| Pudor: defiende la intimidad personal | I. LA ELEGANCIA Y LA ANTROPOLOGÍA
La elegancia abarca todos los modos de presentarse y comportarse la persona. Se extiende también a los objetos humanos de uso más directo y de un modo amplio se puede hablar de una arquitectura o de una ciudad elegante. El arte, como creación humana, puede extenderse a todo el ámbito de la vida y el actuar humano resaltando la belleza que se advierte sensiblemente. Sin embargo, hay un sentido más estricto de la elegancia que se refiere al vestido. El modo de vestir, teniendo más o menos en cuenta los dictados de la moda, en definitiva tendría que ser la expresión de la personalidad de quien se viste. En este sentido, y teniendo en cuenta que cada persona es única e irrepetible habría que concluir que cada persona requeriría un diseño exclusivo. Algo de eso puede haber en el anhelo de exclusividad. Lo cierto es que un modo de vestirse auténtico ha de llevar el sello del estilo propio.
La elegancia está relacionada con la belleza. A los requerimientos éticos -que realzan lo específicamente humano, el buen gusto y el estilo propio añaden atractivo a lo ya realmente valioso. Ser ético no basta: hay muchos modos de hacer el bien. Lo estético aumenta y realza lo bueno que hay en cada persona. Sin embargo ,aquí, no voy a referirme directamente a los aspectos éticos. Voy a detenerme en el significado antropológico que tiene el modo de comportarse. Voy a descender al por qué de las actitudes, que los filósofos han explicado desde hace tiempo. Voy a tratar de profundizar en algo que los clásicos llamaron vergüenza y más adelante se llamó pudor, porque al profundizar en esa actitud humana se encuentra lo más noble del ser humano que se denomina con el término persona.
1. Modos de presentar el pudor
Hay varias maneras de enfocar el pudor:
a) Una clásica, que lo presenta no tanto como una virtud sino como un sentimiento, vinculado a cierto tipo de manifestaciones. Es un sentimiento que se confunde con el de la vergüenza. Cuando falta se habla de desvergüenza.
b) Otro modo de afrontar el pudor es el de los filósofos llamados personalistas. Sostienen que es característico de la persona ser pudorosa. El pudor es como la salvaguarda de la intimidad, la prueba de que la persona tiene intimidad y no una existencia meramente pública. El pudor acompaña siempre a la persona y su desaparición comporta una disminución de la personalidad.
c) Para otros el pudor es un prejuicio injustificado, que va en contra de lo natural y del que conviene librarse. Se destaca su carácter convencional, en dependencia con las diversas culturas, por lo que no se puede decir exactamente en qué consiste.
Ante estos planteamientos hay que decir que el pudor es un sentimiento, pero es más que un sentimiento. Tiene un profundo significado antropológico. Por eso el planteamiento personalista es el más profundo. Y frente a quienes propugnan librarse de él como algo antinatural hay que decir que ciertamente el pudor ofrece muchas variantes y que no tiene, por así decir, reglas fijas, pero también es claro que aparece en todas las culturas. La clave del pudor es que el hombre es un ser personal; se pierde el pudor porque se debilita el sentido de ser persona o por un ambiente que fomenta la despersonalización y la masificación.
El carácter personal del hombre explica el pudor; los animales tienen miedo y temor pero no son pudorosos ni impúdicos, se comportan de manera instintiva. El ser humano, en cambio, es personal y en él aparece el pudor o la vergüenza, ante determinadas cosas que aparecen públicamente y que deberían haberse conservado en la intimidad. La desvergüenza obedece a una pérdida de la intimidad.
2. El fenómeno del pudor
a) El pudor como sentimiento[1]
Descrito como sentimiento dice Aristóteles que la vergüenza se produce cuando el ser humano cae en la cuenta de que no controla con su razón su expresión corpórea, sus movimientos, sus actividades. Entonces se siente inhábil, culpable o incapaz. Este sentimiento tiene una manifestación psico-fisiológica que es ruborizarse.
