XIX Domingo del Tiempo Ordinario A
7 de agosto del 2011.
Primer Libro de los Reyes 19,9a.11-13a.
Salmo 85(84),9ab-10.11-12.13-14.
Carta de San Pablo a los Romanos 9,1-5.
Evangelio según San Mateo 14,22-33.
El profeta Elías se enfrenta con viento, terremoto y fuego, pero no es en lo dramático o estruendoso donde se encuentra el Señor, sino en la calma y el silencio. Esta es una experiencia importante en un mundo tan agitado como el nuestro. Elías, en un lugar apartado, solitario, al que ha llegado huyendo de la persecución hace esta experiencia de Dios. Huir hacia un encuentro… Es el sentido del desierto religioso.
El camino hacia Dios es una ruta que lleva a una separación, o se puede decir también conversión; esto lo refleja San Pablo, que llora la separación de aquellos en su pueblo judío que no aceptan a Jesús como Mesías. La separación física del monje no es sino una forma y expresión de algo mucho más de fondo que todo cristiano tiene que emprender: apartarse del mal, para hacer el bien, buscar la paz y correr tras ella, como dice San Benito citando un salmo, el 33.
El evangelio nos habla de la oración en soledad de Jesús que queda en contraste con el posterior milagro dramático y la reacción también dramática de Pedro; es lo contrario al encuentro en la suave brisa, pero está relacionado a la oración de Jesús y evoca la oración de Pedro.
Necesitamos soledad y silencio para la oración, pero el Señor se hace presente también en la tormenta, y es entonces cuando nos hace falta una fe atrevida que nos lleve a acercarnos a él según nuestro deseo, aunque no según nuestras capacidades, necesitamos su mano que se extiende a nosotros en el momento crítico.
En los caminos de Dios surge el miedo, inevitablemente, incluso Jesús lo sintió[1], no debe entonces extrañarnos que tengamos que enfrentar las turbulencias donde surge el miedo; son parte del proceso por el que nos ponemos en manos de Dios y asumimos los riesgos de “caminar sobre las aguas”. Lo principal es que Jesús siempre sale a nuestro encuentro, como lo hace en esta Eucaristía, tengamos fe y acerquémonos a él.
P. Plácido Álvarez.
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