Ante el Sanedrín, compuesto por Anás y Caifás, los ancianos y los fariseos reunidos en casa de Caifás, comparecen en juicio sumarísimo y de noche dos testigos judíos, servidores del Templo de Jerusalén y preparados de antemano que afirman haberle oído decir a Jesús : “Yo puedo destruir el Templo y reconstruirlo en dos días”. Destruir el Templo de Jerusalén era una blasfemia castigada con pena de muerte por la Ley judía. Entonces, Caifás se levanta y le pregunta a Jesús: “¿Qué respondes?”, pero Jesús se calla. Caifás le dice: “Te conjuro por Dios vivo, nos digas si tu eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Le responde: “Tú lo has dicho y verás al Hijo del Hombre sentado a la derecha de Dios Padre”. Caifás rasga las vestiduras y dice: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de testigos? ¿Qué os parece? ”.
El pleno del Sanedrín presidido por Caifás, a excepción de José de Arimatea que esperaba el Reino de Dios, le condenan a muerte con las siguientes palabras: “¡Reo es de muerte!”. Le escupen en la cara, le abofetean y algunos burlándose le golpean. Una mujer acusa a Pedro, que se hallaba camuflado en el patio de casa de Caifás, de ser su discípulo, pero él lo niega por tres veces manifestando: “No se lo que dices, no conozco a ese hombre”. El gallo canta y se acuerda de lo que le había dicho Jesús: “Antes de que el gallo cante, me negará tres veces”. Entonces, sale a fuera del patio y llora amargamente.
Al amanecer del viernes, día 14 del mes de nisán (3 de abril) del año veintiocho de la Era cristiana, los pontífices Anás y Caifás y los escribas llevan a Jesús de Nazaret atado al pretorio para pedir su crucifixión a Poncio Pilato. El Sanedrín podía condenar a muerte, pero no podía ejecutarla, ya que estaba reservada al gobernador romano. El pretorio se hallaba al lado de la Torre Antonia. Poncio Pilato lo ocupaba en los días antes de la Pascua judía cuando venía de Cesarea a Jerusalén.
El Sanedrín había condenado a muerte a Jesús de Nazaret por una causa religiosa, llamarse: “Mesías e Hijo de Dios y poder destruir el Templo de Jerusalén”. Sin embargo, Anás y Caifás y sus secuaces le acusa ante Poncio Pilatos de una causa política: “Sublevar al pueblo judío contra el César, de prohibir sus tributos y de llamarse rey de los judíos”. Poncio Pilatos le pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Le contesta: “Tú lo dices, pero mi Reino no es de este mundo”. El reino de Dios que Jesús predicaba era espiritual y escatológico basado en el amor filial a Dios Padre y en amor fraterno universal a los humanos.
Poncio Pilatos viendo que era inocente e injusta su condena a muerte, pretende salvarle utilizando una vieja costumbre de dar la libertad por la Pascua judía a un condenado a muerte. Propone a los pontífices Caifás y Anás que escojan entre salvar a Barrabás, famoso asesino y ladrón encarcelado, o a Jesús de Nazaret. Pero ellos persuaden y concitan a los presentes para que pidan la libertad para Barrabás y la crucifixión para Jesús de Nazaret.
Pilatos les pregunta: “¿A quién queréis que suelte de los dos?”. Anás y Caifás y sus secuaces servidores del Templo de Jerusalén responden y piden libertad para Barrabás y crucifixión para Jesús. Pilatos les responde: “Tomad vosotros a Jesús y crucificarlo, porque yo no encuentro causa alguna para ordenar su crucifixión”. Anás y Caifás le contestan: “Nosotros tenemos una ley según la cual debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios”.
No obstante, Poncio Pilatos intenta soltarlo y darle libertad. Pero, ellos le contestan: “Si sueltas a éste no eres amigo del César, porque el que se hace rey contradice al César”. Pilatos a la hora sexta, es decir, a las doce de la mañana, les presenta a Jesús diciendo: “¡He aquí a vuestro rey!”. Los secuaces servidores del Templo, manipulados por Anás Caifás, gritan: “Quita, quita, crucifícalo”. Los dos citados pontífices le dicen: “Nosotros no tenemos más rey que el César”.
