sábado, 9 de agosto de 2014

¿Por qué la muerte de Cristo forma parte del designio divino de salvación?


IMG_3507“Jesús entregado según el preciso designio de Dios”

La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar. Pertenece al misterio del designio de Dios: “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” (Hch2, 23). De algún modo Dios permitió una serie de actos, que aunque nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11), realizaban así su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18): “Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado“ (Hch 4, 27-28).

“Muerto por nuestros pecados según las Escrituras”

Este designio divino de salvación a través de la muerte del“Siervo, el Justo“ (Is 53, 11;cf.Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio deredención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). San Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber “recibido” (1 Co 15, 3) que “Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras (ibíd.: cf. tambiénHch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28), primero a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27) y luego a los propios apóstoles (cf.Lc 24, 44-45).

“Dios le hizo pecado por nosotros”

San Pedro formuló así la fe apostólica en el designio divino de salvación: “Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros“ (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp2, 7), la propia de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), de modo que:“a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2 Co 5, 21).
Aunque Jesús no conoció la reprobación del pecado (cf. Jn 8, 46), su amor redentor -que le unía siempre al Padre (cf. Jn8, 29)-, le llevó a asumir este alejamiento o reprobación hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz:“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?“ (Mc15, 34; Sal 22,2). En efecto, solidario en todo con nosotros, menos en el pecado, “Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros” (Rm 8, 32) para que fuéramos “reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rm 5, 10).

La iniciativa del amor redentor universal es de Dios

Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte:“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados“ (1 Jn 4, 10; cf.Jn 4, 19). “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros“(Rm 5, 8). Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: “De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños“ (Mt 18, 14).

Cristo se ofreció libremente a su Padre por nuestros pecados

Toda la vida de Cristo es oblación al Padre. El Hijo de Dios“bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado” (Jn 6, 38), “al entrar en este mundo, dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad [...] En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra“ (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús “por los pecados del mundo entero“ (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: “El Padre me ama porque doy mi vida“ (Jn 10, 17). “El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado“ (Jn14, 31).
Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: “¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” (Jn 12, 27). “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?“ (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que “todo está cumplido“ (Jn19, 30), dice: “Tengo sed” (Jn 19, 28).

“El cordero que quita el pecado del mundo”.

Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo“ (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascualsímbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: “Servir y dar su vida en rescate por muchos“ (Mc 10, 45).

Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre

Jesús acepta en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, “los amó hasta el extremo“ (Jn 13, 1) porque“nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos“ (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto,aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: “Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente” (Jn 10, 18). Impresiona la soberana libertad del Hijo de Dios frente a la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la Cena tomada con los doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en “la noche en que fue entregado“ (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: “Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros” (Lc 22, 19). “Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados“ (Mt 26, 28). La Eucaristía será así “memorial” (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). “Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad” (Jn 17, 19).
El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní(cf. Mt 26, 42) haciéndose “obediente hasta la muerte“(Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz…” (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana.

La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo

La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del “Cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).
Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Como [...] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que “se dio a sí mismo en expiación“, “cuando llevó el pecado de muchos“, a quienes “justificará y cuyas culpas soportará” (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. DS, 1529).
Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

Nuestra participación en el sacrificio de Cristo

La Cruz es el único sacrificio de Cristo “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm2, 5). Él llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” (Mt 16, 24) porque Él “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas“ (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35)

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