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Paola Frassinetti, Santa |
Virgen, Fundadora de la Congregación de Santa Dorotea
Paula Frassinetti es
hija de Dios desde el día de su nacimiento, el
3 de marzo de 1809, recibiendo el Bautismo este mismo
día en la Parroquia de San Esteban de Génova, su
ciudad natal.
Nace después de José y Francisco. Paula crece serena
en la casa paterna, que se verá alegrada después con
el nacimiento de Juan y Rafael. Su madre es el
ejemplo más vivo de virtud y la pequeña se abre
delicadamente a la gracia divina que obra en ella maravillas.
Según el plan de Dios, Angela, su buena madre no
tendrá tiempo de ver los proyectos de Dios sobre su
hija. Morirá dejando a Paula, todavía en la edad del
juego, al cuidado de la casa. Son días de desorientación
y dolor. Paula tiene 9 años.
No se ahorra fatigas y
tiene con su padre, Juan Bautista, y con sus hermanos
atenciones amorosas y delicadas, que le exigen no pocas renuncias
y sacrificios.
Su Primera Comunión y el sacerdocio de su hermano
José son momentos de profunda reflexión para ella, que ya
siente en su corazón la llamada divina.
En la familia aprende
a leer y a escribir y recibe la base de
su formación. Su hermano José, avanzado ya en los estudios
de Teología, le habla de las cosas de Dios y
Paula escucha y acoge la palabra de Dios que penetra
en su corazón. Percibe la llamada para seguir más de
cerca al Señor y en ella resuenan profundamente las palabras
del Maestro: «Quién ama a su padre y a su
madre más que a mí, no es digno de mí».
Pero...
hay un pero. Su padre no está de acuerdo: ¿Qué
hará sin su Paulina? Y Paula se ve obligada a
acallar ese deseo, esperando la hora de Dios. Y llega
la ocasión.
A los 19 años experimenta un momento de cansancio
dado el ritmo de vida agobiante al tener que desempeñar
el papel de madre en la familia.
Su hermano Don José,
ya Párroco de un pueblecito de la costa ligur la
hospeda durante algún tiempo. El aire puro de Quinto es
un buen remedio para su salud delicada. La vida en
la parroquia es para ella un campo de aprendizaje de
obras de bien, y poco a poco, con su cordial
afabilidad atraerá a las jóvenes de aquel lugar. Todos los
domingos van al campo a hablar de Dios. Los encuentros
se repiten con frecuencia y el diálogo se extiende a
otras jovencitas. Paula les revela el secreto de una vida
dedicada totalmente al Señor y descubre sus aptitudes y su
vocación de educadora. En torno a ella se forma un
grupo comprometido que vive en comunión de amor. En su
mente se clarifica la idea de un nuevo Instituto: así
se lo confía a su hermano D. José.
Pronto, a pesar
de los obstáculos y sufrimientos, el ideal será realidad. Son
seis las compañeras que superan los primeros momentos, tan difíciles.
Paula está decidida. En el signo de la cruz está
el comienzo de su obra, aquella cruz que ella amará
durante toda su vida y que le hará exclamar: «Quien
más se sacrifica, más ama».
Así, el 12 de agosto de
1834, en el Santuario de San Martino in Albaro, siete
jóvenes ofrecen su vida a Dios. La Misa la celebra
su hermano D. José que las había preparado para ese
paso tan importante. Son felices; pocas horas después, pondrían la
primera piedra de su Instituto; comenzarían a vivir en comunidad,
apoyándose en la única riqueza: Jesucristo. En realidad, no tienen
nada, son pobres en la casita de Quinto que han
elegido como primera morada.
Abren una Escuela para las niñas más
pobres y así tienen que trabajar aún de noche, para
sobrevivir. No falta el entusiasmo, y de ahí los primeros
éxitos de la Escuela. Pero los caminos del Señor no
son nuestros caminos: los sufrimientos representan para Paula la prueba
de la Voluntad de Dios. El cólera infecta Génova y
sus hijas están en primera fila para llevar ayuda y
consuelo.
En 1835, un sacerdote de la región de Bérgamo, D.
