viernes, 4 de noviembre de 2011

El Perdón






Uno de los puntos claves para que Dios pudiera bendecir y prosperar la vida de mis hijos y la mía fue perdonar.
Perdonar es una palabra que en mi mente y menos en mi corazón tenia cabida; significaba que yo tenía que reconocer que era una perdedora; las heridas que había en mi corazón eran más grandes que el sentimiento de amor y paz que hubiera sentido por esas personas que me lastimaron.
El recordar lo que pasó era una forma reprimida de tomar venganza y de dilatar el hecho de perdonar. Tenía sentimientos guardados; mi orgullo estaba herido, sentía que se habían burlado de mí, solo veía lo malo de lo que había sucedido.
Me sentía tan herida que pensaba que esas personas tenían el deber de venir a mí, y pedirme perdón por todo; yo no veía ninguna falta de parte mía, lo que hacía con esa actitud era alimentar mi ego de víctima maltratada por la vida.
Este sentimiento de rencor y amargura, me llevo a vivir una vida vacía, estaba pendiente de cada movimiento que esas personas hacían para criticar y vivir una vez más lo que me había sucedido al punto que sentía que todo lo malo que me sucediera aunque esas personas estuvieran muy lejos de mí, ellos eran los responsables.
Me consideraba una luchadora y emprendedora no una perdedora, ¡no podía perdonar!, me decía internamente “tú no eres una tonta, para perdonar, espera que vengan a ti para que te pidan perdón, ¡tú, no!”
Yo no permitía que el Espíritu Santo hiciera su parte, cada dia creaba una forma diferente de venganza; mi mente siempre estaba ocupada pensando__ cómo iba hacer para cobrarme todo el mal que me habían hecho__; esto no me dejaba dormir; por un momento, casi perdí la comunicación con mis hijos por estar tan distraída buscando formas para vengarme.
Me sentía tan enojada conmigo misma que no permitía que nadie me aconsejara, o me ayudara a entender ¿por qué no quería perdonar?, ¡menos! ¿Por qué? Debía perdonar.
No podía creer que si perdonaba, mi situación iba a cambiar, que ya no viviría una vida de amargura, egoísmo, envidia y pobreza espiritual.
Aprender que no podemos poner límites al perdón es muy difícil, solo el amor de Dios nos puede hacer entender que no somos nadie para dejar de perdonar a otra personan por algún daño que nos hayan hecho

Cuando permitimos que el Señor Jesús tome control de nuestras emociones y, por supuesto, del pasado, reemprendemos un nuevo sendero y avanzamos en el proceso de cambio.
Hacer lo contrario es vivir en el ayer aferrándonos a todo aquello que nos impide crecer espiritual y personalmente.
El perdón es una expresión de amor; el perdón nos libera de ataduras que nos amargan el alma y enferma el cuerpo.

Muchas de las enfermedades, que sufrimos tienen su origen en el rencor, la amargura que viene producto de la falta de perdón.
No significa que estemos de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebes; perdonar significa no darle importancia, ni la razón a lo que sucedió; más bien, buscar el apoyo espiritual que viene de Dios.

“No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.”
(Isaías 43:18-19)


La falta de perdón te tiene encadenada al pasado, es el veneno que neutraliza todas tus acciones, destruye tu comunión con Dios y te impide ser una persona gozosa.
Mi pastor, nos enseñó que cuando no perdono me daño y daño a los míos, en este caso a nuestros hijos
Nos enseñó que ”No se pueden controlar las acciones de otros, pero sí podemos controlar nuestras emociones y aptitudes”.
Ese sentimiento negativo y tan dañino se lo puedes contagiar a tus hijos; estarás formando hijos rencorosos, amargados, desconfiados; hombres y mujeres que no buscarán a Dios para solucionar sus problemas; sino que serán vengativos y decidirán arreglarlo todo por sus fuerzas, dejando a Dios a un lado.
Todo esto a causa de tu mala actitud y tu falta de perdón. Dejárselo todo a Dios es el secreto de nuestra felicidad, él en su momento, y no en el nuestro, arreglará todo y pondrá todo en orden en nuestras vidas si se lo permitimos.
“Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza,
yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez:
El Señor juzgará a su pueblo.” (Hebreos 10:30)
Luego de comprender y aceptar que solo perdonar te puede hacer una mujer feliz; entonces, solo entonces, podrás convertirte en una perla preciosa para el Señor, la mujer virtuosa que toda madre desea ser, casada o soltera.

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