viernes, 4 de noviembre de 2011

La Boda en Caná de Galilea ( 2 )



En el relato, cuando se espera que se nos ofrezca noticia de la identidad de los novios, recibimos la revelación de una nueva identidad de Jesús y María. Jesús ya no es el niño ni el carpintero de Nazaret, que se limita a ser uno de tantos, que pasa inadvertido por una humildad infinita y un anonadamiento total del Verbo humanado. No ha hecho ni dicho nada extraordinario, que llame la atención de las gentes. Esta etapa se acabó. «Ahora» comienza «la hora».

El Padre ya ha proclamado en el Jordán, ante una pequeña muchedumbre, que Éste es «el» su Hijo (unigénito), el Bien Amado, en quien encuentra sus eternas delicias. El Bautista lo ha señalado como el Cordero de Dios que, cargando con todos los pecados del mundo, los quita. Ahora es el momento de «automanifestarse», la hora de mostrar con palabras y hechos propios la verdad de la palabra del Padre: Él es el Mesías anunciado por los profetas.

No hay dialéctica, sino diálogo entre Jesús y María. La Virgen Madre, Nueva Eva, entiende que es un momento excelente para que Jesús se manifieste como indica su nombre: Salvador. Ella, estando en todo, advierte la falta de vino, la presencia de Jesús y de sus discípulos. Es la ocasión de matar varios pájaros de un tiro. Su oración «no tienen vino» no tiene nada de ingenua.

María es mujer versada en las Escrituras; ha conversado largamente durante años con su Hijo, Dios Hijo, en su propio hogar. Es Asiento de la Sabiduría. Quedan atrás los días en que no entendía algunas palabras de Jesús. ¿Cómo creer que sus conversaciones con su Hijo fueran siempre intrascendentes o simplemente de contenido doméstico?

La respuesta de Jesús -como quedó dicho-, al ser transcrita por Juan al griego, nos queda abierta a distintas lecturas. La respuesta literal es: «Mujer, qué a ti y a mí», o bien «¿qué para ti y para mí». Desde luego, no indica una actitud de distancia ni hacia María ni hacia el apuro de los novios. El sentido depende del tono y de la música que se ponga en las palabras y del gesto que las acompañe. ¿No es coherente interpretar el «qué a ti [o para ti] y a mí [para mí]?» como una exclamación admirativa?: ¡Oh, Mujer, qué gran cosa significa esto para ti y para mí! Tiene mucho que ver este apuro contigo y conmigo...

La manifiesta insuficiencia de la criatura va a mover la manifiesta suficiencia del Creador. La criatura por sí sola es incapaz de resolver los problemas más sencillos. Pero a ti y a mí nada humano nos es ajeno y todo nos interesa sobremanera. Lo que ha sucedido, la boda, unido a lo que va a suceder mientras se celebra, forma un todo significativo de lo mucho más grande aún que ahora se cumple entre tú y yo...

«Con su «mirada penetrante –dice el Papa, situado mentalmente en Caná-, es capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones» (RVM, 10)

«Siguiendo al evangelista Juan –comenta-, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo "el primero de los milagros". Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante.

La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra mesiánica [...] A algunos la petición de María les parece desproporcionada porque subordina a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías.

A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre muestra la superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre» (Aud. gen. 5-III-1997, 1; subrayado nuestro).

Ha comenzado, pues, «ahora» (v. 8), «mi hora» (v. 4), la que no había llegado «hasta ahora» (v. 10). Ha comenzado la hora de los signos, es decir, el tiempo de que el Señor comience a actuar de tal modo que las acciones humanas del Hijo del hombre signifiquen con claridad una intención divina, la superabundancia del Amor misericordioso.

Ha llegado la hora de que Jesús comience a manifestar su «gloria», que se vea que es el Mesías esperado por Israel durante largos siglos. Esta hora, por cierto, continuará durante toda la vida pública y alcanzará su pleno cumplimiento en el misterio abarcante de la Cruz y la Resurrección.

¡Maravillosa sintonía entre María y Jesús! ¡Qué bien entiende e interpreta el pensamiento de su Hijo! Hay más que en la relación madre-hijo. Las palabras siguientes se pueden interpretar como hace el prestigioso autor Ignacio de la Potterie: «No ha llegado ya mi hora»? (p. 227), ¿acaso no ha llegado ya mi hora y tú lo sabes?

¿Que entendimiento profundo se ha dado entre Jesús y su Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su íntima unión espiritual? De todos modos el hecho es elocuente. Es evidente que en aquel hecho se delinea ya con bastante claridad la nueva dimensión, el nuevo sentido de la maternidad de María. Tiene un significado que no está contenido exclusivamente en as palabras de Jesús y en los diferentes episodios citados por los Sinópticos.

