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Juliana Falconieri, Santa |
Fundadora de las Siervas de la Virgen María
Esta santa tuvo
la dicha de ser sobrina de un santo (San Alejo
Falconieri, hermano de su padre) y de ser dirigida espiritualmente
por otro santo (San Felipe Benicio).
Nació en Florencia en
el año 1270. Su padre era riquísimo y había construido
por su propia cuenta un templo en honor de la
Sma. Virgen de quien era sumamente devoto.
Los papacitos habían suplicado
por muchos años a Dios que les concediera descendencia y
al fin consiguieron que les diera esta hija que iba
a ser su gloria y su alegría.
De joven era tan
virtuosa, que San Alejo le dijo a la mamá de
Juliana: "Dios no sólo te dio una hija, sino que
te regaló un verdadero ángel".
De niña acostumbraba pasar largos ratos
rezando en el templo, por lo cual la mamá le
repetía: "Si no concedes más tiempo a la costura y
a la cocina, no vas a encontrar marido". Pero aquella
amenaza no le producía ningún temor, ya que sentía una
inmensa inclinación hacia la virginidad. Habiendo muerto su padre cuando
ella era muy pequeña, la mamá y el tío le
prepararon un honroso matrimonio, pero ella los llamó aparte y
les dijo que había tomado la decisión inquebrantable de quedarse
soltera y dedicar su vida a la oración, a la
meditación, a la caridad y al apostolado. Tenía apenas 15
años.
Bien preparada por su tío, San Alejo (fundador de los
Siervos de María) recibió del gran apóstol San Felipe Benicio
el distintivo de Terciaria de los Siervos de María. Este
distintivo era un manto sobre la cabeza. Ella siguió viviendo
en su casa con la mamá, pero observando una conducta
tan religiosa y tan santa como la de una fervorosa
religiosa. A otras les agradó este modo de practicar la
vida religiosa (quedándose con sus familiares, pero observando una conducta
como la de una santa monja) y siguieron su ejemplo.
Todas llevaban como distintivo un manto sobre la cabeza, por
lo cual la gente las llamaba: las muchachas de la
pañoleta.
Creció mucho el número de las jóvenes Terciarias (se llaman
terciarias a las que pertenecen a la tercera rama de
una comunidad religiosa; la primera son los hombres; la segunda
son las monjas y la tercera son las personas laicas
que viven en el mundo pero llevando una conducta como
de gente muy piadosa) y tuvieron que conseguir una casa
para reunirse. Entonces ellas eligieron como superiora a Juliana. Su
asociación tomó el nombre de "Siervas de la Virgen María".
Durante 35 años, hasta su muerte, dirigió nuestra santa a
esta piadosa asociación, llevándola a un alto grado de perfección.
Juliana
se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por
semana, y a veces pasaba días sin comer bocado (sobre
todo cuando se dedicaba a altísimas oraciones). Esto hizo que
se enfermara muy gravemente del estómago (úlcera llamaríamos quizás hoy
a la tal enfermedad). Los viernes los dedicaba a meditar
en la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los sábados a
pensar y leer acerca de la Santísima Viren (de quien
fue supremamante devota desde sus primeros años). Muchas veces dormía
sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios más
humildes de la casa, y tratar a cada una de
sus compañeras como si fuera muy superior a ella (cumpliendo
lo que recomienda San Pablo: "Considerad a los demás como
superiores en todo a vosotros)."(Filip. 2,3).
Redactó para su comunidad un
Reglamento que fue aprobado después por 4 Sumos Pontífices (Honorio
IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma
era la más exacta en cumplir cada uno de los
artículos del Reglamento, dando así muy buen ejemplo a todas.
Los
que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en
que su caridad, su amabilidad y su inclinación a buscar
el bien de las almas de los demás, eran extraordinarias.
La gente gozaba al recibir las demostraciones de su afectuosa
bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de ayudar a los
que necesitaban de su colaboración.
Los sacerdotes decían que a los
pecadores les hacían mayor bien los sencillos consejos de esta
sencilla religiosa seglar, que los sermones de los mejores predicadores.
Muchos pecadores se convirtieron de su vida de maldad, después
de tener una charla con Juliana, la de la "pañoleta".
Enemigos
que se odiaban a muerte, hacían las paces y se
declaraban para siempre la paz, cuando la santa se dedicaba
a volverlos otra vez a la amistad.
Pasaba horas y horas
seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el tiempo.
A quien le preguntaba por qué se estaba tanto tiempo
de rodillas, le respondía: "Es para alejar las tentaciones".
Muchos días
los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento
más. Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores
de la casa donde vivía y por toda la ciudad.
Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos
para quienes se encomendaban a sus plegarias.
En su última enfermedad,
a la edad de 71 años, ya su estómago no
le recibía ningún alimento. Vomitaba todo lo que comía. Así
que tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión. Y
esto constituía para Juliana la más grande mortificación y penitencia.
Y sucedió que en la última visita que le hizo
el sacerdote, llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que
no podía comulgar, pidió que le colocaran sobre su corazón
un mantel blanco y sobre este mantel la Santa Hostia.
Y he aquí que de un momento a otro, la
Hostia Consagrada desapareció y nadie la pudo encontrar. Ella había
pedido poder recibir a Jesús Sacramentado antes de morir, y
su estómago no le permitía, pero su fe le consiguió
el prodigio de poder comulgar. Después de muerta encontraron sobre
su corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si
hubieran cortado para que pasara una Hostia.
En recuerdo de esto,
sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el lado
del corazón, una medalla donde está grabada una Santa Hostia.
Tan
pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció,
Juliana, con una expresión de inmensa alegría en su rostro,
como si estuviera en éxtasis, murió llena de amor hacia
Nuestro Señor.
En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros
le pedimos a tan grande santa que nos obtenga de
Dios que también a la hora de nuestra muerte, recibamos
con todo el fervor posible la Sagrada Hostia, donde está
el cuerpo Santísimo de Cristo.
Fue canonizada por Clemente XII el
16 de junio de 1737.
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