martes, 26 de agosto de 2014

La mujer, una bendición en la Iglesia


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El valor de la aportación femenina en el pasado y el presente de la Iglesia es incuestionable. La mujer desde la Cruz hasta el momento de hoy ha engrandecido con su participación singular la historia de la salvación.
Espontáneamente surge en nuestro interior un sentimiento de gratitud y de confianza hacia la mujer que nos llevó en su seno, nos cuidó y alimentó de pequeños y no dejó de preocuparse por cada uno de sus hijos.
Para nosotros, los discípulos de Jesús, resplandece la figura de su Madre, María, como mujer excepcional y modelo de Madre. Cuando en las bodas de Caná Jesús le llama “mujer” y luego se dirige a Ella de la misma forma en el Calvario, quiere indudablemente aplicarle una palabra de dignidad que equivale a “Señora”. Es María la nueva Eva, la mujer “Madre de los vivientes”.
 El Papa Francisco en su exhortación apostólica El Gozo del Evangelio nos dice: “El regalo que Jesucristo dejó a su pueblo fue la entrega de su madre: Jesús le dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y luego le dijo al amigo amado: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26-27). Jesús nos deja a esta gran mujer que llena nuestra vida, que camina con nosotros y que derrama incesantemente el amor de Dios” (EG, 285).
 La Virgen María también vivió el rol de ser hija, esposa y madre. Fue la mujer trabajadora, servicial, atenta, amable, admirable y fiel. También en nuestro tiempo encontramos a muchas mujeres modelo para toda mujer, que busca y lucha por responder a su existencia humana y cristiana; mujeres que viven su vocación en la Vida Consagrada y mujeres que viven su vocación Laical.
 En la vida de un pueblo y de la sociedad, la contribución de las mujeres es fundamental. Ellas tienen algo muy característico que se deriva de su capacidad natural para comunicar la vida; son las mujeres, quienes tienen una sensibilidad particular para dar ejemplo de atención al otro, para hacer más humanas las relaciones y para inspirar desde la familia la vida de toda la sociedad.
 Cuando no se tiene desde la infancia la experiencia de la ternura y delicadeza del hogar que aporta la madre, se endurece y se vacía de amor la vida de las personas, y esto se refleja en la violencia social que tanto afecta la vida de las comunidades.
 En nuestras Parroquias las mujeres conforman, en general, la mayor parte de nuestras comunidades, son las primeras transmisoras de la fe y colaboradoras de los pastores, es necesario atenderlas, valorarlas y respetarlas. Hay que garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son confiados a los laicos, así como también urge su presencia en las instancias de planificación y decisión pastorales, valorando su aporte.

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