viernes, 27 de septiembre de 2013

LA FE EN EL SEÑOR DE LO IMPOSIBLE

 
Introducción
Al escoger el lema de este encuentro hemos tenido en cuenta algo que el   hermano Carlos experimentó con mucha fuerza:
Que las situaciones más duras de debilidad y de pobreza, en vez de llevarnos al fracaso, pueden ser, para nosotros, causa de fortaleza ya que, según expresión suya:
“Jesús es el Señor de lo imposible”
O dicho de otra manera nuestra fe en Jesús puede hacer:
-  que desaparezca de nuestra vida toda imposibilidad y
-  que las palabras inquietud o miedo no tengan ningún sentido para nosotros.
Lo cual significa poner en pie una dimensión fundamental de nuestra vida que es la esperanza.
Lo cual va en consonancia con este tiempo de Adviento que empezamos y con los tiempos difíciles en que nos ha tocado vivir.
 
1 – Notas definitorias
Características que diferencian a la esperanza de otros conceptos afines o próximos.
La esperanza es un deseo profundo de alcanzar algo mejor que lo que tenemos…Más que un deseo, es una convicción de que aquello que consideramos bueno y favorable se va a hacer realidad.
No tiene nada que ver pues, con un antojo, un capricho, una ilusión… o una pura fantasía.
Siempre se espera en algo bueno y favorable. Algo que es posible, pero a la vez, incierto. Precisamente esta nota diferencial de la incertidumbre es la que nos permite distinguir la esperanza del simple optimismo.
Hay muchas y diversas circunstancias en las que la gente dice estar esperanzada:
Por ejemplo, se oye decir cosas como estas:
- “tengo esperanza de que esta persona se fije en mi…”
- “tengo esperanza de conseguir ese puesto de trabajo…”
- “tengo esperanza de que no nos llueva este fin de semana…”
- “tengo esperanza de que gane mi equipo…o que me toque la lotería”
Sin duda, que algunas de estas cosas que espera la gente, aunque, para ellos tengan cierto grado de importancia, nos pueden parecer triviales y bastante irrelevantes.
Por eso tendríamos que distinguir, sobre todo, entre:
-  esperanza superficial que se centra en cosas irrelevantes y superfluas y
-  esperanza sustancial que se activa, en nosotros, en aquellas encrucijadas en las que están en juego las cuestiones, que en último término, más valoramos, aquellas que más hondamente nos importan ( ya sea a nivel personal como comunitario) y que nos sitúan en un estado de tensión y de profundo anhelo.
 
2 - ¿Es posible tener esperanza con la que está cayendo?
¿Se pueden generar formas de esperaza en medio de la injusticia y del sufrimiento?
La experiencia nos dice que si;  que a medida en que se van poniendo las cosas más feas y la realidad se va  presentando más cruda y doliente, va aumentando en nosotros esa “pasión del alma con que esperamos el bien ausente”, ese deseo profundo de alcanzar algo mejor que lo que tenemos.
De hecho, la confianza en poder alcanzar una situación mejor se ha mantenido siempre viva a lo largo del tiempo y de la historia, a pesar de los múltiples fracasos.
Por lo cual, podemos decir, ya de entrada, que la esperanza se suele mostrar con más fuerza precisamente en los tiempos de más adversidad.
Vamos a echar una mirada a nuestro mundo.
 
