Permanece tranquilo y dedicado a tus deberes, haciendo lo que sabes que te corresponde.
En tus manos está la aplicación atenta, concentrada en el momento, no los resultados de tu acción, que competen a Dios.
Al cuerpo dale postura adecuada y sin tensión innecesaria.
A la mente, la oración del Nombre de Jesús.
Al espíritu, la atención a la sagrada presencia que, como fondo sutil, todo lo envuelve.
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