miércoles, 3 de diciembre de 2014

Salmo 118 (117): En la fiesta de las Tiendas

SALMO 118 (117)
1 ¡Aleluya!
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
2 Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
3 Que lo diga la familia de Aarón:
¡es eterno su amor!
4 Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!
5 En el peligro invoqué al Señor,
y él me escuchó dándome un alivio.
6 El Señor está conmigo: no temeré:
¿qué podrán hacerlo los hombres?
7 El Señor está conmigo y me ayuda:
yo veré derrotados a mis adversarios.
8 Es mejor refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres;
9 es mejor refugiarse en el Señor
que fiarse de los poderosos.
10 Todos los paganos me rodearon,
pero yo los derroté en el nombre del Señor;
11 me rodearon por todas partes,
pero yo los derroté en el nombre del Señor;
12 me rodearon como avispas,
ardían como fuego en las espinas,
pero yo los derroté en el nombre del Señor.
13 Me empujaron con violencia para derribarme,
pero el Señor vino en mi ayuda.
14 El Señor es mi fuerza y mi protección;
él fue mi salvación.
15 Un grito de alegría y de victoria
resuena en las carpas de los justos:
«La mano del Señor hace proezas,
16 la mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas».
17 No, no moriré: viviré
para publicar lo que hizo el Señor,
18 El Señor me castigó duramente,
pero no me entregó a la muerte.
19 «Abran las puertas de la justicia
y entraré para dar gracias al Señor».
20 «Esta es la puerta del Señor:
sólo los justos entran por ella».
21 Yo te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.
22 La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular
23 Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
24 Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
25 Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
26 ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
27 el Señor es Dios, y él nos ilumina.
«Ordenen una procesión con ramas frondosas
hasta los ángulos del altar».
28 Tú eres mi Dios, y yo te doy gracias;
Dios mío, yo te glorifico.
29 ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Comentario del Salmo

  • Este magnífico canto de acción de gracias celebra una victoria de Israel, en la que se puso de manifiesto una vez más el amor del Señor hacia su Pueblo (vs. 1-4) y su invencible poder (vs. 15-16).
  • La referencia explícita a dos acciones cultuales -la liturgia de entrada al Santuario (vs. 19-20) y la procesión de la comunidad hacia el altar (v. 27)- destaca con particular relieve el carácter litúrgico del Salmo.
  • En esa liturgia de acción de gracias, la función principal corresponde al rey, que describe la acción salvadora de Dios en primera persona del singular (vs. 5-14, 17-18, 21), mostrando así su condición de representante y portavoz de todo el Pueblo.
La liturgia cristiana confirió a este Salmo un significado “pascual” , y lo utiliza para cantar la victoria de Cristo.

Tres lectura del Salmo

Con Israel

  • Este salmo fue utilizado por primera vez el año 444 antes de Jesucristo, en la fiesta de los Tabernáculos (Nehemías 8,13-18). Hace parte del ritual actual de esta fiesta. Según M. Mannati, especialista en el estudio de los salmos, se ha puesto en evidencia el diálogo entre los diversos actores de la celebración: los levitas… el rey… Ia muchedumbre… Podemos imaginar, el lirismo festivo, el entusiasmo comunicativo, la alegría rítmica, que irrumpen en este canto a varias voces.

Con Jesús

  • Según testimonio de los tres evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente este salmo (Mateo 21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola de los “viñadores homicidas”: “la piedra que desecharon los constructores, se convirtió en la ¡piedra angular!”.
  • El día de los ramos, los mismos evangelistas señalan cuidadosamente que la muchedumbre aclamó a Jesús con las palabras del salmo: “¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!”.

En nuestro tiempo

  • Es evidente que el salmista no conoció a Jesús de Nazaret, su muerte o su Resurrección; pero esperaba ¡al Mesías, al Rey, al ungido, al Christos. Recitando este salmo con Jesús, el día de Pascua, cantamos la victoria de Dios sobre el mal. ¡Alegrémonos por este día de fiesta! ¡Jesús cantó su propia Resurrección, esa tarde!

Comentarios de san Juan Pablo II a este Salmo:

Cuando el cristiano, en sintonía con la voz orante de Israel, canta el Salmo 117, que acabamos de escuchar, siente en su interior un particular estremecimiento. En este himno, descubre dos frases de intenso carácter litúrgico cuyo eco se escucha en el Nuevo Testamento con una nueva tonalidad.
La primera aparece en el versículo 22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Esta frase es citada por Jesús, quien la aplica a su misión de muerte y de gloria, después de haber narrado la parábola de los viñadores asesinos (cf. Mateo 21, 42). La frase es evocada también por Pedro en los Hechos de los Apóstoles: Jesús «es la piedra que vosotros los constructores habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4, 11-12).
Comenta Cirilo de Jerusalén: «Decimos que uno solo es el Señor Jesucristo pues su filiación es única; uno solo para que tú no creas que hay otro… De hecho, es llamado piedra, pero no una piedra tallada por manos humanas, sino una piedra angular, para que quien crea en él no quede decepcionado» («Las catequesis» – «Le Catechesi», Roma 1993, páginas 312-313).
La segunda frase que el Nuevo Testamento toma del Salmo 117 es proclamada por la muchedumbre en la solemne entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Mateo 21, 9; cf. Salmo 117, 26). La aclamación queda enmarcada por un «Hosanna», «hoshiac na’, deh», «¡sálvanos!».
2. Este espléndido himno bíblico se enmarca en la pequeña serie de Salmos, del 112 al 117, llamada el «Hallel pasquale», es decir, la alabanza salmódica utilizada en el culto judío para la Pascua y las principales solemnidades del año litúrgico. El rito de procesión puede ser considerado como el hilo conductor del Salmo 117, salpicado quizá por cantos para solista y para coro, con la ciudad santa y su templo como telón de fondo. Una bella antífona abre y cierra el texto: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (versículos 1 y 29).
La palabra «misericordia» traduce la palabra judía «hesed», que designa la fidelidad generosa de Dios hacia su pueblo aliado y amigo. Tres categorías de personas son involucradas en el cántico de esta alabanza: todo Israel, «la casa de Aarón», es decir, los sacerdotes, y «quien teme a Dios», una locución que indica a los fieles y sucesivamente también a los prosélitos, es decir, los miembros de otras naciones que desean adherir a la ley del Señor (cf. versículos 2-4).
3. La procesión parece avanzar por las calles de Jerusalén, pues se habla de las «tiendas de los justos» (cf. v. 15). De todos modos, se eleva un himno de acción de gracias (cf. versículos 5-18), cuyo mensaje esencial es: incluso en la angustia es necesario conservar la llama de la confianza, pues la mano potente del Señor lleva a su fiel a la victoria sobre el mal y a la salvación.
El poeta sagrado utiliza imágenes fuertes y vivas: los adversarios crueles son comparados a un enjambre de avispas o a una columna de fuego que avanza dejando todo hecho cenizas (cf. versículo 12). Pero la reacción del justo, apoyado por el Señor, es vehemente: en tres ocasiones repite: «en el nombre del Señor los rechacé» y el verbo hebreo pone de manifiesto una intervención destructiva del mal (cf. versículos 10.11.12). En el origen, de hecho, está la diestra poderosa de Dios, es decir, su obra eficaz, y no precisamente la mano débil e incierta del hombre. Por este motivo la alegría por la victoria sobre el mal deja lugar a una profesión de fe muy sugerente: «el Señor es mi fuerza y mi energía, Él es mi salvación» (versículo 14).
4. La procesión parece llegar al templo, «a las puertas del triunfo» (versículo 19), es decir, a la puerta santa de Sión. Aquí se entona un segundo canto de acción de gracias, que comienza con un diálogo entre la asamblea y los sacerdotes para ser admitidos al culto. «Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor», dice el solista en nombre de la asamblea en procesión. «Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella» (versículo 20), responden otros, probablemente los sacerdotes.
Una vez atravesada la puerta, comienza el himno de acción de gracias al Señor, que en el templo se ofrece como «piedra» estable y segura sobre la que se edifica la casa de la vida (cf. Mateo 7, 24-25). Una bendición sacerdotal desciende sobre los fieles, que han entrado en el templo para expresar su fe, elevar su oración y celebrar el culto.
5. La última escena que se abre ante nuestros ojos está constituida por un rito gozoso de danzas sagradas, acompañadas por un festivo agitar de palmas: «Ordenad una procesión con ramos hasta los ángulos del altar» (versículo 27). La liturgia es alegría, encuentro de fiesta, expresión de toda la existencia que alaba al Señor. El rito de los ramos recuerda la solemnidad judía de las Chozas, memoria de la peregrinación de Israel en el desierto, solemnidad en la que se realizaba una procesión con ramas de palmera, arrayán y sauce. Este mismo rito, evocado por el Salmo, se vuelve a proponer en la entrada de Jesús en Jerusalén, celebrada en la liturgia del Domingo de Ramos.
Cristo es ensalzado como «hijo de David» (cf. Mateo 21, 9) por la muchedumbre que «había llegado para la fiesta… y tomando ramos de palmera salió a su encuentro gritando: “Hosanna. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor y rey de Israel!» (Juan 12, 12-13). En aquella celebración festiva, que sin embargo es el preludio de la pasión y muerte de Jesús, se aplica en sentido pleno el símbolo de la piedra angular, propuesto al inicio, alcanzando un valor glorioso y pascual.
El Salmo 117 alienta a los cristianos a reconocer en el acontecimiento de la Pascua de Jesús «el día en que actuó el Señor», en el que «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Con el salmo pueden cantar llenos de gratitud: «Mi fuerza y mi canto es el Señor, Él es mi salvación» (versículo 14); «Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo» (versículo 24).
Fuente: san Juan Pablo II en la Audiencia del Miércoles 5 de diciembre del 2001
1. En todas las festividades más significativas y gozosas del antiguo judaísmo –en particular en la celebración de la Pascua– se cantaba la secuencia de los Salmos que va desde el 112 al 117. Esta serie de himnos de alabanza y de acción de gracias a Dios era llamada el «Hallel egipcio», pues en uno de ellos, el Salmo 113 A, se evocaba de manera poética y casi visiva el éxodo de Israel de la tierra de la opresión, el Egipto de los faraones, y el maravilloso don de la alianza. Pues bien, el último Salmo que sigla este «Hallel egipcio» es precisamente el 117, que acabamos de proclamar, y que ya habíamos meditado en un comentario precedente.
2. Este canto revela claramente su uso litúrgico dentro del templo de Jerusalén. En su trama, de hecho, parece desarrollarse una procesión, que comienza en las «tiendas de los justos» (versículo 15), es decir, en las casas de los fieles. Éstos exaltan la protección de la mano divina, capaz de tutelar a quien es recto y confía incluso cuando irrumpen los adversarios crueles. La imagen utilizada por el Salmista es expresiva: «me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas, en el nombre del Señor los rechacé» (versículo 12).
Ante este peligro superado, el pueblo de Dios estalla en «cantos de victoria» (v. 15) en honor de «la diestra del Señor» que «es poderosa» (Cf. versículo 16). Se da, por tanto, la conciencia de no estar nunca solos, a merced de la tormenta desencadenada por los malvados. La última palabra, en verdad, es siempre la de Dios que, si bien permite la prueba a su fiel, sin embargo no le entrega a la muerte (Cf. versículo 18).
3. Al llegar a este punto, parece que la procesión llega a la meta evocada por el Salmista a través de la imagen de «las puertas del triunfo» (versículo 19), es decir, la puerta santa del templo de Sión. La procesión acompaña al héroe a quien Dios ha dado la victoria. Pide que se le abran las puertas para que pueda «dar gracias al Señor» (versículo 19). Con él «los vencedores entran por ella» (versículo 20). Para expresar la dura prueba que ha superado y la glorificación que de ella resulta, se compara a sí mismo con «la piedra desechada por los arquitectos» convertida «ahora en la piedra angular» (versículo 22).
Cristo asumirá precisamente esta imagen y este versículo, al final de la parábola de los viñadores homicidas para anunciar su pasión y su glorificación (Cf. Mateo 21, 42).
4. Al aplicarse a sí mismo este Salmo, Cristo abre el camino a la interpretación cristiana de este himno de confianza y de gratitud al Señor por su «hesed», es decir, por su fidelidad amorosa, de la que se hace eco todo el Salmo (Cf. Salmo 117,1.2.3.4.29).
Los símbolos adoptados por los Padres de la Iglesia son dos. Ante todo, el de la «puerta del triunfo», que san Clemente Romano en su «Carta a los Corintios» comentaba de este modo: «Muchas son las puertas abiertas, pero la de del triunfo está en Cristo. Bienaventurados todos los que entran por ella y dirigen su camino en la santidad y en la justicia, cumpliendo tranquilamente con todo» (48,4: «Los Padres Apostólicos», «I Padri Apostolici», Roma 1976, p. 81).
5. Otro símbolo, unido al precedente, es precisamente el de la piedra. Nos dejaremos guiar ahora en nuestra meditación por san Ambrosio en su «Exposición sobre el Evangelio según Lucas». Comentando la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, recuerda que «Cristo es la piedra» y que «Cristo tampoco negó este bello nombre a su discípulo, de modo que también él sea Pedro, para que en la piedra tenga la firmeza de la perseverancia, la inquebrantabilidad de la fe».
Ambrosio introduce entonces la exhortación: «Esfuérzate tú también por ser una piedra. Pero para esto, no busques la piedra fuera de ti, sino dentro de ti. Tu piedra son tus acciones, tu piedra es tu pensamiento. Sobre esta piedra se edifica tu casa para que no sea flagelada por ninguna tempestad de los espíritus del mal. Si eres una piedra, estarás dentro de la Iglesia, pues la Iglesia está sobre la piedra. Si estás dentro de la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán contra ti» (VI, 97-99: «Obras exegéticas», «Opere esegetiche», IX/II, Milán-Roma 1978 = Saemo 12, p. 85).

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