jueves, 4 de diciembre de 2014

San juan Damasceno: Escritos sobre la muerte de la Virgen María.



San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la iglesia, es célebre por su santidad y por su doctrina.
Luchó valerosamente de palabra y por escrito contra el emperador León Isáurico para defender el culto de las sagradas imágenes, y hecho monje en la laura de San Sabas, cerca de Jerusalén, compuso himnos sagrados donde allí murió. (c. 750).
La Iglesia lo recuerda el 4 de Diciembre, aunque en muchos sitios se mantiene la fecha tradicional antigua de festejarlo el 27 de Marzo.

Entre sus escritos encontramos el siguiente sobre la muerte de la Virgen María:
“La Madre de Dios no murió de enfermedad, porque ella por no tener pecado original (fue concebida Inmaculada: o sea sin mancha de pecado original) no tenía que recibir el castigo de la enfermedad. Ella no murió de ancianidad, porque no tenía por qué envejecer, ya que a ella no le llegaba el castigo del pecado de los primeros padres: envejecer y acabarse por debilidad.
Ella murió de amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su hijo, que este amor la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando había consolado tantas personas tristes y había ayudado a tantos enfermos moribundos, hizo saber a los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de este mundo para la eternidad.
Los apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron llegando, y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.
Para cada uno de ellos tuvo la excelsa Señora palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos; y su alma, mil veces bendita, partió a la eternidad.
 La noticia cundió por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a llorar junto a su cadáver, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con la más firme esperanza que ahora tenían una poderosísima Protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno, armonías de músicas muy suaves.
Pero, Tomás Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían vuelto de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro, - dijo Tomás – No me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre amabilísima y darle un último beso a esas manos santas que tantas veces me bendijeron.
Y Pedro aceptó.
Se fueron todos hacia el santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen encontraron solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido, había resucitado a Su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llamamos Asunción de la Virgen (Cuya fiesta se celebra el 15 de Agosto)
Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia  Madre?”

1 comentario:

Unknown dijo...

Madre del Amor Hermoso. Que suerte tenemos los catolicos de tener esta Madre en el Cielo!!!!
Paz y Bien