La vergüenza está relacionada con el afán de éxito o con la conciencia del propio valor. Tiene que ver con el temor a fracasar, a fallar, a hacer el ridículo, a que no hagan caso de uno o no le aprecien. La vergüenza tiene que ver con el peligro de no ser aceptado. Por lo tanto se refiere a los demás. Su carácter social es patente.
b) Experiencia del pudor[2]
A primera vista el pudor es una tendencia a disimular hechos exteriores y estados interiores. No se siente vergüenza sólo de las cosas malas. A veces se tiene también vergüenza de una acción buena (a eso se le llaman respetos humanos). El pudor se refiere al hecho de exteriorizar. La exteriorización es lo que se experimenta como mal.
El pudor tiene que ver con el miedo aunque se distingue de él. Miedo es el sentimiento negativo ante un mal inminente. Sin embargo, la vergüenza se produce ante el miedo a que otros lleguen a saber algo que debería permanecer oculto. Pudor es más que miedo. Sólo puede aprehenderse advirtiendo que la persona posee una interioridad que es propia sólo de ella, y que siente la necesidad de ocultar ciertos valores o hechos.
c) El pudor y la vanidad[3]
Lo contrario del pudor está relacionado con la vanidad, con el afán de llamar la atención. El vanidoso pretende que se le aprecie, pero ese deseo puede hacerse irracional. Entonces se puede llegar a la impudicia que es la magnificación de algún rasgo humano aislado, que se considera atractivo. El vanidoso se avergüenza cuando fracasa pero, como el motivo por el cual quiere que le aprecien es superficial, está expuesto a que no le tomen en serio, o a que se burlen de él.
Hay una relación entre la vergüenza y vanidad. Si se trata de llamar la atención a toda costa se cae en el exhibicionismo. Entonces la persona se convierte el mero objeto para llamar la atención, se transforma en cosa. Esto es la cosificación del hombre. El ser humano, que es persona, se presenta a sí mismo como cosa. Esta cosificación es degradante por contagio: estropea las relaciones humanas, porque los que se sienten atraídos por el exhibicionismo se cosifican también.
Este es el régimen de la publicidad presente en la sociedad de consumo. Todo se entiende desde la idea de tráfico, de lo que se vende. Así se desencadena la exhibición de excelencias aparentes, reforzadas por asociaciones fáciles que sugieren otras satisfacciones. Con tal de llamar la atención se acude a lo procaz.
Cuando la necesidad de llamar la atención se transforma en una necesidad sin control se emplea cualquier medio para lograrlo. Entonces lo más fácil es apelar a los malos instintos de la gente. De ahí se llega al escándalo público. Escandalizar provocando un deseo carnal puramente fisiológico. Inventarse utopías, mundos imaginarios, personajes estúpidamente brillantes (telenovelas).
d) El pudor del cuerpo
Cuando se habla de pudor, aunque salvaguarda todos los aspectos de la intimidad, se suele entender generalmente pudor sexual, que es quizá su sentido más característico o el más atacado. Se trata de una actitud de disimular u ocultar los órganos que determinan el sexo, sobre todo, frente al otro sexo.
El pudor del cuerpo se manifiesta cubriendo la desnudez. El modo de cubrirlo obedece a criterios culturales. A veces el vestido puede ponerlos más en evidencia. Lo común a todas las culturas es la tendencia a ocultar los valores sexuales, en la medida en que constituyen en la conciencia un “objeto de placer” .
II. LA ELEGANCIA Y EL PUDOR
La elegancia, entendida como el buen gusto y el estilo propio en el modo de presentarse, está articulada con el pudor, actitud humana que defiende la intimidad personal. En este sentido se puede hacer una distinción entre lo que es atraer, seducir y provocar. Estos tres vocablos designan actitudes diversas. La atracción, característica propia de la belleza, potencia la libertad del que es atraído porque le reclama una respuesta ante una realidad que no defrauda. La seducción tiene un significado menos positivo pues se refiere al modo de atraer no tanto al contenido de la realidad atractiva. Por su parte la provocación es la apelación directa a las fuerzas que esclavizan a la persona: la persona provocada es cosificada, como se ha visto antes, lo que significada el deterioro de sus más nobles energías.
Ahora bien, por qué y desde cuando, las mismas realidades pueden ser bien o mal vistas. Esto lleva a la pregunta por el origen del pudor, es decir, por el origen de la necesidad de defender la intimidad personal que se manifiesta a través del cuerpo.
3. Origen del pudor
En este punto no es suficiente la antropología filosófica. Por ello recurro a la antropología teológica que subyace a la cultura europea.
La Sagrada Escritura narra que cuando Dios creó al ser humano, «estaban ambos desnudos, el varón y su mujer, sin avergonzarse de ello» (Gen 2, 25). La experiencia de la desnudez es una de las experiencias originarias, cuando el ser humano saliendo directamente de las manos del creador, era perfecto y con una conciencia inocente.
¿Qué quiere decir que no tenían vergüenza de su desnudez? No se trata de una carencia de la misma, ni de un subdesarrollo de la misma, sino de una real no presencia de la vergüenza. Esa falta de vergüenza no era una desvergüenza. Simplemente no la necesitaban. ¿Por qué? Por el estado inocente de su conciencia. Porque no tenían desorden en su intimidad. Esto lo sabemos porque el mismo texto bíblico, un poco más adelante, después de la desobediencia de nuestros primeros padres, describe que «Abriéronse los ojos de ambos, y entonces, viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones» (Gen 3, 7). Y poco más adelante el varón dice a Dios: «Te he oído en el jardín, y temeroso, porque estaba desnudo, me escondí» (Gen 3, 10).
Estos dos textos relatan un cambio de situación. ¿Es que antes del pecado no estaban también desnudos? Sin embargo antes no tenían vergüenza y después sí. Hay un cambio radical del significado de la desnudez originaria de la mujer frente al varón y del varón frente a la mujer.
En la primera experiencia tenían una especial plenitud de conciencia y se veían entre ellos como los veía Dios. La «desnudez» significa, en el primer momento, el bien originario de la visión divina, cuando a medida que Dios iba creando las cosas, y sobre todo al ser humano, se afirma «Y vio Dios ser muy bueno lo que había hecho» (Gen 1, 31). Significa toda la sencillez y plenitud de la visión a través de la cual se manifiesta el valor “puro” del hombre como varón y mujer, el valor “puro” del cuerpo y del sexo. Al no tener ruptura interior ni contraposición entre lo espiritual y lo sensible tampoco hay oposición entre la persona y el sexo, entre la persona y lo masculino y lo femenino. Dicho en palabras de Juan Pablo II, que actualmente es una de las personas que más ha profundizado en estos temas: «El hombre, consciente de la capacidad procreadora del propio cuerpo y del propio sexo, está al mismo tiempo libre de la “coacción” del propio cuerpo y sexo. Esa desnudez originaria, recíproca y a la vez no gravada por la vergüenza, expresa esta libertad interior del hombre»[4]. Es decir, su sexo y su cuerpo no coaccionan su libertad. El cuerpo y el sexo no se ven como un objeto, sino como expresión de la persona y de la imagen de Dios.
Porque en su significación más profunda el cuerpo y el sexo son:
a) expresión de la persona: «El cuerpo expresa a la persona en su ser concreto ontológico y existencial (...), expresa el “yo” humano personal, que construye desde dentro su percepción exterior»[5].
También el sexo, que se manifiesta en la corporalidad, es expresión de la persona. En la antropología y en la teología del cuerpo de Juan Pablo II el sexo es constitutivo de la persona: «La función del sexo, que en cierto modo es “constitutivo de la persona” (no sólo “atributo” de la persona), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el cuerpo como “él” o “ella”»[6].
En otro lugar afirma: «Esta verificación puramente antropológica (la alegría del varón al ver a la mujer creada por Dios y la felicidad presente en el comienzo de la existencia del hombre en el mundo) nos lleva al tema de la “persona” y al tema “cuerpo-sexo”. Esta simultaneidad es esencial. Efectivamente, si tratáramos del sexo sin la persona, quedaría destruida toda la educación de la antropología que encontramos en el libro del Génesis»[7].
b) imagen de Dios: «El hombre, al que Dios ha creado “varón y mujer”, lleva impresa en el cuerpo, “desde el principio”, la imagen divina; varón y mujer constituyen como dos diversos modos del humano “ser cuerpo” en la unidad de esa imagen»[8].
