martes, 8 de noviembre de 2011

Lee y medita este cuento




Una vez una persona buscaba al Señor. Le habían comentado de una invitación que hacía a todos para llegarse hasta el Reino donde, dicen que tenía reservado una morada para cada uno.

Y él también tenía ganas de ser amigo del Señor. ¿Por qué no?, si otros lo habían logrado, ¿Qué le impedía a él llegar a ser uno de ellos?.

Averiguando acerca del paradero, se enteró que el señor se había ido monte adentro con un hacha, a fin de preparar para cada uno de sus amigos lo que necesitaban en el viaje.

Los golpes del hacha lo fueron guiando hasta una islita. Atravesó el limpión y se metió por entre los mogotes y garabatos, tratando de acercarse al lugar de donde provenían los golpes. Las largas hojas del caraguatá se le prendían con sus pequeñas espinas ganchudas, pero no lograron detenerlo porque era hombre decidido.

Al fin llegó. Y se encontró con el mismísimo Nuestro Señor que estaba preparando las cruces para cada uno de sus amigos, antes de partir hacia su casa, a fin de disponer un lugar para cada uno.

¿Qué estás haciendo?, le preguntó el joven al Señor. Estoy preparando a cada uno de mis amigos la cruz que tendrán que cargar para seguirme y así poder entrar en el Reino.

¿Puedo ser yo también uno de tus amigos?, volvió a preguntar.

Claro que sí, le dijo Jesús. Es lo que estaba esperando que me pidieras. Si quieres serlo de verdad, tendrás que tomar vos también tu cruz y seguirme las huellas; porque yo tengo que adelantarme para ir a preparar el lugar.

¿Cuál es mi cruz, Señor?

Esta que acabo de hacer. Sabiendo que venias y viendo que los obstáculos no te detenían, me puse a preparártela especialmente y con cariño para vos.

La verdad, que muy preparada no estaba. Se trataba prácticamente de dos troncos cortados con hacha sin ningún tipo de terminaciones, ni arreglos. Las ramas de los troncos habían sido cortadas de abajo hacia arriba, por lo que sobresalían pedazos por todas partes. Era una cruz de madera dura, bastante pesada y sobre todo muy mal terminada. El joven al verla pensó que el Señor no se había esmerado demasiado en prepararla. Pero como quería realmente entrar en el Reino, decidió cargarla sobre sus hombros, comenzando el largo camino, con la mirada en la huellas del Maestro.

Ni bien cargó la incómoda cruz, hizo su aparición Mbaé- pochy –El diablo. Es su costumbre hacerse presente en estas ocasiones. Y en aquellas circunstancias no fue diferente. Porque donde anda Dios, asimismo anda el diablo, sobre todo en los montes.

Desde atrás le pegó el grito al joven que ya se había puesto en camino.

n ¡te olvidaste de algo…:

Extrañado por aquella llamada, miró para atrás y vio al Mandinga muy comedido, que se acercaba sonriente con el hacha e la mano para entregársela.

Pero, ¿Cómo?, también tengo que llevarme el hacha? Preguntó molesto el joven…

…No se, dijo el diablo haciéndose el inocente. Llévala por lo que puedas necesitar en el camino. Por lo demás, sería una lástima que la dejaras aquí, abandonada.

La propuesta le pareció razonable al joven que sin pensarlo demasiado, tomó el hacha y reanudó su camino.

Duro camino…, por varias cosas:

Primero, y sobre todo, por la soledad y a veces la ausencia que más duele en este camino es el de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así como si nos hubiera abandonado

El camino también era duro por otros motivos. En realidad no había camino, simplemente eran huellas por el monte o por los pajonales y esteros. Hacía frío en aquel invierno y la cruz era pesada. Sobre todo, era molesta por su falta de terminación. Parecía que las salientes se empeñaban en engancharse por todas partes a fin de retenerlo. Y se le incrustaban en la piel para hacerle más doloroso el caminar.

Una noche particularmente fría y llena de soledad, se detuvo a descansar al descampado. Depositó la cruz en el suelo a la vez que tomó conciencia de la utilidad que podría brindarle el hacha. Quizás el maligno, que lo seguía a escondidas, ayudó un poco animándole la idea mediante el brillo del hierro del instrumento.

Lo cierto es que ahí nomás se puso a arreglar la cruz. Con calma y despacito le fue sacando los nudos que más le molestaban, suprimiendo aquellos muñones de ramas mal cortada que tanto le molestaban. Y consiguió dos cosas:

Primero mejoró el madero. Y segundo, se agenció un montoncito de leña que le vino como mandado a pedir para preparar el fueguito y calentar sus manos ateridas.

Esa noche durmió tranquilo. A la mañana siguiente reanudó su camino. Y, noche a noche su cruz fue siendo mejorada, bien pulida por el trabajo que en ella iba realizando.

Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la madera necesaria para el fueguito amigo de cada noche. Casi, casi se sintió agradecido hacia Mandinga que le había hecho traerse el hacha consigo. Después de todo había sido una suerte contar con aquel instrumento que le permitía arreglar su cruz. Estaba satisfecho con su tarea, y hasta sentía un pequeño orgullo por su obra de arte. La cruz tenía ahora un tamaño razonable y un peso mucho menor. Y además se trataba de lago prolijo. Bien pulida, brillaba a los rayos del sol, y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros. Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano, a manera de estandarte, para así identificarse ante los demás como seguidores del crucificado…

Y si le daban tiempo, podría llegar a acondicionarla hasta tal punto que llegaría al Reino con la cruz colgada de una cadenita al cuello como adorno sobre su pecho, para alegría de Dios y testimonio ante los demás.

Y consiguió su meta. Es decir: sus metas. Porque para cuando llegó a las murallas del Reino, se dio cuenta de que gracias a su trabajo, estaba descansado y además podía presentar que, ciertamente quedaría como recuerdo en la Casa del Padre; una cruz muy bonita.

….Pero no todo fue tan sencillo. Resulta que la puerta de la entrada al reino estaba en lo alto de la muralla. Se trataba de una puerta estrecha, abierta casi como una ventana a una altura imposible de alcanzar sin ayuda.

Llamó a gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor invitándolo a entrar.

Pero, ¿Cómo, Señor? No puedo. La puerta está demasiado alta y no la alcanzo.

Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa sobre ella, utilizándola como escalera, le respondió Jesús. Yo le dejé a propósito los nudos para que te sirvieran. Además tiene el tamaño justo para que puedas llegar hasta la entrada.

En ese momento el joven se dio cuenta de que realmente la cruz recibida había tenido sentido y que de verdad el señor la había preparado bien. Sin embargo, ya era tarde. Su pequeña cruz, pulida y recortada le parecía , ahora, un juguete inútil. Era muy bonita, pero le servía para entrar.

Mandinga había resultado ser un mal consejero y peor amigo.

Pero, el Señor es bondadoso y compasivo. No podía ignorar la buena voluntad del hombre aquel y su generosidad en querer seguirlo. Por eso le dio un consejo y otra oportunidad.

Vuelve sobre sus pasos.

Seguramente en el camino encontraras a alguno que necesita, porque ya no da más y ha quedado aplastado por él, peso de la cruz…Ayúdale a cargarla. Ayúdale a traerla.

De esta manera tú le posibilitaras que logre su camino y llegue… y él te ayudará a ti para entrar.

P.Mamerto Menapace. Benedictino.

Argentino.

Ruego:

Señor: ¡Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganar el aplauso de los débiles!

Si me das fortuna… no me quites la felicidad,

Si me das fuerzas… no me quites la razón.

Si me das éxito… no me quites la humildad,

Si me das humildad…no me quites la dignidad,

Señor ¡ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla!

No me dejes inculpar de traición a los demás, por pensar igual que yo.

¡Enséñame a querer a la gente como a mí mismo… y a juzgarme como a los demás!

No me dejes caer en el orgullo si triunfo.

Ni en la desesperación…si fracaso.

Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.

Enséñame que perdonar es lo más grande del fuerte.

Y que la venganza es lo más primitivo del débil.

Si me quitas la fortuna déjame la esperanza…

Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso.

Señor: ¡Si yo faltare a la gente… dame valor para disculparme!

Si la gente faltare conmigo… dame valor para perdonar!

Señor:¡si yo me olvido de Ti. No te olvides de mi!


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