miércoles, 20 de marzo de 2013

¿Qué sabemos de Jesús de Nazaret?

      

  1 ¿QUIEN ES JESÚS DE NAZARET?
 
La fe cristiana no consiste en aceptar un conjunto de verdades teóricas sino en aceptar a Jesús de Nazaret, creerle a Cristo y descubrir en él la última verdad desde la cual podemos iluminar nuestra vida, interpretar la historia del hombre y dar sentido último a esa búsqueda de liberación que mueve a toda la humanidad. El cristiano es, por tanto, un hombre que en medio de las diferentes ideologías e interpretaciones de la vida, busca en Jesucristo el sentido último de la existencia: Jesucristo es quien satisface sus más profundos deseos de realización y felicidad. Esta es la buena noticia.
    No parece haber duda de que cristiano es aquel que proclama que “Jesús Cristo es Señor”, que es “el hijo de Dios vivo”, o que es “de la misma naturaleza que el Padre (...), de la misma naturaleza que nosotros”, o cualquiera otra de las grandes profesiones de fe que aparecen en la Sagrada Escritura o en las más solemnes definiciones dogmáticas del magisterio de la Iglesia.

    En síntesis, el objeto de nuestra fe, lo que constituye “lo específico cristiano, siempre será “un difunto, llamado Jesús, de quien Pablo sostiene que está vivo” (Hech 25, 19 b).

Con el fin de clarificar el tema quizá convenga comenzar diciendo de modo claro qué no es lo específico cristiano; y en esta línea responder que:

-    No es necesariamente cristiano todo lo verdadero, bueno, bello y humano; ya que fuera del cristianismo, afortunadamente, también hay verdad, bondad, belleza y humanidad.
-    Ni es necesariamente cristiano todo hombre de convicciones verdaderas, sincera fe y buena voluntad; ya que, afortunadamente, fuera del cristianismo también hay verdadera convicción, sincera fe y buena voluntad.
-    Ni es necesariamente cristiano todo grupo de meditación o acción, toda comunidad de hombres comprometidos que procuran llevar una vida honesta buscando su salvación; ya que, afortunadamente, fuera del cristianismo también hay meditación, acción, honestidad de vida y búsqueda de la salvación.
-    Ni hay necesariamente presencia cristiana en todas las partes en que se combate la inhumanidad y se lucha por la humanización de la vida; ya que también fuera del cristianismo, afortunadamente, se promueve la humanidad y se lucha contra la inhumanidad

La originalidad de la fe nace del encuentro con una persona: Jesús, el Señor. Él es el centro unificador y totalizador. La fe cristina supone una adhesión explícita a la persona de Jesús, un seguimiento de su persona y evangelio. Pero, ¿qué o quién se esconde detrás de este nombre? ¿Qué Cristo? Cada uno de nosotros, cuando hablamos o pensamos en Jesús, nos lo imaginamos de una forma relativamente concreta, dependiendo de la información que de él hemos recibido en nuestro ambiente y dependiendo también de nuestra manera de ser.

Al creyente o al simplemente interesado por Jesús no le importa tanto el retrato físico de su cuerpo cuanto el significado total de su persona. ¿Cómo interpretamos a Jesús? O de otro modo: ¿qué o quién es Cristo para mí?

Quienes deseemos vivir fielmente nuestra fe cristiana, tendremos que preguntarnos una y otra vez: ¿Quién fue Jesús de Nazaret? ¿Quién es hoy Cristo para nosotros? ¿Qué podemos esperar de El? ¿Qué o quién es Cristo para mí?

    Vamos a adentrarnos durante este curso en la persona de Jesús, en su mensaje, en su muerte y resurrección. Queremos conocerle, seguirle, vivir optando por Él y su Reino. Deseamos preguntarle ¿Dónde vives?, para dejarnos conducir por Él: “Venid y lo veréis”.

Estos son nuestros objetivos:

-  Desarrollar un proceso de aproximación histórica a la Persona de Jesús.
-  Buscar y encontrar a Jesús, el Señor.
-  Confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.
-  Recrear la llamada de Jesús en nuestra vida cotidiana.

1.- ¿Quién fue Jesús?

¿Quién fue Jesús? ¿Qué secreto se encierra en este galileo fascinante, nacido hace dos mil años en una aldea insignificante del Imperio romano y ejecutado como un malhechor cerca de una vieja cantera, en las afueras de Jerusalén, cuando rondaba los treinta años? ¿Quién fue este hombre que ha marcado decisivamente la religión, la cultura y el arte de Occidente hasta imponer incluso su calendario? Probablemente nadie ha tenido un poder tan grande sobre los corazones; nadie ha expresado como él las inquietudes e interrogantes del ser humano; nadie ha despertado tantas esperanzas. ¿Por qué su nombre no ha caído en el olvido? ¿Por qué todavía hoy, cuando las ideologías y religiones experimentan una crisis profunda, su persona y su mensaje siguen alimentando la fe de tantos millones de hombres y mujeres?

No es una pregunta más. Tampoco un simple deseo de satisfacer la curiosidad histórica o intelectual. Se trata de saber quién está en el origen de mi fe cristiana. No me interesa vivir de un Jesús inventado por mí ni por nadie. Queremos aproximarnos con el mayor rigor posible a su persona: ¿quién fue? ¿Cómo entendió su vida? ¿Qué defendió? ¿Dónde está la fuerza de su persona y la originalidad de su mensaje? ¿Por qué lo mataron? ¿En qué terminó la aventura de su vida?

Sabemos muy bien que no es posible escribir una “biografía” de Jesús, en el sentido moderno de esta palabra, como tampoco lo podemos hacer de Buda, Confucio o Lao-Tse; no poseemos las fuentes ni los archivos adecuados. No podemos reconstruir tampoco su perfil psicológico; el mundo interior de las personas, incluso de aquellas cuya vida está bastante bien documentada, escapa en buena parte a los análisis de los historiadores: ¿qué podemos decir del mundo íntimo de Augusto o de Tiberio? Sin embargo conocemos el impacto que produjo Jesús en quienes le conocieron. Sabemos cómo fue recordado: el perfil de su persona, los rasgos básicos de su actuación, las líneas de fuerza y el contenido esencial de su mensaje, la atracción que despertó en algunos y la hostilidad que generó en otros.

Es irritante oír hablar de Jesús de manera vaga e idealista, o diciendo toda clase de tópicos que no resistirían el mínimo contraste con las fuentes que poseemos de él. Es triste comprobar con qué seguridad se hacen afirmaciones que deforman gravemente el verdadero proyecto de Jesús, y con qué facilidad se recorta su mensaje desfigurando su buena noticia. Mucho más lamentable y penoso resulta asomarse a tantas obras de “ciencia-ficción”, escritas con delirante fantasía, que prometen revelarnos por fin al Jesús real y sus “enseñanzas secretas”, y no son sino un fraude de impostores que solo buscan asegurarse sustanciosos negocios.

Hemos de acercarnos a la experiencia que vivieron quienes se encontraron con Jesús. Sintonizar con la fe que despertó en ellos. Recuperar la “buena noticia” que él encendió en sus vidas. El Jesús narrado por los evangelistas es más vivo que el catecismo; su lenguaje, más claro y atractivo que el de los teólogos. Recuperar de la manera más viva posible a Jesús puede ser también hoy una “buena noticia” para creyentes y no creyentes.

Es difícil acercarse a él y no quedar atraído por su persona. Jesús aporta un horizonte diferente a la vida, una dimensión más profunda, una verdad más esencial. Su vida es una llamada a vivir la existencia desde su raíz última, que es un Dios que solo quiere para sus hijos e hijas una vida más digna y dichosa. El contacto con él invita a desprenderse de posturas rutinarias y postizas; libera de engaños, miedos y egoísmos que paralizan nuestras vidas; introduce en nosotros algo tan decisivo como es la alegría de vivir, la compasión por los últimos o el trabajo incansable por un mundo más justo. Jesús enseña a vivir con sencillez y dignidad, con sentido y esperanza.

2.- Acercarnos a él sin preconcepciones.

A lo largo de los siglos, muchos millones de personas han venerado el nombre de Jesús; pero ¿cuántos han llegado a comprenderlo?, ¿cuántos han sido los que han intentado poner en práctica lo que él quiso que se hiciera? Sus palabras han sido tergiversadas hasta el punto de significar todo, algo o nada. Se ha hecho uso y abuso de su nombre para justificar crímenes, para asustar a los niños y para inspirar heroicas locuras a hombres y mujeres. A Jesús se le ha honrado y se le ha dado culto más frecuentemente por lo que no significaba que por lo que realmente significaba. La suprema ironía consiste en que algunas de las cosas a las que más enérgicamente se opuso en su tiempo han sido las más predicadas y difundidas a lo largo y ancho del mundo... ¡en su nombre!

