Alo largo de nuestra preparación para
Pentecostés reflexionamos sobre los
dones del Espíritu Santo. En esta reflexión hago un resumen de los ocho artículos anteriores tocando los puntos más importantes que tratamos anteriormente. Las ligas hacen referencia a los artículos sobre los dones específicos. Esperamos sea de gran utilidad para todos.
"El Espíritu lo penetra todo, hasta las profundidades de Dios. Nadie conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido el Espíritu que viene de Dios" (Cf. 1 Co 2, 10-12 passim).
Estas frases de San Pablo señalan un camino para quienes anhelan crecer en la
oración: permitir que el Espíritu de Dios que hemos recibido sea quien
moldee los actos de nuestra oración, para que en ella hablemos con "palabras aprendidas del Espíritu, expresando las cosas espirituales con palabras espirituales" (1 Co 2, 13).
El Espíritu Santo mismo es el gran don que nos eleva para orar como conviene, y con cada uno de sus dones purifica y hace progresar nuestra oración.
Los dones del
temor y de la
piedad disponen nuestro corazón para orar y nos introducen en la
presencia de Dios.
El don del temor reverencial nos da una experiencia inmediata de la
santidad y grandeza de Dios y nos inclina espontaneamente a actitudes de
adoración,
alabanza y reverencia. Hace auténtica nuestra oración, pues asegura que nos reconozcamos en la presencia del Dios tres veces santo.
El don de la piedad colabora al hacernos descubrir en este Dios de tremenda majestad a un Padre que nos ama, un Padre que quiere que estemos en su presencia con corazón filial y confiado, el más padre de los padres, pues "nadie es padre como lo es Dios" (Catecismo de la
Iglesia Católica, 239),
El don de consejo nos permite intuir con certeza, sin necesidad de un
discernimiento laborioso, cuáles luces,
inspiraciones y
deseos vienen del Espíritu Santo. Mientras que el
don de fortaleza, además de permitirnos "perseverar en la oración" en medio del desierto y cansancio, nos abre a acoger con generosidad y magnaminidad las mociones del Espíritu.
Finalmente, con
el don supremo de la sabiduría, el Espíritu de Dios, el único "que conoce lo que hay en Dios" (1Co 2, 11), nos introduce en la intimidad divina. Ya que Dios es amor, vemos con los ojos de Dios a los misterios divinos y a todo lo creado desde el amor divino. Mientras tanto, nuestra oración, participando en la vida de las tres personas divinas, se hace puro amar a Dios.
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