La oración es una relación, una relación en la que Dios se dona al hombre y el hombre se da a Dios, pero evidentemente hay una
desproporción siempre:
Dios da mucho más de lo que nosotros podemos dar. Santa Teresa decía: "Que sea bendito por siempre Él que me da tanto a mí que le doy tan poco" (Libro de la Vida, cap. 39, 6). Dios es el Dios del don. Su esencia suprema es la de dar, la de dar lo que es:
Amor (1 Jn 4, 16) y
cuando Dios da, da en sobreabundancia.El bien es de por sí difusivo, decían los filósofos antiguos y el bien supremo e infinito que es Dios todavía más: quiere difundir el Amor que Él es.
El pide en la medida en que da y da en la medida que pide
Vamos a la oración a pedir y a recibir los dones de este Dios Amor que está dispuesto a darnos, como buen Padre, lo que necesitamos. Pero al mismo tiempo en la oración sentimos que Dios mismo nos pide algo. A veces algo pequeño, mínimo, insignificante en apariencia. A veces es algo sustancial y radical. Quien se acerca como Moisés a la zarza ardiente comienza a sentir también que Dios es un Dios de fuego como la zarza que arde sin consumirse (Ex 3, 2). Y el Dios que da comienza a pedir. Entonces la creatura se queda algo perpleja como preguntándose:
"¿cómo me pide a mí algo, Él, que lo tiene todo?".
El pide en la medida en que da y da en la medida que pide. La oración es ante todo una relación de amor con quien sabemos que nos ama y en el amor siempre hay el cambio de un don. Cada uno da lo que tiene. Dios da su gracia y nosotros los que somos y a veces lo único que somos y tenemos son nuestras propias miserias. Dios entonces se manifestará en lo que es Él:
Misericordia.
No queramos ir a la oración sólo a recibir sin querer dar. En la oración no se puede ir sólo a recibir sin dar. Hay que entrar en ella con ánimo generoso, de olvido de sí, de querer dar lo que tiene, poco o mucho, a Aquel que nos ama y que amamos.
Pero también es legítimo querer recibir. Es cierto que Dios va purificando nuestro corazón y quiere que le amemos sólo por lo que Él es, pero también nos conoce y sabe que tenemos necesidades.
Dios siempre está dispuesto a darnos su Amor y además "el pan nuestro de cada día", es decir, lo que vamos necesitando cada día para realizar nuestra
vocación y
misión. Lo que le pidamos tenemos que hacerlo con
fe y confianza. Y lo que le demos con amor y generosidad.
En este cambio de dar y recibir, nosotros salimos ganando: recibimos a Dios y a su Amor y damos nuestro pequeño ser y nuestras miserias. Acudamos a la oración con la confianza de pedir todo lo que necesitemos para nosotros y los demás y de dar todo aquello que Dios nos quiera pedir, que será siempre para nuestro bien y el bien de la
Iglesia.
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