lunes, 4 de junio de 2012

San Optato de Milevi, obispo


fecha: 4 de junio
†: s. IV - país: África Septentrional
canonización: pre-congregación
En Milevi, en Numidia, conmemoración de san Optato, obispo, que en sus escritos trató sobre la universalidad de la Iglesia, la necesidad de la íntima unidad de los cristianos y los errores de los donatistas.

Uno de los más ilustres paladines de la Iglesia durante el siglo cuarto, fue san Optato, un obispo de Milevis, en Numidia. San Agustín lo describe como a un prelado de venerable memoria que fue, por sus virtudes, ornamento de la Iglesia católica; en otro pasaje, lo compara con san Cipriano y san Hilario, convertidos, como Optato, del paganismo. San Fulgencio no sólo le honra con el lítulo de santo, sino que llega a colocarlo en el mismo nivel que a san Ambrosio y a san Agustín. Optato fue el primer obispo que hizo el intento de refutar por escrito los errores de los donatistas, quienes minaban a la Iglesia en África con un cisma y habían establecido una jerarquía rival, que rechazaba la validez de las órdenes y de los sacramentos de los católicos y declaraba ser la única y verdadera Iglesia de Cristo. Las teorías de los donatistas fueron publicadas y distribuidas en un tratado que escribió uno de sus obispos, un hombre muy hábil, llamado Parmenio. Con el propósito de exponer la falsedad de esas teorías, san Optato publicó un libro, alrededor del año 370, al que revisó e hizo algunos agregados, quince años más tarde. El tratado de Parmenio dejó de ser leído desde hace siglos; la obra de Optato aún está en vigor. Se trata de un libro escrito con palabras claras, frases enérgicas y llenas de espiritualidad; mantiene su tono de conciliación de principio a fin, porque si bien el obispo denuncia el cisma como un pecado tan grande como el parricidio, su propósito principal es el de ganarse a sus oponentes con razonamientos irrefutables.
En su escrito hace una distinción muy clara entre los herejes, a quienes llama «desertores o falsificadores del credo» y, en consecuencia, carecen de verdaderos sacramentos y de culto, y los cismáticos, que son «cristianos rebeldes con verdaderos sacramentos derivados de una fuente común». Si bien el autor se muestra de acuerdo con Parmenio en que la Iglesia es una sola, hace hincapié en que uno de sus distintivos esenciales es la universalidad o, por extensión, su catolicidad. Se pregunta cómo pueden asegurar los donatistas que ellos son la Iglesia, si están agrupados en un aislado rincón del África y en una pequeña colonia en Roma. Sostiene que otra de las prerrogativas de la Iglesia es la silla (sedis) de «San Pedro, que está en nuestro poder». «Pedro, dice, fue el primero en sentarse sobre esa silla y a él le sucedió Lino». A continuación, da una lista (incorrecta) de los papas, desde los primeros tiempos hasta san Siricio, el pontífice reinante por entonces, «con el cual estamos unidos, nosotros y el mundo». «Fue a Pedro, dice más adelante, a quien dijo Jesucristo: 'Yo te daré las llaves del Reino de los cielos y las puertas del infierno no prevalecerán contra ti'. ¿Con qué derecho reclamáis vosotros esas llaves, vosotros los que pretendéis luchar contra la silla de Pedro? No podréis negar que la silla episcopal se le dio a Pedro originalmente, en la ciudad de Roma; que él fue el primero en ocuparla como cabeza de los Apóstoles; que su silla es única y que la unidad se mantiene mediante la unión con ella; que los otros apóstoles no pensaron en establecer sedes rivales y que sólo los cismáticos se han atrevido a hacer semejante cosa». A las enseñanzas de los donatistas, opuso la doctrina católica, donde se afirma la santidad de los sacramentos por sí mismos, ya que su esencia no depende del carácter de las personas que los administran.
Respecto a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, indica que éste no se encuentra en aquélla, sino que la Iglesia está en el Estado (es decir en el Imperio Romano). Al abordar el tema del pecado original y la necesidad del bautismo regenerador, alude a los exorcismos y a la unción que se realizan en el bautismo. También describe las ceremonias de la misa, a la que alude corno sacrificio, menciona las penitencias que la Iglesia proponía en su tiempo y la veneración tributada a las reliquias. Nada más se sabe sobre la historia de san Optato; aún vivía en el año 384, pero ln fecha de su muerte no se registró. El Card. Baronio agregó su nombre al Martirologio Romano.
Hay una breve nota sobre san Optato en el Acta Sanctorum, junio, vol. I, pero en relación con su historia personal, apenas si hay información. Sus escritos presentan muchos puntos interesantes que, en épocas recientes, han discutido los estudiosos. La Patrología, volumen III de Di Bernardino, BAC, 1981, pp 141ss ofrece una buena introducción en español, y abundante bibliografía.

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