“Toda nuestra vida, por muda que sea, la vida de Nazaret, la vida de desierto, lo mismo que la vida pública, deben ser una predicación del Evangelio por el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro ser, debe gritar el Evangelio sobre los tejados; toda nuestra persona debe respirar a Jesús […] Todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como una imagen de Jesús” [Carlos de Foucauld]
Carlos de Foucauld intuyó la fuerza evangélica y apostólica de la vida oculta de Nazaret que ha ido a lo largo del tiempo generando vidas según el corazón de Jesucristo y apóstoles de la concordia y el diálogo entre las personas, culturas y pueblos del orbe entero. Ciertamente que el Hermano Carlos vivió en una época distinta a la nuestra y ya sabemos cuán importante es la textura interior de cada ser junto al contexto vital para entender y dar respuesta a las situaciones. Hoy, sin duda, la espiritualidad nazarena hay que conjugarla con el ágora de la plaza pública cafarnaita pues es objetivo prioritario el anuncio de Jesucristo en un mundo nuevo y cambiante con las características que bien conocemos todos por diversos análisis actuales.
De manera alguna puede entenderse la espiritualidad que nace del hogar de Nazaret como una aceptación de los acontecimientos apartándonos del ruido del mundo como si éste no fuera lugar de salvación. Menos aún como resignación ante las dificultades que nos marca la vida desde los diversos problemas y limitaciones. En la casa de Nazaret se ama la vida y se lucha a diario por vencer la monotonía de la cotidianidad. Es bueno leer los silencios evangélicos, no tanto como ocultamiento del que ya se llegó al extremo con la encarnación, como la normalización de la vida en un hogar modesto pero autosuficiente en cuanto había dos hombres para ganar el pan con el trabajo artesanal. En este particular hermoso resumen nos hace la constitución “Gaudium et spes” cuando habla del Cristo, el Hombre nuevo y dice: “[…] El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (n. 22 §2).
En efecto, Jesús a lo largo de su vida en Nazaret, va descubriendo qué es ser hombre, y va creciendo como humano en todas sus dimensiones (Cf. Lc 2,52). En este tiempo se autocomprende como el Hijo del Hombre, es decir, el hombre poseído plenamente por el Espíritu de Dios (Lc 3,21-22). Y es que el hombre no es pleno, sino en referencia al Espíritu de Dios. Jesús vive una vida plenamente humana, en libertad, en verdad, en amor. Es un hombre “lleno de autoridad” (Mc 2,10) “de fuerza” (Lc 6,19) “de sabiduría” (Mc 1,27) “de veracidad” (Lc 20,21). Es, en definitiva, el hombre nuevo de difícil entendederas para sus contemporáneos cuando decían, “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46).
Nuestro BOLETÍN quiere aportar vida e ideas para vivir nuestro Nazaret concreto con conciencia de que muchos han tratado el tema que nos ocupa[1] y muchos otros en la actualidad están reflexionando sobre este asunto. Así Francisco Clemente denomina espiritualidad del exilio a esta manera oculta de vivir y ser testigo porque “estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza en medio de un pueblo incrédulo”. Abusando de la amabilidad de Ión Etxezarreta hemos tomado de su magnífico libro Hacia los más abandonados. Un estilo de evangelización. El hermano Carlos de Foucauld[2] un tema que ayuda a comprender el Nazaret de Carlos de Foucauld como es la hospitalidad. En el comentario “Un libro…un amigo” presentamos un libro de reciente publicación del Hermano Arturo Paoli donde podemos encontrar páginas maravillosas sobre la hospitalidad. Completamos la sección con el artículo del Hermano Antoine Chatelard que lleva por título Carlos de Foucauld en Tamanrasset. Una vida fraterna en el corazón del mundo.
Testimonios de vida nos ofrecen Juan Sanchís, Aurelio Sanz y las Hermanitas del Sagrado Corazón que nos acercan de manera suave a las reflexiones del mismo Aurelio Sanz, en sus notas resumidas del retiro que animó a la fraternidad sacerdotal el pasado diciembre, junto al trabajo profundo e iluminador del sacerdote italiano Antonio Parangón.
