jueves, 11 de diciembre de 2014

¿Cómo vencer la carne?


Penitencia.
Este cuerpo de pecado nos lleva a la perdición, y si no sabemos poner freno a las pasiones, estaremos irremediablemente perdidos, porque el “hermano asno”, como llamaba San Francisco de Asís al cuerpo, nos quiere llevar a gozar de todo sin restricciones, y esto va contra la razón y contra los derechos del alma, que tiene deseos de Cielo.
Ya el Señor dijo en el Evangelio, que si no hacemos penitencia, todos pereceremos. Por eso la penitencia no es algo pasado de moda, sino que en estos tiempos más que nunca, es necesario mortificar el cuerpo para que obedezca a la razón, para que obedezca al alma.
El ayuno a pan y agua es una excelente forma de vencer en nosotros las pasiones desordenadas, y es por ello que la Reina de la Paz lo ha pedido en numerosos mensajes, diciéndonos que con la oración y el ayuno, podemos obtener todo de Dios.
No demos todos los gustos a nuestro cuerpo porque eso nos llevará al Infierno. Sino dominémoslo para que él no nos domine a nosotros, y así le estaremos preparando a nuestro querido cuerpo, un lugar de delicias en el Paraíso.
Con los opuestos.
Así como a las almas se las conquista con los opuestos, es decir a quien es iracundo se lo conquista con la mansedumbre, etc.; así también debemos proceder con nuestro cuerpo, para conquistarnos y reconquistarnos a nosotros mismos y ser muy dueños de nosotros.
Si el cuerpo quiere ser perezoso, entonces obliguémonos a hacer algún esfuerzo. Si el cuerpo pide comer apuradamente la comida, entonces comamos más lentamente. Si nos pide comer mucho, hagamos el esfuerzo de comer un poco menos de lo acostumbrado.
Y así en todo, porque la carne es insaciable, y quien cede a sus pedidos, bien pronto se encontrará envuelto en pecados graves, y de a poco perderá la noción del bien y del mal, e incluso del pecado mismo, y se entregará a Satanás con tal de gozar cada vez más.
Hay que tener en cuenta que si bien los hombres fuimos creados a imagen de Dios, también somos un poco imágenes de Satanás, que por el pecado original nos ha dado algo de su semblante. Por eso es que hemos heredado ese orgullo, esa soberbia y lo que se llama concupiscencia, que es la inclinación que tenemos a pecar.
A cada momento debemos estar mortificando nuestro cuerpo. Pero no hace falta que lo hagamos con cilicios o penitencias especiales, sino solamente manteniéndolo a raya, sin dejarle libertad para la pereza y la gula.
Pero esto debemos hacerlo con alegría, sabiendo que no ponemos estos límites a la carne por capricho o por morbosidad, sino porque es un bien para nuestra alma, que habitando en un cuerpo sometido a la razón, será realmente libre y entenderá mejor a Dios y las cosas de Dios, porque los puros de corazón verán a Dios.
Con el ayuno.
Así como la oración es la elevación del alma a Dios, así también el ayuno es como la oración del cuerpo, y debemos practicar el ayuno frecuentemente, para mantener a raya nuestras pasiones y no dejar que la carne haga lo que quiera.
La Virgen ha pedido en sus apariciones como Reina de la Paz, que se haga ayuno a pan y agua los viernes, prometiendo que con ayuno y oración las personas lo pueden obtener todo de Dios.
Los santos rezaron y ayunaron, ¿y nosotros queremos ser más fuertes que ellos?, ¿más santos? Si ellos necesitaron hacer penitencia, ayunar, ¡cuánto más nosotros, que estamos tan inclinados al mal, y que somos tan sensuales e inmortificados!
Hagamos la prueba de ayunar un día a pan y agua y veremos los maravillosos resultados de esta práctica, pues comprobaremos que el Señor nos inspira buenas obras y buenos pensamientos e ideas apostólicas, y dominaremos el cuerpo, al que San Francisco de Asís llamaba “hermano asno”.
Si mortificamos nuestro cuerpo no es por masoquismo sino porque queremos que sea merecedor del Cielo, para que él goce también algún día de los deleites inefables del Paraíso. Si lo dejamos hacer lo que quiera, nuestro cuerpo nos llevará a la ruina temporal y eterna.
No estando ociosos.
Dice el dicho popular: “Que el demonio no te encuentre desocupado, porque te va a dar trabajo”. Y es una gran verdad que los ociosos son más propensos al pecado de impureza, al pecado carnal, porque se suele estar ocioso por pereza, y la pereza es uno de los pecados que es origen de otros muchos pecados, y especialmente predispone a cometer pecados impuros en solitario o acompañados.
Huyamos del estar sin hacer nada, porque si bien es bueno tener unos momentos de tranquilidad, descanso, y cierto ocio sano; ¡no es bueno pasar mucho tiempo sin hacer nada!, porque pronto estaremos enredados en las trampas del demonio y cada vez bajaremos más hacia el abismo del mal y del pecado.
Cuidemos también las miradas, porque ya nos dice el Señor en el Evangelio que es por los ojos que entran los deseos desenfrenados, y que si nuestro ojo está sano, todo lo demás estará sano; pero si nuestro ojo es lujurioso, entonces toda nuestra persona estará en tinieblas, y podremos llegar a los más graves pecados de impureza y otros pecados también graves.

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