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Juan de Sahagún, Santo |
Predicador
“¡Padre, no has sabido frenar tu lengua! Señor
Duque, dígame para qué he subido al púlpito, ¿para anunciar
la verdad a cuantos me escuchan o para adularlos vergonzosamente?”.
Este tenso diálogo tuvo lugar entre el indignado duque de
Alba, presente en la función religiosa, y el agustino fray
Juan de Sahagún, que había pronunciado el sermón. Aquel día
el P. Juan, aprovechó la presencia en la iglesia de
muchos nobles de la ciudad y de las autoridades civiles
para denunciar el mal gobierno de la administración y las
injusticias perpetradas por los poderosos con daño de las personas
más débiles, los latrocinios más o menos encubiertos, los fomentadores
de banderías, y la opresión a los súbditos. En Salamanca
Juan se había convertido en punto de referencia segura para
todos. El público se sentía atraído por el predicador “amable”,
pero a la vez valiente y justo.
Juan había nacido en
Sahagún, provincia de León (España), hacia 1430. Hijo de Juan
Gonzalez de Castillo y Sancha Martinez, el mayor de siete
niños, el primero después de 16 años de esterilidad y
frustración. De joven un tío suyo le proporcionó un
empleo en la curia episcopal de Burgos, al que iba
unido un beneficio eclesiástico. Después fue ordenado sacerdote.
Pero a los
33 años Juan entró en crisis. No se sentía a
gusto en la viña del Señor sin trabajar en ella.
Fue así cómo, al morir el obispo, cambió el rumbo
de su vida y se hizo agustino, dedicándose de lleno
al apostolado, con la predicación al pueblo sencillo, la promoción
de la paz y de la convivencia social, siempre en
defensa de los oprimidos y de sus derechos conculcados.
“Si se
me preguntase acerca del comportamiento de fray Juan - testimonia
uno de sus contemporáneos – en relación con pobres y
afligidos, con viudas y niños explotados, con los necesitados y
los enfermos, deberé responder que ya de naturaleza se mostraba
habitualmente impelido a ayudar a todos con palabras o con
limosnas. Y puso particular interés en conducir a todos a
la paz y a la concordia después de haber apagado
enemistades y desavenencias. Viviendo en Salamanca, encontrándose la entera ciudad
dividida en bandos a causa de divergencias civiles, consiguió evitar
muchas luchas sangrientas”.
Debido a sus reiteradas tentativas a favor de
la pacificación, en 1476 los nobles de Salamanca firmaron un
solemne pacto de perpetua concordia. La fuerza y el valor
en sus actuaciones lo sacaba de la eucaristía, que celebraba
diariamente con extraordinaria devoción.
Murió en 1479. El proceso acerca de
su vida y virtudes se concluyó con la beatificación, en
1601, y con la canonización, que tuvo lugar en 1690.
Las reliquias del santo se conservan en la catedral nueva
de Salamanca, ciudad llena de lugares cuyos nombres recuerdan los
portentos obrados por el Santo en vida y después de
la muerte.
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