La voluntad de amar a Jesús lleva a Carlos de Foucauld a la imitación, a querer pensar, decir y hacer lo que Jesús habría pensado, dicho y hecho en las distintas circunstancias de su vida. De Foucauld resume bien su proyecto espiritual en estas líneas que escribe en 1902 a su amigo de instituto Gabriel Lourdes: “La imitación es inseparable del amor; tú lo sabes: todo el que ama, quiere imitar. Es el secreto de mi vida: he perdido mi corazón por este Jesús de Nazaret, crucificado hace 1900 años y me paso la vida tratando de imitarle, hasta donde lo permite mi debilidad”.
La figura de Jesús que lo seduce y que quiere imitar, es la de “el obrero, hijo de María” (Cf. Mc 6, 3) llevando en Nazaret la vida sencilla y ordinaria de sus contemporáneos y de sus compatriotas. Le impresiona especialmente la humillación que rodea la Encarnación del Hijo de Dios: “Dios, el Ser infinito, el Todopoderoso, haciéndose hombre, el último de los hombres». A partir de este descubrimiento que es una revelación que recibe por gracia, habla así de lo que considera como su llamada, su vocación: «Estoy ansioso por llevar finalmente la vida que busco desde hace más de siete años, la que vislumbré, adiviné, andando por las calles que pisaron los pies de nuestro Señor, en Nazaret; pobre artesano perdido en la abyección y la oscuridad”. Y se fija este programa de vida: “Para mí, buscar siempre el último de los últimos lugares, para ser tan pequeño como mi Maestro, para caminar con Él, paso a paso, como discípulo fiel, para vivir con mi Dios que vivió así toda su vida y me da este ejemplo desde su nacimiento”.
Ante nosotros aparecen tres lugares de referencia que habremos de conjugar y que son, a saber, el Nazaret de Jesús, el Nazaret de Carlos de Foucauld de finales del siglo XIX y comienzos del XX; y nuestro Nazaret en el hoy de Dios. En el titulo del Boletín hemos querido recoger una frase escrita por el Hermano Carlos en medio de su intensa vida apostólica en Beni Abbès: “La Fraternidad es el tejado del Buen Pastor […] No tenemos catequesis ni escuela con los niños […] nos preocupamos de los niños abandonados o semiabandonados […] después de tenerlos el tiempo necesario como huéspedes de la Fraternidad, procuraremos su admisión en orfanatos religiosos. Los viejos abandonados, los enfermos crónicos y los que no reciben cuidados, los acogeremos y cuidaremos en nuestra casa como huéspedes […][3].
La redacción del BOLETÍN ofrece a sus lectores un número que debe ser complementado desde la situación particular de cada uno escuchando los signos de los tiempos y aceptando de buen grado nuestra humilde pero única experiencia personal.
Manuel Pozo Oller,
Director
[1] Algunos artículos publicados en el BOLETÍN: Lorenzo Alcina, Contenidos de la espiritualidad de Nazaret según Carlos de Foucauld, 3 (1982) 7-11; Felicitas Betz, Carlos de Foucauld: predicando el Evangelio en silencio 3 (1979), 4-12; Jaume Camprodon, Volver a Nazaret, 1 (1977), 4-5; A. Chatelard, Carlos de Foucauld y la espiritualidad del momento presente, 1 (1994), 33-39; Fraternidad Iesus Cáritas, ¿Qué es Nazaret? 1 (1977), 6-8; item, Nazaret en medio de la ciudad secular, 3 (1982), 19-21; Jordi Giró, El tiempo de Nazaret en Albert Peyriguère, 3 (1982) 35-48; Manuel Hodar, Jesús, modelo de Nazaret, 2 (1982) 30-32; José Marco Santa, Nazaret según el P. Voillaume, 3 (1982) 49-55; Manuel Pozo Oller, Nazaret hoy: buscar a Dios entre los hombres, 1 (1990) 6-7; José Sánchez Ramos, Nazaret en la vida pastoral de Jesús, 1 (1990) 29-33; Aurelio Sanz, Hacia una pastoral juvenil de Nazaret, 2 (1984) 52-59; J. F. Six, Carlos de Foucauld. Proceso de Nazaret; 1 (1986) 33-46; et alii.
[2] Asociación C. Familias Carlos de Foucauld, Granada, 1995, 296 pp.
[3] Carlos de Foucauld, Obras espirituales. Antología de textos, Madrid, 1998, 137.
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