VATICANO, 20 Nov. 16 / 05:32 am (ACI).- El Jubileo de la Misericordia llegó a su fin con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro al comienzo de la Misa solemne que presidió el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro.
Durante la homilía, el Pontífice hizo un breve balance de lo que ha supuesto el Año Santo para la Iglesia y aseguró que “aunque se cierra la Puerta Santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo”.
“Este Año de la Misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera”.
“La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época”, explicó.
El Papa invitó a pedir la gracia “de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza”.
“Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás” porque "aunque se cierra la Puerta Santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza”.
Francisco afirmó además que “muchos peregrinos han cruzado la Puerta Santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del Señor”.
Por otro lado, el Papa habló de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo y explicó que “el Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente”.
“Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas”.
Como en otras ocasiones, el Santo Padre subrayó que “la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas”.
“Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos”.
“Hoy queridos hermanos y hermanas –añadió– proclamamos esta singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca”.
Francisco también exhortó a los miles de fieles presentes en la plaza a acoger “personalmente” a Jesús y reconocerlo como “el Señor de nuestra vida”. "Todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús".
“¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?”, se preguntó el Papa. A continuación, invitó a no dudar de Cristo en la cruz y evitar la tentación de “bajar de la cruz”. “La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra”.
Sin embargo, “Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo”.
Al término de la Misa el Papa Francisco ha firmado la nueva Carta Apostólica Misericordia et Misera que se hará pública de manera oficial el lunes 21 de noviembre y tiene como fin invitar a toda la Iglesia a vivir la misericordia con la misma intensidad con la que lo ha hecho durante el Jubileo.
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