lunes, 11 de marzo de 2013

Luisa de Marillac, Santa


Patrona de la Asistencia Social, Marzo 15
 
Luisa de Marillac, Santa
Luisa de Marillac, Santa

Fundadora, con San Vicente de Paúl,
de la Hijas de la Caridad.

Martirologio Romano: En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo formó el Instituto de Hermanas de la Caridad para ayuda de los necesitados, completando así la obra delineada por san Vicente de Paúl (1660).

Etimológicamente: Luisa = Aquella que es famoso en la guerra, es de origen germánico.
Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación.. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.

Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.

A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.

En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y
Luisa de Marillac, Santa
Luisa de Marillac, Santa
en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.

En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.

En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo". Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.

Luisa de Marillac

           
Santa Luisa de Marillac
Louisedemarillac.jpg
Co-fundadora de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl
Nacimiento12 de agosto de 1591
París
Fallecimiento15 de marzo 1660
París
Beatificación9 de mayo de 1920
Canonización11 de marzo de 1934
Festividad15 de marzo
AtributosCon un libro y una niña
PatronazgoNiños abandonados o huérfanos, viudas, patrona de obras sociales (1960)
 
Vitral con la representación de Luisa de Marillac en la catedral de Lima.
Luisa de Marillac (París, 12 de agosto de 1591- 15 de marzo de 1660), fue la co-fundadora (junto a Vicente de Paúl) de las Hijas de la Caridad, congregación de marcado carácter asistencial. Marillac reformó la atención que se proporcionaba en los hospitales, orfanatos, casas de expósitos, asilos, hogares de adopción, instituciones psiquiátricas y centros de ayuda en la Francia de su época.

 Orígenes

Luisa la muerta nació en París, de una familia noble de Auvernia como hija natural de Louis I de Marillac (1556-1604) caballero y señor de Ferrières-in-Brie i de Villiers-Adam. Luisa no conoció a su madre y su padre murió cuando ella tenía quince años. No obstante, estuvo bien cuidada y recibió la educación en el monasterio real de Poissy, cerca de París dónde su tía era religiosa dominicana. unas de las pocas frases que dijo santa luisa de marillac fueron: -dios es mi dios y mi todo. -tengan un corazón que no encuentre nada difícil por el santo amor de Dios,en el que soy,y en el de su Hijo Crucificado" -sed empeñosas en el servicio de los pobres...amad a los pobres,honradlos,hijas mías, y honraéis al mismo Cristo.

 Trayectoria

En 1604, muerta su tía, viajó a París, donde será tutor su tío Michel de Marillac (1560-1632), futuro canciller de Francia. Luisa aprendió a llevar una casa y entró en los ambientes de reforma católica de la capital, frecuentando las capuchinas del Foubourg Saint-Honoré. Pensó ingresar en alguna congregación e hizo voto de servir a Dios y al prójimo.
Michel de Marillac era un ferviente católico y había tomado parte en la reforma de la orden de los carmelitas. A través de él conoció, en una de las reuniones en la tertulia de Madame Acarie, el padre Pierre de Bérulle (1575-1629) y Charles Bochard de Champigny (1568-1624), provincial de los capuchinos en 1612. Este recomendó a Luisa, al ver que era de constitución débil, que no se hiciera capuchina. Luisa siguió la dirección espiritual de Jean-Pierre Camus obispo de Belley y amigo de san Francisco de Sales.

Matrimonio

Desolada por esta negativa, Luisa estaba desorientada sobre el próximo paso en su camino espiritual. Su familia la convenció de que el matrimonio era la mejor alternativa y un tío suyo arregló su matrimonio con Antonio Le Gras, hombre joven y ambicioso que parecía destinado a grandes logros. Luisa dio el gran paso hacia el matrimonio en 1613, la pareja tuvo su único niño en el primer año de matrimonio. Aunque consagrada a su familia, Luisa seguía todavía anhelando una vida de servicio a Dios y cumplir su voto privado de dedicación total a Él. Poco después del nacimiento de su hijo, su marido, Antonio, contrajo una enfermedad crónica y eventualmente cayó postrado en cama.
En 1623 escribió: «En la fiesta del Pentecostés, durante la Santa Misa cuando yo estaba haciendo oración en la iglesia, mi mente fue completamente liberada de toda duda. Me aconsejaron que debía permanecer con mi marido y que llegaría un tiempo en que estaría en posición de hacer votos de pobreza, castidad, y obediencia y estaría en una pequeña comunidad dónde otras harían lo mismo». Tuvo también una visión en que ella sería guiada por un nuevo director espiritual (Vicente de Paúl) y que esta gracia le sería concedida por su difunto confesor, san Francisco de Sales.
Dos años después de esta experiencia, falleció su marido y dejó a Luisa libre para cumplir su gran misión en la vida. Ella asumió la tarea de su propio perfeccionamiento espiritual. Escribió sus propias «Reglas de Vida en el Mundo» que detallaban una estructura para su vida.