Crucifixión
Poncio Pilatos lava las manos, y cobardemente dice: “Soy inocente de la sangre de este justo. ¡Allá vosotros”! Da libertad a Barrabás y entrega a Jesús de Nazaret a Anás, Caifás y demás personal presente en el pretorio para que le crucifiquen, y escribe en un letrero la causa de su crucifixión: “Jesús, Rex Judeorum”. Entonces Anás y Caifás le dicen a Poncio Pilato: “No escribas Rey de los Judíos, sin que él dijo soy el Rey de los Judíos”. Pilato les contesta: “Lo escrito, escrito está”.
Los soldados desnudan a Jesús, le ponen la túnica escarlata, una corona de espinas en la cabeza y una caña en la mano derecha, y se arrodillan ante él para burlarse, llamándole “rey de los Judíos”. Le escupen, le quitan la caña y con ella le golpean la cabeza, le sacan la túnica y le llevan al Gólgota, que distaba 600 m. del pretorio, para crucificarle llevando sobre sus hombres el patíbulo de la cruz. Los soldados por el camino encuentran a Simón de Cierne, a quien le obligan a llevar el patíbulo de la cruz hasta el Gólgota, al ver a Jesús que se hallaba totalmente extenuado y sin fuerzas para llevarlo
Llegados al Gólgota, Jesús es desnudado y tendido en tierra boca arriba. Los soldados le extienden sus bazos sobre el patíbulo, palo trasversal de la cruz, le clavan los clavos sobre sus manos, elevan su cuerpo clavado al patíbulo que sujetan con cuerdas al palo vertical de cinco metros apoyado en un agujero de la tierra. Le clavan sus pies para mayor sujeción de su cuerpo, quedando a menos de un metro de altura desde la tierra. En el alto del palo vertical de la cruz colocan una tabla de madera, donde muestran la causa de su crucifixión: “Este es Jesús, Rey de los Judios”
Crucifican también a su derecha y a su izquierda a dos malhechores. Uno de ellos le insulta: “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios. ¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti y a nosotros?”. El otro le recrimina diciendo: “Nosotros lo merecido por nuestras obras, pero éste no ha hecho nada. Jesús, acuérdate de mi cuado estés en el paraíso”. Jesús le contesta: “Hoy estará conmigo en el paraíso”.
Los que pasaban por allí le insultaban diciendo: “Tú que destruías el templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. De semejante manera, Anás y Caifás, los escribas y ancianos le hacían burla, diciendo: “Salvó a otros y no puede salvarse a si mismo. Si es rey de Israel que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Puso su confianza en Dios, que le salve ahora si es que le ama, ya que él ha dicho soy Hijo de Dios”.
La muerte por crucifixión es, sin duda, la más cruel, aterradora y dolorosa posible, no solo por las heridas desangrantes producidas por los clavos, sino, sobre todo, porque produce un total destrozo y desgarro del sistema neurológico y nervioso, que ocasiona fuertes estados de convulsión, asfixia, sed, dolor y angustia total hasta la locura en el crucificado provocados por su alzamiento vertical. De ahí, los fuertes gritos y palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret clavado en la cruz.
Cicerón escribe: “La crucifixión es el suplicio más cruel y más ignominioso posible”. Los judíos no la tenían en sus leyes penales, sin embargo, Anás y Caifás piden a Pilatos que la aplique a Jesús. Los romanos habían tomado la crucifixión de los cartagineses, que a su vez, la habían recibido de los persas, y la aplicaban a los esclavos y personas libres por grandes delitos de homicidios, asesinatos, robos, traiciones y sediciones
Últimas Palabras y Fallecimiento
Los tres sinópticos escriben que muchas mujeres, a distancia, contemplaban la crucifixión de Jesús. Entre ellas, según Mateo y Marcos, estaban María Magdalena, María de Cleofás, Salomé de Zebedeo. Juan añade: “Todos sus conocidos y las mujeres que le habían acompañado de Galilea, se habían colocado a distancia para ver estas cosas”. Añade: “Junto a la cruz estaba su madre María, su hermana María de Cleofás y María Magdalena. Jesús viendo a su madre, a su lado, de pie, al discípulo que amaba le dice: “Mujer he ahí a tu hijo”, y al discípulo le dice: “He ahí a tu madre. Desde aquella hora dicho discípulo que era el citado Juan, la tomó consigo”.