3 –Algunos datos de la cruda realidad del mundo
Sin duda que todos conocemos datos suficientes para hacernos una idea de la grave crisis que estamos viviendo.
Pero es curioso que siempre que hablamos de crisis nos estemos refiriendo a la crisis económica y sólo en la medida en que nos está afectando a nosotros…Sin acordarnos de la ingente multitud de seres humanos que no han conocido otra cosa en su vida mas que una permanente crisis. Son las víctimas de un sistema basado en la codicia que desprecia la vida y adora el dinero.
Sin embargo, aunque siempre aportemos datos económicos, a estas alturas, todo el mundo sabe que no se trata solo de una crisis económica.
Se trata de algo bastante más profundo. Se trata, de una crisis de valores…de una crisis de humanidad.
Se trata de un gran fracaso humano que es algo bastante más estremecedor que un mero fracaso económico.
En este sentido podemos concluir que, a nivel mundial, estamos situados como en una encrucijada donde tenemos que elegir entre dos caminos:
-   Por un lado está la dirección que hemos seguido hasta ahora y que nos ha llevado a la situación actual y que puede sumirnos, más de lo que estamos, en un escalofriante egoísmo global que nos va hundiendo a todos en la miseria: a unos (dos mil millones de seres humanos) en la miseria económica y a otros (todos los demás) en la miseria moral.
-   Y por otro lado está la dirección que nos pueda llevar a todos a crecer en humanidad y que consistiría en buscar caminos nuevos para organizar nuestra vida y nuestra sociedad que abran un horizonte de esperanza.
La historia se representa siempre como una posibilidad abierta:
     -  tanto hacia la destrucción
     -  como hacia la plenitud.
Todo depende finalmente de las libres decisiones, que la conducen y que la guían.
 
4 – Algunas datos sobre la situación que vive nuestra Iglesia
En la Iglesia de hoy observamos algunas actitudes que nos preocupan de una manera especial.
Destacamos tres:
-   una actitud autodefensiva ante la sociedad moderna.
Ante el hecho evidente de que la Iglesia va perdiendo influencia en al sociedad, no es difícil observar cómo van tomando cuerpo ciertas actitudes de nerviosismo y de miedo ante el mundo actual en el que solo somos capaces de ver a un gran adversario.
Esto provoca que, de manera casi inconsciente, muchos dirigentes eclesiásticos estén haciendo de la denuncia y de la condena todo un programa pastoral.
Lo cual está muy lejos de ese espíritu de misión, de encarnación y de pobreza que comunicó Jesús a sus seguidores cuando les envió a anunciar la buena noticia del Reino de Dios.
-   una actitud  restauracionista.
Una especie de deseo de volver al pasado y asegurar las cosas antes de que se nos caigan. Estamos corriendo el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, cada vez más anacrónica en sus actitudes, símbolos, lenguaje… y cada vez menos significativa para las futuras  generaciones. 
Lo cual está muy lejos del espíritu profético y creativo de Jesús que nos invita siempre a echar el vino nuevo en odres nuevos.
-  una pasividad generalizada.
La pasividad es la actitud mayoritaria de los cristianos que no han abandonado la Iglesia. Durante siglos se ha educado a la masa de los fieles para la sumisión, la docilidad, el silencio y la pasividad.  Lo cual nos incapacita para enfrentarnos a los tiempos nuevos y para ser lo suficientemente audaces para abrir caminos al Reino de Dios siguiendo los pasos de Jesús.
En el fondo de estas actitudes eclesiales se pone de manifiesto como el camino de la esperanza se empieza a alejar de su tiempo propio que es el futuro, y se va adentrando por otros caminos:
- el de la nostalgia del pasado (restauración)
- el de la complacencia del presente (pragmatismo).
De aquí la urgente necesidad que tenemos, hoy más que nunca, de abrir caminos a la  esperanza.
Digo “abrir caminos”… pero es cierto que la verdadera esperanza, se suele colar por cualquier rendija o por la gatera del portalón cerrado; la esperanza  aprovecha el mínimo resquicio en la situación desesperada y es capaz de abrir brecha en las grietas de la apatía y del conformismo o perforar el muro de la resignación y del desánimo.
La esperanza es muy cuca y es capaz de poner sus huevos en nuestros nidos más desvencijados.
 