Vicente de Paúl

Vicente de Paúl se convirtió en su director espiritual en 1625. Durante los ocho años siguientes se comunicaron a menudo a través de cartas y reuniones personales. En 1632, Luisa hizo un retiro para buscar una guía interna con respecto al próximo paso a dar. Su intuición profunda la llevó a comprender que había llegado el tiempo de ir al mundo a ayudar a los pobres y necesitados manteniendo una vida espiritual interior. Luisa se sintió preparada para esta misión y comunicó estas aspiraciones a Vicente.

 Fundación de las Hijas de la Caridad

 
San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac y las primeras "Hijas de la Caridad"; Iglesia de San Carlo al Corso, en Milán.
En el siglo XVII en Francia el cuidado caritativo de los pobres estaba completamente desorganizado. Muchas personas poco privilegiadas eran víctimas de la inexistencia de cuidados o de las malas condiciones en el hospital. Las «Señoras de la Caridad», fundadas por Vicente de Paúl muchos años antes, proporcionaban algún cuidado y recursos monetarios, pero esto no era bastante. Al comienzo de 1633, Luisa asumió la tarea de poner orden en ese caos. Aunque las adineradas Señoras de la Caridad tenían fondos para ayudar a los pobres, no tenían el tiempo o el temperamento para vivir una vida de servicio e inserción entre los pobres. Luisa de acuerdo con Vicente reunió en su casa para formar a las mujeres del pueblo jóvenes humildes que tenían la energía y la actitud apropiada. Con un grupo de cuatro jóvenes que vivían en su casa, Luisa comenzó a prepararlas y a preocuparse de los necesitados y les enseñó también a desarrollar una vida profunda de espiritual «Amar a los pobres y honrarlos como honrarían al propio Cristo». Esto fue la fundación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
El trabajo de Luisa con estas mujeres jóvenes desarrolló un sistema de atención en el Hôtel-Dieu, el hospital más antiguo y más grande de París. Su trabajo fue bien conocido y las Hermanas fueron invitadas a Angers a tomar a su cargo la organización del hospital. Éste fue el primer proyecto fuera de París para la nueva comunidad. Luisa misma hizo el arduo viaje a Angers en compañía de tres hermanas. Después de completar las negociaciones con la ciudad y el hospital, Luisa promovió la colaboración entre los doctores, enfermeras y otros para formar un equipo completo. Bajo la guía de Luisa de Marillac las Hermanas extendieron su servicio para incluir los hospitales, orfelinatos, instituciones para ancianos y enfermos mentales, prisiones, escuelas y el campo de batalla con ayuda a las víctimas de la Guerra de los Treinta Años.
En poco tiempo, Luisa de Marilac fundó nuevas comunidades en treinta ciudades de Francia y Polonia: París, Richelieu, Angers, Sedan, Nanteuil-le-Haudouin, Liancourt, Saint-Denis, Serqueux, Nantes, Fontainebleau, Montreuil-sur-Mer, Charo, Chantilly, Montmirail, Hennebont, Brienne, Étampes, Bernay, Sainte-Marie du Mont, Cahors, Saint-Fargeau, Ussel, Calais, Metz y Narbona. Luisa continuó su trabajo con las Hijas de la Caridad hasta casi los setenta años.
Después de un tiempo de debilidad creciente y poca salud, Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660, seis meses antes de la muerte de su gran amigo y guía Vicente de Paúl. Fue canonizada en 1934 por Pío XI y es la santa patrona de los trabajadores sociales y cuidadores, proclamada por el papa Juan XXIII en 1960.
Las reliquias de su cuerpo se encuentran al lado izquierdo del Altar Mayor en la Capilla de la Medalla Milagrosa en la iglesia de Saint-Laurent de París.

