados, castigados) no funciona. Si Dios es justo, ¿cómo puede dejar que sufra el inocente? El libro remite a otras cuestiones como: ¿puede el hombre entender los pensamientos de Dios?, ¿quién podría tener razón contra él? (Job 40,7-9). El silencio final de Job nos deja con las ganas. El grito del propio Jesús ante el silencio de Dios: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mc 15,34), se hará eco del grito de Job. La respuesta de Dios únicamente vendrá en la mañana de Pascua.

Justicia y misericordia

Los creyentes cuentan muchas veces con la justicia de Dios: «El Señor espera el momento para apiadarse de vosotros, y quiere manifestaros compasión, porque el Señor es un Dios justo» (Is 30,18). Dios es justo, no arreglando cuentas, sino siendo compasivo, misericordioso; trata en función de lo que él es: «Yo soy un Dios justo y salvador, y no existe ningún otro» (Is 45,21). Su justicia no actúa más que con su misericordia (cf. amor*). Quiere «rescatar», liberar a los suyos (Is 47,4). Por eso escucha las plegarias de los justos, que interceden por los culpables: Abrahán por Sodoma (Gn 18,32) o Moisés por todo Israel (Nm 14,13-20).

En el Nuevo Testamento

Con Jesús, practicar la justicia (gr. dikaiosyne, de dikaios, conforme al derecho) es «superar la justicia de los escribas y fariseos» (Mt 5,20); la palabra significa aquí «la práctica religiosa, la religión» (cf. Mt 6,1). ¿En qué consiste este plus? No contentarse con el mínimo prescrito por la Ley, sino buscar la voluntad del Padre, en el espíritu de las bienaventuranzas. De ahí las seis antítesis del Sermón de la montaña en Mateo: «Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados (…) pero yo os digo… » (Mt 5,21-46). Más aún: no contentarse con decir: «¡Señor, Señor!», sino «hacer la voluntad del Padre» (Mt 7,21).
En la carta a los Romanos, Pablo reflexiona sobre la salvación de todos los hombres, judíos y paganos. Afirma que «nadie es justo ante Dios» (Rom 3,20). Pero Cristo ha llegado: él ha sido «entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rom 4,25); no es por la observancia de la Ley por lo que nos convertimos en justos, sino por la fe en el Dios de Jesús. Nosotros acogemos esta justicia de Dios llevada a cabo en Jesucristo. El Espíritu* Santo nos arrastra a «ajustarnos» a ella en toda nuestra vida para vivir como hijos de Dios.

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