viernes, 27 de septiembre de 2013

Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia

 
fecha: 30 de septiembre
fecha en el calendario anterior: 3 de octubre
n.: 1873 - †: 1897 - país: Francia
otras formas del nombre: Teresita de Lisieux
canonización: B: Pío XI 29 abr 1923 - C: Pío XI 17 may 1925
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Lisieux, también en Francia, muerte de santa Teresa del Niño Jesús, cuya memoria se celebra el día siguiente.
patronazgo: patrona de Francia y de las misiones.
oración:
Oh Dios, que has preparado tu reino para los humildes y los sencillos, concédenos la gracia de seguir confiadamente el camino de santa Teresa del Niño Jesús, para que nos sea revelada, por su intercesión, tu gloria eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El entusiasmo y la extensión del culto a santa Teresita del Niño Jesús, joven carmelita que no se distinguió exteriormente de tantas otras de sus hermanas, es uno de los fenómenos más impresionantes y significativos de la vida religiosa de nuestros días. La santa murió en 1897 y, poco después, era ya conocida en todo el mundo. Su «caminito» de sencillez y perfección en las cosas pequeñas y en los detalles de la vida diaria, se ha convertido en el ideal de innumerables cristianos. Su biografía, escrita por orden de sus superiores, es un libro famoso y los milagros y gracias que se atribuyen a su intercesión son incontables. La comparación entre las dos Teresas es inevitable, ya que ambas fueron carmelitas, ambas fueron santas y ambas nos dejaron una larga autobiografía en la que se reflejan tanto las divergencias espirituales y temperamentales como los rasgos comunes.

Los padres de la futura santa eran Luis Martin, un relojero de Alençon, hijo de un oficial del ejército de Napoleón y Celia María Guerin, costurera de la misma ciudad, cuyo padre había sido gendarme en Saint-Denis, los dos beatificados por SS Benedicto XVI. María Francisca Teresa nació el 2 de enero de 1873. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. «Mis recuerdos más antiguos son de sonrisas y caricias de ternura», confiesa ella misma. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente precoz ni devota. En cierta ocasión en que su hermana mayor, Leonía, ofreció una muñeca y algunos juguetes a Celina y Teresita, Celina escogió una peluca de seda; en cambio, Teresita dijo codiciosamente: «Yo quiero todo». «Ese incidente resume toda mi vida. Más tarde ... exclamaba: ¡Dios mío, yo lo quiero todo! ¡No quiero ser santa a medias!».

En 1877 murió la madre de Teresita. El señor Martin vendió entonces su relojería de Alençon y se fue a vivir a Lisieux (Calvados), donde sus hijas podían estar bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. El Sr. Martin tenía predilección por Teresita. Sin embargo, la que dirigía la casa era María, y la mayor, Paulina, se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Paulina solía leer en voz alta a toda la familia en las largas veladas de invierno; para ello no escogía cualquier libro de piedad barata, sino nada menos que «El año Litúrgico» de Dom Guéranger. Cuando Teresita tenía nueve años, Paulina ingresó en el Carmelo de Lisieux. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. En aquella época era una niña afable y sensible; la religión ocupaba una parte muy importante en su vida. Un día ofreció un céntimo a un mendigo baldado, quien lo rehusó con una sonrisa. Teresita hubiera querido seguirle para instarle a que aceptara el pastelillo que su padre acababa de darle; la timidez le impidió hacerlo, pero la niña se dijo: «Voy a pedir por este pobrecito el día de mi primera comunión». Aunque ese día de «felicidad total» tardó cinco años en llegar, Teresita no olvidó su promesa. Se educaba por entonces en la escuela de las benedictinas de Notre-Dame-du-Pré. Entre sus recuerdos de escuela, anota: «Viendo que algunas niñas querían particularmente a una u otra de las profesoras, trataba yo de imitarlas, pero nunca conseguí ganarme el favor especial de ninguna. ¡Feliz fracaso, que me salvó de tantos peligros!» Cuando Teresita tenía cerca de catorce años, su hermana María fue a reunirse con Paulina en el Carmelo. La víspera de la Navidad de ese mismo año, Teresita tuvo la experiencia que desde entonces llamó su «conversión»: «Aquella bendita noche, el dulce Niño Jesús, quien tenía apenas una hora de nacido, inundó la oscuridad de mi alma con ríos de luz. Se hizo débil y pequeño por amor a mí para hacerme fuerte y valiente. Puso sus armas en mis manos para que avanzase yo de cima en cima y empezase, por decirlo así, 'a correr como gigante'». Es curioso notar que la ocasión de esta gracia súbita fue un comentario que hizo el padre de la joven acerca del cariño que ella profesaba a las tradiciones navideñas. Y el comentario del Sr. Martin no iba dirigido especialmente a Teresita.


En el curso del año siguiente, la joven comunicó a su padre su deseo de ingresar en el Carmelo y obtuvo su consentimiento; pero tanto las autoridades de la orden como el obispo de Bayeux opinaron que Teresita era todavía demasiado joven. Algunos meses más tarde, Teresita y su padre fueron a Roma con una peregrinación francesa, organizada con motivo del jubileo sacerdotal de León XIII. En la audiencia pública, cuando llegó el turno a Teresita para arrodillarse a recibir la bendición del Pontífice, la joven quabrantó osadamente la regla del silencio y dijo a Su Santidad: «En honor de vuestro jubileo, permitidme entrar en el Carmelo a los quince años». El Pontífice, evidentemente impresionado por el aspecto y los modales de la joven, apoyó sin embargo la decisión de las autoridades inmediatas: «Entraréis, si es la voluntad de Dios», le dijo, y la despidió con suma bondad. La bendición de León XIII y las ardientes oraciones que hizo Teresita en múltiples santuarios durante la peregrinación, produjeron fruto a su tiempo. A fines de aquel año, Mons. Hugonin concedió a Teresita la ansiada autorización, y la joven ingresó, el 9 de abril de 1888, en el Carmelo de Lisieux, en el que la habían precedido sus dos hermanas. La maestra de novicias afirmó, bajo juramento: «Desde su entrada en la orden, su porte, que tenía una dignidad poco común en su edad, sorprendió a todas las religiosas».

El P. Pichon S.J., quien predicó los Ejercicios a la comunidad cuando Teresita era novicia, dio el siguiente testimonio en el proceso de beatificación: «Era muy fácil dirigirla. El Espíritu Santo la conducía, y no recuerdo haber tenido que prevenirla contra las ilusiones, ni entonces, ni más tarde ... lo que más me llamó la atención durante aquellos Ejercicios fueron las pruebas especiales a las que Dios la sometía». La joven religiosa leía asiduamente la Biblia y la interpretaba correctamente, como lo prueban las múltiples citas de la Sagrada Escritura que hay en «Historia de un alma». Dado que su culto ha alcanzado las proporciones de una devoción popular, vale la pena llamar la atención sobre la predilección de la santa por la oración litúrgica y su inteligencia de esa inagotable fuente de vida cristiana. Cuando le tocaba oficiar durante la semana y tenía que recitar en el coro las colectas del oficio, solía recordar «que el sacerdote dice las mismas oraciones en la misa y, como él, estaba yo autorizada a rezar en voz alta ante el Santísimo Sacramento y a leer el Evangelio, cuando era yo primera cantora». En 1899, Teresita y sus hermanas sufrieron una tremenda prueba de ver que su padre perdía el uso de la razón a consecuencia de dos ataques de parálisis. Hubo que internar al Sr. Martin en un asilo privado, en el que permaneció tres años. Escribió Teresita: «los tres años del martirio de mi padre fueron, a lo que creo, los más ricos y fructuosos de nuestra vida. Yo no los cambiaría por los éxtasis más sublimes». La joven religiosa hizo su profesión el 8 de septiembre de 1890. Pocos días antes, escribía a la madre Inés de Jesús (Paulina): «Antes de partir, mi Amado me preguntó por qué caminos y países iba yo a viajar. Yo repliqué que mi único deseo consistía en llegar a la cumbre del monte del Amor. Entonces nuestro Salvador, tomándome por la mano, me condujo a un camino subterráneo, en el que no hace frío ni calor, en el que el sol no brilla nunca, en el que el viento y la lluvia no tienen entrada. Es un túnel en el que reina una luz velada que procede de los ojos de Jesús, que me miran desde arriba ... Daría yo cualquier cosa por conquistar la palma de Santa Inés; si Dios no quiere que la gane por la sangre, la ganaré por el amor ...»

Uno de los principales deberes de las carmelitas consiste en orar por los sacerdotes. Santa Teresita cumplió ese deber con inmenso fervor. Durante su viaje por Italia, había visto u oído algo que le había hecho abrir los ojos a la idea de que los sacerdotes tienen necesidad de oraciones tanto como el resto de los cristianos. Teresita jamás cesó de orar, en particular, por el célebre ex carmelita Jacinto Loyson, quien había apostatado de la fe. Aunque era de constitución delicada, la santa religiosa se sometió desde el primer momento a todas las austeridades de la regla, excepto al ayuno, pues sus superioras se lo impidieron. La priora decía: «Un alma de ese temple no puede ser tratada como una niña. Las dispensas no están hechas para ella». Sin embargo, Teresita confesaba: «Durante el postulantado, me costó muchísimo ejecutar ciertas penitencias exteriores ordinarias. Pero no cedí a esa repugnancia, porque me parecía que la imagen de mi Señor crucificado me miraba con ojos que imploraban tales sacrificios». Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento; pero nadie lo sospechó hasta que Teresita lo confesó en el lecho de muerte. Al principio de su vida religiosa había dicho: «Quiera Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos». Y un día pudo exclamar: «He llegado a un punto en que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento me es dulce».


La autobiografía titulada «Historia de un alma», que santa Teresita escribió por orden de su superiora, es un hermoso documento, de carácter excepcional. Está escrito en estilo claro y de gran frescura, lleno de frases familiares. Abundan las intuiciones psicológicas que revelan un extraordinario conocimiento propio y una profunda sabiduría espiritual de la que no está excluida la belleza. Cuando Teresita define su oración, nos revela más acerca de sí misma que si hubiese escrito muchas páginas de análisis propiamente dicho: «Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi gratitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba. En una palabra, la oración es algo noble y sobrenatural, que ensancha mi alma y la une con Dios ... Confieso que me falta valor para buscar hermosas oraciones en los libros, excepto en el oficio divino, que es para mí una fuente de gozo espiritual, a pesar de mi indignidad ... Procedo como una niña que no sabe leer; me limito a exponer todos mis deseos al Señor, y Él me entiende». La penetración psicológica de la autobiografía es muy aguda: «Me porto como un soldado valiente en todas las ocasiones en las que el enemigo me provoca a la lucha. Sabiendo que el duelo es un acto de cobardía, vuelvo las espaldas al enemigo sin dignarme ni siquiera mirarle, me refugio apresuradamente en mi Salvador y le manifiesto que estoy pronta a derramar mi sangre para dar testimonio de mi fe en el cielo». Teresita resta importancia a su heroica paciencia con una salida humorística. Durante la meditación en el coro, una de las hermanas solía agitar el rosario, cosa que irritaba sobremanera a la joven religiosa. Finalmente, «en vez de tratar de no oír nada, lo cual era imposible, decidí escuchar como si fuese la más deliciosa música. Naturalmente mi oración no era precisamente 'de quietud', pero cuando menos tenía yo una música que ofrecer al Señor». El último capítulo de la autobiografía constituye un verdadero himno al amor divino que concluye así: «Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas; te suplico que escojas entre ellas una legión de víctimas insignificantes de tu amor». Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas: «Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor».

En 1893, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente era ella la maestra de novicias, aunque no tenía el título. Acerca de sus experiencias de aquella época, escribe: «De lejos parece muy fácil hacer el bien a las almas, lograr que amen más a Dios y moldearlas según las ideas e ideales propios. Pero cuando se ven las cosas más de cerca, llega uno a comprender que hacer el bien sin la ayuda de Dios es tan imposible como hacer que el sol brille a media noche ... Lo que más me cuesta es tener que observar hasta las menores faltas e imperfecciones para combatirlas despiadadamente». La santa tenía entonces veinte años. Su padre murió en 1894. Poco después, Celina, quien hasta entonces se había encargado de cuidarle, siguió a sus tres hermanas en el Carmelo de Lisieux. Dieciocho meses más tarde, en la noche del Jueves al Viernes Santos, santa Teresita sufrió una hemorragia bucal, y el gorgoteo de la sangre que le subía por la garganta lo oyó «como un murmullo lejano que anunciaba la llegada del Esposo». Por entonces se sintió inclinada a responder al llamado de las carmelitas de Hanoi, en la Indochina, quienes querían que partiese a dicha misión. Pero su enfermedad fue empeorando cada vez más y, los últimos dieciocho meses de su vida, fueron un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. Dios le concedió entonces una especie de don de profecía, y Teresita hizo la triple confesión que ha estremecido al mundo entero: «Nunca he dado a Dios más que amor y Él me va a pagar con amor. Después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas». «Quiero pasar mi cielo haciendo bien a la tierra». «Mi 'caminito' es un camino de infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta». En junio de 1897, la santa fue trasladada a la enfermería del convento, de la que no volvió a salir. A partir del 16 de agosto, ya no pudo recibir la comunión, pues sufría de una naúsea casi constante. El 30 de septiembre, la hermana Teresa de Lisieux murió con una palabra de amor en los labios.

El culto de la joven religiosa empezó a crecer con rapidez y unanimidad impresionantes. Por otra parte, los múltiples milagros obrados por su intercesión atrajeron sobre Teresita las miradas de todo el mundo católico. La Santa Sede, siempre atenta al clamor unánime de toda la Iglesia visible, suprimió en este caso el período de cincuenta años que se requería ordinariamente para introducir una causa de canonización. Pío XI beatificó a Teresita en 1923 y la canonizó en 1925 y extendió su fiesta a toda la Iglesia de Occidente. En 1927, santa Teresa del Niño Jesús fue nombrada, junto con san Francisco Javier, patrona de todas las misiones extranjeras y de todas las obras católicas en Rusia. Finalmente el papa Juan Pablo II, en 1997, la proclamó Doctora de la Iglesia, por medio de la Carta Apostólica «Divini Amoris Scientia». No sólo los católicos sino también muchos no católicos que habían leído la autobiografía y se habían asomado al misterio de la vida oculta de Teresita, acogieron con inmenso gozo esas decisiones de la Santa Sede. La joven santa era delgada, rubia, de ojos azul gris; tenía las cejas ligeramente arqueadas; su boca era pequeña y sus facciones delicadas y regulares. Las fotografías originales reflejan algo del ser de Teresita; en cambio, las fotografías retocadas que circulan ordinariamente son insípidas e impersonales.

Teresa del Niño Jesús se había entregado con entera decisión y plena conciencia a la tarea de ser santa. Sin perder el ánimo, ante la aparente imposibilidad de alcanzar las cumbres más elevadas del olvido de sí misma, solía repetirse: «Dios no inspira deseos imposibles. Por consiguiente, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. No tengo que hacerme más grande de lo que soy, sino aceptarme tal como soy, con todas mis imperfecciones. Quiero buscar un nuevo camino para el cielo, un camino corto y recto, un pequeño atajo. Vivimos en una época de invenciones. Ya no tenemos que molestarnos en subir escaleras; en las casas de los ricos hay elevadores. Yo quisiera descubrir un ascensor para subir hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir los escalones de la perfección. Así pues, me puse a buscar en la Sagrada Escritura algún indicio de que existía el ascensor que yo necesitaba y encontré estas palabras en boca de la Eterna Sabiduría: 'Que los que son pequeños vengan a Mí'.»

Los libros y artículos sobre santa Teresita son, por así decirlo, innumerables; pero todos se basan en la autobiografía y en las cartas de la santa, a las que se añaden en algunos casos ciertos testimonios del proceso de beatificación y canonización. Estos últimos documentos, impresos para uso de la Sagrada Congregación de Ritos, son muy importantes, ya que permiten ver que ni siquiera las religiosas sometidas a las austeridades de la regla del Carmelo están exentas de la fragilidad humana y que una parte de la misión de Teresita del Niño Jesús consistió precisamente en reformar con su ejemplo silencioso la observancia de su propio convento. Entre las mejores biografías de la santa (que no son las más largas), hay que mencionar las de H. Petitot, St Teresa of Lisieux: A Spiritual Renaissance (1927); la del barón Angot des Rotours en la colección Les Saints; la de F. Laudet, L'enafnt chérie du monde (1927); la de H. Ghéon, The Secret of the Little Flower (1934). Véase el estudio teológico de H. Urs von Balthasar, Thérése de Lisieux (1953). «L'histoire d'une ame» ha sido traducida prácticamente a todas las lenguas, incluso al hebreo. A mediados del siglo XX se ha publicado la edición original de Histoire d'une ame sin retoque alguno.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 
 
«DIVINI AMORIS SCIENTIA» 
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es declarada Doctora de la Iglesia universal
1. La ciencia del amor divino, que el Padre de las misericordias derrama por Jesucristo en el Espíritu Santo, es un don, concedido a los pequeños y a los humildes, para que conozcan y proclamen los secretos del Reino, ocultos a los sabios e inteligentes: por esto Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y bendijo al Padre, que así lo había establecido (cf. Lc 10, 21_22; Mt 11, 25_26).
También se alegra la Madre Iglesia al constatar que, en el decurso de la historia, el Señor sigue revelándose a los pequeños y a los humildes, capacitando a sus elegidos, por medio del Espíritu que «todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Co 2, 10), para hablar de las cosas «que Dios nos ha otorgado (...), no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales» (1 Co 2, 12. 13). De este modo el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad plena, la dota de diversos dones, la embellece con sus frutos, la rejuvenece con la fuerza del Evangelio y la hace capaz de escrutar los signos de los tiempos, para responder cada vez mejor a la voluntad de Dios (cf. Lumen gentium, 4 y 12; Gaudium et spes, 4).
Entre los pequeños, a los que han sido revelados de manera muy especial los secretos del Reino, resplandece Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, monja profesa de la orden de los Carmelitas Descalzos, de la que este año se celebra el centenario de su ingreso en la patria celestial. Durante su vida, Teresa descubrió «luces nuevas, significados ocultos y misteriosos» (Ms A 83 v) y recibió del Maestro divino la «ciencia del amor», que luego manifestó con particular originalidad en sus escritos (cf. Ms B 1 r). Esa ciencia es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio del Reino y de su experiencia personal de la gracia. Se puede considerar como un carisma particular de sabiduría evangélica que Teresa, como otros santos y maestros de la fe, recibió en la oración (cf. Ms C 36 r). 2. La acogida del ejemplo de su vida y de su doctrina evangélica ha sido rápida, universal y constante en nuestro siglo. Casi a imitación de su precoz maduración espiritual, su santidad fue reconocida por la Iglesia en el espacio de pocos años. En efecto, el 10 de junio de 1914 Pío X firmó el decreto de incoación de la causa de beatificación; el 14 de agosto de 1921 Benedicto XV declaró la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios, pronunciando en esa ocasión un discurso sobre el camino de la infancia espiritual; y Pío XI la proclamó beata el 29 de abril de 1923. Un poco más tarde, el 17 de mayo de 1925, el mismo Papa, ante una inmensa multitud, la canonizó en la basílica de San Pedro, poniendo de relieve el esplendor de sus virtudes, así como la originalidad de su doctrina, y dos años después, el 14 de diciembre de 1927, acogiendo la petición de muchos obispos misioneros, la proclamó, junto con san Francisco Javier, patrona de las misiones.
A partir de esos reconocimientos, la irradiación espiritual de Teresa del Niño Jesús ha aumentado en la Iglesia y se ha difundido por todo el mundo. Muchos institutos de vida consagrada y movimientos eclesiales, especialmente en las Iglesias jóvenes, la han elegido como patrona y maestra, inspirándose en su doctrina espiritual. Su mensaje, a menudo sintetizado en el así llamado «caminito», que no es más que el camino evangélico de la santidad para todos, ha sido objeto de estudio por parte de teólogos y autores de espiritualidad. Se han construido y dedicado al Señor, bajo el patrocinio de la santa de Lisieux, catedrales, basílicas, santuarios e iglesias en todo el mundo. La Iglesia católica en sus diversos ritos, tanto de Oriente como de Occidente, celebra su culto.
Numerosos fieles han podido experimentar el poder de su intercesión. Muchos, llamados al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada, especialmente en las misiones y en la vida contemplativa, atribuyen la gracia divina de la vocación a su intercesión y a su ejemplo.
3. Los pastores de la Iglesia, comenzando por mis predecesores los Sumos Pontífices de este siglo, que propusieron su santidad como ejemplo para todos, también han puesto de relieve que Teresa es maestra de vida espiritual con una doctrina sencilla y, a la vez, profunda que ella tomó de los manantiales del Evangelio bajo la guía del Maestro divino y luego comunicó a sus hermanos y hermanas en la Iglesia con amplísima eficacia (cf. Ms B 2 v _ 3 r).
Esta doctrina espiritual nos ha sido transmitida sobre todo en su autobiografía que, tomada de los tres manuscritos redactados por ella en los últimos años de su vida y publicada un año después de su muerte con el título: Historia de un alma (Lisieux 1898), ha despertado extraordinario interés hasta nuestros días. Esta autobiografía, traducida, al igual que sus demás escritos, a cerca de cincuenta lenguas, ha dado a conocer a Teresa en todas las regiones del mundo, incluso fuera de la Iglesia católica. A un siglo de distancia de su muerte, Teresa del Niño Jesús sigue siendo considerada una de las grandes maestras de vida espiritual de nuestro tiempo.
4. No es sorprendente, por tanto, que hayan llegado a la Sede apostólica muchas peticiones para que se le conceda el título de Doctora de la Iglesia universal.
Desde hace algunos años, y especialmente al acercarse la alegre celebración del primer centenario de su muerte, esas peticiones han llegado cada vez en mayor número, incluso de parte de Conferencias episcopales. Además, se han realizado congresos de estudio y abundan las publicaciones que ponen de relieve el hecho de que Teresa del Niño Jesús posee una sabiduría extraordinaria y, con su doctrina, ayuda a muchos hombres y mujeres de cualquier condición a conocer y amar a Jesucristo y su Evangelio. A la luz de estos datos, decidí encargar un atento estudio para saber si la santa de Lisieux cumplía los requisitos para poder ser declarada Doctora de la Iglesia universal.
5. En este marco, me complace recordar brevemente algunos momentos de la vida de Teresa del Niño Jesús. Nace en Alençon (Francia) el 2 de enero de 1873. Es bautizada dos días más tarde en la iglesia de Notre Dame, recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus padres son Louis Martín y Zélie Guérin, cuyas virtudes heroicas he reconocido recientemente. Después de la muerte de su madre, que acontece el 28 de agosto de 1877, Teresa se traslada con toda la familia a la ciudad de Lisieux donde, rodeada del afecto de su padre y sus hermanas, recibe una formación exigente y, a la vez, llena de ternura.
Hacia fines de 1879 recibe por primera vez el sacramento de la penitencia. En el día de Pentecostés de 1883 recibe la gracia singular de curar de una grave enfermedad, por intercesión de Nuestra Señora de las Victorias. Educada por las benedictinas de Lisieux, recibe la primera comunión el 8 de mayo de 1884, después de una intensa preparación, coronada por una singular experiencia de la gracia de la unión íntima con Jesús. Pocas semanas más tarde, el 14 de junio del mismo año, recibe el sacramento de la confirmación, con viva conciencia de lo que implica el don del Espíritu Santo en la participación personal en la gracia de Pentecostés. En la Navidad de 1886 vive una experiencia espiritual muy profunda, que describe como una «conversión total». Gracias a ella, supera la fragilidad emotiva derivada de la pérdida de su madre e inicia «una carrera acelerada» por el camino de la perfección (cf. Ms A 44 v _ 45 v).
Teresa desea abrazar la vida contemplativa, como sus hermanas Paulina y María, en el Carmelo de Lisieux, pero se lo impide su corta edad. Con ocasión de una peregrinación a Italia, después de visitar la santa Casa de Loreto y los lugares de la ciudad eterna, en la audiencia que el Papa concede a los fieles de la diócesis de Lisieux, el 20 de noviembre de 1887, con filial audacia pide a León XIII el permiso para entrar en el Carmelo a la edad de 15 años.
El 9 de abril de 1888 entra en el Carmelo de Lisieux, donde recibe el hábito de la orden de la Virgen el 10 de enero del año siguiente, y emite su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1890, fiesta de la Natividad de la Virgen María. En el Carmelo emprende el camino de la perfección trazado por la madre fundadora, Teresa de Jesús, con auténtico fervor y fidelidad, cumpliendo los diversos oficios comunitarios que se le confían. Iluminada por la palabra de Dios y probada de modo particular por la enfermedad de su amadísimo padre, Louis Martín, que muere el 29 de julio de 1894, Teresa se encamina hacia la santidad, insistiendo en la centralidad del amor. Descubre y comunica a las novicias encomendadas a su cuidado el caminito de la infancia espiritual, progresando en el cual ella penetra cada vez más en el misterio de la Iglesia y, atraída por el amor de Cristo, siente crecer en sí misma la vocación apostólica y misionera, que la impulsa a llevar a todos hacia el encuentro con el Esposo divino.
El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, se ofrece como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios. El 3 de abril del año siguiente, en la noche entre el Jueves y el Viernes santo, tiene una primera manifestación de la enfermedad que la llevará a la muerte. Teresa la acoge como la misteriosa visita del Esposo divino. Al mismo tiempo, entra en la prueba de la fe, que durará hasta su muerte. Al empeorar su salud, a partir del 8 de julio de 1897, es trasladada a la enfermería. Sus hermanas y otras religiosas recogen sus palabras, mientras los dolores y las pruebas, sufridos con paciencia, se intensifican hasta culminar con la muerte, en la tarde del 30 de septiembre de 1897. «Yo no muero; entro en la vida», había escrito a uno de sus hermanos espirituales, don Bellière (Carta 244). Sus últimas palabras: «Dios mío, te amo», son el sello de su existencia. 6. Teresa del Niño Jesús nos ha legado escritos que, con razón, le han merecido el título de maestra de vida espiritual. Su obra principal es el relato de su vida en los tres Manuscritos autobiográficos (A, B y C), publicados inicialmente con el título, que pronto se hizo célebre, de Historia de un alma.
En el Manuscrito A, redactado a petición de la hermana Inés de Jesús, entonces priora del monasterio, y entregado a ella el 21 de enero de 1896, Teresa describe las etapas de su experiencia religiosa: su infancia, especialmente el acontecimiento de su primera comunión y de la confirmación, y su adolescencia, hasta el ingreso en el Carmelo y su primera profesión. El Manuscrito B, redactado durante el retiro espiritual de ese mismo año, a petición de su hermana María del Sagrado Corazón, contiene algunas de las páginas más hermosas, conocidas y citadas de la santa de Lisieux. En ellas se manifiesta la plena madurez de la santa, que habla de su vocación en la Iglesia, Esposa de Cristo y Madre de las almas.
El Manuscrito C, redactado en el mes de junio y en los primeros días de julio de 1897, pocos meses antes de su muerte, y dedicado a la priora Maríade Gonzaga, que se lo había pedido, completa los recuerdos del Manuscrito A sobre su vida en el Carmelo. Estas páginas revelan la sabiduría sobrenatural de la autora. Teresa narra algunas experiencias elevadísimas de este período final de su vida. Dedica páginas conmovedoras a la prueba de la fe: una gracia de purificación que la sumerge en una larga y dolorosa noche oscura, iluminada por su confianza en el amor misericordioso y paternal de Dios. Una vez más, y sin repetirse, Teresa hace brillar la resplandeciente luz del Evangelio. Aquí encontramos las páginas más hermosas, dedicadas al abandono confiado en las manos de Dios, a la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo, y a su vocación misionera en la Iglesia.
Teresa, en estos tres manuscritos diversos, que coinciden en una unidad temática y en una progresiva descripción de su vida y de su camino espiritual, nos ha entregado una original autobiografía, que es la historia de su alma. En ella se pone claramente de manifiesto que en su existencia Dios ofrece al mundo un mensaje preciso, al señalar un camino evangélico, el «caminito», que todos pueden recorrer, porque todos están llamados a la santidad.
En sus 266 Cartas que conservamos, dirigidas a familiares, a religiosas y a los «hermanos» misioneros, Teresa comunica su sabiduría, desarrollando una doctrina que constituye de hecho un profundo ejercicio de dirección espiritual de almas.
Forman parte de sus escritos también 54 Poesías, algunas de las cuales entrañan gran profundidad teológica y espiritual, inspiradas en la sagrada Escritura. Entre ellas merecen especial mención «Vivir de amor» (Poesías, 17) y «Por qué te amo, María» (Poesías, 54), síntesis original del camino de la Virgen María según el Evangelio. A esta producción hay que añadir 8 Recreaciones piadosas: composiciones poéticas y teatrales, ideadas y representadas por la Santa para su comunidad con ocasión de algunas fiestas, según la tradición del Carmelo. Entre los demás escritos, conviene recordar una serie de 21 Oraciones y la colección de sus palabras pronunciadas durante los últimos meses de vida. Esas palabras, de las que se conservan varias redacciones, son conocidas como Novissima verba o Últimas conversaciones.
7. El análisis esmerado de los escritos de santa Teresa del Niño Jesús, y la resonancia que han tenido en la Iglesia, permiten descubrir los aspectos principales de la «doctrina eminente», que constituye el elemento fundamental en el que se basa la atribución del título de Doctora de la Iglesia.
Ante todo, se constata la existencia de un particular carisma de sabiduría. En efecto, esta joven carmelita, sin una especial preparación teológica, pero iluminada por la luz del Evangelio, se siente instruida por el Maestrodivino que, como ella dice, es «el Doctor de los doctores» (Ms A 83 v), el cual le comunica las «enseñanzas divinas» (Ms B 1 r). Siente que en ella se han cumplido las palabras de la Escritura: «El que sea sencillo, venga a mí...; al pequeño se le concede la misericordia» (Ms B 1 v; cf. Pr 9, 4; Sb 6, 6) y sabe que ha sido instruida en la ciencia del amor, oculta a los sabios y a los inteligentes, que el Maestro divino se ha dignado revelarle a ella, como a los pequeños (cf. Ms A 49 r; Lc 10, 21_22). Pío XI, que consideró a Teresa de Lisieux como «estrella de su pontificado», no dudó en afirmar en la homilía del día de su canonización, el 17 de mayo del año 1925: «El Espíritu de la verdad le abrió y manifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligentes y revelar a los pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor, destacó tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el camino cierto de la salvación» (AAS 17 [1925] p. 213).
Su enseñanza no sólo es acorde con la Escritura y la fe católica, sino que también resalta por la profundidad y la síntesis sapiencial lograda. Su doctrina es, a la vez, una profesión de la fe de la Iglesia, una experiencia del misterio cristiano y un camino hacia la santidad. Teresa ofrece una síntesis madura de la espiritualidad cristiana: une la teología y la vida espiritual, se expresa con vigor y autoridad, con gran capacidad de persuasión y de comunicación, como lo demuestra la aceptación y la difusión de su mensaje en el pueblo de Dios.
La enseñanza de Teresa manifiesta con coherencia y une en un conjunto armonioso los dogmas de la fe cristiana como doctrina de verdad y experiencia de vida. A este respecto, no conviene olvidar que, como enseña el concilio Vaticano II, la inteligencia del depósito de la fe transmitido por los Apóstoles progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo: «Crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Lc 2, 19 y 51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad» (Dei Verbum, 8).
Tal vez en los escritos de Teresa de Lisieux no encontramos, como en otros Doctores, una presentación científicamente elaborada de las cosas de Dios, pero en ellos podemos descubrir un testimonio iluminado de la fe que, mientras acoge con amor confiado la condescendencia misericordiosa de Dios y la salvación en Cristo, revela el misterio y la santidad de la Iglesia. Así pues, con razón se puede reconocer en la santa de Lisieux el carisma de Doctora de la Iglesia, tanto por el don del Espíritu Santo, que recibió para vivir y expresar su experiencia de fe, como por su particular inteligencia del misterio de Cristo. En ella confluyen los dones de la ley nueva, esdecir, la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe viva que actúa por medio de la caridad (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theol. I_II, q. 106, art. 1; q. 108, art. 1).
Podemos aplicar a Teresa de Lisieux lo que dijo mi predecesor Pablo VI de otra joven santa, Doctora de la Iglesia, Catalina de Siena: «Lo que más impresiona en esta santa es la sabiduría infusa, es decir, la lúcida, profunda y arrebatadora asimilación de las verdades divinas y de los misterios de la fe (...): una asimilación favorecida, ciertamente, por dotes naturales singularísimas, pero evidentemente prodigiosa, debida a un carisma de sabiduría del Espíritu Santo» (AAS 62 [1970] p. 675). 8. Con su peculiar doctrina y su estilo inconfundible, Teresa se presenta como una auténtica maestra de la fe y de la vida cristiana. Por sus escritos, al igual que por las afirmaciones de los Santos Padres, pasa la vivificante linfa de la tradición católica, cuyas riquezas, como atestigua también el concilio Vaticano II, «van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora» (Dei Verbum, 8).
La doctrina de Teresa de Lisieux, si se analiza en su género literario, correspondiente a su educación y a su cultura, y si se estudia a la luz de las particulares circunstancias de su época, coincide de modo providencial con la más genuina tradición de la Iglesia, tanto por la profesión de la fe católica como por la promoción de la más auténtica vida espiritual, propuesta a todos los fieles con un lenguaje vivo y accesible. Ella ha hecho resplandecer en nuestro tiempo el atractivo del Evangelio; ha cumplido la misión de hacer conocer y amar a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo; ha ayudado a curar las almas de los rigores y de los temores de la doctrina jansenista, más propensa a subrayar la justicia de Dios que su divina misericordia. Ha contemplado y adorado en la misericordia de Dios todas las perfecciones divinas, porque «incluso la justicia de Dios, y tal vez más que cualquier otra perfección, me parece revestida de amor» (Ms A 83 v). Así se ha convertido en una imagen viva de aquel Dios que, como reza la oración de la Iglesia, «manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia» (cf. Misal romano, oración colecta del domingo XXVI del tiempo ordinario).
Aunque Teresa no tiene propiamente un cuerpo doctrinal, sus escritos irradian particulares fulgores de doctrina que, como por un carisma del Espíritu Santo, captan el centro mismo del mensaje de la Revelación en una visión original e inédita, presentando una enseñanza cualitativamente eminente.
En efecto, el núcleo de su mensaje es el misterio mismo de Dios Amor, de Dios Trinidad, infinitamente perfecto en sí mismo. Si la genuina experienciaespiritual cristiana debe coincidir con las verdades reveladas, en las que Dios se revela a sí mismo y manifiesta el misterio de su voluntad (cf. Dei Verbum, 2), es preciso afirmar que Teresa experimentó la revelación divina, llegando a contemplar las realidades fundamentales de nuestra fe encerradas en el misterio de la vida trinitaria. En la cima, como manantial y término, el amor misericordioso de las tres divinas Personas, como ella lo expresa, especialmente en su Acto de consagración al Amor misericordioso. Por parte del sujeto, en la base se halla la experiencia de ser hijos adoptivos del Padre en Jesús; ese es el sentido más auténtico de la infancia espiritual, es decir, la experiencia de la filiación divina bajo el impulso del Espíritu Santo. También en la base, y ante nosotros, está el prójimo, los demás, en cuya salvación debemos colaborar con Jesús y en él, con su mismo amor misericordioso.
Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ese es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa. Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el Evangelio (cf. Poesías, 24 «Acuérdate, mi Amor»).
Teresa recibió una iluminación particular sobre la realidad del Cuerpo místico de Cristo, sobre la variedad de sus carismas, dones del Espíritu Santo, sobre la fuerza eminente de la caridad, que es el corazón mismo de la Iglesia, en la que ella encontró su vocación de contemplativa y misionera (cf. Ms B 2 r _ 3 v).
Por último, entre los capítulos más originales de su ciencia espiritual conviene recordar la sabia investigación que Teresa realizó sobre el misterio y el camino de la Virgen María, llegando a resultados muy cercanos a la doctrina del concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la constitución Lumen gentium y a lo que yo mismo expuse en mi carta encíclica Redemptoris Mater, del 25 de marzo de 1987.
9. La fuente principal de su experiencia espiritual y de su enseñanza es la palabra de Dios, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Ella misma lo confiesa, especialmente poniendo de relieve su amor apasionado al Evangelio (cf. Ms A 83 v). En sus escritos se cuentan más de mil citas bíblicas: más de cuatrocientas del Antiguo Testamento y más de seiscientas del Nuevo. A pesar de que no tenía preparación y de que carecía de medios adecuados para el estudio y la interpretación de los libros sagrados, Teresa se entregó a la meditación de la palabra de Dios con una fe y un empeño singulares. Bajo el influjo del Espíritu logró, para sí y para los demás, un profundo conocimiento de la Revelación. Concentrándose amorosamente en la Escritura _manifestó que le hubiera gustado conocer el hebreo y el griego para comprender mejor el espíritu y la letra de los libros sagrados_ puso de manifiesto la importancia que las fuentes bíblicas tienen en la vida espiritual, destacó la originalidad y la lozanía del Evangelio, cultivó con sobriedad la exégesis espiritual de la palabra de Dios, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. De esta forma, descubrió tesoros ocultos, asumiendo palabras y episodios, a veces con gran audacia sobrenatural, como cuando, leyendo los textos de san Pablo (cf. 1 Co 12_13), intuyó su vocación al amor (cf. Ms B 3 r _ 3 v). Iluminada por la palabra revelada, Teresa escribió páginas admirables sobre la unidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. Ms C 11 v _ 19 r) y se sumergió con la oración de Jesús en la última Cena, como expresión de su intercesión por la salvación de todos (cf. Ms C 34 r _ 35 r).
Su doctrina coincide, como ya he dicho, con la enseñanza de la Iglesia. Ya desde niña, sus familiares le enseñaron a participar en la oración y en el culto litúrgico. Al prepararse para su primera confesión, para su primera Comunión y para el sacramento de la confirmación, mostró un amor extraordinario a las verdades de la fe, y se aprendió casi al pie de la letra el Catecismo (cf. Ms A 37 r _ 37 v). Al final de su vida, escribió con su propia sangre el Símbolo de los Apóstoles, como expresión de su adhesión sin reservas a la profesión de fe.
Teresa no sólo se alimentó con las palabras de la Escritura y la doctrina de la Iglesia, sino también, desde su niñez, con la enseñanza de la Imitación de Cristo, que, como confiesa ella misma, se sabía casi de memoria (cf. Ms A 47 r). En la realización de su vocación carmelita fueron decisivos los textos espirituales de la madre fundadora, santa Teresa de Jesús, especialmente los que explican el sentido contemplativo y eclesial del carisma del Carmelo teresiano (cf. Ms C 33 v). Pero de modo muy especial Teresa se alimentó de la doctrina mística de san Juan de la Cruz, que fue su verdadero maestro espiritual (cf. Ms A 83 r). Así pues, no es sorprendente que, siguiendo la escuela de estos dos santos, declarados posteriormente Doctores de la Iglesia, también ella, óptima discípula, se haya convertido en maestra de vida espiritual.
10. La doctrina espiritual de Teresa de Lisieux ha contribuido a la extensión del reino de Dios. Con su ejemplo de santidad, de perfecta fidelidad a la Madre Iglesia, de plena comunión con la Sede de Pedro, así como con las particulares gracias que ha obtenido para muchos hermanos y hermanas misioneros, ha prestado un servicio particular a la renovadaproclamación y experiencia del Evangelio de Cristo y a la difusión de la fe católica en todas las naciones de la tierra.
No es necesario insistir mucho en la universalidad de la doctrina teresiana y la amplia aceptación de su mensaje durante el siglo que ha transcurrido desde su muerte, pues están muy bien documentadas en los estudios realizados con vistas a la concesión del título de Doctora de la Iglesia a esta santa. Reviste particular importancia, a este respecto, el hecho de que el Magisterio de la Iglesia no sólo ha reconocido la santidad de Teresa, sino que también ha puesto de relieve su sabiduría y su doctrina. Ya Pío X dijo de ella que era «la santa más grande de los tiempos modernos». Acogiendo con alegría la primera edición italiana de la Historia de un alma, quiso destacar los frutos que se obtenían de la espiritualidad teresiana. Benedicto XV, con ocasión de la proclamación de la heroicidad de las virtudes de la sierva de Dios, ilustró el camino de la infancia espiritual y alabó la ciencia de las realidades divinas, concedida por Dios a Teresa, para enseñar a los demás los caminos de la salvación (cf. AAS 13 [1921] pp. 449_452).
Pío XI, tanto con motivo de su beatificación como de su canonización, quiso exponer y recomendar la doctrina de la santa, subrayando la particular iluminación divina (Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, p. 91) y definiéndola maestra de vida (cf. AAS 17 [1925] pp. 211_214). Pío XII, con ocasión de la consagración de la basílica de Lisieux en el año 1954, afirmó, entre otras cosas, que Teresa había penetrado con su doctrina en el corazón mismo del Evangelio (cf. AAS 46 [1954] pp. 404_408). El cardenal Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, visitó varias veces Lisieux, especialmente cuando era nuncio en París. Durante su pontificado manifestó en diversas circunstancias su devoción por la santa e ilustró las relaciones entre la doctrina de la santa de Ávila y la de su hija, Teresa de Lisieux (Discorsi, Messaggi, Colloqui, vol. II [1959_1960] pp. 771_772).
Durante la celebración del concilio Vaticano II, varias veces los padres evocaron su ejemplo y su doctrina. Pablo VI, con motivo del centenario de su nacimiento, el 2 de enero de 1973, dirigió una carta al obispo de Bayeux y Lisieux, en la que destacaba el ejemplo de Teresa en la búsqueda de Dios, la proponía como maestra de oración y de esperanza teologal, y modelo de comunión con la Iglesia, recomendando el estudio de su doctrina a los maestros, a los educadores, a los pastores e incluso a los teólogos (cf. AAS 65 [1973] pp. 12_15).
Yo mismo, en varias circunstancias, me he referido a la figura y a la doctrina de la santa, de modo especial con ocasión de mi inolvidable visita a Lisieux, el 2 de junio de 1980, cuando quise recordar a todos: «De Teresa de Lisieux se puede decir con seguridad que el Espíritu de Dios permitió asu corazón revelar directamente a los hombres de nuestro tiempo el misterio fundamental, la realidad del Evangelio (...). El "caminito" es el itinerario de la "infancia espiritual". Hay en él algo único, un carácter propio de santa Teresa de Lisieux. En él se encuentra, al mismo tiempo, la confirmación y la renovación de la verdad más fundamental y más universal. ¿Qué verdad hay en el mensaje evangélico más fundamental y más universal que ésta: Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos?» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 15). Estas breves referencias a una ininterrumpida serie de testimonios de los Papas de este siglo sobre la santidad y la doctrina de santa Teresa del Niño Jesús y a la difusión universal de su mensaje, expresan claramente hasta qué punto la Iglesia ha acogido, en sus pastores y en sus fieles, la doctrina espiritual de esta joven santa.
Signo de la aceptación eclesial de la enseñanza de la Santa es el hecho de que el Magisterio ordinario de la Iglesia en muchos documentos ha recurrido a esa doctrina, especialmente al tratar de la vocación contemplativa y misionera, de la confianza en Dios justo y misericordioso, de la alegría cristiana y de la vocación a la santidad. Lo atestigua la presencia de su doctrina en el reciente Catecismo de la Iglesia católica (nn. 127, 826, 956, 1.011, 2.011 y 2.558). Ella, que tanto se esforzó por aprender en el catecismo las verdades de la fe, ha merecido ser incluida entre los autores más destacados de la doctrina católica.
Teresa tiene una universalidad singular. Su persona y el mensaje evangélico del «caminito» de la confianza y de la infancia espiritual han encontrado y siguen encontrando una acogida sorprendente en todo el mundo. El influjo de su mensaje abarca ante todo a los hombres y mujeres cuya santidad o virtudes heroicas la Iglesia ha reconocido, pastores de la Iglesia, teólogos y autores de espiritualidad, sacerdotes y seminaristas, religiosos y religiosas, movimientos eclesiales y comunidades nuevas, hombres y mujeres de cualquier condición y de todos los continentes. A todos Teresa les ofrece su personal confirmación de que el misterio cristiano, del que es testigo y apóstol mediante la oración al convertirse, como ella afirma con audacia, en «apóstol de los apóstoles» (Ms A 56 r), debe tomarse al pie de la letra, con el mayor realismo posible, porque tiene un valor universal en el tiempo y en el espacio. La fuerza de su mensaje radica en que explica de modo concreto cómo todas las promesas de Jesús se cumplen plenamente en el creyente que acoge con confianza en su vida la presencia salvadora del Redentor.
11. Todas estas razones constituyen un claro testimonio de la actualidad de la doctrina de la santa de Lisieux y del particular influjo de su mensaje en los hombres y mujeres de nuestro siglo. Además, concurren algunascircunstancias que hacen aún más significativa su designación como maestra para la Iglesia en nuestro tiempo.
Ante todo, Teresa es una mujer que, leyendo el Evangelio, supo captar sus riquezas escondidas con la forma concreta y la profunda resonancia vital y sapiencial propia del genio femenino. Entre las innumerables mujeres santas que resplandecen por la sabiduría del Evangelio ella destaca por su universalidad.
Teresa es, además, una contemplativa. En el ocultamiento de su Carmelo vivió de tal modo la gran aventura de la experiencia cristiana, que llegó a conocer la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo (cf. Ef 3, 18_19). Dios quiso que no permanecieran ocultos sus secretos, por eso capacitó a Teresa para proclamar los secretos del Rey (cf. Ms C 2 v). Con su vida, Teresa da un testimonio y una ilustración teológica de la belleza de la vida contemplativa, como total entrega a Cristo, Esposo de la Iglesia, y como afirmación viva del primado de Dios sobre todas las cosas. Su vida, a pesar de ser oculta, posee una fecundidad escondida para la difusión del Evangelio e inunda a la Iglesia y al mundo del buen olor de Cristo (cf. Carta 169, 2 v).
Por último, Teresa de Lisieux es una joven. Alcanzó la madurez de la santidad en plena juventud (cf. Ms C 4 r). Como tal se presenta como maestra de vida evangélica, particularmente eficaz a la hora de iluminar las sendas de los jóvenes, a los que corresponde ser protagonistas y testigos del Evangelio entre las nuevas generaciones.
Santa Teresa del Niño Jesús no sólo es, por su edad, la Doctora más joven de la Iglesia, sino también la más cercana a nosotros en el tiempo; así se subraya la continuidad con la que el Espíritu del Señor envía a la Iglesia sus mensajeros, hombres y mujeres, como maestros y testigos de la fe. En efecto, a pesar de los cambios que se producen en el decurso de la historia y de las repercusiones que suelen tener en la vida y en el pensamiento de los hombres de las diversas épocas, no debemos perder de vista la continuidad que une entre sí a los Doctores de la Iglesia: en cualquier contexto histórico, siguen siendo testigos del Evangelio que no cambia y, con la luz y la fuerza que les viene del Espíritu, se hacen sus mensajeros, volviendo a anunciarlo en su integridad a sus contemporáneos. Teresa es maestra para nuestro tiempo, sediento de palabras vivas y esenciales, de testimonios heroicos y creíbles. Por eso, es amada y aceptada también por hermanos y hermanas de otras comunidades cristianas e incluso por muchos no cristianos.
12. En este año, en que se conmemora el centenario de la gloriosa muerte de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, mientras nos preparamos para la celebración del gran jubileo del año 2000, habiendo recibido numerosas yautorizadas peticiones, especialmente de muchas Conferencias episcopales de todo el mundo, y habiendo acogido la petición oficial, o Supplex Libellus, que me dirigieron el 8 de marzo de 1997 el obispo de Bayeux y Lisieux, el prepósito general de la orden de los Carmelitas Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, y el postulador general de la misma orden, decidí encomendar a la Congregación para las causas de los santos, competente en esta materia, «después de haber obtenido el parecer de la Congregación para la doctrina de la fe, por lo que se refiere a la doctrina eminente» (constitución apostólica Pastor bonus, 73), el peculiar estudio de la causa para conceder el título de Doctora a esta santa. Reunida la documentación necesaria, las dos citadas Congregaciones abordaron la cuestión en sus respectivas Consultas: la de la Congregación para la doctrina de la fe el 5 de mayo de 1997, por lo que atañe a la «doctrina eminente», y la de la Congregación para las causas de los santos el 29 de mayo del mismo año, para examinar la especial «Positio». El 17 de junio sucesivo, los cardenales y los obispos miembros de esas Congregaciones, siguiendo un procedimiento aprobado por mí para esa ocasión, se reunieron en una Asamblea interdicasterial plenaria y discutieron la Causa, expresando por unanimidad un parecer favorable a la concesión a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz del título de Doctora de la Iglesia universal. Dicho parecer me fue notificado personalmente por el señor cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, y por monseñor Alberto Bovone, arzobispo titular de Cesarea de Numidia, pro_prefecto de la Congregación para las causas de los santos. Teniendo todo eso en cuenta, el pasado 24 de agosto, durante la plegaria del Ángelus, en presencia de centenares de obispos y ante una inmensa multitud de jóvenes de todo el mundo, reunida en París para la XII Jornada mundial de la juventud, quise anunciar personalmente mi intención de proclamar a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz Doctora de la Iglesia universal con ocasión de la celebración de la Jornada mundial de las misiones (en Roma). Hoy, 19 de octubre de 1997, en la plaza de San Pedro, llena de fieles procedentes de todo el mundo, y en presencia de numerosos cardenales, arzobispos y obispos, durante la solemne celebración eucarística, he proclamado Doctora de la Iglesia universal a Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, con estas palabras: «Acogiendo los deseos de gran número de hermanos en el episcopado y de muchísimos fieles de todo el mundo, tras haber escuchado el parecer de la Congregación para las causas de los santos y obtenido el voto de la Congregación para la doctrina de la fe en lo que se refiere a la doctrina eminente, con conocimiento cierto y madura deliberación, en virtud de la plena autoridad apostólica, declaramos a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, virgen, Doctora de la Iglesia universal. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Realizado ese acto del modo debido, establecemos que esta carta apostólica sea religiosamente conservada y produzca pleno efecto tanto ahora como en el futuro; y que, además, según sus disposiciones se juzgue y se defina justamente, y que sea vano y sin fundamento cuanto alguien pueda atentar contra las mismas, con cualquier tipo de autoridad, tanto conscientemente como por ignorancia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 19 del mes de octubre del año del Señor 1997, vigésimo de mi pontificado.
 