La imagen de Dios, dicho brevemente, no está sólo en que el ser humano sea persona inteligente y libre, sino fundamentalmente en su capacidad de amar, que le lleva a vivir en comunión de personas: en vivir no sólo “con” otro sino “para” otro. Dicho en palabras de Juan Pablo II: «Podemos deducir que el hombre se ha convertido en “imagen y semejanza” de Dios no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer forman desde el comienzo. La función de la imagen es la de reflejar a quien es el modelo, reproducir el prototipo propio. El hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión»[9]. La «comunión de personas significa existir en un recíproco “para”, en una relación de don recíproco»[10].
Pues bien, desde este punto de vista, también el sexo, es imagen de Dios, porque mediante el sexo se expresa corporalmente que el ser humano no tiene la plenitud de su esencia sólo en sí mismo, sino que está llamado a la comunión de personas: «El hombre por sí “solo” no realiza totalmente esta esencia. Solamente la realiza existiendo “con alguno”, y más profundamente y más completamente: existiendo “para alguno»[11]. La masculinidad y la feminidad, presentes en la corporalidad, expresan físicamente la apertura al otro y la comunión de personas: «El cuerpo, que expresa la feminidad “para” la masculinidad, y viceversa la masculinidad “para” la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de personas»[12].
La sexualidad humana no es sólo fuente de fecundidad; es imagen de Dios porque tiene capacidad de expresar el amor. A esto Juan Pablo II le llama el significado “esponsalicio” del cuerpo: «La revelación y, al mismo tiempo, el descubrimiento originario del significado “esponsalicio” del cuerpo consiste en presentar al hombre, varón y mujer, en toda la realidad y verdad de su cuerpo y sexo (“estaban desnudos”) y, a la vez, en la plena libertad de toda coacción del cuerpo y del sexo. De esto parece dar testimonio la desnudez de los progenitores, interiormente libres de la vergüenza. Se puede decir que, creados por el Amor, esto es, dotados en su ser de masculinidad y feminidad, ambos están “desnudos”, porque son libres de la misma libertad del don. Esta libertad está precisamente en la base del significado esponsalicio del cuerpo. El cuerpo humano, con su sexo y con su masculinidad y feminidad, visto en el misterio mismo de la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino que incluye desde “el principio” el atributo “esponsalicio”, es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre‑persona se convierte en don y -mediante este don- realiza el sentido mismo de su ser y existir»[13].
¿Qué pasa después del pecado? Que en el cuerpo y en el sexo se ve no a la persona misma sino un objeto de placer, que puede ser usado sin ser amado. Puede ser usado sin tener en cuenta que corresponde a una persona, que es un cuerpo personal, donde el sexo no se puede separar de la persona. Ya no se ve en él la imagen de Dios.
III. LA PERSONA, EL AMOR Y EL PUDOR
Las consideraciones anteriores ponen de relieve la relación directa que existe entre cada persona, su corporeidad y su condición sexuada. El cuerpo humano no puede entenderse separadamente de la persona. Y algo parecido ocurre con la condición sexuada, con el hecho de ser varón o ser mujer.
Ser varón y ser mujer implica ciertas diferencias que anulan su más profunda igualdad, pero tiene sus matices a la hora de encarnar los valores, a la hora de realizar las tareas. Algo parecido ocurre al captar los valores. En primer lugar, habrá que clarificar esas diferencias con respecto al pudor.
Por otra parte, si el pudor es la actitud humana que defiende la intimidad personal habrá que ver más detenidamente en qué consiste esta defensa. Y si la persona ha de ser tratada con amor habrá que ver qué relación existe entre el pudor y el amor.
4. Rasgos diferenciales en la percepción del pudor entre el varón y la mujer
Las mujeres y los varones tienen diferentes estructuras de las fuerzas psíquicas y experimentan de un modo diferente la relación entre la sensualidad y la afectividad[14].
Los varones tienen más fuerte y acentuada la sensualidad. Ven en el cuerpo de la mujer un objeto de placer. Por eso las mujeres tiene una mayor necesidad de vivir el pudor.
En las mujeres la afectividad supera la sensualidad. La mujer es más sensible a los valores de la persona, a cierta masculinidad psíquica, experimentada también psíquicamente. Por esto sienten menos la necesidad de esconder su cuerpo, objeto posible de placer. La educación de la mujer en el pudor requiere un conocimiento del psiquismo masculino.
Los varones no tienen que temer la sensualidad de la mujer tanto como ella teme la de él. Pero sienten interiormente su propia sensualidad, que su cuerpo reacciona independientemente de su razón, lo cual es para ellos una fuente de vergüenza. El varón siente los valores sexuales estrechamente unidos al cuerpo y al sexo en cuanto objetos posibles de placer. Tienen vergüenza de sentir así a la mujer y de sentir su propio cuerpo, de la manera como su cuerpo reacciona ante el cuerpo de la mujer.
El pudor es la necesidad de impedir que el otro reaccione ante el cuerpo de una manera incompatible con el valor de la persona.
5. El pudor, la intimidad, la persona
Dicho con otras palabras el pudor es la salvaguarda de la intimidad. La intimidad es una característica del hombre como ser personal. Es más, la intimidad en último término es la persona misma. Ser persona, desde el punto de vista filosófico, consiste, a diferencia de las demás realidades del cosmos, en tener el propio acto de ser en propiedad. Por eso se ha podido describir a la persona como «alguien delante de Dios y para siempre»[15]. La persona está constituida por un núcleo interior del cual nacen sus acciones, del cual ella es propietaria, y nadie más (excepto Dios) tiene derecho de propiedad sobre ella. La persona es dueña de sí, tiene derecho a la autodeterminación, y nadie puede poseerla a menos que se entregue. Ahí radica su dignidad.
¿Qué es el pudor sexual?
Presentarse a sí mismo como persona. Ocultar en cierto modo los valores sexuales, para no aparezcan como objeto, como cosa. No dar pie a que los demás, ni siquiera con el pensamiento, puedan vernos como meros objetos, sino que vean en nosotros un ser valioso. Con el pudor el ser humano manifiesta casi “instintivamente” la necesidad de la afirmación y de la aceptación de ese “yo” según su justo valor.
El pudor refleja la esencia de la persona. Es una revelación del carácter supra-utilitario de persona. Oculta para mostrar. Oculta lo que puede distraer para que se capte lo importante.
«De ahí el sentimiento de la inviolabilidad que se traduce en la mujer por el “no me toques, aunque sea por un deseo interior”, y en el varón por el “yo no puedo tocarla, aunque sea por un deseo interior; ella no puede ser un objeto de placer”. Este temor del “contacto”, característico de las personas que verdaderamente se aman (y no están comprometidas), es una expresión indirecta de la afirmación del valor de la persona misma»[16].
6. El pudor y el amor
El pudor es una experiencia compleja porque, en un primer momento, aleja un ser humano del otro y al mismo tiempo busca la cercanía personal, creando una base y un nivel idóneos.
No se trata sólo de evitar la reacción cosista del otro sexo, ni la propia reacción análoga. A la vez el pudor va unido al deseo de despertar el amor. El amor es la reacción adecuada frente al valor de la persona en el otro. El pudor busca ser tratado como persona, es decir, con amor.
La mujer y el varón tienen también una diferencia relacional frente al amor. Algunos autores la expresan del siguiente modo: La mujer tiende a ser objeto de amor para amar a su vez, el varón tiende a amar para llegar a ser amado[17]. Buscan el amor con actitudes complementarias: la mujer atrae, el varón conquista. En el fondo son dos modos complementarios de la misma actividad que anhela darse, ser aceptado y recibir al otro como don.
El amor es el modo adecuado de tratar a la persona. El pudor es medio para llegar al amor. Encubrir los valores sexuales es la manera de permitir que se descubran los valores de la persona misma. El pudor protege el valor de la persona.
Además del pudor del cuerpo, existe lo que se podría llamar: el pudor de los actos de amor. El amor conyugal tiene manifestaciones físicas. Pues bien, estas manifestaciones sensibles del amor piden ser hechas sin ser visto por los demás. No porque sean algo malo, sino para que no se confunda el amor con el uso utilitario del otro. En el amor lo más importante es la unión de las almas, de la cual es expresión la unión de los cuerpos. Pues bien, la unión de las almas los demás no la pueden ver. Los demás sólo ven lo de fuera y eso se puede cosificar.