5 – Hoy es tiempo de esperanza
La esperanza ha sido siempre, y debe seguir siendo, el motor de la vida y de la historia.
Pero la esperanza no va a nacer de discursos, de palabras o de estímulos.
Necesitamos construir unas nuevas bases que hagan posible la verdadera esperanza.
Y una esperanza realista, desde una perspectiva cristiana, solo se puede fundamentar en Jesucristo, el Señor de lo imposible.
Ciertamente que no sabemos cuando, ni como, ni por qué caminos actuará Dios para seguir impulsando su Reino.
Pero lo que no podemos hacer es mirar al futuro sólo desde nuestros cálculos y previsiones.
La Iglesia no puede disponer de su destino, ni puede fundamentar su porvenir en sí misma; nuestra esperanza está puesta solo en Dios porque solo Dios salva, y sólo El puede sacar adelante de una manera incansable, su proyecto de salvación en el mundo.
Dios seguirá haciendo realidad, dentro y fuera de la Iglesia, con nosotros o sin nosotros su plan de salvación.
Ni la secularización moderna, ni nuestra mediocridad van a bloquear su acción salvadora.
Dios es Dios… y esto no se nos puede olvidar.
     Y este Dios de Jesucristo es nuestro mayor potencial de esperanza.
 
6 – La fuente de nuestra esperanza
La fuerza más transformadora del cristianismo está en ser una propuesta de cambio de mentalidad para cualquiera que sienta la incertidumbre en su vida.
La alegría que da el saber que Dios ama este mundo apasionadamente y nos ama a cada uno de nosotros, es la verdadera fuente de nuestra esperanza. Desde ahí, hay un algo que nos da la certeza de que nada puede pasarle a quien cree en ese Dios de Jesús. Nadie se puede sentir alejado del amor de Dios, aunque se crea en las peores circunstancias. En el Evangelio hay constancia de esto:
Pobres, prostitutas, recaudadores, enfermos… y todos los que en tiempos    de Jesús se sentían  despreciados, impuros y culpables… recibieron de El las mayores pruebas de que Dios no les daba de lado.
Lo cual nos habla de un Dios que no abandonará nunca a nadie.
 
7 – Dios dirá la última palabra
Por eso, esperar en cristiano significa confiar en Dios como lo hizo Jesús.
Es tener la seguridad de que no hay nada que pueda perderse definitivamente. Conscientes de que todo está en manos de Dios, nos ponemos manos a la obra, como si todo dependiera de nosotros.
Jesús vivía con esta actitud; por eso se sentía libre de toda clase de miedos.
Lo expresaba al afirmar: “ No tengáis miedo a los que matan el cuerpo y no pueden hacer nada más” (Lc. 12, 4)
Este pasaje no deja de ser curioso. La fuerza de la esperanza de Jesús está en ese: “no pueden hacer más” ¡qué más se puede hacer después de haber muerto!
Pero Jesús no era un ingenuo sino que tenía una profunda convicción la de que nada ni nadie, ni siquiera la muerte, puede separar a un hombre de las manos de Dios.
La parálisis, el miedo, la incertidumbre…se superan por la fe en un Dios que dirá su última palabra, más allá de lo que muestran las evidencias de destrucción y de muerte. Esto es resucitar.
Lo cual no quiere decir que la esperanza cristiana se sitúe sólo en los límites de la existencia. La esperanza tiene una fuerza de anticipación y de todo lo bueno y todo lo bello que Dios quiere, para nosotros, la plenitud que alcanzaremos en el cielo… puede ser verdad aquí en la tierra.
Todos podemos sembrar el cielo en la tierra.
Jesús era especialista en esta apreciación. El veía como estaba brotando otro mundo positivo, el que otros no podían ver, y así se lo hacía notar a sus discípulos.
 
 8 Tanto las personas como las sociedades se definen por el contenido de sus esperanzas
La esperanza es algo tan importante que podemos decir que tanto las personas como las sociedades se definen por el contenido de sus esperanzas.
Por eso  se explica algo tan sorprendente como lo siguiente: en esta sociedad opulenta donde hay siempre algo que comer (a veces mucho), amigos que se interesan por nosotros y que nos llaman por nuestro nombre, libros, músicas, autobuses cómodos que nos trasladan de un sitio a otro y nos hacen cambiar de paisaje, grifos de agua corriente, interruptores eléctricos…sean más altos los índices de tristeza, desesperanza y de suicidio.
Y esto ¿por qué?
Pues porque, en el fondo, nuestra esperanza es totalmente superficial… porque seguimos buscando cosas superficiales y a veces superfluas que no tienen consistencia y que sólo nos pueden dar una falsa seguridad.
Y es que el dinero, el éxito, la imagen, la posición social… en realidad no son más que añadiduras que nada tienen que ver con la verdadera alegría, con el amor, con la libertad, con la belleza… y con el sentido de la vida.
Nuestra esperanza, en definitiva, con mucha frecuencia, no es una esperanza sustancial.
 
9 – Escenas de esperanza
Por eso, para adentrarnos en el núcleo de la verdadera esperanza vamos a analizar algunas situaciones de las muchas que se pueden plantear en nuestra vida:
- Todos estamos apuntados en alguna lista de espera…como este hombre que tiene que ser operado y lleva ya en lista de espera once meses…Once meses esperando…Y hoy le acaban de decir que tiene que seguir esperando cinco o seis meses más…¡Qué angustiosa es la espera!
 -  Todos hemos pasado largas horas en alguna sala de espera… como en las urgencias de un hospital (y eso que son urgencias) Para algunas personas su situación de vida se ha convertido en estar permanentemente en una sala de espera…como este joven al que me acerco y le pregunto:
-  ¿Qué haces?
-  ¡Esperando!
-  ¿Y qué esperas?
-  ¡Que me llamen!
-  ¿Y quién esperas que te llame?
-  Pues alguien… alguna persona de alguno de los 127 sitios, empresas, oficinas, centros de trabajo a los que he enviado mi curriculum…Cinco años esperando para acabar mi carrera. Y ahora ya llevo dos años esperando que me llamen, al menos para una entrevista.
La esperanza es lo último que se pierde…pero ¡qué larga es la espera!
-   Todos esperamos a alguien en el andén de cualquier estación…como esta mujer de 53 años que espera desde hace una hora el tren expreso que viene de Francia. Está nerviosa y está contenta a la vez. Está inquieta…De vez en cuando levanta la cabeza para mirar el gran reloj redondo que cuelga del techo del andén…Ahora acaban de anunciar los altavoces que, dentro de breves momentos el tren expreso procedente de Irún, hará su entrada por vía primera, andén primero. La mujer, casi toda de negro, espera abrazar pronto a su hija a la que no ve desde hace tres años… ¡Qué inquieta es la espera!
Partiendo de estas escenas nos podemos plantear algunas preguntas: ¿Qué elementos comunes se dan  en estas situaciones tan distintas?
¿Cómo se va mostrando a través de nuestras aspiraciones inmediatas, el contenido más profundo y mas sustancial de nuestra esperanza?
 
10  - ¿Qué esperamos? y ¿Qué podemos esperar?
Para dar respuesta a estas preguntas, quiero empezar diciendo que al hablar de auténtica esperanza sustancial no nos referimos sólo a la esperanza teologal que trasciende este mundo y que viene a decirnos que la muerte no tiene la última palabra, nos referimos, además, a toda legítima aspiración, y a toda esperanza humana.
Y aunque es verdad que estamos abordando el tema desde una óptica cristiana no queremos perdernos en disquisiciones teóricas, distinguiendo y separando la esperanza humana de la cristiana.
Queremos hacer nuestro, en este sentido, el comienzo del famoso Documento del Vaticano II “Gaudium et Spes”         
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (n.º 1)
Esto es lo que pretendemos: que encuentren hoy, un eco especial en nuestro corazón las esperanzas de los más pobres y desamparados de la tierra:
- los oprimidos
- los excluidos
- los suprimidos…
porque todos esos “donnadie” son los lugares privilegiados para que surja la verdadera esperanza.
 
11  – La verdadera esperanza es patrimonio de las víctimas
Si la esperanza se nos ha dado para intentar caminar, es a los caminantes a quienes hay que dirigir la mirada, no a los instalados.
Sobre todo a los caminantes que han sido maltratados, a las víctimas apaleadas que sangran al borde de todos los caminos.
Es a ellas a quienes hay que preguntar: como esperan y como desesperan, en quien confían y a quien temen…
Y desde las victimas es desde donde se le ve el plumero a un modelo de sociedad, como la nuestra, sin alternativas que condena a muchos seres humanos a la pobreza y la exclusión… y más allá del cual solo se fomenta la pasividad, la inercia y la dominación.
La esperanza es para los desesperanzados;  para aquellos que la necesitan para vivir y en aquellas situaciones donde sólo ella puede dar razones para salir adelante.
Los instalados y los salvados no la necesitan.
Por eso mientras una ola de impotencia recorre las sociedades de la abundancia, la esperanza ha puesto su domicilio entre los empobrecidos de los “sures” y en los excluidos de los “nortes” de la tierra. O sea, en las víctimas del Sur y del Norte.
Por eso hoy los verdaderos creadores de esperanza  no son los defensores de la “modernidad” y del “progreso” sino los perdedores.
De este modo, la esperanza  acampa donde menos se la espera, en las periferias, en los gritos de las víctimas; es allí donde se vislumbra la realidad como esperanza; una esperanza que se oculta a los satisfechos y se desvela a los hundidos.
Así mismo, estos sujetos históricos de la esperanza serán los únicos capaces de universalizarla ( de abrir caminos de esperanza para todos) ya que si ellos, siendo víctimas, han podido esperar, nadie tiene ya razones para desesperar.
Si en el interior del holocausto nazi o en el Gólgota o en los terremotos centroamericanos… se esperó, nadie tiene razones para dejar de hacerlo. Si ellos tienen motivos de esperanza, todos podemos tenerlos.
En consecuencia, la esperanza de los últimos no es solo para ellos.
¿Por qué?
-   porque, desde ellos, se ven engañosas las propuestas de un modelo de sociedad sin alternativas.
-   Porque, desde ellos, se ven mentirosos los discursos actuales de los políticos, que solo sirven para justificar la injusticia.
-   y, sobre todo, porque desde ellos, se ve como la humanidad se ha quedado sin referentes para caminar. A pesar de lo cual, ellos están saliendo adelante sin imágenes establecidas ni guiones previos: no saben demasiado, pero saben lo suficiente para sobrevivir gracias a la fuerza y al dinamismo de su esperanza.
En estos escenarios en los que viven los más pobres, se camina sin referentes y sin imágenes porque allí la esperanza no está reñida con la oscuridad como postulaba aquella tradición bíblica, que prohibía hacer imágenes de la tierra prometida a la vez que impulsaba a caminar hacia ella.
Porque es precisamente en la quiebra de este mundo inhumano, donde se abre el futuro como promesa para todos.
Desde esta perspectiva, decía el Concilio Vaticano II:
“El porvenir está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (Gaudium et Spes n.º 31)
 
