lunes, 18 de marzo de 2013

Domingo de la quinta semana de Cuaresma

domingo 17 Marzo 2013
Domingo de la quinta semana de Cuaresma
San Patricio Bretaña

Leer el comentario del Evangelio por
Beato Juan Pablo II : “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”
Lecturas
Isaías 43,16-21.

Así habla el Señor, el que abrió un camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas;
el que hizo salir carros de guerra y caballos, todo un ejército de hombres aguerridos; ellos quedaron tendidos, no se levantarán, se extinguieron, se consumieron como una mecha.
No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas;
yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa.
Me glorificarán las fieras salvajes, los chacales y los avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi Pueblo, mi elegido,
el Pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.

Salmo 126(125),1-2.3.4-5.6.

Canto de peregrinación.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:
nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones.
Hasta los mismos paganos decían:
«¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!».
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría!
¡Cambia, Señor, nuestra suerte
como los torrentes del Négueb!
Los que siembran entre lágrimas
cosecharán entre canciones.
El sembrador va llorando
cuando esparce la semilla,
pero vuelve cantando
cuando trae las gavillas.

Pablo a los Filipenses 3,8-14.

Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo
y estar unido a él, no con mi propia justicia -la que procede de la Ley- sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe.
Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte,
a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos.
Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús.
Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante
y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.

Juan 8,1-11.

Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?".
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra".
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?".
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por
Beato Juan Pablo II (1920-2005), papa
Encíclica “Dives in misericordia”, §2 (trad. © copyright Librería Editrice Vaticana rev.)
“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”
“A Dios nadie lo ha visto”, escribe San Juan para dar mayor relieve a
la verdad, según la cual “precisamente el Hijo unigénito que está en el
seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1,18)... Revelada en Cristo,
la verdad acerca de Dios como “Padre de la misericordia”, (2Co 1,3) nos
permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre,
cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad.
Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos
hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo
diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios. Ellos son
ciertamente impulsados a hacerlo por Cristo mismo, el cual, mediante su
Espíritu, actúa en lo íntimo de los corazones humanos. En efecto, revelado
por El, el misterio de Dios “Padre de la misericordia” constituye, en el
contexto de las actuales amenazas contra el hombre, como una llamada
singular dirigida a la Iglesia. En la presente Encíclica deseo acoger
esta llamada; deseo recurrir al lenguaje eterno —y al mismo tiempo
incomparable por su sencillez y profundidad— de la revelación y de la fe,
para expresar precisamente con él una vez más, ante Dios y ante los
hombres, las grandes preocupaciones de nuestro tiempo. En efecto, la
revelación y la fe nos enseñan no tanto a meditar en abstracto el misterio
de Dios, como “Padre de la misericordia”, cuanto a recurrir a esta misma
misericordia en el nombre de Cristo y en unión con El ¿No ha dicho quizá
Cristo que nuestro Padre, que “ve en secreto”(Mt 6,4), espera, se diría
que continuamente, que nosotros, recurriendo a El en toda necesidad,
escrutemos cada vez más su misterio: el misterio del Padre y de su amor?
Deseo pues que estas consideraciones hagan más cercano a todos tal
misterio y que sean al mismo tiempo una vibrante llamada de la Iglesia a la
misericordia, de la que el hombre y el mundo contemporáneo tienen tanta
necesidad. Y tienen necesidad, aunque con frecuencia no lo saben.

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