a) Didaskalía-ophéleia
En el desierto de Egipto, en tiempo de los antiguos monjes, un joven se dirigió a un padre espiritual famoso, que él mismo había elegido, y le hizo una pregunta original: «Padre, dime una palabra: ¿cómo puedo salvarme?».
¿Qué clase de palabra tenía que ser? Era una palabra definida con el término griego ophéleia, lógos psychophelés, palabra «útil para el alma», llamada a obrar la conversión. No se trataba, por tanto, de una simple enseñanza (didaskalía).
Siempre se ha pensado que las meditaciones de los ejercicios espirituales tienen esa misma función. Para demostrar la eficacia de esas meditaciones se han solido presentar ejemplos edificantes. En un libro bien documentado sobre los mártires ingleses se lee que un hombre que llevaba una vida de indiferencia religiosa, tras hacer los ejercicios espirituales tuvo una fe tan ferviente que llegó a testimoniarla con el martirio.
La eficacia de los ejercicios espirituales se ha considerado tan universal que es una práctica frecuente en los institutos religiosos católicos y en los seminarios. Es una costumbre que se introdujo también en los monasterios orientales.
Según Teófanes el Recluso, el mejor tiempo para hacer un retiro es la Cuaresma, en parte porque sirve de preparación de la comunión pascual. Por lo demás, los ejercicios ignacianos se tradujeron al ruso, e incluso un autor clásico griego, Nicodemo el Hagiorita, tradujo los ejercicios espirituales del P. Pinamonti.
Sin embargo, no nos puede extrañar que en un tiempo como el nuestro, en que todo se pone en discusión, se dude también de esta práctica de los ejercicios. Es verdad que aun hoy son muchos los que hacen los retiros con gusto y provecho; pero hay también quienes no manifiestan demasiado entusiasmo cuando tienen que hacerlos.
¿Cuáles son las objeciones que suelen poner estos últimos? Habitualmente son dos: 1) el método de hacer el retiro anual se ha convertido en un estereotipo y, por tanto, resulta anticuado; 2) el objetivo que se propone es retóricamente exagerado y, por tanto, irreal. Los ejercicios comunitarios suelen seguir normalmente el esquema de cuatro meditaciones al día, con oraciones comunes entreveradas. Así se llena toda la jornada, pero no se deja espacio a la oración libre.
En los monasterios orientales, si un monje quería retirarse en soledad, generalmente procuraba liberarse también de toda carga del reglamento. Se convertía en «idiorrítmico», es decir, seguía el ritmo espontáneo de sus oraciones y de los pensamientos que le venían. Ése es el motivo por el que algunos prefieren los ejercicios individuales, personalizados.
En los retiros comunitarios, para no perder las ventajas de la soledad, se llega a la solución de un retiro en soledad, como se dice empleando una redundancia. Más seria es la objeción que se pone al objetivo principal del retiro, que es la conversión. Los cambios radicales de vida son únicos, irrepetibles y, por tanto, no pueden ser prescritos en el tiempo destinado a los retiros anuales.
Parece entonces inútil la tradicional advertencia: Ingredere totus, mane solus, exi alius, entra todo, permanece solo, sal otro. Ese severo programa se suele suavizar con el ejemplo de los comerciantes que anualmente hacen un buen balance de cuentas y un inventario de bienes. Así, la gran conversión se reduce a cierto número de miniconversiones. Para ello, a los buenos religiosos se les invita a que escriban en un cuaderno todos los buenos propósitos para el año siguiente.
Desgraciadamente, la experiencia ha demostrado la escasa eficacia de esos propósitos. Por eso, a veces se han sustituido los retiros de oración por semanas de actualidad en las que una serie de conferencias espirituales pretenden atraer a los oyentes por su carácter novedoso. Está claro que, después de un tiempo, también esta modalidad produce cansancio.
Hay que decir francamente que el verdadero objetivo de un retiro espiritual es y debe seguir siendo la conversión, la metánoia. Esa es la condición necesaria para entrar en el reino de Dios, para sentir su proximidad. Es lo que proclama Jesús (Mt ,1,17) en su venida. Pero Jesús es erchómenos, viene cada día. La vida cristiana exige, por tanto, una metánoia continua. El problema está en cómo entenderla y realizarla…
Extraído de “El camino del Espíritu” de Tomas Spidlik bajar aquí
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