12 – La solidaridad, generadora de esperanza
Según esto, la solidaridad con los últimos y con los crucificados es, sin duda, el mayor generador de esperanza porque es lo que realmente universaliza la esperanza.
Y esta solidaridad podemos decir que se despliega en 6 potenciales:
- La indignación:
Todo lo que es injusto e inhumano nos hiere, nos ofende… y nos indigna. La indignación y la protesta es un ejercicio solidario porque parte de la convicción de que se necesita un mundo radicalmente distinto que garantice una vida digna para todos. No valen los remiendos El Mundo nuevo hay que formarlo desde el principio y desde su raíz.
Esta solidaridad como transgresión y como indignación supone una brecha abierta a la esperanza, sobre todo, para la conciencia cristiana.
Esto es lo que hace mantener la confianza en Dios en medio de las crisis históricas: cuanto más grave es la crisis del pueblo, con más fuerza se espera la salvación del Dios de lo imposible; de modo que ni los mayores escándalos de la historia pueden hacer sucumbir la esperanza.
- La justicia:
En los caminos desérticos y en las sendas oscuras producidas por la injusticia aparece el sentido de la esperanza como reclamo de una realidad más ajustada a la dignidad de los seres humanos.
La universalidad de la esperanza se alcanza a través del hambre y sed de justicia que es una forma histórica de solidaridad con las víctimas.
La expresión máxima de la esperanza cristiana es la resurrección de los muertos porque  expresa la justicia que hace Dios resucitando a su Hijo Jesús a quien este mundo ha asesinado injustamente.
De la misma manera la esperanza solidaria del cristiano espera la propia resurrección y la de todos los crucificados, como superación del escándalo histórico de la injusticia.
- La compasión:
La esperanza se ha dado para los desesperanzados, por lo cual nadie puede poseerla sólo para si mismo, sin perderla.
La razón de la esperanza es entregarla solidariamente en forma de compasión hacia el otro. Lo cual se pone de manifiesto:
-   cuando se acompaña al desahuciado,
-   cuando se consuela al derrotado,
-   cuando se genera ánimo para el deprimido,
-   cuando se defiende un derecho pisoteado…
Esta sensibilidad ante el sufrimiento de los demás nos obliga a mirarnos continuamente en los ojos de aquellos que sufren o están amenazados.
Quien busque al Dios de la esperanza o crea en el Señor de lo imposible verá que no puede dar rodeos y pasar de largo ante la desgracia de los demás, como insinúa la parábola del buen samaritano.
- La reciprocidad:
El dinamismo de la solidaridad, que genera esperanza, nace de la convicción de que dar es siempre recibir. Mientras el pobre (que cree no tener nada) pueda dar algo y el rico (que cree tenerlo todo) pueda recibir algo habrá esperanza para todos.
Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos y daban mucho, pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: «Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos.» (Mc 12, 41-44)
La ayuda sin reciprocidad es un ejercicio de poder que no dignifica. La solidaridad, por el contrario, está siempre abierta a recibir del otro.
Las formas de esperar y desesperar que tienen los empobrecidos y excluidos pueden ser buena noticia para los satisfechos; porque ellos revelan a los pueblos de la abundancia que se puede vivir mejor y ser más humano y más feliz de otra manera (y  no según los criterios del egoísmo, el consumismo, el individualismo …)
- El ánimo:
Con la solidaridad, nace un potencial nuevo: el ánimo, que es como una energía que nos impulsa hacia arriba, hacia aquello que tiene valor.
El ánimo es la fuerza que nos empuja a superar la rutina de lo cotidiano.
Sin embargo el ánimo no está reñido con la oscuridad pues aunque caminemos en medio de dificultades y con una gran pobreza de medios, en vez de tirar la toalla, sentiremos una fuerza irresistible que nos empujará para seguir adelante.
- La celebración:
La celebración personal y comunitaria regenera tanto la solidaridad como la esperanza.
“Si calla el cantor calla la vida”
La fiesta  y la celebración no es para evadirnos de la realidad o de los problemas de la vida, sino para todo lo contrario.
La celebración nos tiene que servir para tomar conciencia de que si la esperanza nos anuncia un futuro sin males es para que nos comprometamos decididamente en transformar el presente.
 