En estos textos Jesús intenta contraponer sobre todo la maternidad, resultante del hecho mismo del nacimiento, a lo que esta " maternidad " (al igual que la " fraternidad ") debe ser en la dimensión del Reino de Dios, en el campo salvífico de la paternidad de Dios. (RM, 21)

Por lo demás, ¿cómo no pensar que María está perfectamente enterada del acontecimiento del Jordán? ¡Claro que sabía que aquella podía ser «la hora» de la automanifestación! Pero Jesús no ha tomado la iniciativa. ¿Por qué? Para revelar la relevancia del rol que en la obra de la salvación se le ha confiado, por pura libertad amorosa del Padre, a la Mujer; la capacidad de iniciativa, la sabiduría y eficacia de la oración de María.

¿QUÉ «LES VA» LA BODA A JESÚS Y A MARÍA?

Les va una analogía entre «lo que es» una boda y «lo que hay» entre los novios. Sólo que de un modo superior, sublime, nuevo y misterioso en relación a la naturaleza del nuevo Reino de Dios que se incoa en la Tierra y se consumará en el Cielo.

Cristo es «el Esposo»

« El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os 2, 21; Jr 2, 1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3, 28-30; Ef 5, 25-32; Ap 21, 1-2; etc.)» (Aud. gen. 5-III-1997).

El término "bodas" (gamos, tres veces entre tres versículos) tiene una significación simbólica. No se dice nada de los novios. El interés de Juan no se centra en ellos sino en Jesús y María. En el orden narrativo parece que aquí Jesús «ejerce» como el esposo de la boda y existen indicios de que María «ejerce» como la esposa. Así se sugiere una transposición de los personajes principales. El esposo de Caná es progresivamente reemplazado por Jesús y -en un orden diferente del matrimonio-, la esposa es reemplazada por María. Vienen a ser los personajes principales. «Todo el misterio de las bodas de Caná – dice A. Lefèvre - consiste en la presencia de este Esposo que aún está oculto, o mejor, que comienza a manifestarse» (p., 238). En v. 9-12 domina el tema del esposo aplicado a Jesús.

S. Agustín dice: «El esposo de estas bodas representaba a la persona del Señor; es a él a quien se dice: ‘tú has guardado el vino bueno hasta ahora’»: es su Evangelio. Juan Bautista designa a Jesús como el Esposo (3, 29-30). Los profetas anunciaron la alianza mesiánica bajo el símbolo de unos desposorios entre Yahwé y su pueblo (Oseas, Jeremías, Ezequiel e Isaías). El bellísimo Cantar de los Cantares se ha interpretado en la tradición judeocristiana con significación mesiánica y alegórica. Los Padres interpretan siempre esas bodas en el mismo sentido: Cristo es el verdadero Esposo de la Nueva Alianza.

El nombre de «Mujer» dirigido a María «le va» como anillo al dedo; resulta muy apropiado para nombrar a la Esposa espiritual: Ella es, en efecto, una «ayuda semejante a Él». Son «duo in carne una». La Madre de Jesús no se limita a engendrar y a educar al Dios humanado, sino que se une a Él indisolublemente, como ninguna madre a su hijo, haciéndose un solo corazón, una sola alma, como una sola cosa con Él, en Él y bajo Él para «co-redimir» con Él. Así, su maternidad divina se extiende a todos los llamados a ser una sola cosa -«unum»- con su Hijo, el Redentor del hombre. No le hace sombra, sino que conduce y une a Él (Ipsa duce).

Ahora no nos sorprende que María sea la primera Discípula y la gran Maestra.

Maestra

«Haced lo que el os diga» es la fórmula que utilizó Moisés; las pronuncia María en nombre del pueblo fiel de Israel, a los servidores (diakonoi; diakonos, serán los discípulos del Señor). Son las últimas que pronunciará en los Evangelios, su testamento espiritual. Mueve a ser dóciles a Jesús, a creer en él, única manera de cumplir la voluntad del Padre y por eso de fundar una nueva comunidad en torno a Él, la nueva comunidad de la Alianza (Cf. pág. 230); indica el perfecto entendimiento entre Jesús y María, así como su carácter de Mediadora entre Jesús y los servidores (a semejanza de Moisés entre Dios e Israel).

«El primero de los "signos" llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná–, dice el Papa, nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la "escuela" de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.» (RVM, 14).

No hay comentarios: