viernes, 23 de septiembre de 2011

Carta del Papa sobre la tarea urgente de la educación



Hoy se hizo pública una carta del Papa dirigida a la diócesis y a la ciudad de Roma sobre la tarea urgente de la educación.

En el Angelus del domingo pasado, con ocasión de la Jornada de la escuela católica, que la diócesis de Roma celebraba ese día, el Santo Padre había instado a los padres, profesores, dirigentes y alumnos de las escuelas católicas, a perseverar, a pesar de las dificultades en la tarea de «poner el Evangelio en el centro de un proyecto educativo que tienda a la formación integral de la persona humana».

En la carta, fechada el 21 de enero, Benedicto XVI afirma que la educación «parece ser cada vez más difícil. (...) Por eso, se habla de una gran «emergencia educativa», debido a que a menudo nuestros esfuerzos por formar personas sólidas, capaces de colaborar con los demás y de dar un sentido a la propia vida terminan en fracasos». Por otra parte, «se habla de una «fractura entre las generaciones», que ciertamente existe y pesa, pero que es el efecto, más que la causa, de la falta de transmisión de certezas y de valores».

El Papa escribe que entre los padres y profesores existe «la tentación de renunciar» a la educación «y sobre todo el riesgo de no comprender ni siquiera cuál es su papel. (...) En realidad, existe una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, y en último término, de la bondad de la vida».

Frente a todas estas dificultades, «que no son insuperables», añade el Santo Padre, «¡no temáis!». (...) Los valores más grandes del pasado no pueden ser simplemente heredados; debemos hacerlos propios y renovarlos a través de una decisión personal, que a menudo es «costosa».

«Sin embargo, cuando se tambalean los fundamentos y faltan las certezas esenciales, aquellos valores se necesitan de modo urgente. Concretamente, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea realmente tal». La piden los padres, tantos profesores, «la sociedad en su conjunto, (...) los mismos chicos y jóvenes, que no quieren que se les abandone frente a los desafíos de la vida».

Tras poner de relieve que «puede ser útil individuar algunas exigencias comunes de una auténtica educación», Benedicto XVI señala que «ésta tiene sobre todo necesidad de aquella cercanía y de aquella confianza que nacen del amor».

«Sería, por tanto, pobre una educación que se limitase a dar nociones e informaciones, pero que dejase a un lado la gran cuestión acerca de la verdad, sobre todo aquella verdad que puede guiar nuestra vida».

El Papa afirma que el punto más delicado de la tarea educativa es «encontrar un justo equilibrio entre la libertad y la disciplina», y explica que «la relación educativa es ante todo el encuentro entre dos libertades y la educación lograda es una formación al uso correcto de la libertad. (...) Debemos aceptar el riesgo de la libertad, permaneciendo siempre atentos a ayudar a los jóvenes a corregir ideas o decisiones equivocadas».

«La educación no puede prescindir del prestigio que hace creíble el ejercicio de la autoridad, (...) que se conquista sobre todo con la coherencia de la propia vida», escribe el Santo Padre, subrayando a continuación cómo es «decisivo el sentido de responsabilidad, (...) en primer lugar personal, si bien hay una responsabilidad que todos compartimos».

En este sentido, Benedicto XVI observa que «la orientación general de la sociedad en que vivimos y la imagen que transmite a través de los medios de comunicación ejercen un gran influjo en la formación de las nuevas generaciones, para bien pero a menudo también para mal», y recuerda que «la sociedad no es, sin embargo, una abstracción; la formamos nosotros».

Por último, el Santo Padre se refiere a la esperanza -tema de su última encíclica- como «alma de la educación» y señala que «hoy nuestra esperanza se ve amenazada por distintas partes y corremos el peligro de convertirnos, como los antiguos paganos, en seres humanos "sin esperanza y sin Dios en este mundo».

«En las raíces de la educación -concluye- hay una crisis de confianza en la vida. La esperanza que apunta a Dios no es nunca esperanza solo para sí mismo, es siempre esperanza para los demás: no nos aísla, sino que nos hace solidarios en el bien, nos estimula a educarnos recíprocamente en la verdad y el amor».

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