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Onofre, Santo |
Ermitaño
Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio,
ya moribundo, y no hubiera escrito su vida es seguro
que no conoceríamos a este personaje originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de
la Tebaida.
Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos
antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes
pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia
interior y espiritual.
A nuestra sociedad lo profundo le sabe a
raro y los compromisos definitivos o las decisiones comprometedoras de
por vida no están de moda. Onofre, sin embargo, nos
ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de abarcar
todo su paso por la tierra.
Se dedicó a la oración
y, después de orar, a dar buen consejo a quien
se lo requería. ¿Nada más? Y... nada menos: dejar que
el alma rebose amor de Dios para que otros puedan
descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro de la
propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como
la gran curación, la gran salud, la gran salvación.
Si en
la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo
sería aún más relativo de lo que es.
¡Estaríamos buenos!
Gracias,
san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu testimonio.
Este día también se festeja a San Juan
de Sahagún
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