Bibliografía

  • Nicolas Gobillon, La vie de mademoiselle Le Gras, fondatrice et première supérieure de la compagnie des filles de la Charité, servantes des pauvres, Paris : André Pralard, 1676, 187 p.
  • Louise de Marillac, Écrits spirituels (dir. Sr Élisabeth Charpy, fdlC), Paris : Compagnie des Filles de la Charité de Saint Vincent de Paul, 1983, 920 p.
  • La compagnie des filles de la Charité aux origines. Documents (présentés par Sr Élisabeth Charpy), Paris : Compagnie des filles de la Charité, 1989, 1112 p.
  • Benito Martinez, CM, Empeñada en un paraíso para los pobres, Santa Marta de Tormes y Salamanca: CEME, 1995, 323 p.
  • Yves Krumenacker, L’École française de spiritualité. Des mystiques, des fondateurs, des courants et leurs interprètes, Paris : Cerf, 1998, 660 p.
  • Sr Élisabeth Charpy, Petite vie de Louise de Marillac, Paris : Desclée De Brouwer, 1991, 125 p.
  • Sr Élisabeth Charpy, Spiritualité de Louise de Marillac : itinéraire d'une femme, Paris : Desclée De Brouwer, 1995, 120 p.
  • Sr Élisabeth Charpy, Prier avec Louise de MARILLAC, Strasbourg : Le Signe, 1995, 28 p.

Enlaces externos


SANTA LUISA DE MARILLAC (+1660)15 DE MARZO

Santa Luisa de MarillacSanta Luisa de Marillac Barañáin nació el 12 de agosto del año 1591. Era hija de una familia noble. Huérfana de madre muy pronto, su padre le proporcionó una formación extraordinaria en todas las ramas del saber. Era también sumamente piadosa y ejemplar.
A los quince años quiso entrar en un convento de capuchinas, pero la disuadieron por su delicada salud. Muere entonces su padre, y a instancias de sus parientes se casó con el señor Le Gras. Se lee en el proceso de beatificación: "Fue un dechado de esposa cristiana. Con su bondad y dulzura logró ablandar a su marido, que era de carácter poco llevadero, dando el ejemplo de un matrimonio ideal en que todo era común, hasta la oración".
Tuvieron un hijo al que Luisa le tenía un amor sin límites. Esta experiencia maternal le serviría mucho para la futura fundación. Quedó viuda a los treinta y cuatro años. El señor Le Gras murió santamente en sus brazos. Desde entonces decidió entregarse totalmente a Dios y a las buenas obras.
Francia estaba enredada en guerras de religión en el siglo XVI. Pero en el XVII surge con fuerza una pléyade de santos, que realizan una gran tarea: Francisco de Sales, Juana Francisca, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac.
Francisco de Sales era el director espiritual de Luisa, que la encaminó a Vicente de Paúl. Vicente había empezado ya sus ingentes obras de misericordia, como las Caridades, asociaciones al servicio de los pobres. Luisa pondrá en ellas el toque maternal y femenino, todo su corazón. Recorría los pueblos, reanimaba las cofradías, visitaba a los enfermos y todo quedaba renovado.
Hacían falta más brazos para atender a tantas necesidades. La miseria imperaba en ciertas regiones, donde, según informe al Parlamento "los aldeanos se ven obligados a pacer la hierba a manera de las bestias".
Vicente y Luisa no descansan. Amplían su radio de acción. Otras muchas jóvenes se unen a Luisa para atender a tantos necesitados. Después de un tiempo de noviciado, Luisa y sus compañeras pronuncian sus votos, en la fiesta de la Anunciación de 1634, fecha en que luego renovarán sus votos en todo el mundo las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
A partir de entonces la bola de nieve se convierte en alud arrollador. Se multiplican las obras en favor de "sus señores los pobres", como gustan llamarlos: Visitas a hospitales, acogida de niños expósitos, atención a las regiones en guerra, etc. Se extienden a Flandes y Polonia, y luego a todo el mundo. Asilos para pobres. Establecimientos para locos y enfermos mentales. No hay dolencia sin remedio para Luisa y sus compañeras.
A principos de 1655 quedaba canónicamente erigida la Congregación de las Hijas de la Caridad. San Vicente les leyó las Reglas y les dijo: "De hoy en adelante, llevaréis el nombre de Hijas de la Caridad. Conservad este título, que es el más hermoso que podéis tener". Contrariamente a lo que ha ocurrido a otras comunidades, también nacidas para atender a los pobres, las Hijas de la Caridad han permanecido fieles a su carisma.
La actividad desarrollada por Santa Luisa era sobrehumana, a pesar de su débil constitución. Cayó agotada en el surco del trabajo el 15 de marzo de 1660. Vicente, también enfermo, no pudo acompañarla a la hora de la muerte. Le envió este recado: "Usted va delante, pronto la volveré a ver en el cielo". Vicente, cargado de buenas obras, no tardaría en acompañarla.
Los venerables restos de Santa Luisa de Marillac reposan en París, en la casa madre de la Congregación, en la misma capilla de las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré.
Cuando su cuerpo fue exhumado en 1712 por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un número de sacerdotes de su orden, todos ellos quedaron asombrados al ver que su cuerpo, que debía estar descompuesto tras 52 años de sepultura, parecía recién enterrado. "Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes […]” Y así continúa a día de hoy, aunque con un leve tratamiento de cera en la cara para ocultar pequeñas imperfecciones.
Las Hijas de la Caridad fueron fundadas por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac en París en el año 1633. Durante los siglos XVII y XVIII desarrollaron su labor solidaria en Francia y Polonia. Hacia 1790 se establecieron en España y en el siglo XIX se extendieron por toda Europa y América Latina, además de América del Norte, Asia, África y Oceanía. En la actualidad la congregación está presente en 93 países de África, América del Sur,Asia yEuropa. El número de hermanas es de 23.045 distribuidas en 2.567 comunidades y 78 provincias canónicas.

