Un recién casado tenía un buen puesto de trabajo. Pero, incluso esa responsabilidad, se le hacía poco. Decidió presentarse a unas oposiciones y las aprobó. De repente se encontró siendo gestor de una de las principales empresas de una ciudad.
Era tanto lo que ganaba que, por añadidura, decidió adquirir una granja en la montaña. Y, aprovechando la ocasión –tenía su mujer y cuatro hijos- les propuso el plantar hortalizas, sembrar flores y sacar rédito de toda aquella gran inversión.
La mujer y los hijos se convirtieron de la noche a la mañana en esclavos. No había tiempo para la familia. No existía opción para el diálogo.
Un día, cuando el joven regresó de su trabajo, se encontró una hoja con el siguiente escrito: “nos vamos; aquí hay de todo menos cariño. Adiós”.
El joven intentó alcanzarlos. No pudo. Su tesoro ya no era la familia. Su corazón avaricioso estaba en el tener.
Virgen, pobre y humilde:
Poco le importó a Dios que fueras así.
Dios se enamoró de la riqueza de tu persona.
Dios se enamoró del tesoro de tu alma.
Dios se enamoró de la forma con que mirabas a la vida y a El mismo.
Dios, María, se enamoró del jardín de tus entrañas.
Ayúdanos a comprender que la riqueza no está en lo que se tiene
sino, muchas veces, en aquello que no valoramos.
Enséñanos a invertir tiempo y dinero no en lo material
y sí en aquello que nos puede aportar dicha en nuestro caminar.
Ayúdanos a despojarnos de tanto trasto que llena la azotea
de nuestro corazón y de nuestras conciencias.
Ayúdanos a codiciar los bienes del cielo
Ayúdanos, María, a no abandonar los tesoros de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros seres queridos.
Tú, que fuiste pobre y rica,
haznos comprender que la vida hay que llenarla no de cosas
cuanto de momentos de entrega, amor y servicio.
Amén
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