sábado, 6 de diciembre de 2014

Verdaderamente inefable...


La Felicidad en la Pobreza
“No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y 
diga: ¿Quién es Jehová?”(Proverbios 30:8b-9)

En nuestro largo y camino por la vida, nosotros los seres humanos, deseamos, queremos y anhelamos 
ser felices; pero, en ciertas ocasiones, pensamos que la verdadera felicidad se encuentra, más bien,
 en el poseer, en el dominar, en tener éxito, en la fama y sobre todo en el placer. Es por ello que Jesús
 subió un día a la montaña para comentar y dialogar sobre la Bienaventuranzas, desmantelando 
momentáneamente que la felicidad no se encuentra en lo ya aludido, dejando de una manera clara
 precisa y concisa lo siguiente:
“Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios”.

Ser “pobre” para nuestro Jesús no significa que no tenemos bienes materiales, más bien, se refiere a que nuestro corazón no tenga una mirada fija y este puesto en esos bienes materiales. Mayormente a los pobres se le conoce como los que confían en Dios, puesto que, estos a pesar de que no tienen nada material depositan toda su fe y se lo piden a él, no para enriquecerse de lujos, sino, para alimentar su corazón de una riqueza espiritual; en cambio, los ricos van y compran lo que le apetece creándose el autoconcepto de que no necesitan de la mano Divina porque ya lo tienen todo.

“Es más fácil pasar un camello por el hoyo de una aguja que entrar un rico en el Reino de los Cielos”.

Jesucristo se expresa de los ricos como si les fuese imposible entrar en el reino de los cielos. 
Pero lo que realmente no entendemos es que el peligro mayor de las riquezas está en olvidarnos
 de Dios, puesto que, cuando vivimos y tenemos nuestra mente ocupada en lo material, 
cuando somos envidiosos, egoístas, presumidos y cuando creemos que lo tenemos todo y no 
cuidamos el espíritu interior de nuestro ser, pues, sentiremos un gran vacío dentro de sí que nos
 llevará a no ser libres y a tener una infelicidad plena.

Por otra parte tú puedes ser una persona que si tengas objetos, pero cuando ocupas tu tiempo
 en ayudar a los demás, en compartir lo poco que tienes y trabajar por quienes lo necesitan,
 entonces estas agradando a Dios. Esto nos induce a que el alma tiene ganas, ganas
 de reconciliarse con Dios y mantener una relación de amistad internamente con él, con el pleno 
objetivo de ser personas ricas en alma y en espíritu, en personalidad, en inteligencia, en 
sabiduría y por último en conciencia y humanismo.

Mas sin embargo, para muchos la riqueza le conlleva aburrimiento. Un ejemplo vasto y
 palpable lo encontramos en el caso del Rey Salomón, de la antigüedad, era sin dudas, 
un hombre rico, el más rico que jamás existió. Mientras buscaba la felicidad probó todas
 las cosas, dígase: posesiones, música, sexo, grandes templos, conocimiento, pero al fin
 y al cabo declaró: “Mire todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí todo es 
vanidad y aflicción del espíritu” (Eclesiastés 1:14). Solo Dios pudo satisfacer sus anhelos
 más profundos y darle la felicidad que tanto buscaba y deseaba.

La vida es de constante lucha y por eso debemos dejar que sea Jesús quien nos guíe y 
dirija a través de toda su existencia, siendo así y conociendo nuestras grandes debilidades
 humanas, solicitemos la ayuda Divina, ya que, ahí es donde encontramos la fuente de luz y 
sabiduría y si aceptamos su voluntad entonces seremos vencedores.

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