El espíritu de las Hijas de la Caridad se fundamenta en la práctica de las virtudes de humildad, sencillez y caridad. En países como India, Libia, Angola, Bolivia, Camerún, Congo, Ghana, Ruanda o Haití, las hermanas se ocupan de la enseñanza de niños y jóvenes y atienden comedores escolares, centros para madres y niños lactantes y sanatorios para enfermos de sida, lepra y tuberculosis. Su labor está siendo fundamental en la reconstrucción de los países afectados por las últimas catástrofes naturales y en los cada vez más numerosos campos de refugiados de todo el mundo.
La obra de las Hijas de la Caridad se extiende también al mundo desarrollado. Están al servicio de los necesitados en hospitales, escuelas, casas de atención pastoral, hogares infantiles y de mujeres maltratadas, residencias de ancianos, albergues para mendigos, pisos tutelados, talleres ocupacionales y centros de rehabilitación.
Las Hijas de la Caridad recibieron el premio "Príncipe de Asturias de la Concordia 2005", otorgado por la familia real española.


Velas
15 de Marzo
 Santa Luisa de MarillacFundadora de las Hermanas Vicentinas(año 1660)

Santa Luisa de MarillacNació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años, sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud, y su débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo: "Probablemente, Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar".
Se casó entonces con Antonio Le Grass, secretario de la reina de Francia, María de Médicis.
Dicen sus biógrafos: "Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad logró transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo que en su casa todos rezaran en común las oraciones de cada día.
Dios le concedió un hijo, al cuál amó de tal manera que San Vicente le escribió diciéndole: "Jamás he visto una madre tan madre como usted".
Y en otra carta le dice el santo: "Que felicidad nos debe traer el pensar que somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto muchísimo más grande que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo no he visto en ninguna otra madre un amor tan grande por el propio hijo, como el que Usted tiene hacia el suyo".
A los 34 años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. "Ya he servido bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a Dios". Claro está que en la vida "mundana" que había tenido se había comportado tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo en afirmar que lo más probable es que ella no cometió ni siquiera un solo pecado mortal en toda su vida.
Esta santa mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores espirituales a dos santos muy famosos y extraordinariamente guías de almas: San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con San Francisco de Sales tuvo frecuentes conversaciones espirituales en París en 1618 (tres años antes de la muerte del santo) y con San Vicente de Paúl trabajó por treinta años, siendo su más fiel y perfecta discípula y servidora.
San Vicente de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a ayudar a los pobres, atender a los enfermos e instruir a los ignorantes. Estos grupos de caridad existían en los numerosos sitios en donde San Vicente había predicado misiones, pero sucedía que cuando el santo se alejaba los grupos disminuían su fervor y su entusiasmo. Se necesitaba alguien que los coordinara y los animara. Y esa persona providencial iba a ser Santa Luisa de Marillac.
Cuando Luisa se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de caridad, el santo se entusiasmó y le escribió diciendo: "Vaya en nombre del Señor. Que Dios la acompañe. Que El sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades".
En aquellos tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los caminos eran largos, las comidas malas, y los alojamientos incómodos. La santa tenía una constitución muy débil, pero San Vicente exclamaba: "Su salud es poca, sus tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe la fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene".
Dicen sus biógrafos que Luisa recorría el país visitando las asociaciones de caridad y que levaba siempre gran cantidad de ropas y medicinas para regalar y que casi todo lo compraba con dinero que ella misma por sus propios esfuerzos había conseguido.
Apenas llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la caridad, les recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes formaban parte de aquella asociación, las entusiasmaba con sus recomendaciones y se esforzaba por conseguir nuevas socias. Ella misma visitaba a los enfermos e instruía a los ignorantes y repartía ayuda a los pobres, y esto lo hacía con tal entusiasmo y tan grande bondad, que cuando marchaba de ahí, quedaba todo renovado y rejuvenecido.
La familia Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó en desgracia del rey Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros fueron a la cárcel. Luisa, aunque sufría mucho a causa de esto, no permitía que nadie hablara mal en su presencia contra el rey, y su primer ministro Richelieu que tanto los habían hecho padecer.
En 1633, el 25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la más grande comunidad femenina que existe, las Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad.
San Vicente les hizo este reglamento: "Por monasterio tendrán las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a Dios. El velo protector será la modestia o castidad"
En aquellos años de 1633, Francia estaba pasando por una situación dificilísima de guerras, miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces cuando guiadas por el incansable San Vicente de Paúl, las Hijas de la Caridad se dedicaron a colaborar en todos los frentes posibles, para socorrer a los más necesitados.
Santa Luisa consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros y los ponía a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a hacer diversas obras manuales. Así los fue transformando en personas útiles a la sociedad. La alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso asilo ocupado por la mayoría de los mendigos de París. Y las Vicentinas los atendían con exquisita caridad.
Consiguió otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y a base de una buena alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con sus religiosas los atendía esmeradísimamente, y lograba en muchísimos casos su recuperación.
En 1655, el Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva Comunidad. Y San Vicente reúne a sus religiosas y les dice: "De hoy en adelante llevarán siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven este título que es el más hermoso que puedan tener".
De Santa Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de Santa Teresa: "Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer cómo fueron las religiosas que ella formó y las obras que escribió". Las religiosas formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y alma y por toda la vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus escritos causan asombro al considerar de dónde sacó tiempo para escribir centenares de cartas con consejos muy prácticos y provechosos, y para resumir las numerosas conferencias que dictaba San Vicente, copiarlas y hacerlas circular, y para hacer extractos de las meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba el Santo, y formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de una actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e ignorantes.
Trece años antes de que ella muriera, dijo San Vicente: "La hermana Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el cansancio".
San Vicente no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la muerte porque el se hallaba también muy enfermo pero le escribió una nota diciéndole: "Usted se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos volveremos a ver en el cielo". Y así sucedió.
El 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y la gangrena de un brazo murió santamente, dejando fundada y muy extendida la más grande comunidad de religiosas. (San Vicente murió el 27 de Septiembre de ese mismo año).
Las 33,000 religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de 3,300 casas en el mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora, en París, allí mismo sucedieron las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a la vicentina Santa Catalina Labouré. Las religiosas fundadas por Santa Luisa se dedican exclusivamente a obras de caridad.
El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.
 

Santa LUISA DE MARILLAC
Fundadora, con San Vicente de Paúl, de la Hijas de la Caridad
.
Fiesta: 15 de marzo
"Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo"Nació en París en 1591, Hija de Louis de Marillac, señor de Ferrieres. Perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disuadió de ello a causa de su endeble salud. Finalmente se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó. Tuvieron un hijo. En el período en que Antonio estuvo gravemente enfermo, ella lo cuidó con esmero y completa dedicación.. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivos de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a San Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el lugar del santo.
Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar a cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aun. Antonio Le Gras murió en 1625. Pero ya para entonces Luisa había conocido a "Monsieur Vicente", quien mostró al principio cierta renuncia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente en aquel tiempo estaba organizando sus "Conferencias de Caridad", con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo, para ello necesitaba una buena organización y un gran numero de cooperadores. La supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.
A medida que fue conociendo más profundamente a "Mademoiselle Le Gras", San Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de salud y, quizás lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de si misma por el bien de los demás. Tan pronto como San Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada a cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad, que fue conocida como "Hijas de la Caridad" y que se ha ganado el respeto de los hombres de la más diversas creencias en todas partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, Monsieur Vicente, que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta dama devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a "La Caridad" de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por San Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios.
En 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Ahí estaba la vieja casona que Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a las primeras candidatas que fueron aceptadas para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero San Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La sustancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos.
En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso. No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, obtuvo en Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de San Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración que fue diagnosticada erróneamente, como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a San Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel.
En el año de 1660, San Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: "Sed empeñosas en el servicio de los pobres... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo". Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y San Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.
San Vicente sobre Santa Luisa:
"De hecho no he conocido a nadie que haya demostrado una mayor prudencia que ella. La poseía en grado sumo, y yo desearía de todo corazón que la Congregación descollase en esa virtud.
Tengo la seguridad de que amaba enormemente la pobreza. vosotras mismas visteis cuan pobremente vestía. Poseía en tal grado esa virtud que una y otra vez me pidió le permitiera vivir en absoluta pobreza. Y en cuanto a la Congregación, siempre deseó que poseyera este espíritu por tratarse de una virtud que en tal alto grado ejercitó Nuestro Señor en la tierra y en la que quiso que destacasen sus apóstoles.
Si en alguna ocasión, por debilidad humana, se mostraba un tanto vehemente, no debe extrañarnos; los mismos santos afirman que no hay nadie que no tenga sus imperfecciones."


Santa Luisa de Marillac, viuda y fundadora
fecha: 15 de marzo
n.: 1591 - †: 1660 - país: Francia
canonización: B: Benedicto XV 9 may 1920 - C: Pío XI 11 mar 1934
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En París, en Francia, santa Luisa de Marillac, viuda, que con el ejemplo y la dedicación formó el Instituto de Hermanas de la Caridad, para ayuda de los necesitados, y completó así la obra delineada por san Vicente de Paúl.
patronazgo: patrona de los trabajadores sociales y de las viudas.

Al moderno lector debe parecerle extraño que esta valiente mujer, esposa y nadre antes de consagrar su viudez al servicio de Dios, fuera mejor conocida por sus contemporáneos como Mademoiselle Le Gras (señorita Le Gras), cuando no era ese su apellido de soltera, sino el de su esposo. El título de Madame, sin embargo, sólo se daba en la Francia del siglo XVII a las grandes señoras de la alta nobleza y, Luisa de Marillac, aunque bien nacida y casada con un importante oficial al servicio de la reina, no pertenecía a la jerarquía de aquellos a quienes podía darse ese cumplido. Su padre, Luis de Marillac, fue hacendado de rancio abolengo y sus tíos, después de haber alcanzado fama, fueron aún más celebrados en la historia como las trágicas víctimas de los resentimientos del cardenal Richelieu. Luisa, nacida en 1591, perdió a su madre desde temprana edad, pero tuvo una buena educación, gracias, en parte, a los monjes de Poissy, a cuyos cuidados fue confiada por un tiempo, y en parte, a la instrucción personal de su propio padre, que murió cuando ella tenía poco más de quince años. Luisa había deseado hacerse hermana capuchina, pero el que entonces era su confesor, capuchino él mismo, la disaudió de ello a causa de su endeleble salud. Finalmente, se le encontró un esposo digno: Antonio Le Gras, hombre que parecía destinado a una distinguida carrera y que ella aceptó complacida. En sus doce años de matrimonio tuvieron un hijo y fueron muy felices siempre, a excepción del período en que Antonio estuvo gravemente enfermo y ella lo cuidó con esmero y completa dedicación. Desgraciadamente, Luisa sucumbió a la tentación de considerar esta enfermedad como un castigo por no haber mostrado su agradecimiento a Dios, que la colmaba de bendiciones, y estas angustias de conciencia fueron motivo de largos períodos de dudas y aridez espiritual. Tuvo, sin embargo, la buena fortuna de conocer a san Francisco de Sales, quien pasó algunos meses en París, durante el año 1619. De él recibió la dirección más sabia y comprensiva. Pero París no era el hogar del santo aunque confió a Luisa al cuidado espiritual de su discípulo favorito, Mons. Le Camus, arzobispo de Belley, las visitas de san Francisco a la capital fueron cada vez más raras.

Un poco antes de la muerte de su esposo, Luisa hizo voto de no contraer matrimonio de nuevo y dedicarse totalmente al servicio de Dios. Después, tuvo una extraña visión espiritual en la que sintió disipadas sus dudas y comprendió que había sido escogida para llevar al cabo una gran obra en el futuro, bajo la guía de un director a quien ella no conocía aún. Antonio Le Gras murió en 1625, pero ya para entonces Luisa había conocido a «monsieur Vincent», como le decían al santo sacerdote conocido por nosotros como san Vicente de Paul, quien mostró al principio cierta renuencia en ser su confesor, pero al fin consintió. San Vicente estaba en aquel tiempo organizando sus «Conferencias de Caridad», con el objeto de remediar la espantosa miseria que existía entre la gente del campo. Con su maravilloso tacto y su incansable celo, pudo contar con la ayuda de un grupo de damas, al que llamó «Dames de Charité», y se formaron asociaciones en muchos centros, que indudablemente hicieron mucho bien. Sin embargo, la experiencia mostró que si este trabajo iba a realizarse sistemáticamente y a desarrollarse en el mismo París, se necesitaba una buena organización y un gran número de cooperadores. Las aristócratas damas de la caridad, a pesar de su celo, no podían disponer de más tiempo, a causa de sus propias obligaciones y, en muchos casos, no contaban con la fortaleza física para soportar las exigencias que se les reclamaban. A fin de poder alimentar y atender a los pobres, cuidar a los niños abandonados y tratar con hombres de baja estofa, resultaron auxiliares más útiles, por regla general, las gentes de humilde condición, acostumbradas a soportar penalidades. Pero sobre todo, se necesitaba la supervisión y la dirección de alguien que infundiera absoluto respeto y que tuviera, a la vez, el tacto suficiente para ganarse los corazones y mostrarles el buen camino con su ejemplo.

