Tan cerca y tan lejos, Señor
En el cielo, pero sin olvidar lo que dejaste en la tierra,
al hombre, que a veces te sigue pero se pierde,
al mundo, que viniendo de tus manos, dice vivir sin Ti.
Tan cerca y tan lejos, Señor.
En la mano que se abre, porque sabe que es mano tuya,
y en el corazón que se cierra ,
porque hace tiempo que olvidó o no sabe ya amarte.
En los labios que, pronunciando tu nombre,
consiguen que los ojos brillen de emoción,
y en los pies que, por ser exigentes tus caminos,
decidieron desertar y desviarse hacia otros destinos.
Tan cerca y tan lejos, Señor.
En el paladar que, con veneración recibe tu Cuerpo,
y en el lama del que, sabiéndose pequeño,
se siente inmensamente grande cuando entras en ella.
En el pensamiento, cuando sólo en Ti piensa,
o en la mente que se siente iluminada por tu presencia.
Tan cerca y tan lejos, Señor.
Hoy, cuando divisas nuestras calles y nuestras plazas,
cuando ves nuestras miserias y nuestra fiesta,
nuestra pobreza y nuestra crisis económica y moral,
te sentimos, Señor, cerca y lejos a la vez.
Cerca, cuando a Ti confiamos nuestro futuro
y, lejos, cuando nos empeñamos
en desterrarte de lo inmediato.
Cerca, cuando en Ti ponemos nuestras esperanzas,
y, lejos, cuando nos sentimos señores de la existencia.
Cerca, cuando a Ti sólo adoramos y cantamos,
lejos, cuando nos postramos ante otros dioses y amos.
Cerca, cuando miramos al cielo buscando respuestas,
lejos, cuando clavamos los ojos en la efímera tierra.
¡Tan cerca y tan lejos, Señor!
No dejes, con tu Cuerpo y con tu Sangre,
de alimentar los huesos y las venas de nuestro mundo.
No dejes, con tu Palabra, de animar nuestro decaimiento.
No dejes, con tu mirada, de guiar nuestros pasos inciertos.
No dejes, con tu mano, de sacarnos de tanta incertidumbre.
¡Nos haces falta tanto, Señor!
Hoy, porque queremos tu Bendición, Santa y Eterna,
te hemos sacado del templo donde tu gloria habita,
para que tiñas con la esperanza a este pueblo que te ama,
para que pongas futuro allá donde todo parece fracaso,
para que siembres en nosotros testimonio y valentía,
para que nos hagas ser custodias de carne y corazón,
para que, hoy que te dignas pisar nuestras calles de cemento,
nos ayudes a buscar y nunca perder,
aquellas otras que conducen hacia la Ciudad del Cielo.
¡Gracias, Señor, por tu presencia!
¡Gracias, Señor, por tu inmenso amor!
¡Gracias, Señor, por tu pan multiplicado!
¡Gracias, Señor, por tu entrega sin tregua!
¡Gracias, Señor, por llamarnos al amor con tu AMOR!
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