13 – “Lugares” de aprendizaje y ejercicio de la esperanza cristiana
El papa Benedicto XVI en su encíclica “Spe Salvi” (“Salvados en esperanza”) en el n.º  32 dice que los “lugares” de aprendizaje de la esperanza cristiana son: 
- La oración:
Es el lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza. Es la mejor escuela de la esperanza.
“Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar -, El puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está solo”.
Pone, a continuación el ejemplo del cardenal Van Thuan que estuvo trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total… y la escucha de Dios y el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, esa esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad. (Su testimonio ha quedado recogido en el pequeño libro: “Oraciones de esperanza”)
San Agustín también ilustró de forma muy bella la relación íntima que existe entre la oración y la esperanza.
El define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha nacido para Dios mismo, para ser colmado por El. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega; por eso tiene que ser ensanchado
 “Dios, retardando su don, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y ensanchándola, la hace capaz de su don”
Y utiliza una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano:
“Imagínate que Dios quiere llenarte de miel (símbolo de la ternura y la bondad de Dios); si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?”
El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor.
La oración es pues, un proceso de purificación interior, que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso capaces también para los demás.
En la oración aprendemos:
- que es lo que verdaderamente podemos pedirle a Dios,
- que no podemos rezar contra el otro,
- que no podemos pedir cosas superficiales y banales…
Hay muchas pequeñas esperanzas equivocadas que nos alejan de Dios y de los demás.
Por eso la oración es la mejor escuela en la que tenemos que aprender a purificar nuestros deseos y nuestras esperanzas y a liberarnos de todas las mentiras ocultas con las que nos engañamos a nosotros mismos.
- El sufrimiento:
El sufrimiento forma parte de la existencia humana.
En la lucha contra el dolor físico se han hecho grandes progresos, aunque en las últimas décadas ha aumentado el sufrimiento de los inocentes y también las dolencias psíquicas.
Es cierto que debemos hacer todo lo posible por superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos.
Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptarlo y de madurar en él.
El sufrimiento y los tormentos pueden ser terribles y casi insoportables. Sin embargo tenemos testimonios de cómo puede surgir en medio de la oscuridad la estrella de la esperanza y cómo en medio del amenazante oleaje  se puede fondear con el ancla de la esperanza en la profundidad de Dios.
El sufrimiento, sin dejar de ser sufrimiento, se puede convertir, a pesar de todo en canto de alabanza.
En este contexto quisiera citar algunas frases del mártir vietnamita Pablo Be-Bao-Thin (+ 1857) en las que resalta esta transformación del sufrimiento mediante la fuerza de la esperanza:
“Yo Pablo, encarcelado por el nombre de Cristo, os quiero explicar las tribulaciones en que me veo sumergido cada día para que alabéis conmigo al Señor, porque es eterna su misericordia.
Esta cárcel es un verdadero infierno: a los crueles suplicios de toda clase, como son grillos, cadenas de hierro y ataduras, hay que añadir el odio, las venganzas, las calumnias, peleas, maldiciones, angustias y tristeza… En medio de estos tormentos, que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios, estoy lleno de gozo y alegría porque no estoy sólo sino que Cristo está conmigo…
Le pido a Dios que me siga dando su apoyo para que su fuerza se manifieste en mi debilidad…
Hermanos, os escribo todo esto para que se unan vuestra fe y la mía. En medio de esta tempestad echo el ancla hacia el misterio insondable  de Dios, esperanza viva de mi corazón”.
Realmente es una carta escrita desde “el infierno”  pero también en el peor de los infiernos puede brillar la luz de la esperanza.
La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre.
Sufrir con el otro, o sufrir por los otros… sufrir por amor, sufrir por la verdad, sufrir por la justicia… son elementos fundamentales de humanidad.
Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿el otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿es tan importante para mi la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿es tan grande el amor que justifique el don de mi mismo?... En la historia de la humanidad, la fe cristiana ha tenido el mérito de responder  de una manera nueva y profunda a estas preguntas.
La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad ya que Dios mismo es la Verdad, la Justicia y el Amor en persona… y que el hombre tiene un valor tan grande para Dios que El mismo se hizo hombre para poder com-padecer (compartir nuestra vida y nuestro dolor).
Por eso, en cada pena humana ha entrado el consuelo del amor de un Dios que se implica hasta el punto de jugarse la vida por acabar con el sufrimiento del mundo… y ahí es donde aparece y empieza a brillar la estrella de la esperanza.
Por eso necesitamos el testimonio de tantos hombres y mujeres que han abierto caminos y horizontes de esperanza.
Los necesitamos en las pequeñas alternativas de la vida cotidiana y en los momentos decisivos de nuestra existencia.

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