| El educar hoy, es una tarea difícil | Ocurre que hasta hace unos años atrás, antes de la llegada de la televisión, el modelo que los niños miraban eran sus padres. El diálogo, de gran importancia hoy, no era lo determinante. Así como era el padre, así sería el hijo.
Una mirada del padre o de la madre bastaba para frenar una actitud fuera de norma. La entrada al hogar de lo que venía de afuera era más difícil. De aquella rigidez se pasó a la liberalidad de hoy.
Pegar una cachetada podía ser un trauma. Negar permisos era coartar vaya uno a saber que. En muchos hogares se dejaron llevar por la libertad total. Se decía que era una forma de facilitar el desarrollo de la personalidad. Se podía hacer cualquier cosa o hablar sobre cualquier tema. Nada de rigideces.
Los padres comenzaron a sentir en carne propia el peso de los medios de comunicación, los cuales trajeron dentro del hogar otros “modelos” que desalojaron en gran medida al padre en el modelo a imitar.
Deportistas, artistas de cine o de la televisión, cantantes de rock o de otras melodías, cambiaron las costumbres de millones de jóvenes de todo el mundo.
Tuvieron que pasar dos décadas para empezar a darse cuenta que esta nueva experiencia no era buena. Producía chicos débiles, faltos de convicciones, proclives a la droga u otros escapismos, con poco aprecio del ámbito familiar y nulo diálogo con sus padres, rebeldes con causa o sin ella, poco aptos para asumir responsabilidades importantes.
Es imposible dar una receta fija a la hora de educar, porque las personas son distintas, únicas e irrepetibles; que cada caso es cada caso, y lo que puede ser adecuado para un chico no lo es para otro.
Quizás deberíamos empezar por preguntarnos, ¿qué es educar en definitiva? Educar es enseñar a sacar lo mejor que hay dentro de cada persona, es enseñar a pensar y ver lo bueno que hay en el ser humano, y eso se traduce en desarrollar sus virtudes humanas principalmente.
Educar también es saber desenvolverse correctamente en la mesa, no meterse los dedos en la nariz y que no diga malas palabras, que sepa respetar al otro, asumiendo que sus derechos comienzan donde terminan los derechos de los otros.
Educar es todo esto y mucho más.
Muchos padres quieren saber como pueden lograr que su hija sea más generosa, laboriosa, alegre, solidaria, etc.....pero.....no saben como hacerlo.
Lo peor es pensar que las virtudes no se educan. Que uno las tiene o no las tiene. Que ya uno las trae consigo, y que uno es como es, y seguirá así.
Eso no es así; las virtudes son hábitos buenos que se van incorporando a la persona a lo largo de su vida. Y esos hábitos se obtienen por repetición de actos, actos que para un padre que sea buen educador tiene que empezar por practicarlos él.
Si no es así , no pretendamos que nuestros niños hagan y sean distintos que lo que ven hacer a sus padres. El mejor padre educador es el que vive lo que dice.
Si vivo hábitos buenos, transmitiré virtudes; si vivo hábitos malos, produciré vicios, en mí y en mis hijos.
La educación de los hijos consiste en provocar en ellos la realización de actos buenos orientados a aquellas virtudes que tienen menos desarrolladas o que les cuesta más, para que se conviertan en hábitos de conducta a medida que las van practicando.
El ser generoso es enseñarles a prestar los juguetes desde chicos y así de grandes tendrán el hábito de compartir no solamente cosas, sino también ideas, actitudes y tiempo. Para ser generoso hay que hacer nacer el hábito desde temprana edad.
Todas nuestras acciones educativas deben estar inmersas en el ingrediente fundamental con el cual todo es posible: el amor. Hacemos todo esto porque queremos a nuestros hijos y, por lo tanto, debemos procurar su bien. Ese amor es el que lleva a decir muchas veces los “nos” a deseos o caprichos innecesarios o inoportunos.
Si se propone a los jóvenes un modelo de vida como el de nuestros padres o abuelos, basado en la estabilidad de pareja, la formación de la familia, la fidelidad o el sacrificio, estallan en carcajadas, porque, aunque les pueda parecer bonito, lo consideran irrealizable. No es que sea más irrealizable ahora que para nuestros padres o abuelos; Es que antes no se había metido en casa estas posturas que ahora las tenemos instaladas en nuestro living. Lo cual nos obliga más profundamente en el testimonio de vida. Qué vean en sus padres lo que les es difícil ver en la vereda de enfrente.
Antaño, a la juventud le atraían los ideales que constituían un desafío: el código caballeresco o la ambición revolucionaria son sólo una muestra de lo que ha sido universal. No importaba el obstáculo si el objeto lo merecía. Hoy sólo resulta atractivo lo que carece de dificultades, aunque no sea lo mejor, ni siquiera lo bueno, incluso aunque sea pernicioso a medio o largo plazo. No se aspira a lo mejor, sino a lo más fácil, y eso hace que el futuro se angoste, suprimiendo posibles trayectorias, escatimando esfuerzos, reservando ímpetus para así paladear en exclusiva el presente, sin nada que dejar a quienes vengan detrás.
Hay que asumir que si estamos dispuestos a educar en serio, tendremos que estar dispuestos a no cansarse de pasar malos ratos. A ningún padre le hace gracia el llanto de una hija o que el hijo sienta que es incomprendido. Pero a veces, porque tenemos una visión más lejana de la vida, no hay más remedio que hacerlo
No recuerdo en mi infancia haber escuchado la palabra sexo. La realidad de hoy es bien distinta. Debemos también educar en este tema. Al fin y al cabo, en el tema de la educación de la sexualidad, como sucede cuando se aprende a leer, escribir, o incluso comer, se necesita un cierto entrenamiento gradual e integral.
Si no educamos nuestras emociones y sentimientos, nuestros deseos y apetencias. Si no educamos nuestra capacidad de amar, nuestro carácter, nuestras miradas o gestos, en una relación de libertad, respeto, autodominio y entrega, estaremos reduciendo nuestro cuerpo y el de los demás, la grandeza de la sexualidad, y nuestra capacidad de amar, a un mero trámite en el que los instintos gobiernan nuestro corazón, en lugar de ser al contrario.
E incluso, confundiremos conceptos tan necesarios en el tema que nos ocupa como son la atracción, el enamoramiento y el amor. Tres etapas que todo ser humano deberá vivir. ¡Qué bueno que alguien se las haya enseñado! Son tantos que se quedan en el enamoramiento!!
Educamos para que, habiendo incorporado las virtudes humanas, sean capaces de desarrollar su personalidad a fondo. Porque simplemente los queremos felices.
El problema es que en esta labor los resultados se ven con el tiempo y no hay que cansarse de intentarlo una y otra vez, insistir y empezar de nuevo si fuere necesario.
El ingrediente fundamental es que todo aquello que pretendemos en nuestros hijos debemos luchar para adquirirlo primero nosotros. Es poco probable que un padre logre inculcar el orden en sus hijos, si él es un desordenado, La educación entra más por lo ojos que por los oídos. Si en nuestra vida personal somos unos vagos, vamos a trabajar con cara amargada y decimos insistentemente que no nos gusta lo que hacemos, no pretendamos transmitir el valor del trabajo.
Solo educaremos de verdad si procuramos que nuestros hijos se formen en las virtudes humanas. Es un trabajo de paciencia, de dedicarle tiempo, difícil, pero posible. Si este esfuerzo lo realizamos con mucho amor y mostrándoles con nuestro ejemplo, que nos esforzamos por ser mejores, con el tiempo veremos a nuestros hijos: fuertes, maduros, felices y sobre todo sin miedo a la vida. ¿Se puede pedir más en este mundo qué enfrentar la vida sin miedo a vivirla?
La vida a través de los testimonios de los que ya vivieron, nos enseña cómo necesitamos obrar y también nos muestra cómo nos urge no obrar. He ahí su grandeza. Tomemos de ellos lo que les servirá a nuestros hijos para que su vida futura esté llena de la grandeza de los que ya vivieron. | |
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