A Jesús no se le puede identificar plenamente con ese gran fenómeno religioso del mundo occidental que llamamos cristianismo. Jesús fue mucho más que el fundador de una de las mayores religiones del mundo. Está por encima del cristianismo, en su condición de juez de todo lo que el cristianismo ha hecho en su nombre. Y no puede el cristianismo arrogarse su posesión exclusiva. Porque Jesús pertenece a toda la humanidad.

¿Significa esto que todo hombre (cristiano o no cristiano) es libre para interpretar a su modo a Jesús, para concebir a Jesús de acuerdo con sus propias ideas y preferencias? Es muy fácil usar a Jesús para los propios propósitos (buenos o malos). Pero Jesús fue una persona histórica que tuvo sus propias y profundísimas convicciones, por las que fue incluso capaz de morir. ¿No hay alguna forma de que todos nosotros (con fe o sin ella) podamos dar a Jesús nuevamente hoy la posibilidad de hablar por sí mismo?

Es evidente que deberíamos comenzar por dejar de lado todas nuestras ideas preconcebidas acerca de él. No podemos partir del supuesto de que es divino, o de que es el Mesías o Salvador del mundo. Ni siquiera podemos presuponer que fuera un hombre bueno y honrado. Tampoco podemos partir del supuesto de que, decididamente, no fuera ninguna de estas cosas. Hemos de dejar de lado todas nuestras imágenes de Jesús, conservadoras y progresistas, piadosas y académicas, para que podamos escucharle con una mente abierta.

El punto de vista desde el que se nos presentaba en otros tiempos a Jesús se podía resumir así: todos sabemos quién es Dios; Dios es eterno, Suma Bondad, Absoluta Perfección, Principio y Fin de todas las cosas… Dios se encarnó; luego Jesús tenía que ser así o asá… De esta manera Jesús no revela nada. O a lo más revelará algunas verdades morales, etc., pero del ser de Dios no revelará absolutamente nada: en Jesús no aparece más Dios que el que yo he conocido desde siempre. De esta manera, también, teníamos un Jesús omnipotente, omnisciente y omnitodo. Cuando en los evangelios nos tropezábamos con un rango de Jesús que parecía contradecir a esa imagen, por ejemplo un Jesús que duda o pregunta algo, se explicaba con mucha seriedad que lo hacía “para darnos ejemplo”.

Kal Rahner dijo en más de una ocasión que en las cabezas de casi todos los cristianos existía una especie de “monofisismo latente”. Esto quiere decir que la mayoría de los cristianos, allá en el fondo de su corazón, no llegan a concebir a Jesús como un hombre auténtico. Le atribuyen quizás un auténtico cuerpo de hombre, pero no una auténtica psicología y una auténtica vida de hombre. Y así, siempre que se planteaba cómo Jesús vivió la oscuridad, la tentación, la duda, la ignorancia en el camino, de inmediato se responde: “Pero, Jesús era Dios”. Con ello lo que se está diciendo es que la humanidad de Jesús no es más que una mera apariencia, algo totalmente extrínseco a Dios, como un vestido o disfraz que la divinidad se puede poner y quitar a su gusto, igual que lo hacemos nosotros con nuestros vestidos. Se trataba, por tanto, de una divinidad distada a priori. Se nos describía a Jesús, como el Dios hecho hombre,  que vino par salvarnos, es decir para “abrirnos las puertas del cielo” que estaban cerradas por el pecado. Sabía que moría precisamente para eso . Desde ese momento, nosotros podríamos merecer la entrada en el cielo, lo cual hasta la muerte de Jesús había sido imposible.

Pero esta concepción e imagen sobre Jesús cambió profundamente a partir de los años 60, al confluir desde diversos ámbitos alteraciones de los puntos de vista dominantes. Por un lado, fueron cambiando las imágenes de Dios (como ya vimos el curso anterior). Se debió a los movimientos como los diversos ateismos, el agnosticismo, la secularización, la muerte de Dios, etc. Lo que aprendimos en el catecismo empezó a no significar prácticamente nada relevante. Y, desde luego, para creer en Dios era preciso que Dios fuera creíble. La imagen que la teología  tenía de Dios también se puso entredicho. El evangelista Juan (1,18) –y lo repite en su primera carta (4,12)- dice que a Dios nadie le ha visto jamás. Según eso, puesto que aplicábamos al hombre Jesús de Nazaret nuestras ideas sobre Dios, las afirmaciones de la Cristología ¿eran algo más que deducciones de nuestras ideas previas sobre Dios?

Al lado de todo esto, durante los siglos XIX y XX se había desarrollado toda una serie de investigaciones sobre la historia de Jesús. Tres son los factores que han ido favoreciendo el conocimiento histórico de Jesús: a) El mejor conocimiento de los documentos ya existentes y de sus tradiciones originales; gracias a los documentos del Qumrán, targúmenes, y sirviéndose también de los apócrifos judíos y cristianos, se viene haciendo una investigación interdisciplinar para conocer mejor el ambiente social y cultural en que vivió y actuó Jesús de Nazaret;  b) Las muchas excavaciones  en Jerusalén y Galilea; c) Aplicación de las ciencias sociales en dos perspectivas: historia social y antropología cultural. Su objetivo consiste en dejar decantar el dato histórico a partir de lo que nos transmiten los textos evangélicos. Hasta el siglo XVIII se había relacionado la verdad que nos transmiten los evangelios con la idea de que sus relatos eran siempre estricta verdad histórica, todo lo que nos relatan tuvo que ocurrir tal como nos lo cuentan. Sin embargo, esto no era así, ni podía serlo, y en ello estaban implicados problemas de tipo histórico, literario y teológico.

A través de la investigación histórica se comienzan a exponer afirmaciones que chocaban con la imagen de Jesús que tenían muchos creyentes. Se nos fue diciendo que Jesús no lo sabía todo, que Jesús ignoraba, que muchas de las palabras que los evangelios le atribuyen quizás no las pronunció nunca y que, en su conjunto, su figura ha sido presentada desde la pascua. Se nos comenzó a decir que la raíz del interés de los evangelistas no es la doctrina, ni la historia, ni la verdad, ni la moral, no el escrito o la ceremonia. Su interés está en la persona de Jesús resucitado, vivo en medio de ellos. Los evangelios no son libros históricos; son testimonio y proclamación de la fe de quienes los escribieron. No escribieron para que nosotros sepamos que pasó en Palestina hace más de dos mil año, sino que escribieron para que nosotros creamos.

Jesús no mandó escribir nada, sino que mandó predicar y anunciar la  buena noticia de su muerte y resurrección: se hizo hombre como nosotros, amigo de todos, para conducir a todos por el camino de la vida y mostrar a todos el sentido verdadero de la vida humana que vivimos. Era esto lo que los apóstoles predicaban y anunciaban a todo el mundo: Cristo está vivo en medio de nosotros para ayudarnos en el descubrimiento de un sentido para nuestra vida. Con esta predicación, que comenzó en Pentecostés, muchas personas comenzaron a vivir en el amor, e iban surgiendo comunidades que se llamaban cristianos (Hech 11,26), porque creían en Cristo.

Esta gente “cristiana” llevó a cabo un cambio radical en  la manera de vivir. Por eso tuvieron que plantearse un montón de problemas y necesidades: ¿cómo comunicar esa fe a los demás?, ¿cómo justificar su fe ante las acusaciones de los judíos y paganos?, ¿podemos seguir observando la ley antigua?, ¿cómo resolver los problemas de la comunidad?, ¿cómo organiza el culto? etc. Querían respuestas a todas esta preguntas tan concretas que se referían a la vida cristiana. Recurrían a los apóstoles y estos les recordaban las cosas que había dicho y hecho Jesús. En la Cena del Señor, los apóstoles contaban algunos de los hechos de Jesús y recordaban algunas de sus enseñanzas. De esta manera, empezó a circular dentro de la comunidad de los cristianos un gran número de narraciones sobre Jesús: trozos de discursos, relatos de milagros, descripciones de los hechos de su vida, frases sueltas dichas por él en diversas ocasiones. Con estas narraciones, obtenidas de los apóstoles como respuestas a sus preguntas, los cristianos intentan orientarse en su vida nueva. Poco a poco, como siempre ocurre, algunos empezaron a hacer colecciones de frases de Jesús (llamada fuente Q), para facilitar de esta manera su memorización y su conservación. Otro hacían colección de sus milagros; otros intentaban catalogar las discusiones que surgieron entre Jesús y los fariseos, etc. Nació así el deseo entre los cristianos de fijar por escrito todo aquello que corría de boca en boca sobre la vida de Jesús, que les habían transmitido los apóstoles. Y así finalmente, cuatro personas, en lugares y en épocas diferentes, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, decidieron coleccionar en una obra, cada cual por su cuenta, lo que pudieron recoger y recordad sobre Jesús. En todo aquel trabajo nuestra fe reconoce la acción del Espíritu Santo, hasta el punto de ver en la palabra de esos evangelios la Palabra de Dios.

