lunes, 15 de diciembre de 2014

El Color de la Alegría


La alegría cristiana, es un estado del alma; más que un sentimiento, es una postura ante la vida





El Adviento tiene su “domingo de la alegría”. En este día, casi por única vez en el año, la Iglesia Católica viste a sus sacerdotes de color rosa. El rosa no es un color primario. Es la combinación del rojo con el blanco. Así también la alegría –al menos la alegría cristiana–, no es un “sentimiento primario”. Es la combinación de al menos dos vivencias básicas.

Una advertencia preliminar: una cosa es la “alegría rosa” y otra, el “rosa de la alegría”. La “alegría rosa” es pasiva, resultante quizá de la buena suerte, de un momento de placer y bienestar, casi siempre pasajero. El “rosa de la alegría”, en cambio, es una alegría activa, fruto de una actitud positiva y generosa. De hecho, suele ser austera y profunda; capaz de convivir con situaciones difíciles o dolorosas. Porque la alegría cristiana, más que un estado de cosas es un estado del alma; más que un sentimiento, es una postura ante la vida; más que buena suerte es el salario de un corazón bueno.

El “rosa de la alegría” requiere el rojo, que suele asociarse al amor por ser intenso, atractivo, incluso provocador. La alegría cristiana exige el amor como primer ingrediente. Se puede tener todo lo demás; si falta el amor, jamás habrá alegría. Mi tío Benjamín Trillo solía decir: “Soy tan egoísta que procuro siempre darme a los demás; sólo así puedo ser feliz”. Y realmente ¡cuánta alegría se alcanza dándose uno a los demás! De hecho, una prestigiosa revista de negocios publicó hace pocos años un estudio de investigación realizado por la Universidad de Chicago, en el que se daba a conocer que los sacerdotes conforman el colectivo de profesionales más felices de la sociedad norteamericana. Le seguía el colectivo de los bomberos, y otras profesiones con alto componente humanista y altruista. “Se agradece –escribió poco después el Obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla –este dato provocador, que nos da la oportunidad de testimoniar la salud de nuestra vocación sacerdotal, en medio de unas circunstancias más bien adversas. A lo largo de mi vida me han preguntado con frecuencia –y últimamente más– sobre el grado de satisfacción con el que he vivido como cura y ahora como obispo. Puedo decir en verdad que he sido, soy, y con la gracia de Dios espero seguir siendo, inmensamente feliz. Lo cual no implica que en mi vida no haya dolor y dificultades… Por eso mi respuesta ha sido siempre la misma: Aunque sufro, soy muy feliz. Sufro por mis propias miserias, pero también sufro en la misma medida en que amo; porque no puedo ser indiferente a los padecimientos de quienes me rodean, ni a la pérdida de sentido en la vida de tantos. Es más, no creo en otro tipo de felicidad en esta vida. La felicidad ‘rosa’, carente de problemas y de preocupaciones, no sólo no es cristiana sino que, simplemente, ‘no es’”. Suscribo plenamente las palabras del Obispo.

Además del rojo del amor, el “rosa de la alegría” necesita el blanco de la paz. Sin paz no hay alegría. La paz, como la definió san Agustín, es la tranquilidad del orden. Orden con Dios, con los demás, con uno mismo y con las cosas y circunstancias de la vida. Es tan esencial la paz para la alegría que muchas veces intercambiamos las dos palabras como si fuesen sinónimos: decimos que estamos alegres cuando estamos en paz.

La alegría cristiana es una alquimia interior; una sabia combinación de “colores del espíritu” que están siempre a disposición. Porque el amor y la paz, aunque parezcan a veces tan lejanos, están más cerca de lo que parecen. El Adviento es un tiempo para abrir los ojos y descubrir que esos colores están ahí y que los pinceles los tenemos en la mano.

Nota:
Pocos saben que existen casullas de color rosa. Estas casullas se pueden usar sólo en dos domingos al año. El domingo gaudete y el domingo letare, ambos en la mitad del adviento y en la mitad de la cuaresma. Esta antiquísima tradición quería expresar que ya quedaba poco poco para que llegara el tiempo feliz del Nacimiento de Cristo en un caso, y de la Resurrección en el otro. El origen de este color radica en que ese día el Papa en Roma ungía con un bálsamo una rosa de oro y la bendecía. Enviándola después a algún monarca de la Cristianda.

aortega@legionaries.org. Alejandro Ortega Trillo es sacerdote legionario de Cristo, licenciado en filosofía, maestría en humanidades clásicas, conferencista y escritor. Es autor de los libros Vicios y virtudes y Guerra en la alcoba. Actualmente coordina la pastoral familiar del Movimiento Regnum Christi y trabaja apostólicamente en Roma.   

Otros artículos:

No hay comentarios: