Cuentan que, en cierta ocasión, un enamorado de la Virgen
se acercaba todos los días hasta una ermita para hacerle una visita.
Todos los días entraba, dejaba una limosna y se marchaba
sin permanecer escasamente unos segundos en el interior del templo.
En determinada ocasión, las cosas no le salieron del todo bien; el trabajo fue un fracaso, el mejor amigo le traicionó, fue despedido por una calumnia y, para colmo de males, tuvo un accidente
que le mantuvo postrado en cama durante más de tres meses.
Finalizado el tiempo de recuperación se acercó para hacer una visita a la Virgen; hasta aquella ermita que, un día y otro también, no dejaba de visitar.
Cual fue su sorpresa, cuando al cruzar el umbral de la puerta, debajo de la imagen de la Virgen
había un gran letrero que ponía: ¡Te esperaba! ¡Qué tal estás!
Se sentó en el primer banco y, mirando a María, permaneció frente a Ella
contándole lo cruel que la vida había sido con él en los últimos meses.
Al día siguiente, aquel hombre, era otra persona. Los problemas seguían existiendo…..pero las fuerzas eran mayores para hacerles frente.
Poco a poco, con la ayuda de Dios y con su esfuerzo, su vida fue normalizándose.
¡Gracias María por estar ahí!
Por compartir mis alegrías y mis penas
Por seguir, de cerca, todos mis caminos
¡Gracias, María, por animarme en mis caídas!
¡Gracias, María, por ser mi confidente y mi amiga!
¡Gracias, María, por ser mi Madre!
¡Gracias, María, por escucharme una y otra vez!
¡Gracias, María, por no olvidarme aunque yo te olvide!
¡Gracias, María, por hablarme cada día!
¡Gracias, María, por llevarme hasta Dios!
¡Gracias, María, por arrullarme en tus brazos!
¡Gracias, María, por enseñarme a amar a Jesús!
¡Gracias, María, por empujarme a fiarme del Señor!
Amén.
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