lunes, 30 de junio de 2014

El monje y su soledad.


El primer gran tema espiritual –que responde a un hecho real- en el monacato primitivo es el la “huida al desierto” (o la “fuga mundi” de la tradición latina y medieval). Y ese gesto cobra una importancia capital en la búsqueda espiritual y mística de los monjes. A lo largo de las edades y los tiempos se ha visto y vivido en formas diferentes, pero siempre con el denominador común de que en esa decisión de “partir al desierto” se encuentra en germen todo el contenido de la aventura espiritual. En el primer apéndice de este trabajo podemos ver el sentido de lo que significa “ir al desierto” en el monacato cristiano[9] (Ver Apéndice I, a).
Con la Vita Antonii san Atanasio establece los principios de una “espiritualidad monástica” que se irá desarrollando poco a poco, pero que contiene, en germen, una serie de temas que se harán clásicos en el monacato: la llamada a la renuncia por el Evangelio, la espiritualidad del desierto[10], la tentación y el combate espiritual[11], y, finalmente, la influencia carismática del monacato en el pueblo de Dios.[12]
Antonio, como otros muchos monjes que le siguieron, llega tras su largo caminar a la montaña interior[13], a la soledad sin contornos. Y siente la paz y la satisfacción de haber encontrado un lugar, su lugar en el mundo (vocación). Vive en una soledad acogedora, saturada de frescor, reconciliado con Dios, consigo mismo y con el mundo. Su alma está serena, goza de la libertad que fluye de la pureza del corazón[14], y vive según la naturaleza.
Este es el ideal del monacato cristiano, ayer, hoy, y lo será, sin duda, mañana. Aunque siempre bajo diferentes formas y sometido a las correspondientes influencias culturales.

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