Lucas Passi, amigo de D. José, conociendo el celo apostólico
de Paula, le propone acoger en su Instituto la Pía
Obra de Santa Dorotea, fundada por él con el fin
de acercarse a los jóvenes más pobres y necesitados en
su ambiente de vida y trabajo. Paula percibe en la
originalidad de esa obra su linea educativa y la dimensión
apostólica de su consagración y por eso no duda en
integrarla en las actividades de su Instituto. Sus hijas no
se llamaran ya «Hijas de la Santa Fe» sino Hermanas
de Santa Dorotea.
Es un momento importante para la vida de
aquella comunidad que ve concretarse su inspiración original: «estar planamente
disponibles en las manos de Dios para evangelizar a través
de la educación, dando preferencia a los jóvenes y a
los más pobres».
Surgen nuevas casas en Génova y después en
el centro de la cristianidad. Apenas siete años después de
la fundación, el 19 de mayo de 1841, Paula se
encuentra en Roma, acompañada de dos novicias. También aquí surgen
nuevas dificultades: la primera casa tiene dos pequeñas habitaciones situadas
sobre un establo en el callejon de los Santos Apóstoles.
Paula acepta todo, le espera una gran recompensa: será recibida
por el Papa Gregogio XVI que se complace en la
labor de sus Doroteas. Es feliz: le ha hablado el
Señor.
Las incomodidades y los sufrimientos aumentan: pobreza y enfermedades afligen
a aquellas heróicas hermanas que no tienen una moneda para
sus necesidades.
En 1844 el Papa confía a Paula la dirección
del Conservatorio de Santa María del Refugio, en San Onofrio.
La madre con dulzura y caridad da al ambiente un
nuevo aspecto y una orientación decisiva para el futuro de
la Institución. Por su presencia en ella, la casa de
San Onofrio será la sede generalicia.
El 1846, un espíritu antirreligioso,
más que un pensamiento político invade Italia. En Génova son
perseguidas también las Doroteas. Las hijas de Paula viven momentos
de fuerte persecución. La tempestad llega también a Roma: Pío
IX, sucesor de Gregorio XVI, se ve obligado a refugiarse
en Gaeta. Cardenales, Obispos y Prelados se alejan de la
capital. Paula permanece sóla al frente de una comunidad numerosa
y con fe intrépida supera aquellos momentos dramáticos.
La borrasca se
calma. Es el año 1850. Paula obtiene la tan deseada
audiencia con Pío IX, que para ella es como un
padre. Va a Gaeta empujada por el gran amor al
Papa y a la Iglesia, recordando así el gesto de
Santa Catalina de Siena.
Comienza la última etapa de la vida
de la Fundadora, que podemos definir como el periodo de
la gran expansión, puesto que el Instituto, además de consolidarse
en Liguria y en los Estados Pontificios, extiende su obra
al resto de Italia y del mundo. De hecho surgen
en Roma varios Centros educativos y Paula inicia los trámites
para abrir una casa en Nápoles, un internado en Bolonia
y un orfanato en Recanati.
En 1866 marchan las primeras hermanas
misioneras a Brasil. En el mismo año otra meta prometedora:
Portugal.
Paula anima a sus hijas: «El Señor os llene
de su Espíritu y os convierta en otras tantas llamas
ardientes que donde tocan encienden el fuego del amor de
Dios», les dice.
Las dificultades no cesan en el camino
de los santos. Paula es una mujer de gran fe
«El Señor nos quiere apoyadas sólo en El y
si tuviéramos un poco más de fe, cuanto más tranquilas
estaríamos en medio de las tribulaciones».
Vive el abandono completo
a la Voluntad de Dios «única perla que debemos buscar»
- dice ella - y que constituye su paraiso: «Voluntad
de Dios, eres mi paraiso».
En 1878 muere Pío IX,
el Papa que en sus numerosos encuentros con la Fundadora,
tuvo siempre palabras de estima y de aliento para su
obra apostólica.
Paula siente que su ajetreada vida terrena va a
acabar. Son las primeras horas del día 11 de junio
de 1882. Está serena.
Su muerte es dulce, tranquila y deja
entrever los tesoros de su vida. Invoca a la Santísima
Virgen a quien tanto ha amado siempre: «Señora mia,
recuerda que soy tu hija».
8 de Junio de 1930, Paula
es Beatificada por S.S. Pío XI y el 11 de
Marzo de 1984 fue canonizada por Juan Pablo II.
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