jueves, 4 de diciembre de 2014

Diario vivir

¡Qué distinto! 

¡Qué distinto es el proceder de un santo, del proceder de nosotros! Porque el santo acepta las humillaciones, pero nosotros no. Cuando alguien nos insulta, nos contradice o nos regaña, enseguida “nos levantamos como leche hervida”, es decir, nos defendemos y queremos hacer valer nuestros derechos.
No hacen así los santos, sino que aceptan la humillación como venida del mismo Dios, y recordando aquella frase lapidaria de Jesús de que quien se humilla, será ensalzado, y quien se ensalza, será humillado, tendríamos que saber aprovechar estas ocasiones en que el prójimo nos humilla, porque entraremos muy adentro en el Corazón de Jesús.
No otra cosa hizo el Señor ante sus acusadores. Aceptó pacientemente todas las falsas acusaciones, los insultos, los golpes, pero así venció, porque con su humillación nos obtuvo a nosotros la elevación  hacia Dios.
Si viéramos con los ojos del cuerpo los frutos que se desprenden de una humillación aceptada por amor a Dios y a los hermanos, no pediríamos sino la gracia de ser siempre humillados por los hombres.
¡Pero la verdad es que nos falta un poco de fe, y por eso no toleramos una corrección, un insulto, un desprecio!
Aprendamos a ser humildes, porque donde hay soberbia no está Dios. Mientras que donde hay humildad, allí reposa Dios con todo su poder.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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