Teniendo en cuenta el recorrido de todo este proceso hasta culminar en los evangelios escritos, hemos de preguntarnos: ¿qué testimonio histórico nos ofrecen los evangelios? Como hemos dicho, los evangelios no pueden ser considerados como obras históricas, en el sentido de que todo lo que cuentan haya sucedido tal como nos lo cuentan. Sin embargo, los evangelios nos dan un testimonio sobre la historia de Jesús. Ahora bien, este testimonio es sospechoso si lo consideramos desde un punto de vista estrictamente histórico (v.g. en el evangelio de Juan, Jesús muere un día distinto del de los otros evangelios, los sinópticos. En los evangelios sinópticos, Jesús celebra la última cena en el día de la Pascua y muere al día siguiente; mientras que, según el evangelio de Juan, cuando los judíos se llevan a Jesús al pretorio, éstos no quisieron entrar para no contaminarse y poder comer así la pascua (Jn 18,28). Ellos iban a celebrar la cena pascual después de que Jesús hubiera muerto en la Cruz). De ahí, que los evangelios hemos de leerlos críticamente. Hemos de tener claro cómo debemos interpretarlos, para lo cual nada es más útil que conocer cómo han sido escritos. Y después, mediante la utilización de un método y siguiendo una serie de criterios que están más o menos establecidos y que funcionan más o menos, llegar a conocer lo más importante de la historia de Jesús.

El resultado de la investigación de lo siglos XIX y XX es que nosotros conocemos mejor quién fue Jesús de Nazaret y cómo fue predicado por la comunidad primitiva. El resultado de la investigación histórica es que conocemos mucho mejor la vida y la historia de Jesús

3.- ¿Qué sabemos de Jesús de Nazaret?

    “Le pondrás por nombre Jesús”. Tanto Mateo como Lucas traen este dato, cada uno desde su intencionalidad catequética. En la Biblia los nombres expresan la realidad de las personas, y los antiguos hombres hebreos evocaban generalmente alguna faceta o aspecto de la intervención benéfica de Dios a favor de los hombres. Jesús, forma abreviada de Josué, significa “Yahvé ayuda”, que popularmente se tradujo: “Yavé salva”; el niño que está apunto de nacer “salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).

    Jesús era judío. Su madre era María. Su patria era Galilea, una región agraria, semipagana,  despreciada por muchos judíos. Galilea era una especie de isla rodeada por importantes ciudades helenísticas. Su lengua materna es el arameo, aunque es probable que Jesús tuviera algún cocimiento de hebreo bíblico, tanto como para entender y citar las escrituras, pero no parece que lo hablara regularmente en la conversación ordinaria. En su casa se hablaba en arameo y sus primeras palabras para llamar a sus padres fueron abbá e inmá. Fue sin duda la lengua en que anunció su mensaje, pues la población judía, tanto de Galilea como de Judea, hablaba el arameo en la vida corriente.

El primer dato de la vida de Jesús es que nace probablemente en Nazaret. Jesús no era un desconocido. La gente sabe que se ha criado en Nazaret. Se conoce a sus padres y hermanos. Es hijo de un artesano. Le llaman Jesús, el de Nazaret. Lo más probable, por tanto, es que naciera en Nazaret. Solo en los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas se nos habla de su nacimiento en Belén, lo hacen seguramente por razones teológicas, como cumplimiento de las palabras de Miqueas, un profeta del Siglo VIII a. C, que dice así “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un Jefe que será pastor de mi pueblo, Israel” (Miqueas 5,1) Por lo demás, todas las fuentes dicen que proviene de Nazaret (Marcos 1,9; Mateo 21,11; Juan 1,45-46, Hechos de los Apóstoles 10,38) y que era llamado “Jesús, el Nazareno” (nazarenos) o “de Nazaret” (Marcos 1,24,10,47,14,67,16,6, Lucas 4,34, 24,19)  El tema puede discutirse. Nace durante el reinado del emperador romano Augusto, ciertamente antes de la muerte de Herodes el Grande, que tuvo lugar en la primavera del año 4 a. C. No es posible precisar más la fecha exacta de su nacimiento. Los historiadores coinciden en situarlo entre los años 6 y 4 antes de nuestra era. El calendario actual se debe al abad Dionisio el Exiguo, que vivió a finales del siglo v. Al fijar la fecha del nacimiento de Jesús se equivocó en sus cálculos y la retrasó casi cinco años. Hoy todos sabemos la fecha exacta de nuestro nacimiento, cosa que no ocurría en la antigüedad. En el mundo antiguo casi nadie sabía la fecha de su nacimiento, porque no importaba. Por consiguiente, probablemente Jesús tampoco lo conocía. Hijo de María, nació de forma extraña. Los evangelios de Lucas y Mateo dirán que fue un nacimiento virginal.

    El segundo dato de la vida de Jesús es haber sido discípulo de Juan el Bautista. Probablemente vivió una larga época de discipulado con Juan en torno al Qumrán, el Mar Muerto y el río Jordán. El hecho de que Juan bautice a Jesús nos da a entender que éste fue discípulo suyo, porque el maestro bautiza a sus discípulos. En este periodo de tiempo con Juan, Jesús fue descubriendo su propia vocación. Es decir, Jesús no sabía de su futuro más de lo que nosotros sabemos del nuestro. Si lo hubiera sabido, no habría sido igual en todo a nosotros menos en el pecado (cf. Hebr 4,15). Jesús no sabía lo que iba a pasar mañana. O sabía igual que nosotros cuando tenemos una previsión futura de las cosas que nos van a ocurrir o que vamos a hacer. Jesús empieza a descubrir y responder a la pregunta de toda vocación: ¿quién soy yo? ¿Qué voy a hacer con mi vida?, ¿qué quiere Dios de mí? Es aquí, la hora de responder a estas preguntas, donde Jesús se va a separar de Juan. Como a la larga ocurre con la mayor parte de los discípulos, sea quien sea el maestro, también Jesús deja de identificarse con el suyo, reacciona frente a él y acaba separándose: Jesús no predicará lo mismo que Juan el Bautista.

    El tercer dato es la predicación de Jesús: el Reino de Dios es inminente. Juan Bautista predicaba: “la ira de Dios está cerca” (Cf. Mt 3, 1-12). Jesús se separa de Juan, se independiza, y predica algo distinto: el Reino de Dios está a punto de llegar”. Algunos de los discípulos de Juan se unen a Jesús, y éste comienza su predicación por la región, en torno a Cafarnaúm, ciudad importante como centro comercial de pesca unto al lago de Galilea. (Veremos en otro tema todo lo referente al Mensaje de Jesús: El Reino de Dios).

    La proclamación del Reino y la lucha por él va a da lugar a la conflictividad de la vida de Jesús. En esa conflictividad se va a encontrar Jesús con el silencio de Dios. Y desde ese silencio va a ser capaz de reencontrar la invocación de Dios como Abba. Todos los evangelistas coinciden que Jesús murió en viernes, “día de la preparación”, “víspera del sábado”. Jesús murió crucificado probablemente el 7 de abril del año 30 y fue el prefecto romano Poncio Pilato quien dictó la orden de su ejecución. Puestos a señalar una fecha concreta, diríamos que su crucifixión tuvo lugar el 15 del mes de Nisan, que sería el 7 de abril en nuestro cómputo actual (todavía celebramos la semana santa siguiendo el calendario lunar – el sábado siguiente al primer plenilunio primaveral-). Jesús tendría unos 35 años Y es posible verificar históricamente que, entre los años 35 al 40, los cristianos de la primera generación confesaban con diversas fórmulas una convicción compartida por todos y que rápidamente fueron propagando por todo el Imperio: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos”.
  
    A la luz de la resurrección, estos hombres volvieron a recordar la actuación y el mensaje de Jesús, reflexionaron sobre su vida y su muerte, y trataron de ahondar cada vez más en la personalidad de este hombre sorprendentemente resucitado por Dios. Recogieron su palabra no como el recuerdo de un difunto que ya pasó, sino como un mensaje liberador confirmado por el mismo Dios y pronunciado ahora por alguien que vive en medio de los suyos. Reflexionaron sobre su actuación, no para escribir una biografía destinada a satisfacer la curiosidad de las gentes sobre un gran personaje judío, sino para descubrir todo el misterio encerrado en este hombre liberado de la muerte por Dios.

Empleando lenguajes diversos y conceptos procedentes de ambientes culturales diferentes, fueron expresando toda su fe en Jesús de Nazaret. En las comunidades de origen judío reconocieron en Jesús al Mesías (el Cristo), tan esperado por el pueblo, pero en un sentido nuevo que rebasara todas las esperanzas de Israel. Reinterpretaron su vida y su muerte desde las promesas mesiánicas que alentaban la historia de Israel. Y fueron expresando su fe en Jesús como Cristo atribuyéndole títulos de sabor judío (Hijo de David, Hijo de Dios, Siervo de Yahvéh, Sumo Sacerdote). En las comunidades de cultura griega, naturalmente, se expresaron de manera diferente. Vieron en Jesús al único Señor de la vida y de la muerte, reconocieron en Él al único Salvador posible para el hombre y le atribuyeron títulos de sabor griego (Imagen del Dios invisible, Primogénito de toda la creación, Cabeza de todo). Más de cincuenta títulos o calificativos daba a Jesús la comunidad primitiva (Cristo 500 veces; Señor: 350, Hijo del hombre: 80; Hijo de Dios: 75, etc.).

De maneras diferentes, todos proclamaban una misma fe: en este hombre Dios nos ha hablado. No se le puede considerar como a un profeta más, portavoz de algún mensaje de Dios. Este es la misma Palabra de Dios hecha carne (Jn 1, 14). En este hombre Dios ha querido compartir nuestra vida, vivir nuestros problemas, experimentar nuestra muerte y abrir una salida a la humanidad. Este hombre no es uno más. En Jesús, Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación.

4.- Jesús personaje incalificable.

Todos los intentos de clasificar a Jesús dentro de los modelos de su tiempo resultan vanos. No es posible encerrarlo en ningún grupo determinado dentro de la sociedad judía.

Jesús no es un sacerdote judío. No pertenece a la alta clase sacerdotal de Jerusalén ni a las modestas familias de la tribu de Leví que se ocupan del culto judío. Jesús es un laico, un seglar dentro de la sociedad judía (Hb 7, 13-14). Sin embargo, se atreve a criticar la actuación de los sacerdotes que han convertido la liturgia del templo en un medio de explotación a los peregrinos (Mc 11, 15-19) y su despreocupación a la hora de acercarse a los hombres verdaderamente necesitados de ayuda (Lc 10, 30 - 37).

Jesús no es un saduceo. No pertenece a esos grupos representantes de la alta aristocracia judía que adoptaban una postura conservadora tanto en el campo político como religioso. Por una parte, colaboraban con las autoridades romanas para mantener el orden establecido por Roma que, de alguna manera, favorecía sus intereses. Por otra parte, rechazaban cualquier renovación en la tradición religiosa y cultural del pueblo. Jesús es un hombre de origen modesto, que camina por Palestina sin un denario en su bolsa, y que ha vivido muy alejado de los ambientes saduceos. Su libertad frente a las autoridades romanas y su enfrentamiento cuando se oponen a su misión (Lc 13, 31-33) no recuerda la diplomacia saducea. Por otra parte, Jesús ha rechazado la teología tradicional saducea (Mt 22, 23-33).

Jesús no es un fariseo. Los fariseos constituían un grupo no muy numeroso (quizás unos 6.000) pero muy influyente en el pueblo. Muchos de ellos pertenecían a la clase media y vivían formando pequeñas comunidades, evitando el trato con gente pecadora. Se caracterizaban por su dedicación al estudio de la Torá, su obediencia rigurosa a la Ley (sobre todo el sábado), la observancia de prescripciones rituales, ayunos, purificaciones, limosnas, oraciones, etc. Jesús ha vivido enfrentando a la clase farisea adoptando un estilo claramente antifariseo. Se mueve libremente en ambientes de pecadores, dejándose rodear de publicanos, ladrones y gente de mala fama. Condena con firmeza la teología farisea del mérito, de aquellos hombres que se sienten seguros ante Dios y superiores a los demás (Lc 18, 9-14). Critica su visión legalista de la vida y coloca al hombre no ante una Ley que hay que observar, sino ante un Padre al que debemos obedecer de corazón (Mt 5, 20-48). Rechaza violentamente la hipocresía de aquellos hombres que reducen la religión a un conjunto de prácticas externas a las que no responde una vida de justicia y amor (Mt 23).

Jesús no es un terrorista zelota ni ha tomado parte activa en el movimiento de resistencia armada que ha ido cobrando fuerza en el pueblo judío en su intento de expulsar del país a los romanos y establecer con la fuerza armada el reino mesiánico. Jesús ha vivido en ambientes en donde se respiraba esta esperanza. Además su libertad y su actitud crítica ante las autoridades (Lc 13, 32; 20,25; 22, 25-26), ante los ricos y poderosos (Lc 6, 24-25; 16, 19-31), y sobre todo, el anuncio del Reinado de Dios hizo posible que fuera acusado de revolucionario. Pero, Jesús no ha participado en la resistencia armada contra Roma. No ha pretendido nunca un poder político-militar. Su objetivo no era la restauración de la monarquía davídica y la constitución de un nación judía libre bajo el único imperio de la Ley de Moisés. Su mensaje rebasa profundamente los ideales del zelotismo.

Jesús no es monje de Qumrán. No pertenece a esta comunidad religiosa que vive en el desierto, a orillas del Mar Muerto, separada del resto del pueblo, esperando la llegada del reino mesiánico con una vida de observancia rigurosa de la Ley, ayunos y purificaciones rituales. Jesús no vive retirado en el desierto como Juan el Bautista. Sus discípulos no ayunan (Mc 2,18). Jesús participa en banquetes con gente de mala fama (Mt 9, 10-13). No ha querido organizar una comunidad de gente selecta, separada de los demás. Su mensaje está dirigido a todo el pueblo, sin distinciones. Incluso, se siente enviado a llamar especialmente a los pecadores (Lc 5, 32). Aunque el hallazgo de los manuscritos de Qumran en 1947 nos ha descubierto grandes semejanzas entre esta comunidad judía y las primeras comunidades cristianas, debemos decir que la postura de Jesús ante la Ley, la primacía que concede al amor y al perdón, su predicación del Reino de Dios y su cercanía a los pecadores lo distancian profundamente del ambiente que se respiraba en Qumran.

Jesús no es un rabino aunque algunos contemporáneos lo hayan llamado así. Jesús, sin una sede doctrinal fija, rodeado de gente sencilla, pecadores, mujeres, niños_ no ofrece la imagen típica del rabino de aquella época. Ciertamente Jesús no es un rabino dedicado a interpretar fielmente la Ley de Moisés para aplicarla a las diversas circunstancias de la vida. Por otra parte, Jesús habla con una autoridad desconocida, sin necesidad de citar a ningún maestro anterior a él, e, incluso, sin apelar a la autoridad de Moisés. La gente era consciente de que enseñaba “como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1, 22).

Jesús no es un profeta más en la historia de Israel. Es cierto que fue considerado por sus contemporáneos como un profeta de Dios (Mt 21, 11; 21, 46; Lc 7 16). Es cierto que Jesús adoptó en su actuación un estilo profético como aquellos hombres portadores del Espíritu de Yahvéh y portavoces de la Palabra de Dios para el pueblo. Pero Jesús no es un profeta más dentro del pueblo judío. Jesús no siente la necesidad de legitimar su predicación aludiendo a una llamada recibida de Yahvéh, como hacen los profetas judíos (Am 7, 15; Is 6, 8-13; Jr 1, 4-10). Tampoco emplea el lenguaje propio de los profetas que se sienten meros portavoces de la palabra de Yahvéh: (“Así habla Yahvéh”, “Escuchad lo que dice Yahvéh”, “Es oráculo de Yahvéh”); Jesús emplea una fórmula típica suya, totalmente desconocida en la literatura profética y que manifiesta una autoridad plena y sorprendente: “En verdad, en verdad yo os digo” (“Amén, amén). Además, Jesús no se mueve, como los profetas, en el marco de la alianza entre Yahvé e Israel para hablar al pueblo de las exigencias de la Ley, de las promesas del Dios aliado con el pueblo o de los castigos que les amenazan como consecuencia de la inobservancia de la alianza. Jesús anuncia algo totalmente nuevo: el Reinado de Dios empieza ya a ser realidad.

4.- Y vosotros, ¿quién decir que soy Yo?

    Llegamos al final del recorrido de este primer encuentro. También nosotros estamos llamados a responder a aquella pregunta que hace Jesús a sus discípulos en Cesarea de Filipo, y que recibe a lo largo de los siglos las respuesta más diversas: ¿Quién dice la gente que soy yo? (Mt 16,13-16). Cada generación y aun cada individuo responden según su comprensión del mundo, del hombre y de Dios. El hecho de Cristo está ahí, pero ¿cómo lo interpretamos? ¿Quién es en realidad Cristo para ti? ¿Un personaje del pasado como Espartaco o Felipe II? ¿Alguien destacado por su coherencia entre lo que decía y lo que hacía? ¿Un hombre extraordinario por sus ideas? ¿Un fundador religioso como Mahoma o Buda? ¿El que da un nuevo estilo a nuestras relaciones con Dios y., por tanto, también a nuestras relacione con el mundo y los hombres? ¿El Cristo? ¿El Hijo de Dios?

    Los interrogantes podrían ser infinitos. Pero lo que nos interesa ahora es nuestra respuesta profunda y vital. No se trata de dar una contestación verbal con títulos antiguos o nuevos. Es necesaria una respuesta que abarque a toda nuestra persona y, por tanto, que comprometa toda nuestra vida. Entonces Jesús no será sólo la más famosa figura de nuestro mundo cultural, que nos hace llegar los efectos de su obra, sino alguien vivo aquí y ahora.

    Pero siempre Jesús, el Señor, nos desbordará, nunca podrá ser abarcado compresivamente por el hombre; sólo podremos llegar a profundizar en diversos aspectos de su persona. En cada época y cultura un aspecto del evangelio se hace buena noticia para los hombres de ese tiempo, y nuestro acceso al evangelio siempre estará ligado a las circunstancias reales que vivimos.

TRABAJO EN GRUPO

1.    Después de leer el tema ¿qué me sorprende? Para ti, ¿qué significa concretamente hoy creer a Jesús?

2.    ¿En cuál de los grupos sociales me sitúo? ¿Me siento libre para ser yo mismo? ¿Frente a qué o a quienes pierdo libertad?

3.    Si Jesús me preguntase: “¿Quién dices que soy?”, ¿cuál sería mi respuesta? (Se trata de dar una respuesta que parta de la vida y la experiencia y no de la teoría). ¿Qué se piensa sobre Jesús en los ambientes que tú conoces?

4.    Si realmente Jesús está vivo ¿en qué se nota en tu vida? (Intenta pensar en contextos concretos: tu familia, tu trabajo, tu grupo…)

5.    ¿Podrías elegir un gesto a realizar o algún pequeño cambio en tu vida que refleje eso que crees? Concreta cuál puede ser el pequeño cambio que puedes emprender ya en este mes.

PARA LA ORACIÓN
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3,20). Exprésale al Señor tus deseos de querer abrir tus puertas, tu corazón, tu mente, a su persona…

“Maestro, ¿dónde vives? (Leer Jn 1,35-40). Dile que quieres tomarle como guía, como maestro. Pregúntate ¿qué te seduce de él, que te apasiona de su persona y su evangelio? ¿a  qué te llama?

“Todo lo tuve pérdida comparado con Cristo, mi Señor” (Leer Fil 3, 4-14.). Exprésale al Señor tus deseos de conocerle, de querer que Él sea lo más absoluto y fundamental en tu vida. Pregúntate dónde y cómo él se está dando a conocer en tu vida, en tu familia, en tu ambiente profesional, entre tus amigos, en tu comunidad… Para ti personalmente, ¿qué es lo más importante en Jesucristo? ¿Por qué?

Otros textos: Mc. 8, 27-30; Hech. 3, 11-26; Fil. 2, 1-11;  Lc 7, 18-27. También se puede leer de manera seguida  y tranquilamente un evangelio íntegro: v. g. el de Marcos, para tratar de obtener una visión de conjunto de la imagen que ofrece de Jesús uno de los primeros cristianos. Es conveniente leer tratando de recoger los rasgos fundamentales de la actuación de Jesús y las ideas centrales que se repiten en su mensaje.

Jesús de Nazaret.   

 

 
Aunque no existen retratos de Jesús ni indicaciones acerca de su aspecto físico, son muy frecuentes sus representaciones en el arte. Jesús con la cruz a cuestas, por El Greco.

 
Mosaico con una representación de Jesús de Nazaret, existente en la antigua Iglesia de Santa Sofía, Estambul, fechada cerca de 1280.
Jesús de Nazaret, también conocido como Jesús, Cristo o Jesucristo, es la figura central del cristianismo y una de las figuras más influyentes de la cultura occidental. Para la mayoría de las denominaciones cristianas, es el Hijo de Dios y, por extensión, la encarnación de Dios mismo. Su importancia estriba asimismo en la creencia de que ―con su muerte y posterior resurrección― redimió al género humano. El judaísmo niega su divinidad, que es incompatible con su concepción de Dios. En el islam, donde se lo conoce como Isa, es considerado uno de los profetas más importantes.
Según la opinión mayoritariamente aceptada en medios académicos, basada en una lectura crítica de los textos sobre su figura,[1] Jesús de Nazaret fue un predicador judío[2] que vivió a comienzos del siglo I en las regiones de Galilea y Judea, y fue crucificado en Jerusalén en torno al año 30, bajo el gobierno de Poncio Pilato.
Lo que se conoce de Jesús depende en buena parte de la tradición cristiana,[3] especialmente de la utilizada para la composición de los Evangelios sinópticos, redactados, según opinión mayoritaria, unos 30 o 40 años, como mínimo, después de su muerte. La mayoría de los estudiosos considera que mediante el estudio de los evangelios es posible reconstruir tradiciones que se remontan a contemporáneos de Jesús, aunque existen grandes discrepancias entre los investigadores en cuanto a los métodos de análisis de los textos y las conclusiones que de ellos pueden extraerse. Existe una minoría que niega la existencia histórica de Jesús de Nazaret.[1]

 
Una de las más antiguas representaciones de Jesús como el Buen Pastor, realizada hacia el año 300

Jesús en el Nuevo Testamento

Lo que figura a continuación es un relato de la vida de Jesús tal y como aparece en los cuatro evangelios incluidos en el Nuevo Testamento, considerados libros sagrados por todas las confesiones cristianas. El relato evangélico es la fuente principal para el conocimiento de Jesús, y constituye la base de las interpretaciones que de su figura hacen las diferentes ramas del cristianismo. Aunque puede contener elementos históricos, expresa fundamentalmente la fe de las comunidades cristianas en la época en que estos textos fueron escritos, y la visión que por entonces tenían de Jesús de Nazaret.

Nacimiento e infancia


 
La Sagrada Familia (José, María y Jesús, con Isabel y su hijo Juan el Bautista, parientes de Jesús según el Evangelio de Lucas. Pintura de Rafael, 1507.
Los relatos referentes al nacimiento e infancia de Jesús proceden exclusivamente de los evangelios de Mateo (Mt 1,18-2,23) y de Lucas (Lc 1,5-2,52).[4] No hay relatos de este tipo en los evangelios de Marcos y Juan. Las narraciones de Mateo y Lucas difieren entre sí:
  • Según Mateo, María y su esposo, José, viven (según parece, pues no se relata ningún viaje)[5] en Belén. María queda inesperadamente embarazada y José resuelve repudiarla, pero un ángel le anuncia en sueños que el embarazo de María es obra del Espíritu Santo y profetiza, con palabras del profeta Isaías [6] que su hijo será el Mesías que esperan los judíos [7] Unos magos de Oriente llegan a Jerusalén preguntando por el «rey de los judíos que acaba de nacer» con la intención de adorarlo, lo que alerta al rey de Judea, Herodes el Grande, que decide acabar con el posible rival. Los magos, guiados por una estrella, llegan a Belén y adoran al niño. De nuevo, el ángel visita a José (Mt 2,13)[8] y le advierte de la inminente persecución de Herodes, por lo que la familia huye a Egipto y permanece allí hasta la muerte del monarca (de nuevo notificada a José por el ángel, que se le presenta por tercera vez: Mt 2,19-29).[9] Entonces, José se instala con su familia en Nazaret, en Galilea.[10]
En los evangelios de Mateo y de Lucas aparecen sendas genealogías de Jesús (Mt 1, 2-16; Lc 3, 23-38).[13] La de Mateo se remonta al patriarca Abraham, y la de Lucas a Adán, el primer hombre según el Génesis. Estas dos genealogías son idénticas entre Abrahán y David, pero difieren a partir de este último, ya que la de Mateo hace a Jesús descendiente de Salomón, mientras que, según Lucas, su linaje procedería de Natam, otro de los hijos de David. En ambos casos, lo que se muestra es la ascendencia de José, a pesar de que, según los relatos de la infancia, éste solo habría sido el padre putativo de Jesús.