 

Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia



El 20 de noviembre de 1887, León XIII había recibido la visita de peregrinos franceses, con ellos iba Teresita Martín casi una niña, de Alezán (Normandía). En silencio se acercó al Sumo Pontífice, y le pidió con humildad y regocijo que la hiciera ingresar en la orden del Carmelo, tenía 15 años. León XIII reconoció en la mirada de la niña algo mágico. Cuatro décadas transcurrieron, y la niña aquella llegada al Vaticano con los peregrinos franceses, fue primero beatificada en 1923, y elevada a los altares en 1925, por el Papa Pío XI con el nombre de Santa Teresita de Lisieux. Había nacido el 2 de enero de 1873. Alumbrada su alma una noche vio a la Virgen María; su misión era conducir almas por el amor a Dios. En Lisieux, entrando al convento, cumple las tareas en comunidad y lo hace con honda resignación y extraordinario valor. El amor a Dios fue su vocación. Su salud se quebranta muriendo el 30 de septiembre de 1897. Es desde 1927 patrona de las misiones extranjeras. Es también doctora de la Iglesia junto a Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila.


Decía Santa Teresita:

"Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón, que este corazón estaba ARDIENDO DE AMOR. Comprendí que el Amor solo hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los Mártires rehusarían verter su sangre... Comprendí que EL AMOR ENCERRABA TODAS LAS VOCACIONES. QUE EL AMOR ERA TODO, QUE ABARCABA TODOS LOS TIEMPOS Y TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA,
QUE ES ¡ETERNO!"

Comentario

Comenzamos el mes celebrando la memoria de Santa Teresa del Niño Jesús. Su mensaje de vida es extraordinariamente bello puesto que nos habla de la sencillez y de la perfección en las cosas pequeñas. Sencillez en el alma, detalles de amor y paciencia en los momentos difíciles: esas son sus virtudes, sus actitudes en la vida. Sin duda alguna Santa Teresita encarnó plenamente el evangelio: el más grande es el que recibe a Cristo recibiendo a los más pequeños y humildes.

Oración por las misiones

Santa Teresa del Niño Jesús, que has sido justamente proclamada Patrona de las misiones de todo el mundo: acuérdate de los ardientes deseos que manifestaste cuando vivías en la tierra, de querer plantar la Cruz de Jesucristo en todas las naciones y anunciar el Evangelio hasta la consumación de los siglos. Te suplicamos que ayudes, según tu promesa, a los sacerdotes, a los misioneros y a toda la Iglesia. 
Amén.
 
 

Santa Teresa de Jesús

   
Santa Teresa de Jesús
Teresa of Avila dsc01644.jpg
Por Peter Paul Rubens
Fundadora
Proclamada Doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970 por el papa Pablo VI
NombreTeresa de Cepeda y Ahumada
Nacimiento28 de marzo, 1515
Ávila, España
Fallecimiento4 de octubre, 1582
Alba de Tormes, España
Venerada enIglesia católica
Beatificación24 de abril de 1614 por Paulo V
Canonización24 de abril de 1622 por Gregorio XV
Festividad
PatronazgoDe los escritores
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo de 1515Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (o carmelitas).

 

Familia

Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, aunque generalmente usó el nombre de Teresa de Ahumada hasta que comenzó la reforma de la que se hablará más abajo, cambiando entonces su nombre por Teresa de Jesús.
El padre de Teresa era Alonso Sánchez de Cepeda, descendiente de familia judía conversa. Alonso tuvo dos mujeres. Con la primera, Catalina del Peso y Henao, tuvo dos hijos: María y Juan de Cepeda. Con su segunda esposa, Beatriz Dávila y Ahumada (emparentada con muchas familias ilustres de Castilla), que murió cuando Teresa contaba unos 12 años, tuvo otros diez: Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan (de Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana.
Según una tradición oral, su hermano Pedro Alonso Sánchez de Cepeda y Ahumada en 1562 llegó a lo que hoy día es Nicaragua, al puerto de El Realejo y de allí a El Viejo (actual departamento de Chinandega) con la imagen de la Virgen María en su advocación de la Inmaculada Concepción, para luego viajar a Perú. Los nativos se opusieron a que se llevara la imagen y ésta permanece hasta hoy en la Basílica Menor de El Viejo.

Infancia


 
Estatua de Santa Teresa al lado de la Puerta del Alcázar de la muralla de Ávila.
Según relata la propia Teresa en los escritos destinados a su confesor y reunidos en el libro Vida de Santa Teresa de Jesús, desde sus primeros años mostró Teresa una imaginación vehemente y apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos romanceros; esta lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón y la inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.
En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, un año mayor, trataron de ir a las «tierras de infieles», es decir, tierras ocupadas por los musulmanes, pidiendo limosna, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a casa. Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos hermanos acordaron ser ermitaños. Teresa escribe:
En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario... Gustaba (yo) mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.
Parece que perdió a su madre hacia 1527, o sea a los 12 años de edad. Ya en aquel tiempo su vocación religiosa había sido continuamente demostrada. Aficionada a la lectura de libros de caballerías,
Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho cuidado de manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa... Tenía primos hermanos algunos... eran casi de mi edad, poco mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas que les daba contento, los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías, no nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta (se cree que una prima), que trataba mucho en casa... Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo, que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años... no me parece había dejado a Dios por culpa mortal.

Mudanza física y espiritual

Afectada por una grave enfermedad, volvió a casa de su padre, y ya curada, la llevaron al lado de su hermana María de Cepeda, que con su marido, don Martín de Guzmán y Barrientos, vivía en Castellanos de la Cañada, alquería de la dehesa que lleva dicho nombre, hoy sita en el término municipal de Zapardiel de la Cañada (Ávila). Luchando consigo misma, llegó a decir a su padre que deseaba ser monja, pues creía ella, dado su carácter, que el haberlo dicho bastaría para no volverse atrás. Su padre contestó que no lo consentiría mientras él viviera. Sin embargo, Teresa dejó la casa paterna, y entró el 2 de noviembre de 1533 en el convento de la Encarnación, en Ávila, y allí profesó el día 3 de noviembre de 1534.
Tras entrar al convento su estado de salud empeoró. Padeció desmayos, una cardiopatía no definida y otras molestias. Así pasó el primer año. Para curarla, la llevó su padre (1535) a Castellanos de la Cañada, con su hermana. En dicha aldea permaneció Teresa hasta la primavera de 1536. En Castellanos de la Cañada habría logrado (1535) la conversión de un clérigo concubinario. Entonces pasó a Becedas (Ávila). De vuelta en Ávila, el (Domingo de Ramos de 1537), sufrió un paroxismo de cuatro días en casa de su padre, quedando paralítica por más de dos años. Antes y después del parasismo, sus padecimientos físicos fueron horribles.

Favores espirituales


 
Santa Teresa de Jesús. Pintura al óleo de Alonso del Arco, siglo XVII.
A mediados de 1539 Teresa recuperó la salud; la tradición lo atribuyó en su día a la intercesión de San José. Con la salud Teresa recuperó las aficiones mundanas, fáciles de satisfacer, puesto que la clausura sólo se impuso como obligatoria a todas las religiosas a partir de 1563. En esa época Teresa de Ávila vivió nuevamente en el convento, donde recibía frecuentes visitas.
Afligida un tiempo después, abadonó la oración (1541). Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares. No obstante, la monja permaneció en él durante muchos años, hasta que se movió a dejar el trato de seglares (1555) a la vista de una imagen de Jesús crucificado.
El padre de Teresa falleció en 1541. El sacerdote que lo había asistido en sus últimos momentos, el dominico Vicente Barón, se encargó de dirigir la conciencia de Teresa rememorando las últimas palabras del padre de ésta. Posteriormente, impresionada por estas palabras, Teresa enmendó su conducta y estuvo dispuesta a corregir sus faltas. Al cabo, Teresa se confortó con la lectura de las Confesiones, de San Agustín. Los jesuitas Juan de Prádanos y Baltasar Álvarez fundaron en Ávila un colegio de la Compañía (1555).
Teresa confesó con Prádanos; al año siguiente (1556) comenzó a sentir grandes favores espirituales y poco después se vio animada (1557) por San Francisco de Borja. Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno; tomó por confesor (1559) a Baltasar Álvarez, que dirigió su conciencia durante unos seis años, y disfrutó, dice, de grandes favores celestiales, entre los que se contó la visión de Jesús resucitado. Hizo voto (1560) de aspirar siempre a lo más perfecto; San Pedro de Alcántara aprobó su espíritu y San Luis Beltrán la animó a llevar adelante su proyecto de reformar la Orden del Carmen, concebido hacia dicho año.
Teresa quería fundar en Ávila un monasterio para la estricta observancia de la regla de su orden, que comprendía la obligación de la pobreza, de la soledad y del silencio. Por mandato de su confesor, el dominico Pedro Ibáñez, escribió su vida (1561), trabajo que terminó hacia junio de 1562; añadió, por orden de fray García de Toledo, la fundación de San José; y por consejo de Soto volvió a escribir su vida en 1566.
Aquí es oportuno copiar al biógrafo francés Pierre Boudot:
En todas las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una pasión viva, de una franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles. Todas sus revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual entre ella y Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su juventud las aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena edad madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más extraordinarias. Pasaba de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio (15591561). Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio origen al establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo.
El biógrafo francés alude al suceso (1559) que refiere la santa en estas líneas:
Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.
Vida de Santa Teresa, cap. XXIX
Para perpetuar la memoria de dicha misteriosa herida, el Papa Benedicto XIII, a petición de los Carmelitas de España e Italia, estableció (1726) la fiesta de la transverberación del corazón de Santa Teresa. El biógrafo francés agrega:
Hasta exhalar el último suspiro Teresa gozó la dicha de conversar con las personas divinas, que la consolaban o revelaban ciertos secretos del cielo; la de ser transportada al infierno o al purgatorio, y aun la de presentir lo venidero.

