Papa Francisco: A la luz de Cristo, la muerte es el ingreso en la plenitud de la vida
El Papa Francisco en la Misa que presidió hoy en la Basílica de San Pedro por los obispos y cardenales fallecidos.
VATICANO, 04 Nov. 16 / (ACI).- “Aparentemente, la muerte nos separa, pero el poder de Cristo y de su Espíritu nos unen ahora de manera más profunda con nuestros hermanos difuntos”. Con estas palabras, el Papa Francisco recordó que la muerte, “a la luz del misterio pascual de Cristo, es en realidad el ingreso en la plenitud de la vida”.
El Santo Padre dio este mensaje de esperanza durante la Misa que presidió en la Basílica de San Pedro, en Roma, en sufragio de las almas de los cardenales y obispos fallecidos a lo largo del año.
“El mes de noviembre, que la piedad cristiana dedica al recuerdo de los fieles difuntos, suscita hoy en la comunidad eclesial el pensamiento de la vida después de la muerte y, sobre todo, el pensamiento del encuentro definitivo con el Señor”, explicó el Papa. “Él juzgará nuestro camino en la tierra”, recordó.
Sin embargo, Francisco explicó que este juicio no lo realizará un juez implacable, sino “un juez cuyas características son la misericordia y la piedad”.
El Pontífice recordó que los cardenales y obispos que ya partieron al Padre “han llegado a su destino después de haber servido a la Iglesia y amado al Señor Jesús, en la certeza del amor que el Apóstol Pablo nos recuerda en la segunda lectura: ‘¿Qué nos separará del amor de Cristo?’. De la fe en el amor de Cristo nadie nos puede separar: ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el peligro, ni la muerte, ni la vida”.
“Ellos también han tenido muy claro las palabras del libro de la Sabiduría: ‘Los que le son fieles permanecerán junto a Él en el amor’. Sabían que nuestra peregrinación terrenal termina en la casa del Padre celestial, y que sólo en Él se encuentra la meta, el descanso y la paz. En la casa que nos lleva hacia el Señor Jesús, el camino, la verdad y la vida”.
El Papa señaló asimismo que “el camino hacia la casa del Padre comienza, para cada uno de nosotros, el mismo día en que abrimos los ojos a la luz y, por medio del bautismo, a la gracia”.
Además, especificó que “una etapa importante en este camino, para nosotros sacerdotes y obispos, es el momento en el que pronunciamos el ‘¡aquí estoy!’ durante la ordenación sacerdotal".
"Desde ese momento, estamos unidos a Cristo de una manera especial, asociados a su sacerdocio ministerial. En la hora de la muerte pronunciaremos el último ‘¡Aquí estoy!’, unido al de Jesús, que murió encomendando su espíritu a las manos del Padre”.
Francisco indicó que “los cardenales y obispos que hoy recordamos en la oración, durante toda su vida, especialmente después de haberla consagrado a Dios, se han dedicado a dar testimonio y a llevar a los demás el amor de Jesús. Y, con la palabra y el ejemplo, han exhortado a los fieles a hacer lo mismo”.
“Fueron pastores del rebaño de Cristo y, a imitación de Él, se han dedicado, entregado y sacrificado por la salvación del pueblo que les fue confiado”, destacó en la homilía.
“Lo han santificado mediante los sacramentos –continuó el Papa–, y lo han guiado por la vía de la salvación; llenos del poder del Espíritu Santo han anunciado el Evangelio; con amor paterno se han esforzado en amar a todos, especialmente a los pobres, a los indefensos, a los necesitados de ayuda. Por eso, al terminar su existencia, pensamos que el Señor ‘los aceptó como un holocausto’”.
“Con su ministerio han grabado en el corazón de los fieles el consuelo de la verdad: que la ‘gracia y la misericordia están con sus elegidos’. En el nombre del Dios de la misericordia y del perdón, sus manos han bendecido y absuelto, sus palabras han consolado, secado las lágrimas, su presencia ha dado testimonio elocuente de la bondad inagotable de Dios y de su infinita misericordia”.
Alguno de ellos, continuó Francisco, “estuvo llamado a dar testimonio del Evangelio de manera heroica, sosteniendo pesadas tribulaciones. En esta Santa Misa, memorial de la muerte y resurrección de Cristo, alabamos a Dios por todo el bien que ha realizado con nosotros y con su Iglesia por medio de nuestros hermanos y padres en la fe”.
“Ahora, nosotros estamos aquí para rezar por ellos, para ofrecer el divino sacrificio en sufragio por sus almas, y para pedir al Señor que les haga brillar para siempre en su reino de luz”, concluyó.
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