Bautismo y tentaciones

La llegada de Jesús fue profetizada por Juan el Bautista (su primo, según el Evangelio de Lucas),[14] por quien Jesús fue bautizado en el río Jordán.[15] Durante el bautismo, el Espíritu de Dios, en forma de paloma, descendió sobre Jesús, y se escuchó la voz de Dios.[16]
Según los sinópticos, el Espíritu condujo a Jesús al desierto, donde ayunó durante cuarenta días y superó las tentaciones a las que fue sometido por el Demonio.[17] No se menciona este episodio en el Evangelio de Juan. Después Jesús marchó a Galilea, se estableció en Cafarnaún,[18] y comenzó a predicar la llegada del Reino de Dios.[19]

Vida pública

Acompañado por sus seguidores, Jesús recorrió las regiones de Galilea y Judea predicando el evangelio y realizando numerosos milagros. El orden de los hechos y dichos de Jesús varía según los diferentes relatos evangélicos. Tampoco se indica cuánto tiempo duró la vida pública de Jesús, aunque el Evangelio de Juan menciona que Jesús celebró la fiesta anual de la Pascua judía (Pésaj) en Jerusalén en tres ocasiones. Los sinópticos mencionan solo la fiesta de Pascua en la que Jesús fue crucificado.
Gran parte de los hechos de la vida pública de Jesús narrados en los evangelios tienen como escenario la zona septentrional de Galilea, en las cercanías del mar de Tiberíades, o lago de Genesaret, especialmente la ciudad de Cafarnaúm, pero también otras, como Corozaín o Betsaida.[20] También visitó, en el sur de la región, localidades como Caná o Naín, y la aldea en la que se había criado, Nazaret, donde fue recibido con hostilidad por sus antiguos convecinos.[21] Su predicación se extendió también a Judea (según el Evangelio de Juan, visitó Jerusalén en tres ocasiones desde el comienzo de su vida pública), y estuvo en Jericó [22] y Betania (donde resucitó a Lázaro).[23]
Escogió a sus principales seguidores (llamados en los evangelios Apóstoles; en griego, «enviados»), en número de doce, de entre el pueblo de Galilea. En los sinópticos se menciona la lista siguiente: Simón, llamado Pedro y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Zelote y Judas Iscariote, el que posteriormente traicionaría a Jesús (Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6, 13-16).[24] Algunos de ellos eran pescadores, como las dos parejas de hermanos formadas respectivamente por Pedro y Andrés, y Juan y Santiago.[25] Mateo se identifica generalmente con Leví el de Alfeo, un publicano de quien en los tres sinópticos se relata brevemente cómo fue llamado por Jesús (Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27-28).[26] lo que acarreó a Jesús numerosos reproches de los fariseos.
El Evangelio de Juan solo menciona los nombres de nueve de los apóstoles, aunque en varios pasajes hace referencia a que eran doce.[27]
Predicó tanto en sinagogas como al aire libre, y las muchedumbres se congregaban para escuchar sus palabras. Entre sus discursos, destaca el llamado Sermón de la Montaña, en el Evangelio de Mateo (Mt 5-7). Utilizó a menudo parábolas para explicar a sus seguidores el Reino de Dios. Las parábolas de Jesús son breves relatos cuyo contenido es enigmático (a menudo han de ser después explicadas por Jesús). Tienen en general un contenido escatológico y aparecen exclusivamente en los evangelios sinópticos. Entre las más conocidas están la parábola del sembrador (Mt 13,3-9; Mc 4,3-9; Lc 8,5-8), cuyo significado explica Jesús a continuación; la de la semilla que crece (Mc 4,26-29); la del grano de mostaza (Mt 13,31-32; Mc 4,30-32), la de la cizaña (Mt 13,24-30), la de la oveja perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,3-7), la del siervo despiadado (Mt 18, 23-35), la de los obreros enviados a la viña (Mt 20,1-16), la de los dos hijos (Mt 21,28-32), la de los viñadores homicidas (Mt 21,33-42; Mc 12,1-11; Lc 20,9-18); la de los invitados a la boda (Mt 22, 1-14), la de las diez vírgenes (Mt 25,1-13), la de los talentos (Mt 25,14-30; Lc 19,12-27). Dos de las más conocidas aparecen solo en el Evangelio de Lucas: se trata de las parábolas del samaritano (Lc 10,30-37) y del hijo pródigo (Lc 15,11-32). En las parábolas, utiliza Jesús frecuentemente imágenes relacionadas con la vida campesina.
Mantuvo controversias con miembros de algunas de las más importantes sectas religiosas del judaísmo, y muy especialmente con los fariseos, a quienes acusó de hipocresía y de no cuidar lo más importante de la Torá: la justicia, la compasión y la lealtad (Mt 12, 38-40; Lc 20, 45-47).
La originalidad de su mensaje radicaba en la insistencia en el amor al enemigo (Mt 5,38-48;Lc 6, 27-36) así como en su relación estrechísima con Dios a quien llamaba en arameo con la expresión familiar Abba (Padre) que ni Marcos (Mc 14,36) ni Pablo (Rm 8, 15; Gal 4, 6) traducen. Se trata de un Dios cercano que busca a los marginados, a los oprimidos (Lc 4, 18) y a los pecadores (Lc 15) para ofrecerles su misericordia. La oración del Padre nuestro (Mt 6,9-13: Lc 11,1-4), que recomendó utilizar a sus seguidores, es clara expresión de esta relación de cercanía con Dios antes mencionada.

Milagros


 
La resurrección de Lázaro por Giotto di Bondone (siglo XIV).
Según los evangelios, durante su ministerio Jesús realizó varios milagros. En total, en los cuatro evangelios canónicos se narran veintisiete milagros, de los cuales catorce son curaciones de distintas enfermedades, cinco exorcismos, tres resurrecciones, dos prodigios de tipo natural y tres signos extraordinarios.
  • Los evangelios narran las siguientes curaciones milagrosas obradas por Jesús:
  1. Sanó la fiebre de la suegra de Pedro, en su casa en Cafarnaúm, tomándola de la mano (Mc 1,29-31; Mt 5,14-15; Lc 4,38-39);
  2. Sanó a un leproso galileo mediante la palabra y el contacto de su mano (Mc 1,40-45; Mt 8,1-4; Lc 5,12-16);
  3. Sanó a un paralítico en Cafarnaúm que le fue presentado en una camilla y al que había perdonado sus pecados, ordenándole que se levantara y se fuera a su casa (Mc 2, 1-12; Mt 9,1-8; Lc 5,17-26);
  4. Sanó a un hombre con la mano seca en sábado en una sinagoga, mediante la palabra (Mc 3,1-6; Mt 12,9-14;Lc 6,6-11);
  5. Sanó a una mujer que padecía flujo de sangre, que sanó al tocar el vestido de Jesús (Mc 5,25-34; Mt 9,18-26; Lc 8,40-56);
  6. Sanó a un sordomudo en la Decápolis metiéndole los dedos en los oídos, escupiendo, tocándole la lengua y diciendo: «Effatá», que significaría ‘ábrete’ (Mc 7,31-37);
  7. Sanó a un ciego en Betsaida poniéndole saliva en los ojos e imponiéndole las manos (Mc 8,22-26);
  8. Sanó a Bartimeo, el ciego de Jericó (Mt 20,29-34; Mc 10,46-52; Lc 18,35-45);
  9. Sanó a distancia al criado del centurión de Cafarnaúm (Mt 8,5-13, Lc 7,1-10, Jn 4,43-54; Jn 4,43-54);[28]
  10. Sanó a una mujer que estaba encorvada y no podía enderezarse, mediante la palabra y la imposición de manos (Lc 13,10-17). Esta curación tuvo lugar también en sábado y en una sinagoga;
  11. Sanó a un hidrópico en sábado, en casa de uno de los principales fariseos (Lc 14, 1-6).
  12. Sanó a diez leprosos, que encontró de camino a Jerusalén, mediante la palabra (Lc 17,11-19).
  13. Sanó a un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo, en Jerusalén, en sábado (Jn 5,1-9).
  14. Sanó a un ciego de nacimiento untándolo con lodo y saliva, tras lo cual le ordenó lavarse en la piscina de Siloé (Jn 9,1-12).
  • En los evangelios canónicos aparecen cinco relatos de expulsiones de espíritus impuros (exorcismos) realizados por Jesús:
  1. Expulsó a un demonio en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,21-28; Lc 4,31-37);
  2. a otro en la región de Gerasa (Mt 8,28-34; Mc 5,1-21; Lc 8,26-39);
  3. a otro que poseía a la hija de una mujer sirofenicia (Mt 15,21-28; Mc 7,24-30);
  4. a otro que atormentaba a un epiléptico (Mt 17,20-24; Mc 9,14-27; Lc 9,37-43);
  5. a un «demonio mudo» (Lc 11,14; Mt 12,22).
Además, hay varios pasajes que hacen referencia de modo genérico a exorcismos de Jesús (Mc 1,32-34;Mc 3,10-12).
  1. Resucitó una niña de doce años, la hija de Jairo (Mc 5,21-24, Mt 9,18-26, Lc 8,40-56). Jesús afirmó que la niña no estaba muerta, sino solo dormida (Mt 9,24;Mc 5,39;Lc 8,52).
  2. al hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17).
  3. a Lázaro (Jn 11,1-44).
  • Jesús obró también, según los evangelios, dos prodigios de tipo natural, en los que se pone de manifiesto la obediencia de las fuerzas naturales (el mar y el viento) a su autoridad.
  1. Jesús ordena a la tempestad que se calme y ésta obedece (Mt 8,23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25).
  2. Jesús camina sobre las aguas (Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Jn 6,16-21).
  • Tres signos extraordinarios, que tienen un sentido acusadamente simbólico:
  1. Multiplicación de los panes y los peces. Es el único de todos los milagros de Jesús que es registrado por todos los evangelios (Mc 6,32-44; Mt|14,13-21; Lc 9,10-17; Jn 6,1-13). Ocurre en dos ocasiones según los evangelios de Marcos (Mc 8,1-10) y Mateo (Mt 15,32-39);
  2. la pesca milagrosa (Lc 5,1-11; Jn 21,1-19);
  3. la conversión del agua en vino en las bodas de Caná (Jn 2,1-11).
En esos tiempos, los escribas, fariseos y otros, atribuyeron a una confabulación con Belcebú este poder de expulsar a los demonios. Jesús se defendió enérgicamente de estas acusaciones.[29] Según los relatos evangélicos, Jesús no solo tenía el poder de expulsar demonios, sino que transmitió ese poder a sus seguidores.[30] Incluso se menciona el caso de un hombre que, sin ser seguidor de Jesús, expulsaba con éxito demonios en su nombre.[31]

Transfiguración


 
Transfiguración de Jesús, por Rafael (siglo XVI).
Los evangelios sinópticos[32] relatan que Jesús subió a un monte a orar con algunos de los apóstoles, y mientras oraba se transformó el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Aparecieron junto a él Moisés y Elías. Los apóstoles dormían mientras tanto, pero al despertar vieron a Jesús junto a Moisés y Elías. Pedro sugirió que hicieran tres tiendas: para Jesús, Moisés y Elías. Entonces apareció una nube y se oyó una voz celestial, que dijo: «Este es mi Hijo elegido, escuchadle». Los discípulos no contaron lo que habían visto.

Pasión

Entrada en Jerusalén y purificación del Templo


 
Expulsión de los mercaderes del templo, según la interpretación de Giotto (siglos XIII-XIV).
Según los cuatro evangelios, Jesús fue con sus seguidores a Jerusalén para celebrar allí la fiesta de Pascua. Entró a lomos de un asno, para que se cumplieran las palabras del profeta Zacarías (Zc 9:9: «He aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga»). Fue recibido por una multitud, que lo aclamó como «hijo de David» (según el Evangelio de Lucas, fue aclamado solo por sus discípulos).[33] En los evangelios de Lucas y de Juan, Jesús es aclamado como rey.
Según los evangelios sinópticos, a continuación fue al Templo de Jerusalén, y expulsó de allí a los cambistas y a los vendedores de animales para los sacrificios rituales[34] (el Evangelio de Juan, en cambio, sitúa este episodio al comienzo de la vida pública de Jesús, y lo relaciona con una profecía sobre la destrucción del Templo).[35] Vaticinó la destrucción del Templo[36] y otros acontecimientos futuros.

Unción en Betania y Última Cena

En Betania, cerca de Jerusalén, fue ungido con perfumes por una mujer.[37] Según los sinópticos, la noche de Pascua cenó en Jerusalén con los Apóstoles, en lo que la tradición cristiana designa como Última Cena. En el transcurso de esta cena pascual, Jesús predijo que sería traicionado por uno de los Apóstoles, Judas Iscariote. Tomó pan en las manos, diciendo «Tomad y comed, este es mi cuerpo» y, a continuación, cogiendo un cáliz de vino, dijo: «Bebed de él todos, porque esta es la sangre de la Alianza, que será derramada por la multitud para la remisión de los pecados».[38] Profetizó también, según los sinópticos, que no volvería a beber vino hasta que no lo bebiera de nuevo en el Reino de Dios.[39]

Arresto

Tras la cena, según los sinópticos, Jesús y sus discípulos fueron a orar al huerto de Getsemaní. Los apóstoles, en lugar de orar, se quedaron dormidos, y Jesús sufrió un momento de fuerte angustia con respecto a su destino, aunque decidió acatar la voluntad de Dios.[40] [41]
Judas había efectivamente traicionado a Jesús, para entregarlo a los príncipes de los sacerdotes y los ancianos de Jerusalén a cambio de treinta piezas de plata.[42] Acompañado de un grupo armado de espadas y garrotes, enviado por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, llegó a Getsemaní y reveló la identidad de Jesús besándole la mejilla. Jesús fue arrestado. Por parte de sus seguidores hubo un conato de resistencia, pero finalmente todos se dispersaron y huyeron.[43]

Juicio

Tras su detención, Jesús fue llevado al palacio del sumo sacerdote Caifás (según el Evangelio de Juan, fue llevado primero a casa de Anás, suegro de Caifás). Allí fue juzgado ante el Sanedrín. Se presentaron falsos testigos, pero como sus testimonios no coincidían no fueron aceptados. Finalmente, Caifás preguntó directamente a Jesús si era el Mesías, y Jesús dijo: «Tú lo has dicho». El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras ante lo que consideraba una blasfemia. Los miembros del Sanedrín escarnecieron cruelmente a Jesús.[44] En el Evangelio de Juan, Jesús fue llevado primero ante Anás y luego ante Caifás. Solo se detalla el interrogatorio ante Anás, bastante diferente del que aparece en los sinópticos.[45] Pedro, que había seguido a Jesús en secreto tras su detención, se encontraba oculto entre los sirvientes del sumo sacerdote. Reconocido como discípulo de Jesús por los sirvientes, le negó tres veces (dos según el Evangelio de Juan), como Jesús le había profetizado.[46]
A la mañana siguiente, Jesús fue llevado ante Poncio Pilato, el procurador[47] romano. Tras interrogarle, Pilato no le halló culpable, y pidió a la muchedumbre que eligiera entre liberar a Jesús o a un conocido bandido, llamado Barrabás. La multitud, persuadida por los príncipes de los sacerdotes, pidió que se liberase a Barrabás, y que Jesús fuese crucificado. Pilato se lavó simbólicamente las manos para expresar su inocencia de la muerte de Jesús.[48]

Crucifixión

Jesús fue azotado, lo vistieron con un manto rojo, le pusieron en la cabeza una corona de espinas y una caña en su mano derecha. Los soldados romanos se burlaban de él diciendo: «Salud, rey de los judíos».[49] Fue obligado a cargar la cruz en la que iba a ser crucificado hasta un lugar llamado Gólgota, que significa, en arameo, ‘lugar del cráneo». Le ayudó a llevar la cruz un hombre llamado Simón de Cirene.
Dieron de beber a Jesús vino con hiel. Él probó pero no quiso tomarlo. Tras crucificarlo, los soldados se repartieron sus vestiduras. En la cruz, sobre su cabeza, pusieron un cartel en arameo, griego y latín con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos», que a menudo en pinturas se abrevia INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, literalmente ‘Jesús de Nazaret, rey de los judíos’). Fue crucificado entre dos ladrones.[50]
Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó: «Elí, Elí, lemá sabactani», que ―según los Evangelios de Mateo y Marcos― en arameo significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’.[51] Las palabras finales de Jesús difieren en los otros dos evangelios.[52] También hay diferencia entre los evangelios en cuanto a qué discípulos de Jesús estuvieron presentes en su crucifixión: en Mateo y Marcos, son varias de las mujeres seguidoras de Jesús; en el Evangelio de Juan se menciona también a la madre de Jesús y al «discípulo a quien amaba» (según la tradición cristiana, se trataría del apóstol Juan, aunque en el texto del evangelio no se menciona su nombre).