A medida que fue conociendo más profundamente a «mademoiselle Le Gras», san Vicente descubrió que tenía a la mano el preciso instrumento que necesitaba. Era una mujer decidida y valiente, dotada de clara inteligencia y una maravillosa constancia, a pesar de la debilidad de su salud y, quizá lo más importante de todo, tenía la virtud de olvidarse completamente de sí misma por el bien de los demás. Tan pronto como san Vicente le habló de sus propósitos, Luisa comprendió que se trataba de una obra para la gloria de Dios. Quizás nunca existió una obra religiosa tan grande o tan firme, llevada al cabo con menos sensacionalismo, que la fundación de la sociedad que fue conocida al principio con el nombre de «Hijas de la Caridad» (Filies de la Charité) y que ahora se ha ganado el respeto de los hombres de las más diversas creencias en todas las partes del mundo. Solamente después de cinco años de trato personal con Mlle. Le Gras, «monsieur Vincent», que siempre tenía paciencia para esperar la oportunidad enviada por Dios, mandó a esta alma devota, en mayo de 1629, a hacer lo que podríamos llamar una visita a «La Caridad» de Montmirail. Esta fue la precursora de muchas misiones similares y, a pesar de la mala salud de la señorita, tomada muy en cuenta por san Vicente, ella no retrocedió ante las molestias y sacrificios. Poco a poco, al multiplicarse las actividades tanto en los suburbios de París como en el campo, se hizo sentir la necesidad de colaboradores más robustos. Había muchas jóvenes y viudas de la clase campesina que estaban prontas a dar su vida por tal obra, pero eran a menudo ásperas y del todo ignorantes. Fue necesaria la instrucción y una dirección llena de tacto para obtener mejores resultados. Las energías de san Vicente estaban extremadamente agotadas y carecía de tiempo por tener que dedicarlo todo, necesariamente, a su sociedad de sacerdotes misioneros. Más aún, la mayor parte del trabajo de las «caridades» tenía que ser hecho por mujeres y, para organizar y supervisar esa labor, se requería una mujer que estuviera familiarizada con los instrumentos que se debían utilizar.

De esta suerte, en 1633, fue necesario establecer una especie de centro de entrenamiento, o noviciado, en la calle que entonces se conocía como Fosses-Saint-Victor. Allí estaba la vieja casona que Mlle. Le Gras había alquilado para sí misma después de la muerte de su esposo, donde dio hospitalidad a los primeros candidatos que fueron aceptados para el servicio de los pobres y enfermos; cuatro sencillas personas cuyos verdaderos nombres quedaron en el anonimato. Estas, con Luisa como directora, formaron el grano de mostaza que ha crecido hasta convertirse en la organización mundialmente conocida como las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul. Su expansión fue rápida. Pronto se hizo evidente que convendría tener alguna regla de vida y alguna garantía de estabilidad. Desde hacía tiempo, Luisa había querido ligarse a este servicio con voto, pero san Vicente, siempre prudente y en espera de una clara manifestación de la voluntad de Dios, había contenido su ardor. Pero en 1634, el deseo de la santa se cumplió. San Vicente tenía completa confianza en su hija espiritual y fue ella misma la que redactó una especie de regla de vida que deberían seguir los miembros de la asociación. La substancia de este documento forma la médula de la observancia religiosa de las Hermanas de la Caridad, hasta la fecha. Aunque éste fue un gran paso hacia adelante, el reconocimiento de las Hermanas de la Caridad como un instituto de monjas, estaba todavía lejos. El mismo san Vicente insistía en que él nunca había soñado en fundar una orden religiosa; era Dios el que lo había hecho todo. Estas pobres almas, como él a menudo las llamaba, no debían considerarse más que como mujeres cristianas que dedicaran sus energías al servicio de los pobres enfermos. «Vuestro convento -decía- será la casa de los enfermos; vuestra celda, un cuarto alquilado; vuestra capilla, la iglesia parroquial; vuestro claustro, las calles de la ciudad o las salas del hospital; vuestro encierro, la obediencia; vuestra reja, el temor de Dios; vuestro velo, la santa modestia». En la actualidad, la blanca cofia y el hábito azul al que sus hijas han permanecido fieles durante cerca de 300 años, llaman inmediatamente la atención en cualquier muchedumbre. Este hábito es tan sólo la copia de los trajes que antaño usaban las campesinas. En las aldeas de Normandía y Bretaña, las cofias de lino blanco de las mujeres del campo eran muy semejantes a las que llevan las Hermanas de la Caridad. San Vicente, enemigo de toda pretensión, se opuso a que sus hijas reclamaran siquiera una distinción en sus vestidos para imponer ese respeto que provoca el hábito religioso.

