26 de Enero
Los Santos Abades Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding dieron su propia forma a la tradición benedictina cuando, en el año de salvación 1098, construyeron el Nuevo Monasterio de Císter.
El Exordio Parvo y la Carta de Caridad exponen la vocación y la misión que los Fundadores recibieron de Dios. La Iglesia, con su autoridad, la sancionó y confirmó para su tiempo y el nuestro.
Roberto, ya desde su juventud, fue monje benedictino. Hombre inquieto y deseoso siempre de mayor perfección, hizo varios intentos de fundación y reforma, entre ellos Molesmes. Finalmente encabezó la comunidad fundadora de Císter y al poco tiempo, por orden del Papa, tuvo que volver a Molesmes, donde falleció en 1111.
Alberico, prior con Roberto, es el segundo abad de Císter. A él se debe la primera organización de la observancia cisterciense, la dependencia directa de Roma y la redacción de los Estatutos primitivos de Císter. Falleció en 1109.
Esteban Harding, sucesor de Alberico, fue el creador, mediante la Carta de Caridad, del organigrama de la Orden Cisterciense, que la constituye como tal. Cuando muere el 28 de Marzo de 1134 La Orden está extendida por el Occidente Europeo.
HIMNO
La agitada existencia de este mundo
va perdiendo el sentido del misterio;
los hombres huyen de su yo profundo,
rehusan encontrarse en el silencio.
Inquietos buscadores de la vida,
que está escondida en la quietud de Dios;
pregón y buena nueva que fascina
a todo el que por la verdad camina.
Por una soledad que no es vacío,
sino presencia oculta y plenitudque nos inunda,
y colma de sentidolo que es provisional y finitud.
Jesús vive y actúa entre nosotros;
mantengamos ardientes el anhelo.
Seamos testigos para todosde
que ya está llegando el Mundo Nuevo.
La entraña atada de la historia gime,
sollozando por la verdad del Padre,
la libertad del Hijo que redime y
el gozo que el Espíritu reparte.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que te das como premio incomparable a los que abandonan todo por amor a tu Hijo Jesucristo, concédenos, por intercesión de nuestros Santos Padres Roberto, Alberico y Esteban, correr con todas nuestras fuerzas a la unión contigo en la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo. Movidos por el Espíritu,la soledad eligieronpara contemplar a Diosy a él darse por entero.El Císter nació, movidode ansias de verdad, anhelosde pobreza y sencillez,gran amor a Dios y al silencio.Ya sólo agradar a Dioses su firme pensamiento,y hacer de la caridadsu estímulo verdadero.El carisma monacalcrece lozano en el tiempo;la vida comunitariaes su clima y es su centro.Haced, Padre, que seamoslos más fieles herederosde esta fe, para que al Hijoy al Espíritu alabemos. Amén.
Del libro del Exordio de Císter.(Cîteaux. Documents Primitifs, pp. 113ss. Commentarii Cistercienses). Comienzos del Monasterio de Císter
El año 1098 de la Encarnación del Señor, en la soledad que habían descubierto, comenzaron a construir una abadía, animados por los consejos y confirmados por la autoridad del venerable Hugo, arzobispo de Lyon. Roberto recibió del obispo de Châlon la investidura y el báculo, y los otros monjes le prometieron estabilidad en este mismo lugar. Pero poco después ocurrió que el abad Roberto, reclamado por los monjes de Molesmes, volvió allí por orden del Papa Urbano II.
Lo reemplazó Alberico, hombre religioso y santo. El Nuevo Monasterio, gracias a la solicitud y habilidad de su nuevo abad, y con la ayuda de Dios, en poco tiempo avanzó en la piedad, adquirió gran renombre y acrecentó los bienes necesarios. En cuanto al hombre de Dios Alberico, el décimo año conquistó la recompensa de la vida eterna a que estaba llamado, y que no en vano había tratado de conquistar durante nueve años.
Le sucedió Esteban, inglés, que amaba ardientemente la vida monástica, la pobreza y la disciplina regular. En su tiempo se manifestó con toda evidencia lo que dice la Escritura: Los ojos del Señor miran a los justos y sus oídos escuchan sus gritos. Porque cuando este pequeño rebaño se desolaba por ser tan pocos, y los pobres de Cristo temían más y más (casi hasta la desesperación) no poder dejar herederos de su pobreza, pues las gentes de los alrededores honraban su santidad de vida, pero se horrorizaban ante su austeridad, y sufrían los monjes al ver apartarse de imitarles aquellos mismos que se les acercaban para venerarles, Dios, para quien es fácil hacer grande lo pequeño y sacar mucho de lo poco, más allá de toda esperanza, movió los corazones de un gran número para imitarlos, de suerte que en el noviciado se encontraron treinta a la vez.
Tras esta visita del cielo tan inesperada, pero tan feliz y que bien la merecía, la mujer estéril y sin hijos comenzó a sentir gran alegría. Y Dios no cesó de multiplicar su linaje, de aumentar su gozo, hasta el punto de que, en doce años aproximadamente, la feliz madre pudo ver, entre sus hijos y los hijos de sus hijos, hasta veinte abades. Y decidieron imitar el ejemplo de San Benito, cuya Regla se había adoptado. Así, en el mismo momento en que el árbol comenzaba a echar nuevas ramas, el venerable Padre Esteban redactó un escrito maravilloso, lleno de discernimiento, que cortara los brotes de discordia, que si nacían un día, podían ahogar los frutos nacientes de la paz común. Y quiso que este escrito se llamara con toda razón Carta de Caridad, pues todo en él trata de la caridad y parece no buscar ninguna otra cosa fuera de ella, y así dice: A nadie debáis más que amor.
EVANGELIO
†Lectura del Santo Evangelio según San Juan15,9-17
COMENTARIO AL EVANGELIODe los tratados de Guillermo de Saint-Thierry$De la contemplación de Dios (Col. Padres Cistercienses n. 1, Azul - Argentina 1976, pp. 67ss.) La verdadera filosofía
Tu Verdad, que es también la Vida a la que vamos y por la que vamos, nos describe la pura, cierta y simple forma de la verdadera filosofía, cuando dice a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
He aquí el amado del amado, como leemos en el salmo, pues el Padre ama al Hijo, y el Hijo permanece en el amor del Padre hasta el pleno cumplimiento de sus mandatos. Es también el amado del amado cuando el discípulo amado ama a Cristo, su maestro, hasta observar por su amor todos sus mandamientos y conserva esta voluntad hasta la muerte. Iluminado por su verdad y por su amor usa bien y para el bien todas las cosas, tanto las que son de suyo idóneas para el bien como las que llevan al mal, y también las que son de suyo indiferentes. Todo lo cual es propio de la virtud cristiana.
Como dijo alguien, la virtud "es el buen uso de la voluntad libre", y el acto virtuoso "es el que usa bien de las cosas que podríamos usar malamente".
En consecuencia, para que la caridad no sea manca, nos enseña el amor al prójimo según la ley pura de la caridad, para que así como Dios en nosotros se ama sólo a sí mismo, y nosotros aprendimos a amar en nosotros solamente a Dios, de igual manera comencemos a amar al prójimo como a nosotros mismos, para que tanto en él como en nosotros amemos sólo a Dios.
Hacia ti sólo, Fuente de Vida, debo levantar mis ojos, para que, sólo en tu luz, vea la luz.
Hacia ti, Señor, hacia ti se vuelven hoy -y se vuelven siempre- mis ojos. Que hacia ti, en ti y por ti progresen todos los progresos de mi alma.
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