jueves, 18 de diciembre de 2014

La familia de Jesús no es de fábula, nos ayuda a redescubrir la vocación y misión de toda familia, dijo el Papa en la Catequesis

 “Que la proximidad del nacimiento de Jesús avive en todas nuestras familias el deseo de recibirlo con un corazón puro y agradecido”, dijo el Papa Bergoglio el día de su cumpleaños 78. “Cada vez que una familia, en cualquier parte del mundo, recibe este misterio, actúa en ella el misterio del Hijo de Dios que viene a salvar el mundo”, explicó ante miles de fieles y peregrinos reunidos en la plaza del santuario de San Pedro, en una mañana curiosamente soleada del otoño lluvioso de Roma.
“La cercanía de la Navidad enciende sobre el misterio de la familia una gran luz. La Encarnación del Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y de la mujer. Y este inicio sucede en el seno de una familia, en Nazaret”, refirió el Obispo de Roma en la primera catequesis de la serie que dedicará a la familia para acompañar el proceso sinodal en curso: “He  decidido reflexionar con ustedes en este año, sobre la familia, este gran don que el Señor hizo al mundo desde el principio, cuando confirió a Adán y Eva la misión de multiplicarse y llenar la tierra. Aquel don que Jesús ha confirmado y sellado en su Evangelio”. jesuita Guillermo Ortiz -RV
Texto completo de la catequesis del Papa 
La familia: Nazaret
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Sínodo de los Obispos sobre la Familia, apenas celebrado, ha sido la primera etapa de un camino, que se concluirá el próximo octubre con la celebración de otra Asamblea sobre el tema “Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo”. La oración y la reflexión que deben acompañar este camino involucran a todo el Pueblo de Dios. Quisiera que también las meditaciones habituales de las audiencias del miércoles se inserten en este camino común.
Por esto, he decidido reflexionar con ustedes, en este año, precisamente sobre la familia, sobre este gran don que el Señor hizo al mundo desde el principio, cuando confirió a Adán y Eva la misión de multiplicarse y de llenar la tierra (cfr Gen 1,28). Aquel don que Jesús ha confirmado y sellado en su Evangelio.
Y la cercanía de la Navidad enciende sobre este misterio una gran luz. La encarnación de Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y de la mujer. Y este nuevo inicio acaece en el seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía venir especularmente, o como un guerrero, un emperador…No, no. Viene como un hijo de familia, en una familia. Esto es importante: mirar en el pesebre esta escena tan bella.
Dios ha elegido nacer en una familia humana, que ha formado Él mismo. La ha formado en un apartado pueblo de la periferia del Imperio Romano. No en Roma, que es la ciudad capital del Imperio, no en una gran ciudad, sino en una periferia casi invisible, o mejor dicho, más bien de mala fama. Lo recuerdan también los Evangelios, casi como un modo de decir: “De Nazaret, ¿puede salir alguna vez algo bueno?” (Jn, 1,46). Quizás, en muchas partes del mundo, nosotros mismos hablamos todavía así, cuando escuchamos el nombre de algún lugar periférico de una grande ciudad. Pues bien, precisamente desde allí, de aquella periferia del gran Imperio, ¡inició la historia más santa y más buena, aquella de Jesús entre los hombres! Y allí estaba esta familia.
Jesús permaneció en esa periferia por más de treinta años. El evangelista Lucas resume este periodo así: “…vivía sujeto a ellos", es decir a María y José. Pero uno dice: ¿pero este Dios que viene a salvarnos ha perdido treinta años allí, en aquella periferia de mala fama? ¡Ha perdido treinta años! Y Él ha querido esto. El camino de Jesús estaba en esa familia. "La madre conservaba todas estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres”. (2, 51-52). No se habla de milagros o curaciones, de predicaciones – no hizo ninguna en aquel tiempo – no se habla de predicaciones, de muchedumbres que se aglomeran; en Nazaret todo parece suceder “normalmente”, según las costumbres de una pía y trabajadora familia israelí: se trabajaba, la mamá cocinaba, hacía todas las cosas de la casa, planchaba las camisas…todas cosas de mamá. El papá, carpintero, trabajaba, enseñaba al hijo a trabajar. Treinta años: “¡pero que desperdicio padre! Pero, nunca se sabe. Los caminos de Dios sonmisteriosos. ¡Pero aquello era importante, allí estaba la familia! ¡Y eso no era un desperdicio, eh! Eran grandes santos: María, la mujer más santa, inmaculada, y José, el hombre más justo. La familia.
Ciertamente estaríamos enternecidos por el relato de cómo Jesús adolescente afrontaba los encuentros de la comunidad religiosa y los deberes de la vida social; en el conocer cómo, cuando era un joven obrero, trabajaba con José; y luego su modo de participar en la escucha de las Escrituras, en la oración de los salmos y en tantas otras costumbres de la vida cotidiana. Los Evangelios, en su sobriedad, no refieren nada acerca de la adolescencia de Jesús y dejan esta tarea a nuestra afectuosa meditación. El arte, la literatura, la música han recorrido esta vía de la imaginación. Ciertamente, ¡no es difícil imaginar cuánto las mamás podrían aprender de los cuidados de María por el hijo! ¡Y cuánto los papás podrían ganar del ejemplo de José, hombre justo, que dedicó su vida a sostener y a defender al niño y a la esposa – su familia – en los momentos difíciles! ¡Y no digamos cuánto los jóvenes podrían ser alentados por Jesús adolescente a comprender la necesidad y la belleza de cultivar su vocación más profunda y de soñar a la grande! Y Jesús ha cultivado en aquellos treinta años su vocación por la cual el Padre lo ha enviado, ¿no? El Padre Dios. Jesús jamás en aquel tiempo se desalentó, sino que creció en coraje para seguir adelante con su misión.
Cada familia cristiana – como hicieron María y José -  puede en primer lugar acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él;  y así mejorar el mundo. Hagamos espacio en nuestro corazón y en nuestras jornadas al Señor. Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia fingida, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y como sucedió en aquellos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros: hacer que se transforme en normal el amor y no el odio, hacer que se convierta en común la mutua ayuda, no la indiferencia o la enemistad. Entonces, no es casualidad, que Nazaret signifique “Aquella que custodia”, como María, que – dice el Evangelio “… conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.” (cfr Lc 2, 19-51)). Desde entonces, cada vez que hay una familia que custodia este misterio, aunque esté en la periferia del mundo, el misterio del Hijo de Dios, el misterio de Jesús que viene a salvarnos, está obrando. Y viene para salvar al mundo. Y ésta es la grande misión de la familia: hacer lugar a Jesús que viene, recibir a Jesús en la familia, en la persona de los hijos, del marido, de la esposa, de los abuelos, porque Jesús está allí. Recibirlo allí, para que crezca espiritualmente en esa familia. Que el Señor nos de esta gracia en estos últimos días antes de Navidad. Gracias.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual)
Síntesis pronunciada en español por el Papa:
"Queridos hermanos y hermanas:
(RADIO VATICANA) Con vistas al Sínodo sobre la familia, que tendrá lugar en el próximo mes de octubre, he decidido dedicar las catequesis de este año a reflexionar sobre la familia, este gran don que Dios dio al mundo desde el principio de la creación. La cercanía de la Navidad nos recuerda que Dios quiso nacer en una familia, en un pequeño y apartado pueblo del Imperio Romano. Jesús permaneció en Nazaret alrededor de 30 años, llevando una vida normal, en el seno de una familia israelita piadosa y trabajadora. Entre otras costumbres de la vida cotidiana, se dedicó al cumplimiento de los deberes sociales y religiosos, el trabajo con José, la escucha de la Escritura y el rezo de los salmos. María y José acogieron con amor a Jesús, teniendo que superar muchas dificultades por ello. La suya no era una familia irreal, de fábula. Cuánto podemos aprender de María y de José, y especialmente de su amor a Jesús. Ellos nos ayudan a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de toda familia. Cada vez que una familia, en cualquier parte del mundo, acoge este misterio, en ella actúa el misterio del Hijo de Dios que viene a salvar el mundo.

Francisco, la salvación es un corazón humilde que se confía en Dios
(RV).- Dios salva un corazón arrepentido, mientras quien no se confía en Él atrae a sí mismo la condena. Lo ha subrayado el Papa Francisco en su homilía matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta.
La humildad salva al hombre ante los ojos de Dios, la soberbia lo hace perderse. La llave está en el corazón. Aquel del humilde es abierto, sabe arrepentirse, aceptar una corrección y se confía en Dios. Aquel soberbio es exactamente el opuesto: arrogante, cerrado, no conoce la vergüenza, es impermeable a la voz de Dios. El pasaje del profeta Sofonías y aquel del Evangelio sugieren al Papa Francisco una reflexión paralela. Ambos textos, observa, hablan de un juicio del cual dependen salvación y condena.
La situación descrita por el profeta Sofonías es aquella de una ciudad rebelde, en la cual no obstante, hay un grupo que se arrepiente de los propios pecados: esto, subraya el Papa, es el “pueblo de Dios” que tiene en sí las “tres características” de “humildad, pobreza, confianza en el Señor”. Pero en la ciudad están también aquellos que, dice Francisco, “no han aceptado la corrección, no han confiado en el Señor”. A ellos les tocará la condena:
“Estos no pueden recibir la salvación. Ellos están cerrados a la salvación. ‘Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre; confiará en el nombre del Señor’ para toda la vida. Y esto hasta hoy, ¿no? Cuando vemos al santo pueblo de Dios que es humilde, que tiene sus riquezas en la fe en el Señor, en la confianza en el Señor – el pueblo humilde, pobre, que confía en el Señor: y estos son los salvados y éste es el camino de la Iglesia ¿no? Debe ir por este camino, no por otro camino que no escucha la voz, que no acepta la corrección y no confía en el Señor”.
La escena del Evangelio es aquella del contraste entre los dos hijos invitados por el padre a trabajas en la viña. El primero, rechaza, pero luego se arrepiente y va; el segundo dice sí al padre, pero en realidad lo engaña. Jesús cuenta esta historia a los jefes del pueblo, afirmando con claridad que son ellos que no han querido escuchar la voz de Dios a través de Juan y que por esto, en el Reino de los cielos serán superados por publicanos y prostitutas, que en cambio han creído en Juan. Y el escándalo suscitado por esta última afirmación, observa el Papa, es idéntico a aquel de tantos cristianos que se sienten “puros” sólo porque van a misa y hacen la comunión. Pero Dios, dice Francisco, tiene necesidad de otra cosa:
“Si tu corazón no es un corazón arrepentido, si no escuchas al Señor, no aceptas las correcciones y no confías en Él, tienes un corazón no arrepentido. Estos hipócritas que se escandalizaban de esto que dice Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, pero luego, a escondidas, iban a buscarlos o para desahogar sus pasiones o para hacer negocios – pero todo a escondidas – eran puros. Y a estos el Señor no los quiere".
Este juicio “nos da esperanza” asegura el Papa Francisco. Con tal de que se tenga el coraje de abrir el corazón a Dios sin reservas, donándole también la “lista” de los propios pecados. Y para explicarlo, el Papa recuerda la historia de aquel santo que pensaba de haberle dado todo al Señor, con extrema generosidad:
“Escuchaba al Señor, hacía todo según su voluntad, daba al Señor y el Señor: ‘Pero tú todavía no me has dado una cosa’. Y el pobre era tan bueno y dice: ‘Pero Señor, ¿qué cosa no te he dado?’ Te he dado mi vida, trabajo para los pobres, trabajo para la catequesis, trabajo aquí, trabajo allá…’ ‘Pero tú no me has dado algo todavía’. ¿Qué, Señor?’ ‘Tus pecados’. Cuando nosotros seamos capaces de decir al Señor: ‘Señor, estos son mis pecados – no son de aquel, de aquel…son los míos. Tómalos Tú y así yo estaré salvado -  cuando nosotros seremos capaces de hacer esto, nosotros seremos aquel hermoso pueblo, ‘pueblo humilde y pobre’, que confía en el nombre del Señor. El Señor nos conceda esta gracia”.
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, y otros países latinoamericanos. Que la proximidad del nacimiento de Jesús avive en todas nuestras familias el deseo de recibirlo con un corazón puro y agradecido. Muchas gracias y que Dios los bendiga"

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