No fue sino hasta 1642, cuando permitió a cuatro miembros de su institución hacer votos anuales de pobreza, castidad y obediencia y, solamente 13 años después, aunque esta dilación se debió principalmente a causas políticas y accidentales, el cardenal de Hetz, arzobispo de París, obtuvo de Roma la formal aprobación del instituto y colocó a las hermanas definitivamente bajo la dirección de la propia congregación de sacerdotes de san Vicente. Mientras tanto, las buenas obras de las hijas de la caridad se habían multiplicado aceleradamente. Los pacientes del Hotel Dieu, gran hospital público de París, habían quedado bajo su cuidado, en muchos aspectos. El trato brutal que se daba a los niños abandonados, había llevado a san Vicente a organizar una casa para niños expósitos y, a pesar de la ignorancia de los mismos miembros pertenecientes a la organización, se vieron obligadas a encargarse de la educación de aquellas criaturas. En el desarrollo de todas estas obras, Mlle. Le Gras soportaba la parte más pesada de la carga. Había dado un maravilloso ejemplo en Angers, al hacerse cargo de un hospital terriblemente descuidado. El esfuerzo había sido tan grande, que a pesar de la ayuda enorme que le prestaron sus colaboradores, sufrió una severa postración, que fue diagnosticada erróneamente como un caso de fiebre infecciosa. En París había cuidado con esmero a los afectados durante una epidemia y, a pesar de su delicada constitución, había soportado la prueba. Los frecuentes viajes, impuestos por sus obligaciones, habrían puesto a prueba la resistencia de un ser más robusto; pero ella estaba siempre a la mano cuando se la requería, llena de entusiasmo y creando a su alrededor una atmósfera de gozo y de paz. Como sabemos por sus cartas a san Vicente y a otros, solamente dos cosas le preocupaban: una era el respeto y veneración con que se le acogía en sus visitas; la otra era la ansiedad por el bienestar espiritual de su hijo Miguel. A pesar de sus muchas ocupaciones, nunca lo olvidó. El mismo san Vicente vigiló a Miguel y estaba convencido de que el joven era un hombre cabal, pero con cierta inestabilidad de carácter. No tenía vocación para el sacerdocio, como su madre había esperado, pero contrajo matrimonio y parece que llevó una vida buena y edificante hasta el fin. Acudió con su mujer y su hijo a visitar a su madre en su lecho de muerte y ella los bendijo con ternura. En el año de 1660, san Vicente contaba ochenta años y estaba ya muy débil. La santa habría dado cualquier cosa por ver una vez más a su amado padre, pero este consuelo le fue negado. Sin embargo, su alma estaba en paz; el trabajo de su vida había sido maravillosamente bendecido y ella se sacrificó sin queja alguna, diciendo a las que la rodeaban que era feliz de poder ofrecer a Dios esta última privación. La preocupación de sus últimos días fue la de siempre, como lo dijo a sus abatidas hermanas: «Sed empeñosas en el servicio de los pobres ... amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo». Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660; y san Vicente la siguió al cielo tan sólo seis meses después. Fue canonizada en 1934.

No existe fuente más valiosa para la biografía de santa Luisa que la vida de san Vicente de Paul por el Padre P. Corte, junto con la correspondencia y los discursos del santo que habían sido recolectados y publicados por la diligencia del mismo cuidadoso compilador. Hay que darle cierto valor a la Vie de Mlle. Le Gras que fue sacada a la luz por M. Gobillon, en 1676, y a otras tres de fecha más reciente: la de la condesa de Richemont, en 1882; la de Monseñor Baunard, en 1898.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

No hay comentarios: