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Gervasio y Protasio, Santos |
Hermanos Gemelos
Hijos de San Vidal y Santa Valeria, estos
dos hermanos, en la carne y en la fe, padecieron
martirio en Milán, en el siglo I. Sus reliquias fueron
halladas providencialmente por San Ambrosio, y desde entonces la Iglesia
les tributa culto. — Fiesta: 19 de junio.
Gervasio y Protasio
son dos nombres que encontramos en las letanías de los
santos y en frecuentes conmemoraciones martiriales, y que corresponden a
dos hermanos milaneses que vivieron en el siglo I y
merecieron la palma del martirio. Todo lo que sabemos de
ellos lo debemos a San Ambrosio y a San Agustín,
que nos explican, en sus escritos, cómo el primero halló,
hacia el año 386, las reliquias de estos dos gloriosos
mártires de la primitiva iglesia milanesa.
Sus vidas permanecen ignoradas, porque
no se han conservado testimonios de su tiempo, pero el
hecho del hallazgo de sus despojos es más elocuente que
todas las actas que pudiésemos tener. No importa que se
hayan perdido los testimonios de sus buenos ejemplos y de
sus heroísmos. Lo importante para la Iglesia son sus reliquias,
que proclaman perennemente la fe de aquellos héroes que supieron
permanecer fieles a Cristo aun a costa de la propia
vida. Su canto heroico trasciende a la misma muerte y
nos llega a través de los siglos como un mensaje
del Dios vivo, que nos mueve a la fidelidad.
Y si
bien su historia está envuelta por la leyenda, por carecer
de testimonios de sus días, no nos faltan los de
ambos Santos Doctores de la Iglesia, que nos explican cómo
Dios quiso que fuesen halladas las reliquias de aquellos dos
mártires, cuya memoria ya casi había desaparecido de entre los
cristianos. En la carta a su hermana Santa Marcelina, San
Ambrosio nos cuenta cómo debiendo consagrar el nuevo templo de
Milán, muchos le rogaban que lo hiciese con gran solemnidad.
Él respondió que lo haría si hallaba reliquias de mártires,
sintiendo en aquel mismo momento un movimiento interior, que le
pareció el presagio de lo que había de suceder. San
Agustín, que por entonces ocupaba el cargo de maestro de
retórica en la escuela de Milán, nos explica —con su
emocionante y sugestivo estilo de las «Confesiones»— cómo se vio
confirmado este presagio del gran obispo Ambrosio
«Entonces —dice el más
ilustre de los Padres occidentales, dirigiéndose a Dios— fue cuando
por medio de una visión descubriste al susodicho obispo el
lugar en que yacían ocultos los cuerpos de San Gervasio
y San Protasio, que Tú habías conservado incorruptos en el
tesoro de tu misterio tantos años, a fin de sacarlos
oportunamente para reprimir una rabia femenina y además regia. Porque
habiendo sido descubiertos y desenterrados, al ser trasladados con la
pompa conveniente a la basílica ambrosiana, no sólo quedaban sanos
los atormentados por los espíritus inmundos, confesándolo los mismos demonios,
sino también un ciudadano, ciego hacía muchos años y muy
conocido en la ciudad, quien, como preguntara la causa de
aquel alegre alboroto del pueblo y se la indicasen, dio
un salto y rogó a su lazarillo que lo condujera
al lugar; llegado allí, suplicó se le concediese tocar con
el pañuelo el féretro de los santos, cuya muerte había
sido preciosa en tu presencia. Hecho esto, y aplicado después
el pañuelo a los ojos, recobró al instante la vista.
»Al
punto corrió la fama del hecho, y al punto sonaron
tus alabanzas, fervientes y luminosas, con lo que si el
ánimo de aquella adversaria no se acercó a la salud
de la fe, se reprimió al menos en su furor
de persecución. Gracias te sean dadas, Dios mío”.
La adversaria de
San Ambrosio a quien se refiere San Agustín, era Justina,
la madre del emperador Valentiniano, todavía niño, que perseguía al
santo obispo porque ella era arriana y encontraba en él
al gran defensor de la ortodoxia católica.
Ante el hallazgo de
aquellas reliquias, a través de las que Dios se dignó
realizar tales prodigios, pudo exclamar con razón el gran obispo
de Milán: «Nuestra Iglesia ya no es estéril». No era
infundado el gozo del santo: los cuerpos enteros de dos
hombres de admirable estatura, hallados en las mismas puertas del
templo de los Santos Félix y Nabor, eran los cuerpos
de dos jóvenes campeones de Cristo. Por si alguno dudase
de ello, quiso Dios mostrar su complacencia hacia los restos
de aquellos héroes, obrando por ambos los milagros que nos
narran San Agustín y San Ambrosio. Éste podía ya consagrar
los altares con la deseada solemnidad, y dirigirse a su
pueblo con el primer panegírico que se hacía en la
Historia de los dos gloriosos mártires.
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