martes, 8 de noviembre de 2011

Para qué tenemos la sexualidad


Pretender que cualquier chico pueda ser chica y viceversa me parece un atentado contra el sentido común.
Para qué tenemos la sexualidad
Para qué tenemos la sexualidad
En este momento en que nuestro Gobierno trata de imponernos con leyes como la del aborto, una ideología estúpida y corruptora como la ideología de género, creo que es conveniente que tengamos ideas claras sobre lo que es la sexualidad. He dicho ideología estúpida porque pretender que cualquier chico pueda ser chica y viceversa me parece un atentado contra el sentido común y sobre lo de corruptora, pienso que enseñar a nuestros niños y adolescentes que pueden tener toda clase de relaciones sexuales me parece que a eso siempre lo hemos llamado corrupción de menores. Por ello me parece importante el que nos preguntemos para qué tenemos la sexualidad.

Para desarrollarnos como personas, es necesario amar. Si nos fijamos bien el amor es lo único que puede dar sentido a nuestra vida todos los días y a todas horas. Los evangelios nos expresan esto al decirnos que los mandamientos principales y fundamentales son amar a Dios, al prójimo y a sí mismo (Mt 22,34-40; Mc 12,28-34; Lc 10, 25-28).

La sexualidad hay que situarla como dimensión de la persona; no es que la persona tenga una sexualidad, sino es que somos seres sexuados. Y como todo en la persona está al servicio del amor, también la sexualidad deberá estarlo. Igualmente la sexualidad nos empuja a relacionarnos con los demás, y por ello está al servicio de la comunicación, como prueba el tabú o la prohibición del incesto, que al prohibirnos casarnos con la madre, hermana o hija, obliga a salirnos de la familia para buscar pareja.

La sexualidad en cuanto fuerza se orienta en tres direcciones. La primera trata de lograr la madurez y la integración personal. La educación de la sexualidad no puede limitarse a una información biológica. Un comportamiento sexual es bueno o positivo si ayuda a que el hombre sea más persona y asuma valores fundamentales para el crecimiento integral de la persona. Es muy importante encauzar el poderoso apetito sexual con una buena formación espiritual y la práctica religiosa.

La segunda dirección tiende a realizar la apertura de la persona al mundo del "tú”. La sexualidad es la que posibilita la relación interpersonal, debiéndose evitar el vivirla de modo egocéntrico, pues supondría la negación de lo relacional. En toda relación con el otro, la sexualidad juega un papel, pero la relación yo-tú más importante es la relación heterosexual que se inicia con la apertura al otro, como parte de una relación de comunicación humana y personal y que culmina con la construcción de un proyecto de vida en común. Pero esta relación heterosexual debe fundamentarse en un amor no egoísta sino de entrega al otro y asumido por la persona entera, aunque vaya adquiriendo formas diversas de acuerdo con las distintas etapas de la evolución psicosexual del hombre y de la mujer.

La tercera dirección es la apertura al "nosotros”, dentro de un clima de relaciones interpersonales múltiples. El "nosotros” nace del encuentro de dos generosidades, que alcanzan su plenitud en el amor que es superación de sí mismo y búsqueda del bien del otro. Pero no sólo es el bien del otro, porque la sexualidad es la fuente de la vida gracias a la procreación y en ella se realiza la fórmula de M. Blondel: “Dos seres no son sino uno, y cuando son uno devienen tres”. Además el amor y la sexualidad tienen que abrirse al campo de lo social y de nuestra responsabilidad hacia los demás, por lo que la responsabilidad moral en este terreno tiene una vertiente personal y otra social. En consecuencia, los planteamientos éticos no sólo no pueden estar ausentes, sino que van inseparablemente unidos con la problemática sexual. Desde luego, nadie tiene derecho a considerar a otra persona exclusivamente como medio para satisfacer intereses o necesidades propias y por ello el principio ético fundamental es y será siempre el mismo, con una permanencia basada en la naturaleza humana, aunque adopte formas muy diversas según las diversas civilizaciones, tiempos y culturas: el respeto a las otras personas y a su dignidad.

Por ello, la sociedad tiene el derecho y la obligación de ejercer vigilancia sobre las manifestaciones públicas de lo sexual, incluso mediante disposiciones legales adecuadas, pero encaminadas a proteger el matrimonio y la familia, no a destruirlas, como sucede con la actual legislación española, que han de procurar ayudar a lograr la madurez personal. Estas disposiciones han de ser de tal modo que no se deje a la libertad sin la ayuda de la ley, pero tampoco que la ley suplante la libertad, si bien dada la permisividad actual de nuestra sociedad es difícil que se den los controles sociales suficientes y es necesario insistir en la responsabilidad moral personal. Esta responsabilidad es de cada uno de nosotros y debe hacernos capaces de resistir las dificultades, porque es posible lograr una madurez humana, también en lo sexual, basada en la búsqueda de la verdad y en la posesión de convicciones propias, pues como dice el evangelio de San Juan: “La verdad os hará libres” (8,32).

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