viernes, 23 de septiembre de 2011

Fidelidad




Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja.

La fidelidad es un valor fundamental y como tal, se aplica más directamente a las relaciones de pareja entre novios y entre esposos, y hoy hemos querido profundizar en este tema, porque no es necesario sufrir la infidelidad de la pareja para entender que este es un valor fundamental.

Alcanzar el verdadero y único amor es la aspiración más noble del hombre, sin embargo, el egoísmo y el placer se han convertido en dos gigantes que impiden tener una relación sana, estable y de beneficio para las personas. Hacer conciencia y robustecer el valor de la fidelidad, es una necesidad que nos apremia en beneficio de nosotros mismos, la familia y la sociedad entera.

La fidelidad es el íntimo compromiso que asumimos de cultivar, proteger y enriquecer la relación con otra persona y a ella misma, por respeto a su dignidad e integridad, lo cual garantiza una relación estable en un ambiente de seguridad y confianza que favorece al desarrollo integral y armónico de las personas.

Por extraño que pueda parecer, la fidelidad es anterior a la relación misma; debemos conocer y descubrir realmente lo que buscamos y estamos dispuestos a dar en una relación. La rectitud de intención nos ayudará a superar el egoísmo y hacer a un lado los intereses poco correctos.

Así, una relación está destinada al fracaso por desvirtuar el propósito de la misma: Esto sucede con quien busca un joven apuesto o una chica hermosa para satisfacer la propia vanidad o la búsqueda de placer; peor aún si se pretende a través de esa relación, alcanzar una mejor posición social y un interés económico. Poco futuro tiene esa pareja cuando alguna de las partes no ha entendido que debe haber disposición para compartir, comprender y colaborar al perfeccionamiento personal del otro.

Podemos afirmar que el egoísmo es el mayor peligro para cualquier relación. Aunque no siempre aparece a primera vista, podemos observar que algunas personas se dejan llevar por todo lo que es novedoso: ropa, autos, aparatos...; con el consecuente cumplimiento de sus caprichos, buscando el placer en la comida, la bebida, el sexo y la diversión.

Estas personas están en constante peligro de faltar a la fidelidad en cualquier momento, porque su vida está orientada a la novedad, al cambio y a la búsqueda de nuevas experiencias y satisfacciones. Ser fiel cuesta trabajo porque no existe la disposición a dar y a darse. ¿Cómo esperar que una relación no sea aburrida al poco tiempo? ¿Cómo pretender que se eviten nuevas experiencias? Vencer al egoísmo, al placer y a la comodidad con una conducta sobria, garantiza nuestro crecimiento personal, y por ende, el de cualquier relación.

La fidelidad no es exclusiva del matrimonio, es indispensable en el noviazgo porque no hay otra forma de aprender a cultivar una relación y hacer que prospere. No está mal que los jóvenes conozcan a distintas personas antes de decidir con quien sacar adelante su proyecto de vida, pero debe hacerse bien, sin engaños, procurando conocer realmente a la persona, dando lo mejor de sí mismos, teniendo rectitud de intención en sus intereses, eso es noble, correcto y sobre todo, leal.

También debemos ser cautelosos en nuestros afectos y tratar con delicadeza y respeto a las personas del sexo opuesto, máxime si ya tenemos otra relación o un compromiso con alguna persona en particular. Una cosa es la cortesía y el trato amable, otra muy diferente los halagos, las excesivas atenciones y la comunicación de sentimientos e inquietudes personales; estos intercambios hacen crecer un afecto que va más allá de la amistad y de la convivencia profesional porque se involucra a la persona en nuestra vida, en nuestra intimidad y siempre tendrá la misma consecuencia: faltar a la fidelidad. Por eso, es necesario ser muy cuidadosos con nuestro trato en la oficina, la escuela, con los familiares y en todos los lugares que frecuentamos.

La fidelidad no es atadura, por el contrario, es la libre expresión de nuestras aspiraciones, nos colma de alegría e ilumina cotidianamente a las personas. Una buena relación posee una serie de características que la hacen especial y favorecen a la vivencia de la fidelidad, pero deben cuidarse para que no sean el producto de la emoción inicial:

- Existe el interés por estar al lado de la persona, se procuran detalles de cariño y momentos agradables.

- Constantemente se hace un esfuerzo por congeniar y limar las asperezas, procurando que las discusiones sean mínimas para lograr la paz y la concordia lo más pronto posible.

- Se da poca importancia a las fallas y errores de la pareja, hacemos todo lo posible por ayudar a que las supere con comprensión y cariño.

- Somos cada vez más felices en la medida que se "avanza" en el conocimiento de la persona y en la forma en la que corresponde a nuestra ayuda.

- Compartimos alegrías, tristezas, triunfos, fracasos, planes... todo.

- Por el respeto que merece nuestra pareja, cuidamos el trato con personas del sexo opuesto, con naturalidad, cortesía y delicadeza; que a final de cuentas, es el respeto que tenemos por nosotros mismos.

La fidelidad no es sólo la emoción y el gusto de estar con la pareja, es la lucha por olvidarnos de pensar únicamente en nuestro beneficio; es encontrar en los defectos y cualidades de ambos la oportunidad de ser mejores y así llevar una vida feliz.

Sin lugar a dudas, cuando somos fieles podemos decir que nuestra persona se perfecciona por la unión de dos voluntades orientadas a un fin común: la felicidad del otro. Cuando este interés es auténtico, la fidelidad es una consecuencia lógica, gratificante y enriquecedora.

Vivir la fidelidad se traduce en la alegría de compartir con alguien la propia vida, procurando la felicidad y la mejora personal de la pareja, generando estabilidad y confianza perdurables, teniendo como resultado el amor verdadero.

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