miércoles, 27 de agosto de 2014

EL PESO DE LA LIBERTAD




El peso de la libertad
Importa, más de lo que parece, salvar la coherencia propia, distinguir entre «las voces y los ecos»



Entre las fórmulas de expresión maravillosas que acuñó Cervantes, varias de ellas en verso, lo que aconsejaría revisar su estimación como poeta, cuento los que comenté en mi libro "Cervantes clave española» y que me parecen espléndidos en concisión: "Y he de llevar mi libertad en peso / sobre los propios hombros de mi gusto».

Por lo visto, sentía que era menester llevar la libertad "en peso", lo que implica que pesa y puede causar alguna pesadumbre. La apelación al "gusto" no es menos interesante: sugiere cierta espontaneidad y a la vez una fruición. La libertad es algo que brota de uno mismo, complace, produce placer, y a la vez cuesta trabajo, exige esfuerzo, lleva consigo responsabilidad.

Si todo esto se tiene en cuenta y se practica, la libertad se consigue y perdura, puede salvarse de sus muchos riesgos; si se falta a lo que Cervantes proclamaba, puede enfermar, contaminarse, acaso perecer.

Si se me preguntara qué me parece más inquietante de la actual situación de España, diría que la frecuente infidelidad a lo que Cervantes prometía por su cuenta, al formular una exigencia perdurable del ejercicio de la libertad. Existen las condiciones para ello, el horizonte está abierto y no hace falta ningún heroísmo especial para tomar posesión de él. Otras veces no ha sido así, y la diferencia más profunda entre las personas reside en su disposición a no aceptar ese peso de la libertad, que puede ser considerable, aunque pocas veces abrumador.

Uno de los peligros mayores es la disminución o la extinción del gusto por la libertad; hay quienes sienten temor ante ella; otros, indiferencia, incluso falta de claridad: se dejan literalmente "empujar" por los que ejercen sobre ellos presión; no usan la libertad que tienen, y ni siquiera se dan cuenta de ello. Es lo que muestran las encuestas y sondeos que se multiplican, cuyos resultados son previsibles y que responde en su mayoría a una dejación de la libertad personal.

Pero hay otro fenómeno que a la larga resulta todavía más peligroso, y es la actitud de aquellas personas que tienen plena conciencia de lo que es libertad, que saben en qué consiste y la "ejercerían" si no reclamase ningún esfuerzo, si no tuviese peso. Saben lo que está bien y lo que está mal, lo que es decente y lo que no lo es, lo que tiene valor o carece de él -o tiene un valor negativo, como la falsedad-. Saben también lo que conviene o es dañoso, tal vez pernicioso.

Es posible que sientan un conato de ejercer su libertad, de seguir su "gusto" por ella; pero, llegado el momento de ponerla en práctica, renuncian a ella, desisten, aceptan la incoherencia. Regatean el esfuerzo requerido para sostener el peso de la libertad, aunque no sea excesivo. La mayoría de las veces no es gran cosa, no expone a fieros males, si se la mantiene alegremente en vilo no pasa nada.

Tal vez se puede perder algún dinero, un puesto que se considera apetecible, una distinción, elogios, publicidad, el ingreso en un grupo que puede ser siniestro y peligroso, dentro del cual será difícil sentirse seguro. Poca cosa.

Esta tentación, tan difundida entre los que tienen responsabilidad y no podrían alegar ignorancia, engendra confusión. No se sabe dónde se está porque cuando se cree saberlo resulta que no es así, que aquel espacio ha sido ocupado por otros con los que no se contaba. "No se puede circular", decía Ortega después de volver a España, tras nueve años de exilio, y durante muchos; efectivamente era así, y no circulaba apenas, se movía en limitadísimos círculos privados o bien ante el "público", los lectores o los oyentes que ejercían personalmente su libertad.

En el fondo se trata, como casi siempre, de la verdad. Una de las conferencias de curso "En torno a Galileo" que oí a Ortega en la Universidad de Madrid, en 1933, se titulaba "La verdad como coincidencia del hombre consigo mismo". Es decir, como autenticidad. No es ya la verdad del decir o del pensar, sino la verdad de la vida.

Esa coincidencia consigo mismo es lo que a veces falta. Lo que se piensa y se siente, lo que se inicia, lo que es la propia realidad, no se mantiene, es desmentido por los actos siguientes, es decir, el hombre se miente a sí mismo.

Cuando esto ocurre con demasiada frecuencia, resulta difícil respirar. Ha habido épocas y países en que esta situación ha sido tal, que la consecuencia era inevitablemente la asfixia. Normalmente no es así; para ejercer la libertad basta con quererlo, con no abandonarla, con no serle infiel.

Importa, más de lo que parece, salvar la coherencia propia, distinguir entre "las voces y los ecos", solidarizarse con lo que se estima y distanciarse -si es posible, cortésmente- de lo que parece desdeñable o indeseable. Una de las mayores responsabilidades de los que tienen una figura pública y gozan de algún prestigio es no confundir a los demás, a la gran mayoría. no basta con mantener una apariencia decorosa; es menester no defraudar; y todavía más, no inducir a error, pecado gravísimo. Presentar como valioso lo que no lo es, denostar lo que está lleno de méritos o, por omisión, cubrirlo de silencio, es contribuir a la desorientación de los demás, de los que quizá no disponen de recursos para juzgar por sí mismos.

Cada persona "destiñe" -para bien o para mal- sobre aquellas de que se rodea, con las que se asocia a los ojos de los demás. Esa influencia puede ser saludable y benéfica, si corresponde a las exigencias de la realidad. Si las desconoce y las pasa por alto, la consecuencia inevitable es la contaminación, el descenso de la calidad.

Es difícil ser inteligente en una sociedad que no lo es; si se mira la historia de los países habitualmente ilustres, se puede comprobar con todo rigor. No es fácil ser decente en un ambiente corrompido. En ambos casos se puede ser lo mejor, pero a costa de un gran esfuerzo que no todos están dispuestos a cumplir. Y hace falta además una dosis de clarividencia, una capacidad de distinguir, que no es universal.
Me preocupa tanto la decadencia que amenaza al mundo actual, y que todavía me atrevo a creer evitable, que miro con ansiedad sus síntomas, y siento alegría profunda cuando veo indicios de recuperación o defensa. Porque lo grave de las decadencias es que afectan a la misma realidad humana, y por eso es extremadamente difícil salir de ellas.

El único remedio eficaz es la apelación a la libertad de cada uno de nosotros, recordar el inolvidable verso de Cervantes: "tú mismo te has forjado tu ventura".

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