El pudor, que tiende a encubrir los valores sexuales para proteger el valor de la persona, tiende igualmente a cubrir el acto sexual para proteger el valor del amor.
Hay una relación peculiar entre la vergüenza y el amor: la superación de la vergüenza. Cuando media el amor de verdad -en el ámbito conyugal-, entonces el pudor queda superado porque está superada su razón de ser. El pudor que defendía a la persona, desaparece en el amor porque pierde su razón de ser objetiva, porque en el amor la persona está esencialmente afirmada.
Las relaciones entre esposos no son impudor legitimado, sino que son relaciones conformes a las exigencias del pudor, porque custodian el valor de la persona. Pero no hay que confundir el amor como sentimiento con el verdadero amor. El amor como sentimiento, que de suyo es pasajero y temporal, no legitima la unión corporal: hace falta el compromiso estable (para toda la vida) con el bien de la otra persona y la apertura a la vida..
7. Educación del pudor
Presentarse como personas. Tener en cuenta la psicología del sexo contrario para guardar lo que el otro puede deformar. Presentarse como imagen de Dios y dejar que ella brille en nosotros, agradando y elevando conjuntamente. Se puede y se debe atraer sin despertar los “instintos” de los demás, que les dificultan reaccionar como personas ante las personas.
Comentando un versículo del libro del los Proverbios: “Fortaleza y buena gracia su vestido: reirá hasta el día postrero” (Prov 31,25), y hablando concretamente de las mujeres afirma Fray Luis de León:
«Los que han visto alguna mujer de éstas podrán haber experimentado: A todo tiempo y a toda sazón se halla en ella dulce y agradable acogida (...) y esta gracia y dulzura suya no es gracia que desata el corazón del que la ve ni le enmollece, antes le pone concierto y es como una ley de virtud, y así le deleita y aficiona, que juntamente le limpia y purifica, y borrando en él las tristezas, lava las torpezas también, y es gracia que aún la engendra en los miradores»[18].
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[1] Una descripción del pudor como sentimiento y sus relaciones con la vanidad puede encontrarse en POLO, Leonardo, El significado del pudor, Piura, 1991.
[2] Un descripción del pudor, sobre todo del pudor sexual, y de su interpretación puede verse en WOJTYLA, Karol, Metafísica del pudor, en Amor y responsabilidad, ed. Razón y fe, Madrid 1978, pp. 193-214.
[3] Cfr. POLO, Leonardo, El significado del pudor, pp. 18-20.
[4] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 6, en Varón y mujer. Teología del cuerpo, ed. Palabra 1996, p. 105.
[5] JUAN PABLO II, Audiencia General, 12-XII-79, n. 4, en Varón y mujer, p. 92.
[6] JUAN PABLO II, Audiencia General, 21-XI-79, n. 1, en Varón y mujer, p. 78.
[7] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 3, en Varón y mujer, p. 103.
[8] JUAN PABLO II, Audiencia General, 2-I-80, n. 2, en Varón y mujer, p. 97.
[9] JUAN PABLO II, Audiencia General, 14-XI-79, n. 2, en Varón y mujer, pp. 73-74.
[10] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 2, en Varón y mujer, p. 102.
[11] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 2, en Varón y mujer, p. 102.
[12] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 4, en Varón y mujer, p. 104.
[13] JUAN PABLO II, Audiencia General, 16.I.80, n. 1, en Varón y mujer, pp. 107-108.
[14] Para el desarrollo diferencial del pudor entre varones y mujeres cfr. WOJTYLA, Karol, Metafísica del pudor, en Amor y responsabilidad, ed. Razón y fe, Madrid 1978, pp. 196-197. Aquí se hace un resumen de esas ideas.
[15] CARDONA, Carlos, Metafísica del bien y del mal, Eunsa, Pamplona 1987, p. 90.
[16] WOJTYLA, Karol, Metafísica del pudor, en Amor y responsabilidad, p. 200.
[17] Así lo expresa Wojtyla en el libro citado. Cfr. también JUAN PABLO II, Carta Mulieris dignitatem, n. 29.
[18] FRAY LUIS DE LEÓN, La perfecta casada, cap. 14.
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