Jesús sintiendo sed manifiesta: “Tengo sed”. Los soldados burlándose le ofrecen vinagre. Jesús en alta voz clama: “Consumado está e inclinando la cabeza entrega su espíritu”. A partir de la hora sexta, es decir de las doce de la mañana, hubo una oscuridad sobre la tierra. A la hora nona, 3 de la tarde, viernes, 14 de nisán (3 de abril), según Mateo y Marcos, Jesús gritó con voz fuerte: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Al oír esto, algunos de los que allí estaban dijeron: “Este llama a Elías”. Un soldado toma una esponja, la empapa en vinagre y la pone en la punta de una caña e intenta darle de beber para calmar sus fuertísimos dolores, pero Jesús gritando con fuerte voz exhala su espíritu.
Según Lucas, Jesús grita con fuerte voz: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu. Dicho esto expira”. Entonces, el velo del Templo se rasga, la tierra tiembla y las rocas se rajan, los sepulcros se abren y los cuerpos de muchos santos resucitan. El centurión que había presenciado y dirigido su crucifixión y los soldados al ver lo sucedido daban gloria a Dios diciendo: “Realmente este hombre era justo, verdaderamente era el Hijo de Dios, y todos los presentes se golpeaban los pechos”.
Enterramiento
José de Arimatea, miembro del Sanedrín que no había aprobado la detención, condena a muerte y crucifixión de Jesús de Nazaret y que esperaba el Reino de Dios, fue junto a Poncio Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús para darle sepultura. Poncio Pilatos cerciorado por los soldados de que ya había fallecido, le autoriza darle sepultura. Al amanecer del sábado, José de Arimatea y Nicodemo bajan el cuerpo de Jesús de la cruz, lo envuelven en lienzos con aromas y lo sepultan en un nuevo sepulcro excavado. Las mujeres, entre ellas, María Magdalena, María de Cleofás, Salomé y Juana, que habían seguido a distancia su crucifixión y su enterramiento, regresan a sus casas, preparan aromas y miras, y descansan durante el sábado según la Ley mosaica.
Resurrección
Al día siguiente, domingo, muy de mañana, van al sepulcro para llevarle aromas. Hallan la piedra apartada que cubría el sepulcro y no encuentran el cuerpo de Jesús. Quedan desconcertadas. En estas circunstancias, dos varones con vestidos resplandecientes les dicen: “A quién buscáis, no esta aquí, sino que ha resucitado”. Recodad lo que os dijo en Galilea: “Conviene que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, sea crucificado y resucite al tercer día”.
María Magdalena llorando junto al sepulcro, vuelve su mirada hacia atrás y ve a Jesús de pie, pero no le reconoce. Le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?” Ella creyendo que era el jardinero, le dice: “Señor, tú lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo cogeré”. Jesús le responde: “¡María!”. Ella le dice: “¡Maestro!”. El le contesta: “Deja de tocarme porque todavía no subí al Padre. Ve a mis hermanos y dile que subo a mi Padre y a vuestro Padre y a mi Dios y a vuestro Dios”.
María Magdalena, muy contenta, va junto a los discípulos. Les dice que ha visto al Señor y les cuenta lo que le dijo. Entonces, Pedro y Juan salen corriendo hacia el sepulcro, se inclinan hacia él y sólo ven los lienzos en el suelo y el sudario en otro lugar a parte. Maravillados y muy contentos de lo sucedido, regresan a casa en Jerusalén.
Epílogo
Quiero terminar este relato de la conspiración, detección, juicio, condena a muerte, crucifixión, últimas palabras, fallecimiento, enterramiento y resurrección de Jesús de Nazaret, siendo inocente, santo, justo, con unas palabras de Ernesto Renán, escritas en su libro, La vida de Jesús: “¡Jesús, tú serás el signo alrededor del cual se librará la más ardiente batalla, y arrancar tu nombre de este mundo sería conmover sus cimientos. Pleno vencedor de la muerte, toma posesión de tu Reino, al que te seguirán por el camino que has trazado, siglos de adoradores”! ¡Jesús, tú eres nuestra esperanza de vida eterna!