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Tomás de Orvieto, Beato |
El beato Tomás nació en Orvieto, ciudad de Umbría, a
fines del siglo XIII o principios del XIV.
Para alcanzar
con mayor seguridad la patria celestial, en lo cual estaban
concentrados todos sus pensamientos y anhelos, decidió consagrarse completamente a
Dios en una familia religiosa y, por su acendrado afecto
hacia la Virgen, pidió y que fue admitido en la
Orden de los Siervos de santa María. En él resplandecieron
con luz meridiana las virtudes típicas de los Siervos, consideradas
como carisma de nuestra Orden: la humildad, la caridad fraternal,
el espíritu de servicio, la misericordia. En efecto, - como
se lee en los Anales de la Orden -; “con
el objeto de dedicarse de una vez para siempre al
servicio de la Virgen […] y de sus siervos”, pidió
ser agregado en el número de los frailes que la
gente suele llamar “legos”.
Durante muchos años pidió limosna de puerta
en puerta y, ejerciendo este oficio, mostró suma afabilidad, paciencia
y caridad- Sentía una entrañable compasión por los pobres, a
quienes no sólo daba con alegría de lo que sobraba
de la mesa de los frailes, sino también del sustento
que le era necesario. Dios miró con agrado la sencillez
con que el Beato desempeñaba su actividad y según el
testimonio de antiguos escritores, manifestó su aprobación con diversos prodigios.
Las imágenes del beato Tomás, algunas de ellas notables por
sus antigüedad y valor artístico, lo representan cargado con la
alforja y llevando una ramita de higuera en la mano
o dando, en pleno invierno, unos a higos a una
mujer embarazada deseoso de esos frutos. En tales imágenes los
artistas han querido expresar la solicitud de este hombre de
Dios para con todos los que pedían su ayuda, y
su poder de intercesión ante Dios, del cual podía obtener
milagros.
El humilde siervo de la Virgen murió en Orvieto, el
año 1343, como se lee en la Crónica de fray
Miguel Poccianti; su cuerpo recibió honrosa sepultura en la iglesia
de los Siervos de esta misma ciudad. Por los milagros,
cada vez más frecuentes, los habitantes de Orvieto muy pronto
empezaron a tributarle una gran devoción y a celebrar su
memoria. Este culto, popular e inmemorable, fue ratificado y confirmado
por el papa Clemente XIII en el año 1768.
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