"Para el sacerdote que quiere alcanzar la suprema perfección de su sacerdocio, no hay necesidad alguna de recurrir a expedientes de santidad, extraños a su deber de estado. Nada lo une a Dios como esta identificación con Cristo en todos los actos de su vida. Cuando se inclina sobre un alma para bautizarla, absolverla, consagrarla, alimentarla de Dios, cada vez que, por el ejercicio de su poder de orden, realiza un gesto de Cristo, si lo hace con alma de Cristo, identificado con sentimientos de glorificación del Padre y de la redención que actualmente anima al Verbo encarnado en el cielo, como antaño en la tierra, ello basta para conducirle al pináculo de la santidad."
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