Sepultura

Un seguidor de Jesús, llamado José de Arimatea, solicitó a Pilato el cuerpo de Jesús la misma tarde del viernes en que había muerto, y lo depositó, envuelto en una sábana, en un sepulcro excavado en la roca. Cubrió el sepulcro con una gran piedra.[53] Según el Evangelio de Mateo (no se menciona en los otros evangelios), al día siguiente, los «príncipes de los sacerdotes y los fariseos» pidieron a Pilato que colocase frente al sepulcro una guardia armada, para evitar que los seguidores de Jesús robasen su cuerpo y difundieran el rumor de que había resucitado. Pilato accedió.[54]

Resurrección y ascensión


 
La resurrección de Cristo, por Piero della Francesca (siglo XV).

 
La resurrección de Cristo, en el Retablo de Isenheim, por el pintor alemán Matthias Grünewald (siglo XVI).
Los cuatro evangelios relatan que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día después de su muerte y se apareció a sus discípulos en varias ocasiones.[55] En todos ellos, la primera en descubrir la resurrección de Jesús es María Magdalena. Dos de los evangelios (Marcos y Lucas) relatan también su ascensión a los cielos. Los relatos sobre Jesús resucitado varían, sin embargo, según los evangelios:
  • En el Evangelio de Mateo, María Magdalena y «la otra María» fueron al sepulcro en la mañana del domingo. Sobrevino un terremoto, y un ángel vestido de blanco removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Los guardias, que presenciaron la escena, temblaron de miedo y «se quedaron como muertos» (Mt 28, 1-4). El ángel anunció a las mujeres la resurrección de Jesús, y les encargó que dijeran a los discípulos que fueran a Galilea, donde podrían verle. Al regresar, el propio Jesús les salió al encuentro, y les repitió que dijeran a los discípulos que fueran a Galilea (Mt 28, 5-10). Entre tanto, los guardias avisaron a los príncipes de los sacerdotes de lo ocurrido. Éstos les sobornaron para que divulgaran la idea de que los discípulos de Jesús habían robado su cuerpo (Mt 28, 11-15). Los once apóstoles fueron a Galilea, y Jesús les hizo el encargo de predicar el evangelio (Mt 28, 16-20).
  • En el Evangelio de Marcos, tres seguidoras de Jesús, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, fueron al sepulcro el domingo, muy de mañana, con la intención de ungir a Jesús con perfumes (Mc 16, 1-2). Vieron que la piedra que cubría el sepulcro estaba removida. Dentro del sepulcro, descubrieron a un joven vestido con una túnica blanca, quien les anunció que Jesús había resucitado, y les ordenó que dijesen a los discípulos y a Pedro que fuesen a Galilea para allí ver a Jesús. Se indica que María y sus compañeras no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo (Mc 16, 3-8). A continuación, se dice que Jesús se apareció a María Magdalena (sin mencionar a las otras mujeres), y que esta dio al resto de los seguidores de Jesús la buena noticia, pero no fue creída (Mc 16, 9-11). Jesús volvió a aparecerse, esta vez a dos que iban de camino: cuando estos discípulos contaron lo ocurrido, tampoco se les creyó (Mc 16, 12-13). Finalmente, se apareció a los once apóstoles, a los que reprendió por no haber creído en su resurrección. Les encomendó predicar el evangelio, y subió a los cielos, donde está sentado a la derecha de Dios (Mc 16, 14-20).[56]
  • En el Evangelio de Lucas, algunas mujeres, María Magdalena, Juana y María de Santiago, y otras cuyos nombres no se mencionan, acudieron al sepulcro para ungir a Jesús con perfumes. Encontraron removida la piedra del sepulcro, entraron en él y no encontraron el cuerpo (Lc 24, 1-3). Entonces se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes, quienes les anunciaron la resurrección de Jesús (Lc 24, 4-7). Las mujeres anunciaron la resurrección a los apóstoles, pero estos no las creyeron (Lc 24,8-11), excepto Pedro, que fue al sepulcro y comprobó que el cuerpo había desaparecido (Lc 24, 12). Ese mismo día, Jesús se apareció a dos discípulos que caminaban de Jerusalén a Emaús, que lo reconocieron en el momento de la fracción del pan (Lc 24, 13-35). Poco después se presentó ante los once, que creyeron que se trataba de un espíritu, pero les demostró que era él en carne y huesos, y comió en su presencia (Lc24,36-43). Les explicó el sentido de su muerte y resurrección (Lc 24,44-49), y, más tarde, los llevó cerca de Betania, donde ascendió al cielo (Lc 24,50-53).
  • En el Evangelio de Juan, María Magdalena fue al sepulcro muy de madrugada y descubrió que la piedra había sido removida. Corrió en busca de Pedro y del «discípulo a quien Jesús amaba»


Empezamos una serie de artículos en torno a la verdad histórica de Jesús de Nazaret. Es esquema que seguiremos es el siguiente:

  • —¿QUÉ CONOCEMOS DE LA HISTORIA VERDADERA DE JESÚS DE NAZARET?
    • —El final: la pasión y resurrección
    • —El comienzo: nacimiento y familia
    • —La luz: bautismo, tentación y elección
    • —Los dichos: la felicidad de la salvación de Dios
      • —¿Cómo hablaba Jesús?
      • ¿Qué decía Jesús?
Bibliografía básica:

La Historia: Jesús y los historiadores.

 

Algunos historiadores profesionales de los años posteriores a Jesús se refieren a él. No deja de sorprender que hubiera algún historiador pagano que se interesara por Jesús poco después de su muerte. Jesús murió crucificado y sus discípulos se dispersaron. Nadie defendió su causa, ni lucho por él después de su muerte. De hecho sus mismos seguidores aunque le admiraban, no le llegaron a entender realmente a aquel “profeta” galileo. ¿Quién se iba a preocupar de su suerte y de sus memorias?
() Fue precisamente un judío, Flavio Josefo, quien en torno al año 93 escribió sobre Jesús. El texto más importante, de los dos en que aparece mencionado Jesús, es el conocido como el () testimonium flavianum, de las Antigüedades de los judíos. Se trata de un texto independiente de las fuentes cristianas, realizado por un no cristiano de la primera época y de primera mano. Lo que dice Josefo () concuerda con los evangelios. Su valor radica en () ofrecer una prueba de la existencia de Jesús distinta de los escritos cristianos.
Existen además () otros historiadores antiguos que mencionan a Jesús, en historias generales y cartas de personajes no cristiano. Pero sus referencias son tan breves y escuetas que apenas aportan nada nuevo al testimonio Flaviano. () El valor histórico de estas menciones, a excepción de la de Tácito, consiste en que trasmiten lo que era comúnmente sabido por quienes conocían a los cristianos.
Por contraste, llama también la atención de que () los judíos, a excepción de Josefo, no escribieran por entonces nada acerca de Jesús. Las menciones que de él se hacen en el Talmud son añadidas en el siglo IV.
Bibliografía:
  • 50 Preguntas sobre Jesús, por Juan Chapa
  • Jesús, el hijo de Dios, por Gonzalo Lobo, Joaquin Gómez
  • Los testigos: Jesús y la Iglesia, por  Juan Antonio Martínez Camino, Jesús de Nazaret. La verdad de su historia, Edicel Centro Bíblico Católico, 4ª ed. 2010, pp. 43-47.

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