Inicio de las fundaciones a lo largo de España

A fines de 1561 recibió Teresa cierta cantidad de dinero que le remitió desde el Perú uno de sus hermanos, y con ella se ayudó para continuar la proyectada fundación del Convento de San José. Para la misma obra contó con el concurso de su hermana Juana, a cuyo hijo Gonzalo se dice que resucitó la Santa. Esta, a principios de 1562, marchó a Toledo a casa de doña Luisa de la Cerda, en donde estuvo hasta junio. En el mismo año conoció al padre Báñez, que fue luego su principal director, y a fray García de Toledo, ambos dominicos.
Descontenta con la «relajación» de las normas que en 1432 habían sido mitigadas por Eugenio IV, Teresa decidió reformar la orden para volver a la austeridad, la pobreza y la clausura que consideraba el auténtico espíritu carmelitano. Pidió consejo a Francisco de Borja y a Pedro de Alcántara que aprobaron su espíritu y su doctrina.
Después de dos años de luchas llegó a sus manos la bula de Pío IV para la erección del convento de San José, en Ávila, ciudad a la que había regresado Teresa. Se abrió el monasterio de San José (24 de agosto de 1562); tomaron el hábito cuatro novicias en la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas de San José; hubo alborotos en Ávila; se obligó a la Santa a regresar al convento de la Encarnación, y, calmados los ánimos, vivió Teresa cuatro años en el convento de San José con gran austeridad. Las religiosas adictas a la reforma de Teresa, dormían sobre un jergón de paja; llevaban sandalias de cuero o madera; consagraban ocho meses del año a los rigores del ayuno y se abstenían por completo de comer carne. Teresa no quiso para ella ninguna distinción, antes bien siguió confundida con las demás religiosas no pocos años.
La reforma propugnada por Teresa junto a San Juan de la Cruz, que, como se verá, comprendió también a los hombres, se llamó de los Carmelitas Descalzos, y progresó rápidamente, no obstante los escasos recursos de que disponía la santa. El padre Rossi, general del Carmen, visitó (1567) el convento de San José, lo aprobó, y dio permiso a Teresa para fundar otros de mujeres y dos de hombres. La santa, en aquel año, marchó a Medina del Campo para posesionarse de otro convento; estuvo en Madrid, y en Alcalá de Henares arregló el convento de descalzas fundado por su amiga María de Jesús. Por entonces se empezó a tratar de la reforma para hombres. En 1562 llegó a Malagón y fundó otro monasterio de la reforma. El monasterio fue bendecido en su inauguración el día de Ramos (11 de abril) de 1568. Como anécdota y dato curioso cabe decir que en la celda del monasterio que ocupó Santa Teresa hay una imagen suya sentada escribiendo en una pequeña mesa y que sólo se expone una vez cada 100 años en esa iglesia. Actualmente, en el monasterio viven carmelitas de clausura.
De Malagón se trasladó Teresa a Toledo, a donde llegó enferma (1568), y tras una corta residencia en Escalona, regresó a la ciudad de Ávila. De ella salió para Valladolid; allí dejó establecido otro convento, y por Medina y Duruelo de Blascomillán (Ávila), volvió al de Ávila (1569). Pasó a Toledo y Madrid; de aquí otra vez a Toledo, ciudad en la que experimentó muchas dificultades para la fundación de un convento, la cual quedó hecha a 13 de mayo, y vencidos otros obstáculos, tomó posesión del Convento de la Concepción Francisca de Pastrana (9 de julio). De vuelta en Toledo, allí permaneció un año, durante el cual hizo algunas breves excursiones a Medina, Valladolid y Pastrana. En Duruelo de Blascomillan (Ávila) se había fundado el primer convento de hombres (1568). Se afirma que vio Teresa milagrosamente el martirio del Padre Acevedo y otros 40 Jesuitas asesinados (1570) por el pirata protestante Jacobo Soria. Tras una visita a Pastrana, de donde regresó a Toledo, entró en Ávila (agosto).
Poco después se fundaba en Alcalá el tercer convento de descalzos, y en Salamanca, ciudad en que estuvo la santa, el séptimo de descalzas, al que siguió otro de mujeres en Alba de Tormes (25 de enero de 1571). De Alba volvió Teresa a Salamanca, siendo hospedada en el palacio de los condes de Monterrey; pasó a Medina, y de vuelta en Ávila, aceptó el priorato del convento de la Encarnación, cuya reforma consiguió. El priorato duró tres años. Se fundaron varios conventos más de descalzos; algunos en Andalucía abrazaron la reforma, y comenzó la discordia entre calzados y descalzos, todo ello en 1572, año en que Teresa recibió muchos favores espirituales en el convento de la Encarnación: tales fueron su desposorio místico con Jesucristo y un éxtasis en el locutorio cuando conversaba con San Juan de la Cruz. Teresa, que en el transcurso de su vida escribió muchas cartas, estuvo en Salamanca en 1573. Allí, obedeciendo a su director, el jesuita Ripalda, redactó el libro de sus fundaciones.

Resultados de la reforma carmelitana y tribulaciones de Teresa


 
El éxtasis de Santa Teresa. Escultura de Gian Lorenzo Bernini.
Vivió después en Alba (1574), de la que, a pesar de hallarse enferma y muy atribulada, pasó por Medina del Campo y Ávila a Segovia. En esta ciudad fundó otro convento, al que pasaron las religiosas del monasterio de Pastrana que fue abandonado debido al intento de doña Ana de Mendoza de la Cerda, la princesa de Éboli, de convertirse en religiosa bajo el nombre de sor Ana de la Madre de Dios, siguiendo un estilo de vida desapegado a la norma de la orden.
En dicho año se denunció a la Inquisición por vez primera la autobiografía de Teresa, que, de regreso en Ávila, terminado (6 de octubre) su priorato en la Encarnación, volvió a su convento de San José. A fines de año marchó a Valladolid. En principios de enero de 1575 por Medina del Campo, llegó a Ávila, y deteniéndose en Fontiveros, fue a Beas de Segura (Jaén) invitada por Catalina Godínez para funda allí. El camino lo hizo por Toledo, Malagón y Torre de Juan Abad, donde tomó ceniza el día 16 de febrero, en el trayecto se perdió en Sierra Morena, llegando esa misma tarde para la fundación del décimo convento de Carmelitas Descalzas (Beas de Segura), el 24 de febrero de 1575. En abril conoció al P. Jerónimo Gracián que estaba en Sevilla como visitador de la Orden, salió camino de la Corte, y enterado que estaba la santa en Beas desvió su camino, fue un encuentro gratificante para ambos. En Beas recibió una denuncia que puso la princesa de Éboli a la Inquisición española por el Libro de su Vida. Después se trasladó Teresa a Sevilla el 18 de mayo, estando enferma, y pasó grandes incomodidades en el viaje. Sufrió también grandes contradicciones en Sevilla, aunque logró fundar en ella el undécimo convento de descalzas.
Estalló la discordia entre carmelitas calzados y descalzos en el capítulo general celebrado por aquellos días en Plasencia; en virtud de las bulas pontificias se acordó tratar con rigor a los descalzos, que se habían extralimitado en sus fundaciones, y como fuera el padre Gracián (21 de noviembre), por comisión del nuncio, a visitar a los carmelitas calzados de Sevilla, estos resistieron la visita con gran alboroto. El padre Salazar, provincial de Castilla, intimó a Teresa que no hiciera más fundaciones y que se retirase a un convento sin salir de él. Trató la santa de retirarse a Valladolid, pero se opuso Gracián. En Sevilla estaba Teresa al fundarse en Caravaca (1 de enero de 1576) el duodécimo convento de descalzas. Delatada a la Inquisición por una religiosa salida del convento, eligió para su residencia el convento de Toledo. Dejó Sevilla (4 de junio), llegó a Malagón (11 de junio), y de allí a Toledo, donde ya estaba a principios de julio. Antes de establecerse, marchó al convento de Ávila para arreglar varios asuntos; pero regresó rápidamente a Toledo en compañía de Ana de San Bartolomé, a la que había tomado por secretaria. Allí concluyó el libro de Las fundaciones, las cuales se suspendieron en los cuatro años que duraron las persecuciones y conflictos entre calzados y descalzos. Eligió en Toledo por confesor a Velázquez.
Propaladas muchas calumnias contra Teresa, se trató de enviarla a un convento americano. Hizo la santa un viaje de Toledo a Ávila (julio de 1577), para someter a la Orden del Carmen el convento de San José, antes sujeto al ordinario. Miguel de la Columna y Baltasar de Jesús, desertores de la reforma, extendieron las calumnias contra los descalzos, a los que con tal motivo persiguió el nuncio Felipe Sega. Acudió Teresa al rey, que tomó en sus manos el asunto. Las monjas de la Encarnación, en Ávila, la eligieron priora, a pesar de las censuras del padre Valdemoro (octubre de 1577). La santa escribió (julio a noviembre) el libro de Las moradas. Sostuvo luego (1578) una polémica con el padre Suárez, provincial de los Jesuitas, y el nuncio redobló sus persecuciones hasta el punto de pretender destruir la reforma, desterrando a los principales descalzos y confinando a Toledo a Teresa, por él calificada de «fémina inquieta y andariega». En Sevilla un confesor delató a la Inquisición las supuestas faltas de la priora de las descalzas y de Teresa misma, sobre lo cual se formó un ruidoso expediente que puso en claro la inocencia de ambas.
Aquel año de (1578) la santa lo pasó en Ávila, y fue el más triste para Teresa, pues en una de sus cartas decía que le hacían guerra todos los demonios. Por entonces se hizo otra denuncia del Libro de su Vida. Desde principios de 1579 comenzó a calmarse la tempestad contra Teresa y su reforma. La santa escribió en Ávila (6 de junio) los cuatro avisos que dijo haber recibido del mismo Dios para aumento y conservación de su orden, los cuales publicó Fray Luis de León al fin del libro de la Vida. De Ávila salió (25 de junio) para visitar sus conventos. Sucesivamente estuvo en Medina del Campo, Valladolid, otra vez en Medina, en Alba de Tormes y Salamanca. De regreso en Ávila (noviembre), salió para Malagón, a pesar de estar enferma, y llegó a dicho pueblo (día 19) pasando por Toledo. En Villanueva de la Jara asistió a la fundación (25 de febrero de 1580) del decimotercer convento de descalzas. Regresó a Toledo, a pesar del mal estado de su salud y de los dolores de un brazo que se había roto (1577) resultado de una caída. En Toledo tuvo una parálisis y fallas cardíacas, que la pusieron a las puertas de la muerte. De allí pasó a Segovia y volvió a la ciudad de Ávila. Por aquellos días Gregorio XIII expidió las bulas (22 de junio) para la formación de provincia aparte para los descalzos. Teresa visitó Medina y Valladolid, donde cayó gravemente enferma. En Palencia fundó otro convento, al que siguieron dos de descalzos, uno en Valladolid y otro en Salamanca, ambos fundados en 1581. El decimoquinto de descalzas quedó fundado por la santa en Soria (3 de junio de 1581). Luego Teresa pasó por el Burgo de Osma, Segovia y Villacastín a la ciudad de Ávila, en la que las monjas del convento de San José la eligieron priora, cargo que hubo de aceptar. Después estuvo (1582) en Medina del Campo, Valladolid, Palencia y Burgos, casi siempre enferma.

Últimas fundaciones y muerte


 
Vidriera del Convento de Santa Teresa.
Supo que en Granada se había fundado el decimosexto convento de carmelitas, y uno de descalzos en Lisboa. El decimoséptimo de descalzas lo fundó ella en Burgos, donde escribió sus últimas fundaciones, incluyendo la de dicha ciudad. Saliendo de Burgos pasó por Palencia, Valladolid, cuya priora la echó del convento, Medina del Campo, cuya priora también la despreció, y Peñaranda. Al llegar a Alba de Tormes (20 de septiembre) su estado empeoró. Recibido el viático y confesada, murió en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de octubre de 1582 (día en que el calendario juliano fue sustituido por el calendario gregoriano en España, por lo que ese día pasó a ser, viernes, 15 de octubre). Su cuerpo fue enterrado en el convento de la Anunciación de esta localidad, con grandes precauciones para evitar un robo. Exhumado el 25 de noviembre de 1585, quedó allí un brazo y se llevó el resto del cuerpo a Ávila, donde se colocó en la sala capitular; pero el cadáver, por mandato del Papa, fue devuelto al pueblo de Alba, habiéndose hallado incorrupto (1586). Se elevó su sepulcro en 1598; se colocó su cuerpo en la capilla Nueva en 1616, y en 1670, todavía incorrupto, en una caja de plata. Beatificada Teresa en 1614 por Paulo V, e incluida entre las santas por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, fue designada (1627) para patrona de España por Urbano VIII. En 1626 las Cortes de Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo. Fue nombrada Doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue designada patrona de los escritores.
En 1970 se convirtió (junto con Santa Catalina de Siena) en la primera mujer elevada por la Iglesia Católica a la condición de Doctora de la Iglesia, bajo el pontificado de Pablo VI. La Iglesia Católica celebra su fiesta el 15 de octubre.

Obra literaria

Cultivó además Teresa la poesía lírico-religiosa. Llevada de su entusiasmo, se sujetó menos que cuantos cultivaron dicho género a la imitación de los libros sagrados, apareciendo, por tanto, más original. Sus versos son fáciles, de estilo ardiente y apasionado, como nacido del amor ideal en que se abrasaba Teresa, amor que era en ella fuente inagotable de mística poesía.
Las obras místicas de carácter didáctico más importantes de cuantas escribió la santa se titulan: Camino de perfección (15621564); Conceptos del amor de Dios y El castillo interior (o Las moradas). Además de estas tres, pertenecen a dicho género las tituladas: Vida de Santa Teresa de Jesús (15621565) escrita por ella misma y cuyos originales se encuentran en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del El Escorial; Libro de las relaciones; Libro de las fundaciones (15731582); Libro de las constituciones (1563); Avisos de Santa Teresa; Modo de visitar los conventos de religiosas; Exclamaciones del alma a su Dios; Meditaciones sobre los cantares; Visita de descalzas; Avisos; Ordenanzas de una cofradía; Apuntaciones; Desafío espiritual y Vejamen.
También escribió Teresa poesías, escritos breves y escritos sueltos sin considerar una serie de obras que se le atribuyen. Escribió Teresa también 409 Cartas, publicadas en distintos epistolarios. Los escritos de la santa se han traducido a varios idiomas. El nombre de Santa Teresa de Jesús figura en el Catálogo de autoridades de la lengua publicado por la Real Academia Española.

Características físicas


 
Este retrato de Teresa es probablemente el retrato más fiel a su apariencia. Es una copia de un original pintado de ella en 1576 a la edad de 61 años. Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles en la mano.
Su confesor, Francisco de Ribera, trazó así el retrato de Teresa:
Era de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban comúnmente aplacía mucho.

Enseñanzas

Teresa transmite con espontaneidad su experiencia personal. Primero más de 20 años de oración estéril (sequedad o acedía), coincidiendo con enfermedades por las que padece tremendos sufrimientos. Después, a partir de los 41 años, fuertes y vivas experiencias místicas, a las que sus confesores califican como imaginarias o incluso como obra del demonio, aunque Teresa confía en su origen divino por el efecto que dejan de paz, refuerzo de las virtudes (especialmente de la humildad) y anhelo de servir a Dios y a los otros. La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir la reforma iniciada ya en Europa. Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su manuscrito "Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares" fue quemado por ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance. La experiencia vivida y transmitida por Teresa en todos sus escritos se basa en la oración como el modo por excelencia de relación y comunicación con Dios.

Grados de oración

Los capítulos 11 a 23 del libro de La Vida son un tratado de oración clásico y único, donde compara los niveles de oración con cuatro formas de regar un huerto. Las flores que este dará son las virtudes:
1.- Riego acarreando el agua con cubos desde un pozo.
Corresponde con la oración mental, interior o meditativa, que es un discurso intelectual sin repetición de oraciones aprendidas. Se trata de recoger el pensamiento en el silencio, y evitar las continuas distracciones. La definición de Teresa de oración mental está recogida en el Catecismo de la Iglesia católica: “…que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.” (Vida, 8, 5). Es la etapa que más esfuerzo personal requiere para tomar la decisión de iniciar este camino.
2.- Riego trasegándola con una noria.
Oración de quietud: también llamada contemplativa. La memoria, la imaginación y razón experimentan un recogimiento grande, aunque persisten las distracciones ahonda la concentración y la serenidad. El esfuerzo sigue siendo personal, se comienza a gustar de los frutos de la oración, lo que nos anima a perseverar.
3.- Riego con canales desde una acequia.
Oración de unión: El esfuerzo personal del orante es ya muy pequeño: memoria, imaginación y razón son absorbidas por un intenso sentimiento de amor y sosiego: “El gusto y suavidad y deleite es más sin comparación que lo pasado.” (Vida 16,1)
4.- Riego con la lluvia que viene del cielo.
Éxtasis o arrobamiento: Se pierde el contacto con el mundo por los sentimientos. “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza“ (Vida 18, 1), se pierde incluso la sensación de estar en el cuerpo y cualquier posible control sobre lo que nos acontece. Corresponden con las descripciones de levitación.
En el libro Camino de Perfección (también llamado el Castillo Interior o Las Moradas) detalla las etapas de la oración en 7 pasos. Describiendo el alma como un castillo de cristal o diamante al que se entra por medio de la oración y en el que se van recorriendo diversas moradas.
Teresa insiste en perseverar en la oración con humildad frente a Dios sin exigir o buscar experiencias sobrenaturales: “…importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino; y, por ventura, el que le pareciere va por muy más bajo está más alto…” (Camino de Perfección 27,2).
O dicho de otra forma: “El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor" (Camino de Perfección 15, 2).

Reliquias y traslados

Nueve meses después de su muerte abrieron el ataúd y comprobaron que el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos. Antes de devolver el cuerpo al cofre de enterramiento le diseccionaron una mano que envolvieron en una toquilla y la llevaron a Ávila. De esa mano cortó el padre Gracián el dedo meñique y, según su propio relato, lo mantuvo con él hasta que fue hecho prisionero por los turcos. Lo rescató a cambio de unas sortijas y 20 reales de la época.
Reunido el capítulo de los descalzos, acordó que el cuerpo de Teresa debía volver a Ávila y ser custodiado en el convento de san José. Se hizo el traslado un sábado de noviembre de 1585, casi en secreto. Las monjas del convento de Alba de Tormes pidieron quedarse con un brazo como reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del traslado, envió sus quejas a Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo volvió de nuevo a Alba de Tormes.
Después de estos hechos no la volvieron a trasladar más, pero se sacaron varias reliquias:
  • El pie derecho y parte de la mandíbula superior están en Roma.
  • La mano izquierda, en Lisboa.
  • El ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda (España). Esta es la famosa mano que Francisco Franco conservó hasta su muerte, tras recuperarla las tropas franquistas de manos republicanas durante la Guerra Civil Española.
  • El brazo izquierdo y el corazón, en sendos relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Y el cuerpo incorrupto de la santa en el altar mayor, en un arca de mármol jaspeado custodiado por dos angelitos, en dicha iglesia.
  • Un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París.
  • Otro dedo en Sanlúcar de Barrameda.
  • Dedos y otros restos santos, esparcidos por España y toda la cristiandad.

Títulos

  • Capitana de los Reinos de España. Este título fue proclamado por las Cortes en 1626 pero los partidarios de Santiago apóstol consiguieron revocar el acuerdo.
  • Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca.
  • Patrona de los escritores españoles.
  • Alcaldesa de la Villa de Alba de Tormes (título honorífico) desde el año 1963.
  • Doctora de la Iglesia Católica, declarada en 1970.

Cine y televisión

La película Santa Teresa de Jesús, de 1961, versa sobre la vida de la Santa. También aparece en el episodio Adiós Maggie, Adiós de la temporada 20 de Los Simpsons.

Véase también

Bibliografía

  • Boudot, Pierre: la Jouissance de Dieu ou le Roman courtois de Thérèse d'Avila (préface de Xavier Tilliette). Cluny: A contrario, coll. « La sœur de l'ange. Les classiques méconnus », 2005 ISBN 2-7534-0032-6.
  • Etxeberri, Xabier: Vida y obra de Santa Teresa de Ávila. Barcelona: Cartes, 1955.
  • García Valdés, Olvido: Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Ediciones Omega S.A., 2001. ISBN 84-282-1235-X.
  • Lope de Vega, Félix: Santa Teresa de Jesús. Barcelona: Linkgua ediciones, 2005. ISBN 84-96428-91-5.
  • Martínez-Blat, Vicente: La andariega: Biografía íntima de Santa Teresa de Jesús. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2005. ISBN 84-7914-779-2.
  • Ribera, Francisco: La vida de la madre Teresa de Jesús: Fundadora de las descalzas y descalzos carmelitas. Madrid: Edibesa, 2005. ISBN 84-8407-427-7.
  • Dževad Karahasan: El ángel extasiada: Viena, Salzburgo y Klagenfurt: Arbos, 2005.
  • Santa Teresa de Jesús: Castillo interior, o Las moradas. Madrid: Aguilar, 1957.
  • Santa Teresa de Jesús: Exclamaciones del alma a su Dios. Madrid: Aguilar, 1957. Colección Crisol.
  • Santa Teresa de Jesús: Poesías. Madrid: Aguilar, 1957. Colección Crisol.

Enlaces externos

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